Fidel castro la historia me absolvera

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COLECCIĂ“N Palabras Esenciales


Fidel Castro

La historia me absolver谩 y otros discursos

Ministerio del Poder Popular para la Comunicaci贸n y la Informaci贸n


La historia me absolverá y otros discursos Fidel Castro Ruz Colección P a l a b r a s E s e n c i a l e s Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información Av. Universidad, Esq. El Chorro, Torre Ministerial, pisos 9 y 10, Caracas-Venezuela www.minci.gob.ve / publicaciones@minci.gob.ve

Directorio Ministra del Poder Popular para la Comunicación y la Información

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Agradecemos a cubaperiodistas.com y a José Lobo (p. 291) por permitirnos hacer uso de algunas de sus fotografías. Depósito Legal: lf87120093201467 ISBN: 978-980-227-069-9 Impreso en la República Bolivariana de Venezuela Noviembre, 2009


El Comandante en Jefe del EjĂŠrcito Revolucionario cubano, doctor Fidel Castro Ruz.


Presentación

Abogado de profesión, revolucionario por convicción y político por oficio y amor a su patria, Fidel Castro ha pasado a la historia mundial contemporánea como el líder y comandante de la Revolución Cubana y defensor de un ideal antiimperialista que es bandera de dignidad de su pueblo. A lo largo de sus más de 40 años como líder de los cubanos, los discursos que ha pronunciado son muchos, en distintas ocasiones, de distintas extensiones, etc. De esos innumerables discursos, en esta publicación presentamos una rigurosa selección conformada por ocho discursos, cinco de los Desembarco del yate Granma.

cuales fueron dados en distintos períodos de la historia contemporánea de Venezuela. El primero de estos discursos, titulado “La historia me absolverá”, es uno de los más emblemáticos por su carga histórica. Fue pronunciado el 16 de octubre de 1953, durante el juicio que se le siguió por el asalto al Cuartel Moncada. El segundo y tercer discursos corresponden a sendas alocuciones dadas en la capital de Venezuela, en 1959: una ante el pueblo de Caracas, en la plaza de El Silencio, el 23 de enero, y la otra un día


después, en el Congreso de entonces, a un año del derrocamiento en Venezuela de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Los discursos cuarto y quinto de este libro corresponden a la primera y segunda asambleas populares celebradas en La Habana, con la par-

La historia me absolverá

ticipación masiva del pueblo, en los años 1960 y 1962, respectivamente. Posteriormente, ofrecemos su larga alocución dada ante los estudiantes

Discurso pronunciado en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada, La Habana, Cuba. 16 de octubre de 1953

venezolanos en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, en febrero de 1999, año de inicio del Gobierno Revolucionario de Hugo Chávez Frías. Para finalizar, los dos últimos textos son productos de la participación del comandante Fidel en la Asamblea Nacional de Venezuela, en el año 2000, y de su discurso de orden pronunciado al recibir la Orden Congreso de Angostura, en Ciudad Bolívar, en 2001.

señores magistrados: Nunca un abogado ha tenido que ejercer su oficio en tan difíciles condiciones: nunca contra un acusado se había cometido tal cúmulo de abrumadoras irregularidades. Uno y otro son, en este caso, la misma persona. Como abogado, no ha podido ni tan siquiera ver el sumario y, como acusado, hace hoy setenta y seis días que está encerrado en una celda solitaria, total y absolutamente incomunicado, por encima de todas las prescripciones humanas y legales. Quien está hablando aborrece con toda su alma la vanidad pueril y no están ni su ánimo ni su temperamento para poses de tribuno ni sensacionalismo de ninguna índole. Si he tenido que asumir mi propia defensa ante este tribunal, se debe a dos motivos. Uno: porque prácticamente se me privó de ella por completo; otro: porque sólo quien haya sido herido tan hondo, y haya visto tan desamparada la patria y envilecida la justicia, puede hablar en

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una ocasión como ésta con palabras que sean sangre del corazón y entrañas de la verdad. No faltaron compañeros generosos que quisieran defenderme, y el Colegio de Abogados de La Habana designó para que me representara en esta causa a un competente y valeroso letrado: el doctor Jorge Pagliery, decano del Colegio de esta ciudad. No lo dejaron, sin embargo, desempeñar su misión: las puertas de la prisión estaban cerradas para él cuantas veces intentaba verme; sólo al cabo de mes y medio, debido a que intervino la Audiencia, se le concedieron diez minutos para entrevistarse conmigo en presencia de un sargento del Servicio de Inteligencia Militar. Se supone que un abogado deba conversar privadamente con su defendido, salvo que se trata de un prisionero de guerra cubano en manos de un implacable despotismo que no reconozca reglas legales ni humanas. Ni el doctor Pagliery ni yo estuvimos dispuestos a tolerar esta sucia fiscalización de nuestras armas para el juicio oral. ¿Querían acaso saber de antemano con qué medios iban a ser reducidas a polvo las fabulosas mentiras que habían elaborado en torno a los hechos del cuartel Moncada y sacarse a relucir las terribles verdades que deseaban ocultar a toda costa? Fue entonces cuando se decidió que, haciendo uso de mi condición de abogado, asumiese yo mismo mi propia defensa. Esta decisión, oída y trasmitida por el sargento del SIM, provocó inusitados temores; parece que algún duendecillo burlón se complacía diciéndoles que por culpa mía los planes iban a salir muy mal; 12

y vosotros sabéis de sobra, señores magistrados, cuántas presiones se han ejercido para que se me despojase también de este derecho consagrado en Cuba por una larga tradición. El tribunal no pudo acceder a tales pretensiones porque era ya dejar a un acusado en el colmo de la indefensión. Ese acusado, que está ejerciendo ahora ese derecho, por ninguna razón del mundo callará lo que debe decir. Y estimo que hay que explicar, primero que nada, y qué se debió la feroz incomunicación a que fui sometido; cuál es el propósito al reducirme al silencio; por qué se fraguaron planes; qué hechos gravísimos se le quieren ocultar al pueblo; cuál es el secreto de todas las cosas extrañas que han ocurrido en este proceso. Es lo que me propongo hacer con entera claridad. Vosotros habéis calificado este juicio públicamente como el más trascendental de la historia republicana, y así lo habéis creído sinceramente, no debisteis permitir que os lo mancharan con un fardo de burlas a vuestra autoridad. La primera sesión del juicio fue el 21 de septiembre. Entre un centenar de ametralladoras y bayonetas que invadían escandalosamente la sala de justicia, más de cien personas se sentaron en el banquillo de los acusados. Una gran mayoría era ajena a los hechos y guardaba prisión preventiva hacía muchos días, después de sufrir toda clase de vejámenes y maltratos en los calabozos de los cuerpos represivos; pero el resto de los acusados, que era el menor número, estaban gallardamente firmes, dispuestos a confirmar con orgullo su participación en la batalla por 13


la libertad, dar un ejemplo de abnegación sin precedentes y librar de las garras de la cárcel a aquel grupo de personas que con toda mala fe habían sido incluidas en el proceso. Los que habían combatido una vez volvían a enfrentarse. Otra vez la causa justa del lado nuestro; iba a librarse contra la infamia el combate terrible de la verdad. ¡Y ciertamente que no esperaba el régimen la catástrofe moral que se avecinaba! ¿Cómo mantener todas sus falsas acusaciones? ¿Cómo impedir que se supiera lo que en realidad había ocurrido, cuando tal número de jóvenes había ocurrido, cuando tal número de jóvenes estaban dispuestos a correr todos los riesgos: cárcel, tortura y muerte, si era preciso, por denunciarlo ante el tribunal? En aquella primera sesión se me llamó a declarar y fui sometido a interrogatorio durante dos horas, contestando las preguntas del señor fiscal y los veinte abogados de la defensa. Puede probar con cifras exactas y datos irrebatibles las cantidades de dinero invertido, la forma en que se habían obtenido y las armas que logramos reunir. No tenía nada que ocultar, porque en realidad todo había sido logrado con sacrificios sin precedentes en nuestras contiendas republicanas. Hablé de los propósitos que nos inspiraban en la lucha y del comportamiento humano y generoso que en todo momento mantuvimos con nuestros adversarios. Si pude cumplir mi cometido demostrando la no participación, ni directa ni indirecta, de todos los acusados

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falsamente comprometidos en la causa, se lo debo a la total adhesión y respaldo de mis heroicos compañeros, pues dije que ellos no se avergonzarían ni se arrepentirían de su condición de revolucionarios y de patriotas por el hecho de tener que sufrir las consecuencias. No se me permitió nunca hablar con ellos en la prisión y, sin embargo, pensábamos hacer exactamente lo mismo. Es que, cuando los hombres llevan en la mente un mismo ideal, nada puede incomunicarlos, ni las paredes de una cárcel, ni la tierra de los cementerios, porque un mismo recuerdo, una misma alma, una misma idea, una misma conciencia y dignidad los alienta a todos. Desde aquel momento comenzó a desmoronarse como castillo de naipes el edificio de mentiras infames que había levantado el gobierno en torno a los hechos, resultando de ello que el señor fiscal comprendió cuán absurdo era mantener en prisión intelectuales, solicitando de inmediato para ellas la libertad provisional. Terminadas mis declaraciones en aquella primera sesión, yo había solicitado permiso del tribunal para abandonar el banco de los acusados y ocupar un puesto entre los abogados defensores, lo que, en efecto, me fue concedido. Comenzaba para mí entonces la misión que consideraba más importante en este juicio: destruir totalmente las cobardes calumnias que se lanzaron contra nuestros combatientes, y poner en evidencia irrebatible los crímenes espantosos y repugnantes que se habían cometido con los prisioneros, mostrando ante la

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faz de la nación y del mundo la infinita desgracia de este pueblo, que está sufriendo la opresión más cruel e inhumana de toda su historia. La segunda sesión fue el martes 22 de septiembre. Acababan de prestar declaración apenas diez personas y ya había logrado poner en claro los asesinatos cometidos en la zona de Manzanillo, estableciendo específicamente y haciéndola constar en acta, la responsabilidad directa del capitán jefe de aquel puesto militar. Faltaban por declarar todavía trescientas personas. ¿Qué sería cuando, con una cantidad abrumadora de datos y pruebas reunidos, procediera a interrogar, delante del tribunal, a los propios militares responsables de aquellos hechos? ¿Podía permitir el gobierno que yo realizara tal cosa en presencia del público numeroso que asistía a las sesiones, los reporteros de prensa, letrados de toda la isla y los líderes de los partidos de oposición a quienes estúpidamente habían sentado en el banco de los acusados para que ahora pudieran escuchar bien de cerca todo cuanto allí se ventilara? ¡Primero dinamitaban la Audiencia, con todos sus magistrados, que permitirlo! Idearon sustraerme del juicio y procedieron a ellos manu militari. El viernes 25 de septiembre por la noche, víspera de la tercera sesión, se presentaron en mi celda dos médicos del penal; estaban visiblemente apenados: “Venimos a hacerte un reconocimiento” —me dijeron. “¿Y quién se preocupa tanto por mi salud?” —les pregunté. Realmente, desde que los vi había comprendido el propósito.

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Ellos no pudieron ser más caballeros y me explicaron la verdad: esa misma tarde había estado en la prisión el coronel Chaviano y les dijo que yo “le estaba haciendo en el juicio un daño terrible al gobierno”, que tenían que firmar un certificado donde se hiciera constar que estaba enfermo y no podía, por tanto, seguir asistiendo a las sesiones. Me expresaron además los médicos que ellos, por su parte, estaban dispuestos a renunciar a sus cargos y exponerse a las persecuciones, que ponían el asunto en mis manos para que yo decidiera. Para mí era duro pedirles a aquellos hombres que se inmolaran sin consideraciones, pero tampoco podía consentir, por ningún concepto, que se llevaran a cabo tales propósitos. Para dejarlo a sus propias conciencias, me limité a contestarles: “Ustedes sabrán cuál es su deber; yo sé bien cuál es el mío”. Ellos, después que se retiraron, firmaron el certificado; sé que lo hicieron porque creían de buena fe que era el único modo de salvarme la vida, que veían en sumo peligro. No me comprometí a guardar silencio sobre este diálogo; sólo estoy comprometido con la verdad, y si decirla en este caso pudiera lesionar el interés material de esos buenos profesionales, dejo limpio de toda duda su honor, que vale mucho más. Aquella misma noche, redacté una carta para este tribunal, denunciando el plan que se tramaba, solicitando la visita de dos médicos forenses para que certificaran mi perfecto estado de salud y expresándoles que si, para salvar mi vida, tenían que permitir semejante artimaña, prefería

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perderla mil veces. Para dar a entender que estaba resuelto a luchar solo contra tanta bajeza, añadí a mi escrito aquel pensamiento del maestro: “Un principio justo desde el fondo de una cueva puede más que un ejército”. Ésa fue la carta que, como sabe el tribunal, presentó la doctora Melba Hernández, en la sesión tercera del juicio oral del 26 de septiembre. Pude hacerla llegar a ella, a pesar de la implacable vigilancia que sobre mí pesaba. Con motivo de dicha carta, por supuesto, se tomaron inmediatas represalias: incomunicaron a la doctora Hernández, y a mí, como ya lo estaba, me confinaron al más apartado lugar de la cárcel. A partir de entonces, todos los acusados eran registrados minuciosamente, de pies a cabeza, antes de salir para el juicio. Vinieron los médicos forenses el día 27 y certificaron que, en efecto, estaba perfectamente bien de salud. Sin embargo, pese a las reiteradas órdenes del tribunal, no se me volvió a traer a ninguna sesión del juicio. Agréguese a esto que todos los días eran distribuidos, por personas desconocidas, cientos de panfletos apócrifos donde se hablaba de rescatarme de la prisión, coartada estúpida para eliminarme físicamente con pretexto de evasión. Fracasados estos propósitos por la denuncia oportuna de amigos y alertas y descubierta la falsedad del certificado médico, no les quedó otro recurso, para impedir mi asistencia al juicio, que el desacato abierto y descarado...

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Caso insólito el que se estaba produciendo, señores magistrados: un régimen que tenía miedo de presentar a un acusado ante los tribunales; un régimen de terror y de sangre, que se espantaba ante la convicción moral de un hombre indefenso, desarmado, incomunicado y calumniado. Así, después de haberme privado de todo, me privaban, por último, del juicio donde era el principal acusado. Téngase en cuenta que esto se hacía estando en plena vigencia la suspensión de garantías y funcionando con todo rigor la Ley de Orden Público y la censura de radio y prensa. ¡Qué crímenes tan horrendos habrá cometido este régimen que tanto temía la voz de un acusado! Debo hacer hincapié en actitud insolente e irrespetuosa que con respecto a vosotros han mantenido en todo momento los jefes militares. Cuantas veces este tribunal ordenó que cesara la inhumana incomunicación que pesaban sobre mí, cuantas veces ordenó que se respetasen mis derechos más elementales, cuantas veces demandó que se me presentara a juicio, jamás fue obedecido; una por una, se desacataron todas sus órdenes. Peor todavía: en la misma presencia del tribunal, en la primera y segunda sesión, se me puso al lado una guardia perentoria para que me impidiera en absoluto hablar con nadie, ni aun en los momentos de receso, dando a entender que, no ya en la prisión, sino hasta en la misma audiencia y en vuestra presencia, no hacían el menor caso de vuestras disposiciones.

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Pensaba plantear este problema en la sesión siguiente como cuestión de elemental honor para el tribunal, pero... ya no volví más. Y si a cambio de tanta irrespetuosidad nos traen aquí para que vosotros nos enviéis a la cárcel, en nombre de una legalidad que únicamente ellos y exclusivamente ellos están violando desde el 10 de marzo, harto triste es el papel que os quieren imponer. No se ha cumplido ciertamente en este caso ni una sola vez la máxima latina: cedant arma togae. Ruego tengáis muy en cuenta esta circunstancia. Más, todas las medidas resultaron completamente inútiles, porque mis bravos compañeros, con civismo sin precedentes, cumplieron cabalmente su deber. “Sí, vinimos a combatir por la libertad de Cuba y no nos arrepentimos de haberlo hecho”, decían uno por uno cuando eran llamados a declarar, e inmediatamente, con impresionante hombría, dirigiéndose al tribunal, denunciaban los crímenes horribles que se habían cometido en los cuerpos de nuestros hermanos. Aunque ausente, pude seguir el proceso desde mi celda en todos sus detalles, gracias a la población penal de la prisión de Boniato que, pese a todas las amenazas de severos castigos, se valieron de ingeniosos medios para poner en mis manos recortes de periódicos e informaciones de toda clase. Vengaron así los abusos e inmoralidades del director Taboada y del teniente supervisor Rosabal, que los hacen trabajar de sol a sol, construyendo palacetes privados, y encima los matan de hambre malversando los fondos de subsistencia. 20

A medida que se desarrolló el juicio, los papeles se invirtieron: los que iban a acusar salieron acusados, y los acusados se convirtieron en acusadores. No se juzgó allí a los revolucionarios, se juzgó para siempre a un señor que se llama Batista... ¡Monstrum horrendum!... No importa que los valientes y dignos jóvenes hayan sido condenados, si mañana el pueblo condenará al dictador y a sus crueles esbirros. A Isla de Pinos se les envió, en cuyas circulares mora todavía el espectro de Castells y no se ha apagado aún el grito de tantos y tantos asesinados; allí han ido a purgar, en amargo cautiverio, su amor a la libertad, secuestrados de la sociedad, arrancados de sus hogares y desterrados de la patria. ¿No creéis, como dije, que en tales circunstancias es ingrato y difícil a este abogado cumplir su misión? Como resultado de tantas maquinaciones turbias e ilegales, por voluntad de los que mandan y debilidad de los que juzgan, heme aquí en este cuartico del Hospital Civil, adonde se me ha traído para ser juzgado en sigilo, de modo que no se me oiga, que mi voz se apague y nadie se entere de las cosas que voy a decir. ¿Para qué se quiere ese imponente Palacio de Justicia, donde los señores magistrados se encontrarán, sin duda, mucho más cómodos? No es conveniente, os lo advierto, que se imparta justicia desde el cuarto de un hospital rodeado de centinelas con bayonetas calada, porque pudiera pensar la ciudadanía que nuestra justicia está enferma... y está presa.

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Os recuerdo que vuestras leyes de procedimiento establecen que el juicio será “oral y público”; sin embargo, se ha impedido por completo al pueblo la entrada en esta sesión. Sólo han dejado pasar dos letrados y seis periodistas, en cuyos periódicos la censura no permitirá publicar una palabra. Veo que tengo por único público, en la sala y en los pasillos, cerca de cien soldados y oficiales. ¡Gracias por la seria y amable atención que me están prestando! ¡Ojalá tuviera delante de mí todo el Ejército! Yo sé que algún día arderá en deseos de lavar la mancha terrible de vergüenza y de sangre que han lanzado sobre el uniforme militar las ambiciones de un grupito desalmado. Entonces, ¡ay de los que cabalgan hoy cómodamente sobre sus nobles guerreras... si es que el pueblo no los ha desmontado mucho antes!

Sólo una cosa voy a pedirle al tribunal; espero que me la conceda en compensación de tanto exceso y desafuero como ha tenido que sufrir este acusado sin amparo alguno de las leyes: que se respete mi derecho a expresarme con entera libertad. Sin ello no podrán llenarse ni las meras apariencias de justicia y el último eslabón sería, más que ningún otro, de ignominia y cobardía.

Por último, debo decir que no se dejó pasar a mi celda en la prisión ningún tratado de derecho penal. Sólo puedo disponer de este minúsculo código que me acaba de prestar un letrado, el valiente defensor de mis compañeros: doctor Baudilio Castellanos. De igual modo, se prohibió que llegaran a mis manos los libros de Martí; parece que la censura de la prisión los consideró demasiado subversivos. ¿O será porque yo dije que Martí era el autor intelectual del 26 de julio? Se impidió, además, que trajese a este juicio ninguna obra de consulta sobre cualquier otra materia. ¡No importa en absoluto! Traigo en el corazón las doctrinas del maestro y en el pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos.

Confieso que algo me ha decepcionado. Pensé que el señor fiscal vendría con una acusación terrible, dispuesto a justificar hasta la saciedad la pretensión y los motivos por los cuales en nombre del derecho y de la justicia —y ¿de qué derecho y de qué justicia? —se me debe condenar a veintiséis años de prisión. Pero no. Se ha limitado exclusivamente a leer el artículo 148 del Código de Defensa Social, por el cual, más circunstancias agravantes, solicita para mí la respetable cantidad de veintiséis años de prisión. Dos minutos me parece muy poco tiempo para pedir y justificar que un hombre se pase a la sombra más de un cuarto de siglo. ¿Está por ventura el señor fiscal disgustado con el tribunal? Porque, según observo, su laconismo en este caso se da de narices con aquella solemnidad con que los señores magistrados declararon, un tanto orgullosos, que éste era un proceso de suma importancia, y yo he visto a los señores fiscales hablar diez veces más en un simple caso de drogas heroicas para solicitar que un ciudadano sea condenado a seis meses de prisión. El señor fiscal no ha pronunciado una sola palabra para respaldar su petición. Soy justo..., comprendo que es difícil, para un fiscal que juró ser

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fiel a la Constitución de la República, venir aquí en nombre de un gobierno inconstitucional, factual, estatuario, de ninguna legalidad y menos moralidad, a pedir que un joven cubano, abogado como él, quizás... tan decente como él, sea enviado por veintiséis años a la cárcel. Pero el señor fiscal es un hombre de talento y yo he visto personas con menos talento que él escribir largos mamotretos en defensa de esta situación. ¿Cómo, pues, creer que carezca de razones para defenderlo, aunque sea durante quince minutos, por mucha repugnancia que esto le inspire a cualquier persona decente? Es indudable que en el fondo de esto hay una gran conjura. Señores magistrados: ¿Por qué tanto interés en que me calle? ¿Por qué, inclusive, se suspende todo género de razonamientos para no presentar ningún blanco contra el cual pueda yo dirigir el ataque de mis argumentos? ¿Es que se carece por completo de base jurídica, moral y política para hacer un planteamiento serio de la cuestión? ¿Es que se teme tanto a la verdad? ¿Es que se quiere que yo hable también dos minutos y no toque aquí los puntos que tienen a ciertas gentes sin dormir desde el 26 de julio? Al circunscribirse la petición fiscal a la simple lectura de cinco líneas de un artículo del Código de Defensa Social, pudiera pensarse que yo me circunscriba a lo mismo y dé vueltas y más vueltas alrededor de ellas, como un esclavo en torno a una piedra de molino. Pero no aceptaré de ningún modo esa mordaza, porque en este juicio se está debatiendo algo más que la simple libertad de un

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individuo: se discute sobre cuestiones fundamentales de principios, se juzga sobre el derecho de los hombres a ser libres, se debate sobre las bases mismas de nuestra existencia como nación civilizada y democrática. Cuando concluya, no quiero tener que reprocharme a mí mismo haber dejado principio por defender, verdad es decir, ni crimen sin denunciar. El famoso articulejo del señor fiscal no merece ni un minuto de réplica. Me limitaré, por el momento, a librar contra él una breve escaramuza jurídica, porque quiero tener limpio de minucias el campo para cuando llegue la hora de tocar el degüello contra toda la mentira, falsedad, hipocresía, convencionalismos y cobardía moral sin límites en que se basa esa burda comedia que, desde el 10 de marzo y aun antes del 10 de marzo, se llama en Cuba justicia. Es un principio elemental de derecho penal que el hecho imputado tiene que ajustarse exactamente al tipo de delito prescrito por la ley. Si no hay ley exactamente aplicable al punto controvertido, no hay delito. El artículo en cuestión dice textualmente: “Se impondrá una sanción de privación de libertad de tres a diez años al autor de un hecho dirigido a promover un alzamiento de gentes armadas contra los Poderes Constitucionales del Estado. La sanción será de privación de libertad de cinco a veinte años si se llevase a efecto la insurrección”.

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¿En qué país está viviendo el señor fiscal? ¿Quién le ha dicho que nosotros hemos promovido alzamiento contra los Poderes Constitucionales del Estado? Dos cosas resaltan a la vista. En primer lugar, la dictadura que oprime a la nación no es un poder constitucional, sino inconstitucional; se engendró contra la Constitución, por encima de la Constitución, violando la Constitución legítima de la República. Constitución legítima es aquella que emana directamente del pueblo soberano. Este punto lo demostraré plenamente más adelante, frente a todas las gazmoñerías que han inventado los cobardes y traidores para justificar lo injustificable. En segundo lugar, el artículo habla de Poderes, es decir, plural, no singular, porque está considerado el caso de una república regida por un Poder Legislativo, un Poder Ejecutivo y un Poder Judicial que se equilibran y contrapesan unos a otros. Nosotros hemos promovido rebelión contra un poder único, ilegítimo, que ha usurpado y reunido en uno solo los Poderes Legislativos y Ejecutivo de la nación, destruyendo todo el sistema que precisamente trataba de proteger el artículo del Código que estamos analizando. En cuanto a la independencia del Poder Judicial después del 10 de marzo, ni hablo siquiera, porque no estoy para bromas... Por mucho que se estire, se encoja o se remiende, ni una sola coma del artículo 148 es aplicable a los hechos del 26 de julio. Dejémoslo tranquilo, esperando la oportunidad en que pueda aplicarse a los que sí promovieron alzamiento contra los Poderes

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Constitucionales del Estado. Más tarde volveré sobre el Código para refrescarle la memoria al señor fiscal sobre ciertas circunstancias que lamentablemente se le han olvidado. Os advierto que acabo de empezar. Si en vuestras almas queda un latido de amor a la patria, de amor a la humanidad, de amor a la justicia, escucharme con atención. Sé que me obligarán al silencio durante muchos años; sé que tratarán de ocultar la verdad por todos los medios posibles; sé que contra mí se alzará la conjura del olvido. Pero mi voz no se ahogará por eso: cobra fuerzas en mi pecho mientras más solo me siento y quiero darle en mi corazón todo el calor que le niegan las almas cobardes. Escuché al dictador el lunes 27 de julio, desde un bohío de las montañas, cuando todavía quedábamos dieciocho hombres sobre las armas. No sabrán de amarguras e indignaciones en la vida los que no hayan pasado por momentos semejantes. Al par que rodaban por tierra las esperanzas tanto tiempo acariciadas de liberar a nuestro pueblo, veíamos al déspota erguirse sobre él, más ruin y soberbio que nuca. El chorro de mentiras y calumnias que vertió en su lenguaje torpe, odioso y repugnante, sólo puede compararse con el chorro enorme de sangre joven y limpia que desde la noche antes estaba derramando, con su conocimiento, consentimiento, complicidad y aplauso, la más desalmada turba de asesinos que pueda concebirse jamás.

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Haber creído durante un solo minuto lo que dijo es suficiente falta para que un hombre de conciencia viva arrepentido y avergonzado toda la vida. No tenía ni siquiera, en aquellos momentos, la esperanza de marcarle sobre la frente miserable la verdad que lo estigmatice por el resto de sus días y el resto de los tiempos, porque sobre nosotros se cerraba ya el cerco de más de mil hombres, con armas de mayor alcance y potencia, cuya consigna terminante era regresar con nuestros cadáveres. Hoy, que ya la verdad empieza a conocerse y que termino con estas palabras que estoy pronunciando la misión que me impuse, cumplida a cabalidad, puedo morir tranquilo y feliz, por lo cual no escatimaré fustazos de ninguna clase sobre los enfurecidos asesinos. Es necesario que me detenga a considerar un poco los hechos. Se dijo por el mismo gobierno que el ataque fue realizado con tanta precisión y perfección que evidenciaba la presencia de expertos militares en la elaboración del plan. ¡Nada más absurdo! El plan fue trazado por un grupo de jóvenes ninguno de los cuales tenía experiencia militar; y voy a revelar sus nombres, menos dos de ellos que no están ni muertos ni presos: Abel Santamaría, José Luis Tasende, Renato Guitart Rosell, Pedro Miret, Jesús Montané y el que les habla. La mitad han muerto, y en justo tributo a su memoria puedo decir que no eran expertos militares, pero tenían patriotismo suficiente para darles, en igualdad de condiciones, una soberana paliza a todos los generales del 10 de marzo juntos, que no 28

son ni militares ni patriotas. Más difícil fue organizar, entrenar y movilizar hombres y armas bajo un régimen represivo que gasta millones de pesos en espionaje, soborno y delación, tareas que aquellos jóvenes y otros muchos realizaron con seriedad, discreción y constancia verdaderamente increíbles; y más meritorio todavía será siempre darle a un ideal todo lo que se tiene y, además, la vida. La movilización final de hombres que vinieron a esta provincia desde los más remotos pueblos de toda la isla se llevó a cabo con admirable precisión y absoluto secreto. Es cierto igualmente que el ataque se realizó con magnífica coordinación. Comenzó simultáneamente a las 5:15 a.m., tanto en Bayamo como en Santiago de Cuba, y, uno a uno, con exactitud de minutos y segundos prevista de antemano, fueron cayendo los edificios que rodean el campamento. Sin embargo, en aras de la estricta verdad, aun cuando disminuya nuestro mérito, voy a revelar por primera vez también otro hecho que fue fatal: la mitad del grueso de nuestras fuerzas y la mejor armada, por un error lamentable, se extravió a la entrada de la ciudad y nos faltó en el momento decisivo. Abel Santamaría, con veintiún hombres, había ocupado el Hospital Civil; iban también con él para atender a los heridos un médico y dos compañeras nuestras. Raúl Castro, con diez hombres, ocupó el Palacio de Justicia; y a mí me correspondió atacar el campamento con el resto, noventa y cinco hombres. Llegué con un primer grupo de cuarenta y cinco, precedido por una vanguardia de ocho que forzó 29


la posta tres. Fue aquí precisamente donde se inició el combate, al encontrarse mi automóvil con una patrulla de recorrido exterior armada de ametralladoras. El grupo de reserva, que tenía casi todas las armas largas, pues las cortas iban a la vanguardia, tomó por una calle equivocada y se desvió por completo dentro de una ciudad que no conocían. Debo aclarar que no albergo la menor duda sobre el valor de esos hombres, que al verse extraviados sufrieron gran angustia y desesperación. Debido al tipo de acción que se estaba desarrollando y al idéntico color de los uniformes en ambas partes combatientes, no era fácil restablecer el contacto. Muchos de ellos, detenidos más tarde, recibieron la muerte con verdadero heroísmo. Todo el mundo tenía instrucciones muy precisas de ser, ante todo, humanos en la lucha. Nunca un grupo de hombres armados fue más generoso con el adversario. Se hicieron desde los primeros momentos numerosos prisioneros, cerca de veinte en firme; y hubo un instante, al principio, en que tres hombres nuestros, de los que habían tomado la posta: Ramiro Valdés, José Suárez y Jesús Montané, lograron penetrar en una barraca y detuvieron durante un tiempo a cerca de cincuenta soldados. Estos prisioneros declararon ante el tribunal, y todos sin excepción han reconocido que se les trató con absoluto respeto, sin tener que sufrir ni siquiera una palabra vejaminosa. Sobre este aspecto sí tengo que agradecerle algo, de corazón, al señor fiscal: que en el juicio donde se juzgó a mis compañeros, al hacer su informe, tuvo la justicia de reconocer 30

como un hecho indudable el altísimo espíritu de caballerosidad que mantuvimos en la lucha. La disciplina por parte del Ejército fue bastante mala. Vencieron en último término por el número que le daba una superioridad de quince a uno, y por la protección que le brindaban las defensas de la fortaleza. Nuestros hombres tiraban mucho mejor y ellos mismos lo reconocieron. El valor humano fue igualmente alto de parte y parte. Considerando las causas del fracaso táctico, aparte del lamentable error mencionado, estimo que fue una falta nuestra dividir la unidad de comandos que habíamos entrenado cuidadosamente. De nuestros mejores hombres y más audaces jefes, había veintisiete en Bayamo, veintiuno en el Hospital Civil y diez en el Palacio de Justicia; de haber hecho otra distribución, el resultado pudo haber sido distinto. El choque con la patrulla (totalmente casual, pues veinte segundos antes o veinte segundos después no habría estado en ese punto) dio tiempo a que se movilizara el campamento, que de otro modo habría caído en nuestras manos sin disparar un tiro, pues ya la posta estaba en nuestro poder. Por otra parte, salvo los fusiles calibre 22 que estaban bien provistos, el parque de nuestro lado era escasísimo. De haber tenido nosotros granadas de mano, no hubieran podido resistir quince minutos. Cuando me convencí de que todos los esfuerzos eran ya inútiles para tomar la fortaleza,

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comencé a retirar nuestros hombres en grupos de ocho y de diez. La retirada fue protegida por seis francotiradores que, al mando de Pedro Miret y de Fidel Labrador, le bloquearon heroicamente el paso al Ejército. Nuestras pérdidas en la lucha habían sido insignificantes; el noventa y cinco por ciento de nuestros muertos fueron producto de la crueldad y la inhumanidad cuando aquélla hubo cesado. El grupo del Hospital Civil no tuvo más que una baja; el resto fue copado al situarse las tropas frente a la única salida del edificio, y sólo depusieron las armas cuando no les quedaba una bala. Con ellos estaba Abel Santamaría, el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante al historia de Cuba. Ya veremos la suerte que corrieron y cómo quiso escarmentar Batista la rebeldía y heroísmo de nuestra juventud. Nuestros planes eran proseguir la lucha en las montañas caso de fracasar el ataque al regimiento. Pude reunir otra vez, en Siboney, la tercera parte de nuestras fuerzas; pero ya muchos estaban desalentados. Unos veinte decidieron presentarse; ya veremos también lo que ocurrió con ellos. El resto, dieciocho hombres, con las armas y el parque que quedaban, me siguieron a las montañas. El terreno era totalmente desconocido para nosotros. Durante una semana ocupamos la parte alta de la cordillera de la Gran Piedra y el Ejército ocupó la base. Ni nosotros podíamos bajar ni ellos se decidieron a subir. No fueron, pues, las armas; fueron el hambre y la sed quienes vencieron la última resistencia. 32

El comandante Fidel con parte de la guerrilla armada.


Tuve que ir disminuyendo los hombres en pequeños grupos; algunos consiguieron filtrarse entre las líneas del Ejército, otros fueron presentados por monseñor Pérez Serantes. Cuando sólo quedaban conmigo dos compañeros: José Suárez y Oscar Alcalde, totalmente extenuados los tres, al amanecer del sábado 1º de agosto, una fuerza del mando del teniente Sarría nos sorprendió durmiendo. Ya la matanza de prisioneros había cesado por la tremenda reacción que provocó en la ciudadanía, y este oficial, hombre de honor, impidió que algunos matones nos asesinasen en el campo con las manos atadas. No necesito desmentir aquí las estúpidas sandeces que, para mancillar mi nombre, inventaron los Ugalde Carrillo y su comparsa, creyendo encubrir su cobardía, su incapacidad y sus crímenes. Los hechos están sobradamente claros. Mi propósito no es entretener al tribunal con narraciones épicas. Todo cuanto he dicho es necesario para la comprensión más exacta de lo que diré después.

Fidel a su salida de la prisión enjuiciado por el asalto al cuartel Moncada.

Quiero hacer constar dos cosas importantes para que se juzgue serenamente nuestra actitud. Primero: pudimos haber facilitado la toma del regimiento deteniendo simplemente a todos los altos oficiales en sus residencias, posibilidad que fue rechazada, por la consideración muy humana de evitar escenas de tragedia y de lucha en las casas de las familias. Segundo: se acordó no tomar ninguna estación de radio hasta tanto no se tuviese asegurado el campamento. 35


Esta actitud nuestra, pocas veces vista por su gallardía y grandeza, le ahorró a la ciudadanía un río de sangre. Yo pude haber ocupado, con sólo diez hombres, una estación de radio y haber lanzado al pueblo a la lucha. De su ánimo no era posible dudar: tenía el último discurso de Eduardo Chibás en la CMQ, grabado con sus propias palabras, poemas patrióticos e himnos de guerra capaces de estremecer al más indiferente, con mayor razón cuando se está escuchando el fragor del combate, y no quise hacer uso de ellos, a pesar de lo desesperado de nuestra situación. Se ha repetido con mucho énfasis por el gobierno que el pueblo no secundó el movimiento. Nunca había oído una afirmación tan ingenua y, al propio tiempo, tan llena de mala fe. Pretenden evidenciar con ello la sumisión y cobardía del pueblo; poco falta para que digan que respalda a la dictadura, y no saben cuánto ofenden con ello a los bravos orientales. Santiago de Cuba creyó que era una lucha entre soldados, y no tuvo conocimiento de lo que ocurría hasta muchas horas después. ¿Quién duda del valor, el civismo y el coraje sin límites del rebelde y patriótico pueblo de Santiago de Cuba? Si el Moncada hubiera caído en nuestras manos, ¡hasta las mujeres de Santiago de Cuba habrían empuñado las armas! ¡Muchos fusiles se los cargaron a los combatientes las enfermeras del Hospital Civil! Ellas también pelearon. Eso no lo olvidaremos jamás.

reunir después a los militares e invitarlos a abandonar la odiosa bandera de la tiranía y abrazar la de la libertad, defender los grandes intereses de la nación y no los mezquinos intereses de un grupito; virar las armas y disparar contra los enemigos del pueblo, y no contra el pueblo, donde están sus hijos y sus padres; luchar junto a él, como hermanos que son, y no frente a él, como enemigos que quieren que sean; ir unidos en pos del único ideal hermosos y digno de ofrendarle la vida, que es la grandeza y felicidad de la patria. A los que dudan que muchos soldados se hubieran sumado a nosotros, yo les pregunto: ¿Qué cubano no ama la gloria? ¿Qué alma no se enciende en un amanecer de libertad? El cuerpo de la Marina no combatió contra nosotros, y se hubiera sumado sin duda después. Se sabe que ese sector de las Fuerzas Armadas es el menos adicto a la tiranía y que existe entre sus miembros un índice muy elevado de conciencia cívica. Pero en cuanto al resto del Ejército nacional, ¿hubiera combatido contra el pueblo sublevado? Yo afirmo que no.

No fue nunca nuestra intención luchar con los soldados del regimiento, sino apoderarnos por sorpresa del control y de las armas, llamar al pueblo,

El soldado es un hombre de carne y hueso, que piensa, que observa y que siente. Es susceptible a la influencia de las opiniones, creencias, simpatías y antipatías del pueblo. Si se le pregunta su opinión, dirá que no puede decirla; pero eso no significa que carezca de opinión. Le afectan exactamente los mismos problemas que a los demás ciudadanos conciernen: subsistencia, alquiler, la educación de los hijos, el porvenir de éstos, etcétera. Cada familiar es un punto de contacto inevi-

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table entre él y el pueblo y la situación presente y futura de la sociedad en que vive. Es necio pensar que porque un soldado reciba un sueldo del Estado, bastante módico, haya resuelto las preocupaciones vitales que le imponen sus necesidades, deberes y sentimientos como miembro de una familia y de una colectividad social.

Puede hacerse, por tanto, una segunda afirmación: el Ejército jamás se ha sublevado contra un régimen de mayoría popular. Estas verdades son históricas, y si Batista se empeña en permanecer a toda costa en el poder contra la voluntad absolutamente mayoritaria de Cuba, su fin será más trágico que el de Gerardo Machado.

Ha sido necesaria esta breve explicación porque es el fundamento de un hecho en que muy pocos han pensado hasta el presente: el soldado siente un profundo respeto por el sentimiento de la mayoría del pueblo. Durante el régimen de Machado, en la misma medida en que crecía la antipatía popular, decrecía visiblemente la fidelidad del Ejército, a extremos que un grupo de mujeres estuvo a punto de sublevar el campamento de Columbia. Pero más claramente prueba de esto un hecho reciente: mientras el régimen de Grau San Martín mantenía en el pueblo su máxima popularidad, proliferaron en el Ejército, alentadas por ex militares sin escrúpulos y civiles ambiciosos, infinidad de conspiraciones, y ninguna de ellas encontró eco en la masa de los militares.

Puedo expresar mi concepto en lo que a las Fuerzas Armadas se refiere, porque hablé de ellas y las defendía cuando todos callaban, y no lo hice para conspirar ni por interés de ningún género, porque estábamos en plena normalidad constitucional, sino por meros sentimientos de humanidad y deber cívico. Era en aquel tiempo el periódico Alerta uno de los más leídos por la posición que mantenía entonces en la política nacional, y desde sus páginas realicé una memorable campaña contra el sistema de trabajos forzados a que estaban sometidos los soldados en las fincas privadas de los altos personajes civiles y militares, aportando datos, fotografías, películas y pruebas de todas clases con las que me presenté también ante los tribunales denunciando el hecho el día 3 de marzo de 1952.

El 10 de marzo tiene lugar en el momento en que había descendido hasta el mínimo el prestigio del gobierno civil, circunstancia que aprovecharon Batista y su camarilla. ¿Por qué no lo hicieron después del 1º de junio? Sencillamente porque si esperan que la mayoría de la nación expresase sus sentimientos en las urnas, ninguna conspiración hubiera encontrado eco en la tropa.

Muchas veces dije en esos escritos que era de elemental justicia aumentarles el sueldo a los hombres que prestaban sus servicios en las Fuerzas Armadas. Quiero saber de uno más que haya levantado su voz en aquella ocasión para protestar contra tal injusticia. No fue por cierto Batista y compañía, que vivía muy bien protegido en su finca de recreo con toda clase de garantías, mientras yo corría mil riesgos sin guardaespaldas ni armas.

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Conforme lo defendí entonces, ahora, cuando todos callan otra vez, le digo que se dejó engañar miserablemente, y a la mancha, el engaño y la vergüenza del 10 de marzo, ha añadido la mancha y la vergüenza, mil veces más grande, de los crímenes espantosos e injustificables de Santiago de Cuba. Desde ese momento el uniforme del Ejército está horriblemente salpicado de sangre, y si en aquella ocasión dije ante el pueblo y denuncié ante los tribunales que había militares trabajando como esclavos en las fincas privadas, hoy amargamente digo que hay militares manchados hasta el pelo con la sangre de muchos jóvenes cubanos torturados y asesinados. Y digo también que si es para servir a la República, defender a la nación, respetar al pueblo y proteger al ciudadano, es justo que un soldado gane por lo menos cien pesos; pero si eso es para matar y asesinar, para oprimir al pueblo, traicionar la nación y defender los intereses de un grupito, no merece que la República se gaste ni un centavo en ejército, y el campamento de Columbia debe convertirse en una escuela e instalar allí, en vez de soldados, diez mil niños huérfanos. Como quiero ser justo antes de todo, no puedo considerar a todos los militares solidarios de esos crímenes, esas manchas y esas vergüenzas que son obras de unos cuantos traidores y malvados, pero todo militar de honor y dignidad que ame su carrera y quiera su constitución, está en el deber de exigir y luchar para que esas manchas sean lavadas, esos engaños sean vengados y esas culpas sean castigadas si no quieren que ser militar sea para siempre una infamia en vez de un orgullo. 40

Claro que el 10 de marzo no tuvo más remedio que sacar a los soldados de las fincas privadas, pero fue para ponerlos a trabajar de reporteros, choferes, criados y guardaespaldas de toda la fauna de politiqueros que integran el partido de la dictadura. Cualquier jerarca de cuarta o quinta categoría se cree con derecho a que un militar le maneje el automóvil y le cuida las espaldas, cual si estuviesen temiendo constantemente un merecido puntapié. Si existía en realidad un propósito reivindicador, ¿por qué no se les confiscaron todas las fincas y los millones a los que como Genovevo Pérez Dámera hicieron su fortuna esquilmando a los soldados, haciéndolos trabajar como esclavos y desfalcando los fondos de las Fuerzas Armadas? Pero no: Genovevo y los demás tendrán soldados cuidándolos en sus fincas, porque en el fondo todos los generales del 10 de marzo están aspirando a hacer lo mismo y no pueden sentar semejante precedente. El 10 de marzo fue un engaño miserable, sí... Batista, después de fracasar por la vía electoral él y su cohorte de politiqueros malos y desprestigiados, aprovechándose de su descontento, tomaron de instrumento al Ejército para trepar al poder sobre las espaldas de los soldados. Y yo sé que hay muchos hombres disgustados por el desengaño: se les aumentó el sueldo y después con descuentos y rebajas de toda clase se les volvió a reducir; infinidad de viejos elementos desligados de los institutos armados volvieron a filas cerrándoles el paso a hombres jóvenes, capacitados y valiosos; militares de mérito han sido postergados mientras prevalece 41


el más escandaloso favoritismo con los parientes y allegados de los altos jefes. Muchos militares decentes se están preguntando a estas horas qué necesidad tenían las Fuerzas Armadas de cargar con la tremenda responsabilidad histórica de haber destrozado nuestra Constitución para llevar al poder a un grupo de hombres sin moral, desprestigiados, corrompidos, aniquilados para siempre políticamente y que no podían volver a ocupar un cargo público si no era a punta de bayoneta, bayoneta que no empuñan ellos... Por otro lado, los militares están padeciendo una tiranía peor que los civiles. Se les vigila constantemente y ninguno de ellos tiene la menor seguridad en sus puestos: cualquier sospecha injustificada, cualquier chisme, cualquier intriga, cualquier confidencia es suficiente para que los trasladen, los expulsen o los encarcelen deshonrosamente. ¿No les prohibió Tabernilla en una circular conversar con cualquier ciudadano de la oposición, es decir, el noventa y nueve por ciento del pueblo?... ¡Qué desconfianza!... ¡Ni a las vírgenes vestales de Roma se les impuso semejante regla! Las tan cacareadas casitas para los soldados no pasan de trescientas en toda la isla y, sin embargo, con lo gastado en tanques, cañones y armas había para fabricarle una casa a cada alistado; luego, lo que le importa a Batista no es proteger al Ejército, sino que el Ejército lo proteja a él; se aumenta su poder de opresión y de muerte, pero esto no es mejorar el bienestar de los hombres.

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Guardias triples, acuartelamiento constante, zozobra perenne, enemistad de la ciudadanía, incertidumbre del porvenir; eso es lo que se le ha dado al soldado, o lo que es lo mismo: “Muere por el régimen, soldado, dale tu sudor y tu sangre, te dedicaremos un discurso y un ascenso póstumo (cuando ya no te importe), y después... seguiremos viviendo bien y haciéndonos ricos; mata, atropella, oprime al pueblo, que cuando el pueblo se canse y esto se acabe, tú pagarás nuestros crímenes y nosotros nos iremos a vivir como príncipes en el extranjero; y si volvemos algún día, no toques, no toques tú ni tus hijos en la puerta de nuestros palacetes, porque seremos millonarios y los millonarios no conocen a los pobres. Mata, soldado, oprime al pueblo, contra ese pueblo que iba a librarlos a ellos inclusive de la tiranía, la victoria hubiera sido del pueblo”. El señor fiscal estaba muy interesado en conocer nuestras posibilidades de éxito. Esas posibilidades se basaban en razones de orden técnico y militar y de orden social. Se ha querido establecer el mito de las armas modernas como supuesto de toda imposibilidad de lucha abierta y frontal del pueblo contra la tiranía. Los desfiles militares y las exhibiciones aparatosas de equipos bélicos tienen por objeto fomentar este mito y crear en la ciudadanía un complejo de absoluta impotencia. Ningún arma, ninguna fuerza es capaz de vencer a un pueblo que se decide a luchar por sus derechos. Los ejemplos históricos a luchar por sus derechos. Los ejemplos históricos pasados y presentes son incontables. Está bien reciente el caso de Bolivia, donde los mineros, 43


con cartuchos de dinamita, derrotaron y aplastaron a los regimientos del ejército regular. Pero los cubanos, por suerte, no tenemos que buscar ejemplos en otro país, porque ninguno tan elocuente y hermoso como el de nuestra propia patria. Durante la guerra del 95 había en Cuba cerca de medio millón de soldados españoles sobre las armas, cantidad infinitamente superior a la que podía oponer la dictadura frente a una población cinco veces mayor. Las armas del ejército español eran sin comparación más modernas y poderosas que las de los mambises; estaba equipado muchas veces con artillería de campaña, y su infantería usaba el fusil de retrocarga similar al que usa todavía la infantería moderna. Los cubanos no disponían por lo general de otra arma que los machetes, porque sus cartucheras estaban casi siempre vacías. Hay un pasaje inolvidable de nuestra guerra de independencia narrado por el general Miró Argenter, jefe del Estado Mayor de Antonio Maceo, que pude traer copiado en esta noticia para no abusar de la memoria: La gente bisoña que mandaba Pedro Delgado, en su mayor parte provista solamente de machete, fue diezmada al echarse encima de los sólidos españoles, de tal manera, que no es exagerado afirmar que de cincuenta hombres, cayeron la mitad. Atacaron a los españoles con los puños, ¡sin pistola, sin machete y sin cuchillo! Escudriñando las malezas de Río Hondo, se encontraron quince muertos más del partido cubano, sin que de momento pudiera señalarse a qué cuerpo pertenecían. No presentaban ningún vestigio de haber empuñado el arma: el vestuario estaba completo y, pendiente de la cintura, no tenían más que el vaso de lata; a dos pasos de allí, el caballo exánime, con el equipo intacto.

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Se reconstruyó el pasaje culminante de la tragedia: esos hombres, siguiendo a su esforzado jefe, el teniente coronel Pedro Delgado, habían obtenido la palma del heroísmo; se arrojaron sobre las bayonetas con las manos solas: el ruido del metal, que sonaba en torno a ellos, era el golpe del vaso de beber al dar contra el muñón de la montura. Maceo se sintió conmovido, él, tan acostumbrado a ver la muerte en todas las posiciones y aspectos, y murmuró este panegírico: “Yo nunca había visto eso; gente novicia que ataca inerme a los españoles ¡con el vaso de beber agua por todo utensilio! ¡Y yo le daba el nombre de impedimenta!”...

¡Así luchan los pueblos cuando quieren conquistar su libertad: les tiran piedras a los aviones y viran los tanques boca arriba! Una vez en poder nuestro la ciudad de Santiago de Cuba, hubiéramos puesto a los orientales inmediatamente en pie de guerra. A Bayamo se atacó precisamente para situar nuestras avanzadas junto al río Cauto. No se olvide nunca que esta provincia que hoy tiene millón y medio de habitantes es, sin duda, la más guerrera y patriótica de Cuba; fue ella la que mantuvo encendida la lucha por la independencia durante treinta años y le dio el mayor tributo de sangre, sacrificio y heroísmo. En Oriente se respira todavía el aire de la epopeya gloriosa y, al amanecer, cuando los gallos cantan como clarines que tocan diana llamando a los soldados y el sol se eleva radiante sobre las empinadas montañas, cada día parece que va a ser otra vez el de Yara o el de Baire. Dije que las segundas razones en que se basaba nuestra posibilidad de éxito eran de orden social. ¿Por qué teníamos la seguridad de contar con el pueblo? Cuando hablamos de pueblo, no

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entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que viene bien cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo, postrándose ante el amo de turno hasta romperse la frente contra el suelo. Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre. La primera condición de la sinceridad y de la buena fe en un propósito es hacer precisamente lo que nadie hace, es decir, hablar con entera claridad y sin miedo. Los demagogos y los políticos de profesión quieren obrar el milagro de estar bien en todo y con todos, engañando necesariamente a todos en todo. Los revolucionarios han de proclamar sus ideas valientemente, definir sus principios y expresar sus intenciones para que nadie se engañe, ni amigos ni enemigos. Nosotros llamamos pueblo, si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento; 46

a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohíos miserables, que trabajan cuatro meses al año y pasan hambre el resto compartiendo con sus hijos la miseria, que no tienen una pulgada de tierra para sembrar y cuya existencia debiera mover más a compasión si no hubiera tantos corazones de piedra; a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero, cuyo futuro es la rebaja y el despido, cuya vida es el trabajo perenne y cuyo descanso es la tumba; a los cien mil agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya, contemplándola siempre tristemente como Moisés a la tierra prometida, para morirse sin llegar a poseerla, que tienen que pagar por sus parcelas como siervos feudales una parte de sus productos, que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, planta un cedro o un naranjo porque ignoran el día que vendrá un alguacil con la guardia rural a decirles que tienen que irse; a los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por la crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales; a los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etcétera, que salen de las aulas con sus 47


títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica. ¡Ése es el pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas! No le íbamos a decir: “Te vamos a dar”, sino: “¡Aquí tienes, lucha ahora con toda tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!”. En el sumario de esta causa han de constar las cinco leyes revolucionarias que serían proclamadas inmediatamente después de tomar el cuartel Moncada y divulgadas por radio a la nación. Es posible que el coronel Chaviano haya destruido con toda intención esos documentos, pero si él los destruyó, yo los conservo en la memoria. La primera ley revolucionaria devolvía al pueblo la soberanía y proclamaba la Constitución de 1940 como la verdadera ley suprema del Estado, en tanto el pueblo decidiese modificarla o cambiarla, y a los efectos de su implantación y castigo ejemplar a todos los que la habían traicionado, no existiendo órganos de elección popular para llevarlo a cabo, el movimiento revolucionario, como encarnación momentánea de esa soberanía, única fuente de Poder Legislativo, asumía todas las facultades que le son inherentes a ella, excepto de legislar, facultad de ejecutar y facultad de juzgar.

proceder a la implantación efectiva de la voluntad popular y de la verdadera justicia. A partir de ese instante, el Poder Judicial, que se ha colocado desde el 10 de marzo frente a la Constitución y fuera de la Constitución, recesaría como tal Poder y se procedería a su inmediata y total depuración, antes de asumir nuevamente las facultades que le concede la Ley Suprema de la República. Sin estas medidas previas, la vuelta a la legalidad, poniendo su custodia en manos que claudicaron deshonrosamente, sería una estafa, un engaño y una traición más. La segunda ley revolucionaria concedía la propiedad inembargable e intransferible de la tierra a todos los colonos, subcolonos, arrendatarios, aparceros y precaristas que ocupasen parcelas de cinco o menos caballerías de tierra, indemnizando el Estado a sus anteriores propietarios a base de la renta que devengarían por dichas parcelas en un promedio de diez años. La tercera ley revolucionaria otorgaba a los obreros y empleados el derecho a participar del treinta por ciento de las utilidades en todas las grandes empresas industriales, mercantiles y mineras, incluyendo centrales azucareros. Se exceptuaban las empresas meramente agrícolas en consideración a otras leyes de orden agrario que debían implantarse.

Esta actitud no podía ser más diáfana y despojada de chocherías y charlatanismos estériles: un gobierno aclamado por la masa de combatientes, recibiría todas las atribuciones necesarias para

La cuarta ley revolucionaria concedía a todos los colonos el derecho a participar del cincuenta y cinco por ciento del rendimiento de la

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caña y cuota mínima de cuarenta mil arrobas a todos los pequeños colonos que llevasen tres o más años de establecidos. La quinta ley revolucionaria ordenaba la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los gobiernos y a sus causahabientes y herederos en cuanto a bienes percibidos por testamento o abintestato de procedencia mal habida, mediante tribunales especiales con facultades plenas de acceso a todas las fuentes de investigación, de intervenir a tales efectos las compañías anónimas inscriptas en el país o que operen en él donde puedan ocultarse bienes malversados y de solicitar de los gobiernos extranjeros extradición de personas y embargo de bienes. La mitad de los bienes recobrados pasarían a engrosar las cajas de los retiros obreros y la otra mitad a los hospitales, asilos y casas de beneficencia. Se declaraba, además, que la política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos del continente y que los perseguidos políticos de las sangrientas tiranías que oprimen a las naciones hermanas, encontrarían en la patria de Martí, no como hoy, persecución, hambre y traición, sino asilo generoso, hermandad y pan. Cuba debía ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo. Estas leyes serían proclamadas en el acto y a ellas seguirían, una vez terminada la contienda y previo estudio minucioso de su contenido y alcance,

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otra serie de leyes y medidas también fundamentales como la reforma agraria, la reforma integral de la enseñanza y la nacionalización del trust eléctrico y el trust telefónico, devolución al pueblo del exceso ilegal que han estado cobrando en sus tarifas y pago al fisco de todas las cantidades que han burlado a la hacienda pública. Todas estas pragmáticas y otras estarían inspiradas en el cumplimiento estricto de dos artículos esenciales de nuestra Constitución, uno de los cuales manda que se proscriba el latifundio y, a los efectos de su desaparición, la ley señale el máximo de extensión de tierra que cada persona o entidad pueda poseer para cada tipo de explotación agrícola, adoptando medidas que tiendan a revertir la tierra al cubano; y el otro ordena categóricamente al Estado emplear todos los medios que estén a su alcance para proporcionar ocupación a todo el que carezca de ella y asegurar a cada trabajador manual o intelectual una existencia decorosa. Ninguna de ellas podrá ser tachada por tanto de inconstitucional. El primer gobierno de elección popular que surgiere inmediatamente después tendría que respetarlas, no sólo porque tuviese un compromiso moral con la nación, sino porque los pueblos cuando alcanzan las conquistas que han estado anhelando durante varias generaciones, no hay fuerza en el mundo capaz de arrebatárselas. El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el

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problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política. Quizás luzca fría y teórica esta exposición, si no se conoce la espantosa tragedia que está viviendo el país en estos seis órdenes, sumada a la más humillante opresión política. El ochenta y cinco por ciento de los pequeños agricultores cubanos está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras. En Oriente, que es la provincia más ancha, las tierras de la United Fruit Company y la West Indies unen la costa norte con la costa sur. Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerías de tierras productivas. Si Cuba es un país eminentemente agrícola, si su población es en gran parte campesina, si la ciudad depende del campo, si el campo hizo la independencia, si la grandeza y prosperidad de nuestra nación depende de un campesinado saludable y vigoroso que ame y sepa cultivar la tierra, de un Estado que lo proteja y lo oriente, ¿cómo es posible que continúe este estado de cosas?

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Salvo unas cuantas industrias alimenticias, madereras y textiles, Cuba sigue siendo una factoría productora de materia prima. Se exporta azúcar para importar caramelos, se exportan cueros para importar zapatos, se exporta hierro para importar arados... Todo el mundo está de acuerdo en que la necesidad de industrializar el país es urgente, que hacen falta industrias químicas, que hay que mejorar las crías, los cultivos, la técnica y elaboración de nuestras industrias alimenticias para que puedan resistir la competencia ruinosa que hacen las industrias europeas de queso, leche condensada, licores y aceites y las de conservas norteamericanas, que necesitamos barcos mercantes, que el turismo podría ser una enorme fuente de riquezas; pero los poseedores del capital exigen que los obreros pasen bajo las horcas caudinas, el Estado se cruza de brazos y la industrialización espera por las calendas griegas. Tan grave o peor es la tragedia de la vivienda. Hay en Cuba doscientos mil bohíos y chozas; cuatrocientas mil familias del campo y de la ciudad viven hacinadas en barracones, cuarterías y solares sin las más elementales condiciones de higiene y salud; dos millones doscientas mil personas de nuestra población urbana pagan alquileres que absorben entre un quinto y un tercio de sus ingresos; y dos millones ochocientas mil de nuestra población rural y suburbana carecen de luz eléctrica. Aquí ocurre lo mismo: si el Estado se propone rebajar los alquileres, los propietarios amenazan con paralizar todas las construcciones; si el Estado se abstiene, construyen mientras pueden percibir un 53


tipo elevado de renta, después no colocan una piedra más aunque el resto de la población viva a la intemperie. Otro tanto hace el monopolio eléctrico: extiende las líneas hasta el punto donde pueda percibir una utilidad satisfactoria, a partir de allí no le importa que las personas vivan en las tinieblas por el resto de sus días. El Estado se cruza de brazos y el pueblo sigue sin casas y sin luz. Nuestro sistema de enseñanza se complementa perfectamente con todo lo anterior: En un campo donde el guajiro no es dueño de la tierra, ¿para qué se quieren escuelas agrícolas? En una ciudad donde no hay industrias, ¿para qué se quieren escuelas técnicas o industriales? Todo está dentro de la misma lógica absurda: no hay ni una cosa ni otra. En cualquier pequeño país de Europa existen más de doscientas escuelas técnicas y de artes industriales; en Cuba, no pasan de seis y los muchachos salen con sus títulos sin tener dónde emplearse. A las escuelitas públicas del campo asisten descalzos, semidesnudos y desnutridos, menos de la mitad de los niños en edad escolar y muchas veces el maestro quien tiene que adquirir con su propio sueldo el material necesario. ¿Es así como puede hacerse una patria grande? De tanta miseria sólo es posible liberarse con la muerte; y a eso sí los ayuda el Estado: a morir. El noventa por ciento de los niños del campo está devorado por parásitos que se les filtran desde la tierra por las uñas de los pies descalzos. La sociedad se conmueve ante la noticia del secuestro o el

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asesinato de una criatura, pero permanece criminalmente indiferente ante el asesinato en masa que se comete con tantos miles y miles de niños que mueren todos los años por falta de recursos, agonizando entre los estertores del dolor, y cuyos ojos inocentes, ya en ellos el brillo de la muerte parecen mirar hacia lo infinito como pidiendo perdón para el egoísmo humano y que no caiga sobre los hombres la maldición de Dios. Y cuando un padre de familia trabaja cuatro meses al año, ¿con qué puede comprar ropas y medicinas a sus hijos? Crecerán raquíticos, a los treinta años no tendrán una pieza sana en la boca, habrán oído diez millones de discursos, y morirán al fin de miseria y decepción. El acceso a los hospitales del Estado, siempre repletos, sólo es posible mediante la recomendación de un magnate político que le exigirá al desdichado su voto y el de toda su familia para que Cuba siga siempre igual o peor. Con tales antecedentes, ¿cómo no explicarse que desde el mes de mayo al de diciembre un millón de personas se encuentren sin trabajo y que Cuba, con una población de cinco millones y medio de habitantes, tenga actualmente más desocupados que Francia e Italia con una población de más de cuarenta millones cada una? Cuando vosotros juzgáis a un acusado por robo, señores magistrados, no le preguntáis cuánto tiempo lleva sin trabajo, cuántos hijos tiene, qué días de la semana comió y qué días no comió, no os

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preocupáis en absoluto por las condiciones sociales del medio donde vive: lo enviáis a la cárcel sin más contemplaciones. Allí no van los ricos que queman almacenes y tiendas para cobrar las pólizas de seguro, aunque se quemen también algunos seres humanos, porque tienen dinero de sobra para pagar abogados y sobornar magistrados. Enviáis a la cárcel al infeliz que roba por hambre, pero ninguno de los cientos de ladrones que han robado millones al Estado durmió nunca una noche tras las rejas: cenáis con ellos a fin de año en algún lugar aristocrático y tienen vuestro respeto. En Cuba, cuando un funcionario se hace millonario de la noche a la mañana y entra en la cofradía de los ricos, puede ser recibido con las mismas palabras de aquel opulento personaje de Balzac, Taillefer, cuando brindó por el joven que acababa de heredar una inmensa fortuna: ¡Señores, bebamos al poder del oro! El señor Valentín, seis veces millonario, actualmente acaba de ascender al trono. Es rey, lo puede todo, está por encima de todo, como sucede a todos los ricos. En lo sucesivo la igualdad ante la ley, consignada al frente de la Constitución, será un mito para él, no estará sometido a las leyes, sino que las leyes se les someterán. Para los millonarios no existen tribunales ni sanciones.

El porvenir de la nación y la solución de sus problemas no pueden seguir dependiendo del interés egoísta de una docena de financieros, de los fríos cálculos sobre ganancias que tracen en sus despachos de aire acondicionado diez o doce magnates. El país no puede seguir de rodillas implorando los milagros de unos cuantos becerros de oro que, 56

como aquél del Antiguo Testamento que derribó la ira del profeta, no hacen milagros de ninguna clase. Los problemas de la República sólo tienen solución si nos dedicamos a luchar por ella con la misma energía, honradez y patriotismo que invirtieron nuestros libertadores en crearla. Y no es con estadistas al estilo de Carlos Saladrigas, cuyo estadismo consiste en dejarlo todo tal cual está y pasarse la vida farfullando sandeces sobre la “libertad absoluta de empresa”, “garantías al capital de inversión” y la “ley de la oferta y la demanda”, como habrán de resolverse tales problemas. En un palacete de la Quinta Avenida, estos ministros pueden charlar alegremente hasta que no quede ya ni el polvo de los huesos de los que hoy reclaman soluciones urgentes. Y en el mundo actual ningún problema social se resuelve por generación espontánea. Un gobierno revolucionario con el respaldo del pueblo y el respeto de la nación, después de limpiar las instituciones de funcionarios venales y corrompidos, procedería inmediatamente a industrializar el país, movilizando todo el capital inactivo que pasa actualmente de mil quinientos millones a través del Banco Nacional y el Banco de Fomento Agrícola e Industrial y sometiendo la magna tarea al estudio, dirección, planificación y realización por técnicos y hombres de absoluta competencia, ajenos por completo a los manejos de la política. Un gobierno revolucionario, después de asentar sobre sus parcelas con carácter de dueños a los cien mil agricultores pequeños que hoy pagan rentas, procedería a concluir definitivamente el 57


problema de la tierra, primero: estableciendo como ordena la Constitución un máximo de extensión para cada tipo de empresa agrícola y adquiriendo el exceso por vía de expropiación, reivindicando las tierras usurpadas al Estado, desecando marismas y terrenos pantanosos, plantando enormes viveros y reservando zonas para la repoblación forestal; segundo: repartiendo el resto disponible entre familias campesinas con preferencia a las más numerosas, fomentando cooperativas de agricultores para la utilización común de equipos de mucho costo, frigoríficos y una misma dirección profesional técnica en el cultivo y la crianza y facilitando, por último, recursos, equipos, protección y conocimientos útiles al campesinado. Un gobierno revolucionario resolvería el problema de la vivienda rebajando resueltamente el cincuenta por ciento de los alquileres, eximiendo de toda contribución a las casas habitadas por sus propios dueños, triplicando los impuestos sobre las casas alquiladas, demoliendo las infernales cuarterías para levantar en su lugar edificios modernos de muchas plantas y financiando la construcción de viviendas en toda la isla en escala nunca vista, bajo el criterio de que si lo ideal en el campo es que cada familia posea su propia parcela, lo ideal en la ciudad es que cada familia viva en su propia casa o apartamento. Hay piedra suficiente y brazos de sobra para hacerle a cada familia cubana una vivienda decorosa. Pero si seguimos esperando por los milagros del becerro de oro, pasarán mil años y el problema 58

estará igual. Por otra parte, las posibilidades de llevar corriente eléctrica hasta el último rincón de la isla son hoy mayores que nunca, por cuanto es ya una realidad la aplicación de la energía nuclear a esa rama de la industria, lo cual abaratará enormemente su costo de producción. Con estas tres iniciativas y reformas el problema del desempleo desaparecería automáticamente y la profilaxis y al lucha contra las enfermedades sería tarea mucho más fácil. Finalmente, un gobierno revolucionario procedería a la reforma integral de nuestra enseñanza, poniéndola a tono con las iniciativas anteriores, para preparar debidamente a las generaciones que están llamadas a vivir en una patria más feliz. No se olviden las palabras del Apóstol: “Se está cometiendo en [...] América Latina un error gravísimo: en pueblos que viven casi por completo de los productos del campo, se educa exclusivamente para la vida urbana y no se les prepara para la vida campesina”. “El pueblo más feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento y en la dirección de los sentimientos”. “Un pueblo instruido será siempre fuerte y libre”. Pero el alma de la enseñanza es el maestro, y a los educadores en Cuba se les paga miserablemente; no hay, sin embargo, ser más enamorado de su vocación que el maestro cubano. ¿Quién no aprendió sus primeras letras en una escuelita pública? Basta ya de estar pagando con limosnas a los hombres y mujeres que tienen en sus manos la misión 59


más sagrada del mundo de hoy y del mañana, que es enseñar. Ningún maestro debe ganar menos de doscientos pesos, como ningún profesor de segunda enseñanza debe ganar menos de trescientos cincuenta, si queremos que se dediquen enteramente a su elevada misión, si tener que vivir asediados por toda clase de mezquinas privaciones. Debe concedérseles además a los maestros que desempeñan su función en el campo, el uso gratuito de los medios de transporte; y a todos, cada cinco años por lo menos, un receso en sus tareas de seis meses con sueldo, para que puedan asistir a cursos especiales en el país o en el extranjero, poniéndose al día en los últimos conocimientos pedagógicos y mejorando constantemente sus programas y sistemas. ¿De dónde sacar el dinero necesario? Cuando no se lo roben, cuando no haya funcionarios venales que se dejen sobornar por las grandes empresas con detrimento del fisco, cuando los inmensos recursos de la nación estén movilizados y se dejen de comprar tanques, bombarderos y cañones en este país sin fronteras, sólo para guerrear contra el pueblo, y se le quiera educar en vez de matar, entonces habrá dinero de sobra. Cuba podría albergar espléndidamente una población tres veces mayor; no hay razón, pues, para que exista miseria entre sus actuales habitantes. Los mercados debieran estar abarrotados de productos; las despensas de las casas debieran estar llenas; todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente. No, eso no es inconcebible. Lo inconcebible es que haya hombres que se acuesten con hambre 60

mientras quede una pulgada de tierra sin sembrar; lo inconcebible es que haya niños que mueran sin asistencia médica, lo inconcebible es que el treinta por ciento de nuestros campesinos no sepan firmar, y el noventa y nueve por ciento no sepa de historia de Cuba; lo inconcebible es que la mayoría de las familias de nuestros campos estén viviendo en peores condiciones que los indios que encontró Colón al descubrir la tierra más hermosa que ojos humanos vieron. A los que me llaman por esto soñador, les digo como Martí: El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ése es [...] el único hombre práctico cuyo sueño de hoy será la ley de mañana, porque el que haya puesto los ojos en las entrañas universales y visto hervir los pueblos, llameantes y ensangrentados, en la artesa de los siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción, está del lado del deber.

Únicamente inspirados en tan elevados propósitos, es posible concebir el heroísmo de los que cayeron en Santiago de Cuba. Los escasos medios materiales con que hubimos de contar impidieron el éxito seguro. A los soldados les dijeron que Prío nos había dado un millón de pesos; querían desvirtuar el hecho más grave para ellos: que nuestro movimiento no tenía relación alguna con el pasado, que era una nueva generación cubana con sus propias ideas la que se erguía contra la tiranía, de jóvenes que no tenían apenas siete años cuando Batista comenzó a cometer sus primeros crímenes en el año 34. 61


La mentira del millón no podía ser más absurda: si con menos de veinte mil pesos armamos ciento sesenta y cinco hombres y atacamos un regimiento y un escuadrón, con un millón de pesos hubiéramos podido armar ocho mil hombres, atacar cincuenta regimientos, cincuenta escuadrones, y Ugalde Carrillo no se habría enterado hasta el domingo 26 de julio a las 5:15 de la mañana. Sépase que, por cada uno que vino a combatir, se quedaron veinte perfectamente entrenados que no vinieron porque no había armas. Esos hombres desfilaron por las calles de La Habana con la manifestación estudiantil en el Centenario de Martí y llenaban seis cuadras en masa compacta. Doscientos más que hubieran podido venir o veinte granadas de mano en nuestro poder, y tal vez le habríamos ahorrado a este honorable tribunal tantas molestias.

la causa”; Fernando Chenard, que vendió sus aparatos de su estudio fotográfico, con el que se ganaba la vida; Pedro Marrero, que empeñó su sueldo de muchos meses y fue preciso prohibirle que vendería también los muebles de su casa; Oscar Alcalde, que vendió su laboratorio de productos farmacéuticos; Jesús Montané, que entregó el dinero que había ahorrado durante más de cinco años; y así por el estilo muchos más, despojándose cada cual de lo poco que tenía.

Los políticos se gastan en sus campañas millones de pesos sobornando conciencias, y un puñado de cubanos que quisieron salvar el honor de la patria tuvo que venir a afrontar la muerte con las manos vacías por falta de recursos. Eso explica que al país lo hayan gobernado hasta ahora no hombres generosos y abnegados, sino el bajo mundo de la politiquería, el hampa de nuestra vida pública.

¡Cadáveres amados los que un día ensueños fuisteis de la patria mía, arrojad, arrojad sobre mi frente polvo de vuestros huesos carcomidos! ¡Tocad mi corazón con vuestras manos! ¡Gemid a mis oídos! ¡Cada uno ha de ser de mis gemidos lágrimas de uno más de los tiranos! ¡Andad a mi rencor; vagad en tanto que mi ser vuestro espíritu recibe y dadme de las tumbas el espanto, que es poco ya para llorar el llanto cuando en infame

Con mayor orgullo que nunca digo que, consecuentes con nuestros principios, ningún político de ayer nos vio tocar a sus puertas pidiendo un centavo, que nuestros medios se reunieron con ejemplos de sacrificios que no tienen paralelo, como el de aquel joven, Elpidio Sosa, que vendió su empleo y se me presentó un día con trescientos pesos “para 62

Hace falta tener una fe muy grande en su patria para proceder así, y estos recuerdos de idealismo me llevaron directamente al más amargo capítulo de esta defensa: el precio que les hizo pagar la tiranía por querer librar a Cuba de la opresión y la injusticia.

esclavitud se vive!

Multiplicad por diez el crimen del 27 de noviembre de 1871 y tendréis los crímenes monstruosos y repugnantes del 26, 27, 28 y 29 de julio de 1953 en Oriente. Los hechos están recientes todavía, pero cuando los años pasen y el cielo de la patria se despeje, cuando los ánimos exaltados se aquieten y el miedo no turbe los espíritus, se empezará a ver en toda su espantosa realidad la magnitud de la 63


masacre, y las generaciones venideras volverán aterrorizadas los ojos hacia este acto de barbarie sin precedentes en nuestra historia. Pero no quiero que la ira me ciegue, porque necesito toda la claridad de mi mente y la serenidad del corazón destrozado para exponer los hechos tal como ocurrieron, con toda sencillez, antes que exagerar el dramatismo, porque siento vergüenza, como cubano, que unos hombres sin entrañas, con sus crímenes incalificables, hayan deshonrado nuestra patria ante el mundo.

se descartaron escandalosamente todas las órdenes del tribunal? ¿Por qué se hicieron cosas nunca vistas en ningún proceso público a fin de evitar a toda costa mi comparecencia? Yo en cambio hice lo indecible por estar presente, reclamando del tribunal que se me llevase al juicio en cumplimiento estricto de las leyes, denunciando para impedirlo; quería discutir con ellos frente a frente y cara a cara. Ellos no quisieron: ¿Quién temía la verdad y quién no la temía?

No fue nunca el tirano Batista un hombre de escrúpulos que vacilara antes de decir al pueblo la más fantástica mentira. Cuando quiso justificar el traidor cuartelazo del 10 de marzo, inventó un supuesto golpe militar que habría de ocurrir en el mes de abril y que “él quiso evitar para que no fuera sumida en sangre la república”, historieta ridícula que no creyó nadie; y cuando quiso sumir en sangre la república y ahogar en el terror, la tortura y el crimen la justa rebeldía de una juventud que no quiso ser esclava suya, inventó entonces mentiras más fantásticas todavía. ¡Qué poco respeto se le tiene a un pueblo cuando se le trata de engañar tan miserablemente! El mismo día que fui detenido, yo asumí públicamente la responsabilidad del movimiento armado del 26 de julio, y si una sola de las cosas que dijo el dictador contra nuestros combatientes en su discurso del 27 de julio hubiese sido cierta, bastaría para haberme quitado la fuerza moral en el proceso. Sin embargo, ¿por qué no se me llevó al juicio? ¿Por qué falsificaron certificados médicos? ¿Por qué se violaron todas las leyes del procedimiento y

Las cosas que afirmó el dictador desde el polígono del campamento de Columbia serían dignas de risa si no estuviesen tan empapadas de sangre. Dijo que los atacantes eran un grupo de mercenarios entre los cuales había numerosos extranjeros; dijo que la parte principal del plan era un atentado contra él —él, siempre él—, como si los hombres que atacaron el baluarte del Moncada no hubieran podido matarlo a él y a veinte como él, de haber estado conformes con semejantes métodos; dijo que el ataque había sido fraguado por el ex presidente Prío y con dinero suyo, y se ha comprobado ya hasta la saciedad la ausencia absoluta de toda relación entre este movimiento y el régimen pasado; dijo que estábamos armados de ametralladoras y granadas de mano, y aquí los técnicos del Ejército han declarado que sólo teníamos una ametralladora degollado a la posta, y ahí han aparecido en el sumario los certificados de defunción y los certificados médicos correspondientes a todos los soldados muertos o heridos, de donde resulta que ninguno presentaba lesiones de arma blanca. Pero sobre todo, lo más

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importante, dijo que habíamos acuchillado a los enfermos del Hospital Militar, y los médicos de ese mismo hospital, ¡nada menos que los médicos del Ejército!, han declarado en el juicio que ese edificio nunca estuvo ocupado por nosotros, que ningún enfermo fue muerto o herido y que sólo hubo allí una baja, correspondiente a un empleado sanitario que se asomó imprudentemente por una ventana.

que honran el uniforme, ésos sí son hombres! Ni el militar verdadero ni el verdadero hombre es capaz fe manchar su vida con la mentira o el crimen. Yo sé que están terriblemente indignados con los bárbaros asesinatos que se cometieron, yo sé que sienten con repugnancia y vergüenza el olor a sangre homicida que impregna hasta la última piedra del cuartel Moncada.

Cuando un jefe de Estado o quien pretende serlo hace declaraciones al país, no habla por hablar: alberga siempre algún propósito, persigue siempre un efecto, lo anima siempre una intención. Si ya nosotros habíamos sido militarmente vencidos, si ya no significábamos un peligro real para la dictadura, ¿por qué se nos calumniaba de ese modo? Si no está claro que era un discurso sangriento, si no es evidente que se pretendía justificar los crímenes que se estaban cometiendo desde la noche anterior y que se irían a cometer después, que hablen por mí los números: el 27 de julio, en su discurso desde el polígono militar, Batista dijo que los atacantes habíamos tenido treinta y dos muertos; al finalizar la semana los muertos ascendían a más de ochenta. ¿En qué batallas, en qué lugares, en qué combates murieron esos jóvenes? Antes de hablar Batista se habían asesinado más de veinticinco prisioneros; después que habló Batista se asesinaron cincuenta.

Emplazo al dictador a que repita ahora, si puede, sus ruines calumnias por encima del testimonio de esos honorables militares; lo emplazo a que justifique ante el pueblo de Cuba su discurso del 27 de julio, ¡que no se calle, que hable!, que digan quiénes son los asesinos, los despiadados, los inhumanos, que diga si la cruz de honor que fue a ponerles en el pecho a los héroes de la masacre era para premiar los crímenes repugnantes que se cometieron; que asuma desde ahora la responsabilidad ante la historia y no pretenda decir después que fueron los soldados sin órdenes suyas, que explique a la nación los setenta asesinatos; ¡fue mucha la sangre! La nación necesita una explicación, la nación lo demanda, la nación lo exige.

¡Qué sentido del honor tan grande el de esos militares modestos, técnicos y profesionales del Ejército, que al comparecer ante el tribunal no desfiguraron los hechos y emitieron sus informes ajustándose a la estricta verdad! ¡Ésos sí son militares

Se sabía que en 1933, al finalizar el combate del Hotel Nacional, algunos oficiales fueron asesinados después de rendirse, lo cual motivó una enérgica protesta de la revista Bohemia; se sabía también que después de capitulado el fuerte de Atarés las ametralladoras de los sitiadores barrieron una fila de prisioneros y que un soldado, preguntando quién era Blas Hernández, lo asesinó disparándole un tiro en pleno rostro, soldado que en premio de

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su cobarde acción fue ascendido a oficial. Era conocido que el asesinato de prisioneros está fatalmente unido en la historia de Cuba al nombre de Batista. ¡Torpe ingenuidad nuestra que no lo comprendimos claramente! Sin embargo, en aquellas ocasiones los hechos ocurrieron en cuestión de minutos, no más que lo de una ráfaga de ametralladoras cuando los ánimos estaban todavía exaltados, aunque nunca tendrá justificación semejante proceder. No fue así en Santiago de Cuba. Aquí todas las formas de crueldad, ensañamiento y barbarie fueron sobrepasadas. No se mató durante un minuto, una hora o un día entero, sino que en una semana completa, los golpes, las torturas, los lanzamientos de azotea y los disparos no cesaron un instante como instrumentos de exterminio manejados por artesanos perfectos del crimen. El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y de muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros. Los muros se salpicaron de sangre; en las paredes las balas quedaron incrustadas con fragmentos de piel, sesos y cabellos humanos, chamusqueados por los disparos a boca de jarro, y el césped se cubrió de oscura y pegajosa sangre. Las manos criminales que rigen los destinos de Cuba habían escrito para los prisioneros a la entrada de aquel antro de muerte, la inscripción del infierno: “Dejad toda esperanza”. No cubrieron ni siquiera las apariencias, no se preocuparon lo más mínimo por disimular lo que estaban haciendo: creían haber engañado al

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pueblo con sus mentiras y ellos mismos terminaron engañándose. Se sintieron amos y señores del universo, dueños absolutos de la vida y la muerte humana. Así, el susto de la madrugada lo disiparon en un festín de cadáveres, en una verdadera borrachera de sangre. Las crónicas de nuestra historia, que arrancan cuatro siglos y medio atrás, nos cuentan muchos hechos de crueldad, desde las matanzas de indios indefensos, las atrocidades de los piratas que asolaban las costas, las barbaridades de los guerrilleros en la lucha de la independencia, los fusilamientos de prisioneros cubanos por el ejército de Weyler, los horrores del machadato, hasta los crímenes de marzo del 35; pero con ninguno se escribió una página sangrienta tan triste y sombría, por el número de víctimas y por la crueldad de sus victimarios, como en Santiago de Cuba. Sólo un hombre en todos esos siglos ha manchado de sangre dos épocas distintas de nuestra existencia histórica y ha clavado sus garras en la carne de dos generaciones de cubanos. Y para derramar este río de sangre sin precedentes esperó que estuviésemos en el Centenario del Apóstol y acabada de cumplir cincuenta años la república que tantas vidas costó para la libertad, porque pesa sobre un hombre que había gobernado ya como amo durante once largos años este pueblo que por tradición y sentimiento ama la libertad y repudie el crimen con toda su alma, un hombre que no ha sido, además, ni leal, ni sincero, ni honrado, ni caballero un solo minuto de su vida pública. 69


No fue suficiente la traición de enero de 1934, los crímenes de marzo de 1935, y los cuarenta millones de fortuna que coronaron la primera etapa; era necesaria la traición de marzo de 1952, los crímenes de julio de 1953 y los millones que sólo el tiempo dirá. Dante dividió su infierno en nueve círculos: puso en el séptimo a los criminales, puso en el octavo a los ladrones y puso en el noveno a los traidores. ¡Duro dilema el que tendrían los demonios para buscar un sitio adecuado al alma de este hombre... si este hombre tuviera alma! Quien alentó los hechos atroces de Santiago de Cuba no tiene entrañas siquiera.

participado en la acción, ya puede suponerse la horrible suerte que corrieron los prisioneros participantes o que ellos creían que habían participado: porque así como en esta causa involucraron a muchas personas ajenas por completo a los hechos, así también mataron a muchos de los prisioneros detenidos que no tenían nada que ver con el ataque; éstos no están incluidos en las cifras de víctimas que han dado, las cuales se refieren exclusivamente a los hombres nuestros. Algún día se sabrá el número total de inmolados.

Sería interminable referir los crímenes y atropellos que se cometieron contra la población civil. Y si de esta forma actuaron con los que no habían

El primer prisionero asesinado fue nuestro médico, el doctor Mario Muñoz, que no llevaba armas ni uniforme y vestía su bata de galeno, un hombre generoso y competente que hubiera atendido con la misma devoción tanto al adversario como al amigo herido. En el camino del Hospital Civil al cuartel le dieron un tiro por la espalda y allí lo dejaron tendido boca abajo en un charco de sangre. Pero la matanza en masa de prisioneros no comenzó hasta pasadas las 3:00 de la tarde. Hasta esa hora esperaron órdenes. Llegó entonces de La Habana el general Martín Díaz Tamayo, quien trajo instrucciones concretas salidas de una reunión donde se encontraban Batista, el jefe del Ejército, el jefe del SIM, el propio Díaz Tamayo y oros. Dijo que “era una vergüenza y un deshonor para el Ejército haber tenido en el combate tres veces más bajas que los atacantes y que había que matar diez prisioneros por cada soldado muerto”. ¡Ésta fue la orden!

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Conozco muchos detalles de la forma en que se realizaron esos crímenes por boca de algunos militares que, llenos de vergüenza, me refirieron las escenas de que habían sido testigos. Terminado el combate se lanzaron como fieras enfurecidas sobre la ciudad de Santiago de Cuba y contra la población indefensa saciaron las primeras iras. En plena calle y muy lejos del lugar donde fue la lucha le atravesaron el pecho de un balazo a un niño inocente que jugaba junto a la puerta de su casa, y cuando el padre se acercó para recogerlo, le atravesaron la frente con oro balazo. Al “Niño” Cala, que iba para su casa con un cartucho de pan en las manos, lo balacearon sin mediar palabra.


En todo grupo humano hay hombres que bajos instintos, criminales natos, bestias portadoras de todos los atavismos ancestrales revestidas de forma humana, monstruos refrenados por la disciplina y el hábito social, pero que si se les da a beber sangre en un río, no cesarán hasta que lo hayan secado. Lo que estos hombres necesitan precisamente era esa orden. En sus manos precio lo mejor de Cuba: lo más valiente, lo más honrado, lo más idealista. El tirano los llamó mercenarios, y allí estaban ellos muriendo como héroes en manos de hombres que cobran un sueldo de la República y que con las armas que ella les entregó para que la defendieran sirven los intereses de una pandilla y asesinan a los mejores ciudadanos.

la última mostrándole el ojo, le dijeron: “Éste es de tu hermano; si tú no dices lo que no quiso decir, le arrancaremos el otro”. Ella, que quería a su valiente hermano por encima de todas las cosas, les contestó llena de dignidad: “Si ustedes le arrancaron un ojo y él no lo dijo, mucho menos lo diré yo”. Más tarde volvieron y las quemaron en los brazos con colillas encendidas, hasta que por último, llenos de despecho, le dijeron nuevamente a la joven Haydée Santamaría: “Ya no tienes novio porque te lo hemos matado también”. Y ella les contestó imperturbable otra vez: “Él no está muerto, porque morir por la patria es vivir”. Nunca fue puesto en un lugar tan alto de heroísmo y dignidad el nombre de la mujer cubana.

En medio de las torturas les ofrecían la vida si traicionando su posición ideológica se prestaban a declarar falsamente que Prío les había dado el dinero, y como ellos rechazaban indignados la proposición, continuaban torturándolos horriblemente. Les trituraron los testículos y les arrancaron los ojos, pero ninguno claudicó, ni se oyó un lamento ni una súplica: aun cuando los habían privado de sus órganos viriles, seguían siendo mil veces más hombres que todos sus verdugos juntos. Las fotografías no mientan y esos cadáveres aparecen destrozados. Ensayaron otros medios; no podían con el valor de los hombres y probaron el valor de las mujeres. Con un ojo humano ensangrentado en las manos se presentaron un sargento y varios hombres en el calabozo donde se encontraban las compañeras Melba Hernández y Haydée Santamaría, y dirigiéndose a

No respetaron ni siquiera a los heridos en el combate que estaban recluidos en distintos hospitales de la ciudad, adonde los fueron a buscar como buitres que siguen la presa. En el Centro Gallego penetraron hasta el salón de operaciones en el instante mismo que recibían transfusión de sangre dos heridos graves; los arrancaron de las mesas y como no podían estar en pie, los llevaron arrastrando hasta la planta baja donde llegaron cadáveres.

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No pudieron hacer lo mismo en la Colonia Española, donde estaban recluidos los compañeros Gustavo Arcos y José Ponce, porque se los impidió valientemente el doctor Posada, diciéndoles que tendrían que pasar sobre su cadáver. A Pedro Miret, Abelardo Crespo y Fidel Labrador les inyectaron aire y alcanfor en las venas


para matarlos en el Hospital Militar. Deben sus vidas al capitán Tamayo, médico del Ejército y verdadero militar de honor, que a punta de pistola se los arrebató a los verdugos y los trasladó al Hospital Civil. Estos cinco jóvenes fueron los únicos heridos que pudieron sobrevivir. Por las madrugadas eran sacados del campamento grupos de hombres y trasladados en automóviles a Siboney, La Maya, Songo y otros lugares, donde se les bajaba atados y amordazados, ya deformados por las torturas, para matarlos en parajes solitarios. Después los hacían constar como muertos en combate con el Ejército. Esto lo hicieron durante varios días y muy pocos prisioneros de los que iban siendo detenidos sobrevivieron. A muchos los obligaron antes a cavar su propia sepultura. Uno de los jóvenes, cuando realizaba aquella operación, se volvió y marcó en el rostro con la pica a uno de los asesinos. A otros, inclusive, los enterraron vivos con las manos atadas a la espalda. Muchos lugares solitarios sirven de cementerio a los valientes. Solamente en el campo de tiro del Ejército hay cinco enterrados. Algún día serán desenterrados y llevados en hombros del pueblo hasta el monumento que, junto a la tumba de Martí, la patria libre habrá de levantarles a los “Mártires del Centenario”.

por la espalda y ya en el suelo lo remataron con varias descargas más. Al segundo lo condujeron hasta el campamento; cuando lo vio el comandante Pérez Chaumont exclamó: “¡Y a éste para qué me lo han traído!”. El tribunal pudo escuchar la narración del hecho por boca de este joven que sobrevivió gracias a lo que Pérez Chaumont llamó “una estupidez de los soldados”. La consigna era general en toda la provincia. Diez días después del 26, un periódico de esta ciudad publicó la noticia de que, en la carretera de Manzanillo a Bayamo, habían aparecido dos jóvenes ahorcados. Más tarde se supo que eran los cadáveres de Hugo Camejo y Pedro Véliz. Allí también ocurrió algo extraordinario; las víctimas eran tres; los habían sacado del cuartel de Manzanillo a las 2:00 de la madrugada; en un punto de la carretera los bajaron y después de golpearlos hasta hacerles perder el sentido, los estrangularon con una soga. Pero cuando ya los habían dejado por muertos, uno de ellos, Andrés García, recobró el sentido, buscó refugio en casa de un campesino y gracias a ello también el tribunal pudo conocer con todo lujo de detalles el crimen. Este joven fue el único sobreviviente de todos los prisioneros que se hicieron en la zona de Bayamo.

El último joven que asesinaron en la zona de Santiago de Cuba fue Marcos Martí. Lo habían detenido en una cueva en Siboney el jueves 30 por la mañana junto con el compañero Ciro Redondo. Cuando los llevaban caminando por la carretera con los brazos en alto, le dispararon al primero un tiro

Cerca del río Cauto, en un lugar conocido por Barrancas, yacen en el fondo de un pozo ciego los cadáveres de Raúl de Aguiar, Armando Valle y Andrés Valdés, asesinados a medianoche en el camino de Alto Cedro a Palma Soriano por el sargento Montes de Oca, jefe de puesto del cuartel de Miranda, el

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cabo Maceo y el teniente jefe de Alto Cedro, donde aquéllos fueron detenidos. En los anales del crimen merece mención de honor el sargento Eulalio González, del cuartel Moncada, apodado “El Tigre”. Este hombre no tenía después el menor empacho para jactarse de sus tristes hazañas. Fue él quien con sus propias manos asesinó a nuestro compañero Abel Santamaría. Pero no estaba satisfecho. Un día en que volvía de la prisión de Boniato, en cuyos patios sostiene una cría de gallos finos, montó el mismo ómnibus donde viajaba la madre de Abel. Cuando aquel monstruo comprendió de quien se trataba, comenzó a referir en alta voz sus proezas y dijo bien alto para que lo oyera la señora vestida de luto: “Pues yo sí saqué muchos ojos y pienso seguirlos sacando”. Los sollozos de aquella madre ante la afrenta cobarde que le infería el propio asesino de su hijo expresan mejor que ninguna palabra el oprobio moral sin precedentes que está sufriendo nuestra patria. A esas mismas madres, cuando iban al cuartel Moncada preguntando por sus hijos, con cinismo inaudito les contestaban: “¡Cómo no, señora! Vaya a verlo al Hotel Santa Ifigenia donde se lo hemos hospedado”. ¡O Cuba no es Cuba, o los responsables de estos hechos tendrán que sufrir un escarmiento terrible! Hombres desalmados que insultaban groseramente al pueblo cuando se quitaban los sombreros al paso de los cadáveres de los revolucionarios.

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Las calles de Cuba fueron escenario de la violencia al pueblo por parte de las fuerzas represivas.


Tantas fueron las víctimas que todavía el gobierno no se ha atrevido a dar las listas completas, saben que las cifras no guardan proporción alguna. Ellos tienen los nombres de todos los muertos porque antes de asesinar a los prisioneros les tomaban las generales. Todo ese largo trámite de identificación a través del Gabinete Nacional fue pura pantomima; y hay familias que no saben todavía la suerte de sus hijos. Si ya han pasado casi tres meses, ¿por qué no se dice la última palabra? Quiero hacer constar que a los cadáveres se les registraron los bolsillos buscando hasta el último centavo y se les despojó de las prendas personales, anillos y relojes, que hoy están usando descaradamente los asesinos.

“Patria o muerte. ¡Venceremos!”.

Gran parte de lo que acabo de referir ya lo sabíais vosotros, señores magistrados, por las declaraciones de mis compañeros. Pero véase cómo no han permitido venir a este juicio a muchos testigos comprometedores y que en cambio asistieron a las sesiones del otro juicio. Faltaron, por ejemplo, todas las enfermeras del Hospital Civil, pese a que están aquí al lado nuestro, trabajando en el mismo edificio donde se celebra esta sesión; no las dejaron comparecer para que no pudieran afirmar ante el tribunal, contestando a mis preguntas, que aquí fueron detenidos veinte hombres vivos, además del doctor Mario Muñoz. Ellos temían que el interrogatorio a los testigos yo pudiese hacer deducir por escrito testimonios muy peligrosos.

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Pero vino el comandante Pérez Chaumont y no pudo escapar. Lo que ocurrió con este héroe de batallas contra hombres sin armas y maniatados da idea de lo que hubiera pasado en el Palacio de Justicia si no me hubiesen secuestrado del proceso. Le pregunté cuántos hombres nuestros habían muerto en sus célebres combates de Siboney. Titubeó. Le insistí, y me dijo por fin que veintiuno. Como yo sé que esos combates no ocurrieron nunca, le pregunté cuántos heridos habíamos tenido. Me contestó que ninguno: todos eran muertos. Por eso, asombrado, le repuse que si el Ejército estaba usando armas atómicas. Claro que donde hay asesinados a boca de jarro no hay heridos. Le pregunté después cuántas bajas había tenido el Ejército. Me contestó que dos heridos. Le pregunté por último que si alguno de esos heridos había muerto, y me dijo que no. Esperé. Desfilaron más tarde todos los heridos del Ejército y resultó que ninguno lo había sido en Siboney. Ese mismo comandante Pérez Chaumont, que apenas se ruborizaba de haber asesinado veintiún jóvenes indefensos, ha construido en la playa de Ciudamar un palacio que vale más de cien mil pesos. Sus ahorritos en sólo unos meses de marzato. ¡Y si eso ha ahorrado el comandante, cuánto habrán ahorrado los generales!

nuestros compañeros heridos? Solamente cinco han aparecido: al resto los asesinaron también. Las cifras son irrebatibles. Por aquí, en cambio, han desfilado veinte militares que fueron prisioneros nuestros y que según sus propias palabras no recibieron ni una ofensa. Por aquí han desfilado treinta heridos del Ejército, muchos de ellos en combates callejeros, y ninguno fue rematado. Si el Ejército tuvo diecinueve muertos y treinta heridos, ¿cómo es posible que nosotros hayamos tenido ochenta muertos y cinco heridos? ¿Quién vio nunca combates de veintiún muertos y ningún herido como los famosos de Pérez Chaumont?

Señores magistrados: ¿Dónde están nuestros compañeros detenidos los días 26, 27, 28 y 29 de julio, que se sabe pasaban de sesenta en la zona de Santiago de Cuba? Solamente tres y las dos muchachas han comparecido, los demás sancionados fueron todos detenidos más tarde. ¿Dónde están

Ahí están las cifras de bajas en los recios combates de la Columna Invasora en la guerra del 95, tanto aquellos en que salieron victoriosas como en los que fueron vencidas las armas cubanas: combate de Los Indios, en Las Villas: doce heridos, ningún muerto; combate de Mal Tiempo: cuatro muertos, veintitrés heridos; combate de Calimete: dieciséis muertos, sesenta y cuatro heridos; combate de La Palma: treinta y nueve muertos, ochenta y ocho heridos; combate de Cacarajícara: cinco muertos, trece heridos; combate del Descanso: cuatro muertos, cuarenta y cinco heridos; combate de San Gabriel del Lombillo: dos muertos, dieciocho heridos... en todos absolutamente el número de heridos es dos veces, tres veces y hasta diez veces mayor que el de muertos. No existían entonces los modernos adelantos de la ciencia médica que disminuyen la proporción de muertos. ¿Cómo puede explicarse la fabulosa proporción de dieciséis muertos por un herido si

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no es rematando a éstos en los mismos hospitales y asesinando después a los indefensos prisioneros? Estos números hablan sin réplica posible. “Es una vergüenza y un deshonor para el Ejército haber tenido en el combate tres veces más bajas que los atacantes; hay que matar diez prisioneros por cada soldado muerto...”. Ése es el concepto que tienen del honor los cabos furrieles ascendidos a generales del 10 de marzo, y ése es el honor que le quieren imponer al Ejército nacional. Honor falso, honor fingido, honor de apariencia que se basa en la mentira, la hipocresía y el crimen; asesinos que amasan con sangre una careta de honor. ¿Quién les dijo que morir peleando es un deshonor? ¿Quién les dijo que el honor de un Ejército consiste en asesinar heridos y prisioneros de guerra? En las guerras los ejércitos que asesinan a los prisioneros se han ganado siempre el desprecio y la execración del mundo. Tamaña cobardía no tiene justificación ni aun tratándose de enemigos de la patria invadiendo el territorio nacional. Como escribió un libertador de la América del Sur, “ni la más estricta obediencia militar puede cambiar la espada del soldado en cuchilla de verdugo”. El militar de honor no asesina al prisionero indefenso después del combate, sino que lo respeta; no remata al herido, sino que lo ayuda; impide el crimen y si no puede impedirlo, hace como aquel capitán español que al sentir los disparos con que fusilaban a los estudiantes quebró indignado su espada y renunció a seguir sirviendo a aquel ejército.

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Los que asesinaron a los prisioneros no se comportaron como dignos compañeros de los que murieron. Yo vi muchos soldados combatir con magnífico valor, como aquéllos de la patrulla que dispararon contra nosotros sus ametralladoras en un combate casi cuerpo a cuerpo o aquel sargento que desafiando la muerte se apoderó de la alarma para movilizar el campamento. Unos están vivos, me alegro; otros están muertos; sólo siento que hombres valerosos caigan defendiendo una mala causa. Cuando Cuba sea libre, debe respetar, amparar y ayudar también a las mujeres y los hijos de los valientes que cayeron frente a nosotros. Ellos son inocentes de las desgracias de Cuba; ellos son otras tantas víctimas de esta nefasta situación. Pero el honor que ganaron los soldados para las armas murieron en combate lo mancillaron los generales mandando asesinar prisioneros después del combate. Hombres que se hicieron generales de la madrugada al amanecer sin haber disparado un tiro, que compraron sus estrellas con alta traición a la república, que mandan asesinar los prisioneros de un combate en que no participaron: ésos son los generales del 10 de marzo, generales que no habrían servido ni para arrear las mulas que cargaban la impedimenta del ejército de Antonio Maceo. Si el ejército tuvo tres veces más bajas que nosotros, fue porque nuestros hombres estaban magníficamente entrenados, como ellos mismos dijeron, y porque se habían tomado medidas tácticas adecuadas, como ellos mismos reconocieron. Si

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el ejército no hizo un papel más brillante, si fue totalmente sorprendido pese a los millones que se gasta el SIM en espionaje, si sus granadas de mano no explotaron porque estaban viejas, se debe a que tiene generales como Martín Díaz Tamayo y coroneles como Ugalde Carrillo y Alberto del Río Chaviano. No fueron diecisiete traidores metidos en las filas del ejército como el 10 de marzo, sino ciento sesenta y cinco hombres que atravesaron la isla de un extremo a otro para afrontar la muerte a cara descubierta. Si esos jefes hubieran tenido honor militar, habrían renunciado a sus cargos en vez de lavar su vergüenza y su incapacidad personal en la sangre de los prisioneros. Matar prisioneros indefensos y después decir que fueron muertos en combate ésa es toda la capacidad militar de los generales del 10 de marzo. Así actuaban en los años más crueles de nuestra guerra de independencia los peores matones de Valeriano Weyler. Las crónicas de la guerra nos narran el siguiente pasaje: El día 23 de febrero entró en Punta Brava el oficial Baldomero Acosta con alguna caballería, al tiempo que, por el camino opuesto, acudía un pelotón del regimiento Pizarro al mando de un sargento, allí conocido por Barriguilla. Los insurrectos cambiaron algunos tiros con la gente de Pizarro, y se retiraron por el camino que une a Punta Brava con el caserío de Guatao. A los cincuenta hombres de Pizarro seguía una compañía de voluntarios de Marianao y otra del cuerpo de Orden Público, al mando del capitán Calvo [...] Siguieron marcha hacia Guatao, y al penetrar la vanguardia en el caserío se inició la matanza contra el vecindario pacífico; asesinaron a doce habitantes

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del lugar. [...] Con la mayor celeridad, la columna que mandaba el capitán Calvo echó mano a todos los vecinos que corrían por el pueblo, y amarrándolos fuertemente en calidad de prisioneros de guerra, los hizo marchar para La Habana. [...] No saciados aún con los atropellos cometidos en las afueras de Guatao, llevaron a remate otra bárbara ejecución que ocasionó la muerte a uno de los presos y terribles heridas a los demás. El marqués de Cervera, militar palatino y follón, comunicó a Weyler la costosísima victoria obtenida por las armas españolas; pero el comandante Zugasti, hombre de pundonor, denunció al gobierno lo sucedido, y calificó de asesinatos de vecinos pacíficos las muertes perpetradas por el facineroso capitán Calvo y el sargento Barriguilla. La intervención de Weyler en este horrible suceso y su alborozo al conocer los pormenores de la matanza se descubre de un modo palpable en el despacho oficial que dirigió al ministro de la guerra a raíz de la cruenta inmolación. Pequeña columna organizada por comandante militar Marianao con fuerzas de la guarnición, voluntarios y bomberos a las órdenes del capitán Calvo de orden público, batió, destrozándolas, partidas de Villanueva y Baldomero Acosta cerca de Punta Brava (Guatao), causándoles veinte muertos, que entregó, para su enterramiento al alcalde Guatao, haciéndoles quince prisioneros, entre ellos un herido [...] y suponiendo llevan muchos heridos; nosotros tuvimos un herido grave, varios leves y contusos. Weyler.

¿En qué se diferencia este parte de guerra de Weyler de los partes del coronel Chaviano dando cuenta de las victorias del comandante Pérez Chaumont? Sólo en que Weyler comunicó veinte muertos y Chaviano comunicó veintiuno; Weyler menciona un soldado herido en sus filas, Chaviano menciona dos; Weyler habla de un herido y quince prisioneros en el campo enemigo, Chaviano no habla de heridos ni prisioneros.

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Igual que admiré el valor de los soldados que supieron morir, admiro y reconozco que muchos militares se portaron dignamente y no se mancharon las manos en aquella orgía de sangre. No pocos prisioneros que sobrevivieron les deben la vida a la actitud honorable de militares como el teniente Sarría, el teniente Camps, el capitán Tamayo y otros que custodiaron caballerosamente a los detenidos. Si hombres como ésos no hubiesen salvado en parte el honor de las Fuerzas Armadas, hoy sería más honroso llevar arriba un trapo de cocina que un uniforme. Para mis compañeros muertos no clamo venganza. Como sus vidas no tenían precio, no podrían pagarlas con las suyas todos los criminales juntos. No es con sangre como pueden pagarse las vidas de los jóvenes que mueren por el bien de un pueblo; la felicidad de ese pueblo es el único precio digno que puede pagarse por ellas. Mis compañeros, además, no están ni olvidados ni muertos; viven hoy más que nunca y sus matadores han de ver aterrorizados cómo surge de sus cadáveres heroicos el espectro victorioso de su ideas. Que hable por mí el Apóstol: “Hay un límite al llanto sobre las sepulturas de los muertos, y es el amor infinito a la patria y a la gloria que se jura sobre sus cuerpos, y que no teme ni se abata ni se debilita jamás; porque los cuerpos de los mártires son el altar más hermoso de la honra”. [...] Cuando se muere en brazos de la patria agradecida, la muerte acaba, la prisión se rompe; ¡empieza, al fin, con el morir, la vida!

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Hasta aquí me he concretado casi exclusivamente a los hechos. Como no olvido que estoy delante de un tribunal de justicia que me juzga, demostraré ahora que únicamente de nuestra parte está el derecho y que la sanción impuesta a mis compañeros y la que se pretende imponerme no tiene justificación ante la razón, ante la sociedad y ante la verdadera justicia. Quiero ser personalmente respetuoso con los señores magistrados y os agradezco que no veáis en la rudeza de mis verdades ninguna animadversión contra vosotros. Mis razonamientos van encaminados sólo a demostrar lo falso y erróneo de la posición adoptada en la presente situación por todo el Poder Judicial, del cual cada tribunal no es más que una simple pieza obligada a marchar, hasta cierto punto, por el mismo sendero que traza la máquina, sin que ellos justifique, desde luego, a ningún hombre a actuar contra sus principios. Sé perfectamente que la máxima responsabilidad le cabe a la alta oligarquía que sin un gesto digno se plegó servilmente a los dictados del usurpador traicionando a la nación y renunciando a la independencia del Poder Judicial. Excepciones honrosas han tratado de remendar el maltrecho honor con votos particulares, pero el gesto de la exigua minoría apenas ha trascendido, ahogado por actitudes de mayorías sumisas y ovejunas. Este fatalismo, sin embargo, no me impedirá exponer la razón que me asiste. Si el traerme ante este tribunal no es más que pura comedia para darle apariencia de legalidad y justicia a lo arbitrario, estoy 87


dispuesto a rasgar con mano firme el velo infame que cubre tanta desvergüenza. Resulta curioso que los mismos que me traen ante vosotros para que se me juzgue y condene no han acatado una sola orden de este tribunal. Si este juicio, como habéis dicho, es el más importante que se ha ventilado ante un tribunal desde que se instauró la República, lo que yo diga aquí quizás se pierda en la conjura de silencio que me ha querido imponer la dictadura, pero sobre lo que vosotros hagáis, la posteridad volverá muchas veces los ojos. Pensad que ahora estáis juzgando a un acusado, pero vosotros, a su vez, seréis juzgados no una vez, sino muchas, cuantas veces el presente sea sometido a la crítica demoledora del futuro. Entonces lo que yo diga aquí se repetirá muchas veces, no porque se haya escuchado de mi boca, sino porque el problema de la justicia es eterno y, por encima de las opiniones de los jurisconsultos y teóricos, el pueblo tiene de ella un profundo sentido. Los pueblos poseen una lógica sencilla pero implacable, reñida con todo lo absurdo y contradictorio, y si alguno, además, aborrece con toda su alma el privilegio y la desigualdad, ése es el pueblo cubano. Sabe que la justicia se representa con una doncella, una balanza y una espada. Si la ve postrarse cobarde ante unos y blandir furiosamente el arma sobre otros, se la imaginará entonces como una mujer prostituida esgrimiendo un puñal. Mi lógica es la lógica sencilla del pueblo. Os voy a referir una historia. Había una vez una república. Tenía su Constitución, sus leyes, sus 88

libertades, Presidente, Congreso, tribunales; todo el mundo podría reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos, y en el pueblo palpitaba el entusiasmo. Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada; sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una mejora, un avance, y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro. ¡Pobre pueblo! Una mañana la ciudadanía se despertó estremecida; a las sombras de la noche los espectros del pasado se habían conjurado mientras ella dormía, y ahora la tenían agarrada por las manos, por los pies y por el cuello. Aquellas garras eran conocidas, aquellas fauces, aquellas guadañas de muerte, aquellas botas... No; no era una pesadilla; se trataba de la triste y terrible realidad: un hombre llamado Fulgencio Batista acababa de cometer el horrible crimen que nadie esperaba.

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Ocurrió entonces que un humilde ciudadano de aquel pueblo, que quería creer en las leyes de la República y en la integridad de sus magistrados a quienes había visto ensañarse muchas veces contra los infelices, buscó un Código de Defensa Social para ver qué castigos prescribía la sociedad para el autor de semejante hecho, y encontró lo siguiente: “Incurrirá en una sanción de privación de libertad de seis a diez años el que ejecutare cualquier hecho encaminado directamente a cambiar en todo o en parte, por medio de la violencia, la Constitución del Estado o la forma de gobierno establecida”. “Se impondrá una sanción de privación de libertad de tres a diez años al autor de un hecho dirigido a promover un alzamiento de gentes armadas contra los Poderes Constitucionales del Estado. La sanción será de privación de libertad de cinco a veinte años si se llevare a efecto la insurrección”. “El que ejecutare un hecho con el fin determinado de impedir, en todo o en parte, aunque fuere temporalmente al Senado, a la cámara de Representantes, al Representantes, al Presidente de la República o al Tribunal Supremo de Justicia, el ejercicio de sus funciones constitucionales, incurrirá en un sanción de privación de libertad de seis a diez años”. “El que tratare de impedir o estorbar la celebración de elecciones generales; [...] incurrirá en

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una sanción de privación de libertad de cuatro a ocho años”. “El que introdujere, publicare, propagare o tratare de hacer cumplir en Cuba, despacho, orden o decreto que tienda [...] a provocar la inobservancia de las leyes vigentes, incurrirá en una sanción de privación de libertad de dos años a seis años”. “El que sin facultad legal para ello ni orden del Gobierno tomare el mando de tropas, plazas, fortalezas, puestos militares, poblaciones o barcos o aeronaves de guerra incurrirá en una sanción de privación de libertad de cinco a diez años”. “Igual sanción se impondrá al que usurpare el ejercicio de una función atribuida por la Constitución como propia de alguno de los Poderes del Estado”. Sin decir una palabra a nadie, con el Código en una mano y los papeles en otra, el mencionado ciudadano se presentó en el viejo caserón de la capital donde funcionaba el tribunal competente, que estaba en la obligación de promover causa y castigar a los responsables de aquel hecho, y presentó un escrito denunciando los delitos y pidiendo para Fulgencio Batista y sus diecisiete cómplices la sanción de ciento ocho años de cárcel como ordenaba imponerle el Código de Defensa Social con todas las agravantes de reincidencia, alevosía y nocturnidad. Pasaron los días y pasaron los meses. ¡Qué decepción! El acusado no era molestado, se paseaba 91


por la República como un amo, lo llamaban honorable señor y general, quitó y puso magistrados, y nada menos que el día de la apertura de los tribunales se vio al reo sentado en el lugar de honor, entre los augustos y venerables patriarcas de nuestra justicia. Pasaron otra vez los días y los meses. El pueblo se cansó de abusos y de burlas. ¡Los pueblos se cansan! Vino la lucha, y entonces aquel hombre que estaba fuera de la ley, que había ocupado el poder por la violencia, contra la voluntad del pueblo y agrediendo el orden legal, torturó, asesinó, encarceló y acusó ante los tribunales a los que habían ido a luchar por la ley y devolverle al pueblo su libertad. Señores magistrados: Yo soy aquel ciudadano humilde que un día presentó inútilmente ante los tribunales para pedirles que castigaran a los ambiciosos que violaron las leyes e hicieron trizas nuestras instituciones, y ahora, cuando es a mí a quien se acusa de querer derrocar este régimen ilegal y restablecer la Constitución legítima de la República, se me tiene setenta y seis días incomunicado en una celda, sin hablar con nadie ni ver siquiera a mi hijo; se me conduce por la ciudad entre dos ametralladoras de trípode, se me traslada a este hospital para juzgarme secretamente con toda severidad y un fiscal con el Código en la mano, muy solemnemente, pide para mí veintiséis años de cárcel.

fuerza os obligará a condenarme. La primera no pudisteis castigar al culpable; la segunda, tendréis que castigar al inocente. La doncella de la justicia dos veces violada por la fuerza. ¡Y cuánta charlatanería para justificar lo injustificable, explicar lo inexplicable y conciliar lo inconciliable! Hasta que han dado por fin en afirmar, como suprema razón, que el hecho crea el derecho. Es decir que el hecho de haber lanzado los tanques y los soldados a la calle, apoderándose del Palacio Presidencial, la Tesorería de la República y los demás edificios oficiales, y apuntar con las armas al corazón del pueblo, crea el derecho a gobernarlo. El mismo argumento pudo utilizar los nazis que ocuparon las naciones de Europa e instalaron en ellas gobiernos de títeres. Admito y creo que la revolución sea fuerte de derecho; pero no podrá llamarse jamás revolución al asalto nocturno a mano armada del 10 de marzo. En el lenguaje vulgar, como dijo José Ingenieros, suele darse el nombre de revolución a los pequeños desórdenes que un grupo de insatisfechos promueve para quitar a los hartos sus prebendas políticas o sus ventajas económicas, resolviéndose generalmente en cambios de unos hombres por otros, en un reparto nuevo de empleos y beneficios. Ése no es el criterio del filósofo de la historia, no puede ser el del hombre de estudio.

Me diréis que aquella vez los magistrados de la República no actuaron porque se lo impedía la fuerza; entonces, confesadlo: esta vez también la

No ya en el sentido de cambios profundos en el organismo social, ni siquiera en la superficie del pantano público se vio mover una ola que agitase

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la podredumbre reinante. Si en el régimen anterior había politiquería, ha multiplicado por diez el pillaje y ha duplicado por cien la falta de respeto a la vida humana. Se sabía que Barriguilla había robado y había asesinado, que era millonario, que tenía en la capital muchos edificios de apartamentos, acciones numerosas en compañías extranjeras, cuentas fabulosas en bancos norteamericanos, que repartió bienes gananciales por dieciocho millones de pesos, que se hospedaba en el más lujoso hotel de los millonarios yanquis, pero lo que nunca podrá creer nadie es que Barriguilla fuera revolucionario. Barriguilla es el sargento de Weyler que asesinó doce cubanos en el Guatao... En Santiago de Cuba fueron setenta. De te fabula narratur. Cuatro partidos políticos gobernaban el país antes del 10 de marzo: Auténtico, Liberal, Demócrata y Republicano. A los dos días del golpe se adhirió el Republicano; no había pasado un año todavía y ya el Liberal y el Demócrata estaban otra vez en el poder, Batista no restablecía la Constitución, no restablecía las libertades públicas, no restablecía el Congreso, no restablecía el voto directo, no restablecía en fin ninguna de las instituciones democráticas arrancadas al país, pero restablecía a Verdeja, Guas Inclán, Salvito García Ramos, Anaya Murillo, y con los altos jerarcas de los partidos tradicionales en el gobierno, a lo más corrompido, rapaz, conservador y antediluviano de la política cubana. ¡Ésta es la revolución de Barriguilla!

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Ausente del más elemental contenido revolucionario, el régimen de Batista ha significado en todos los órdenes un retroceso de veinte años para Cuba. Todo el mundo ha tenido que pagar bien caro su regreso, pero principalmente las clases humildes que están pasando hambre y miseria mientras la dictadura que ha arruinado al país con la conmoción, la ineptitud y la zozobra se dedica a la más repugnante politiquería, inventando fórmulas y más fórmulas de perpetuarse en el poder aunque tenga que ser sobre un montón de cadáveres y un mar de sangre. Ni una sola iniciativa valiente ha sido dictada. Batista vive entregado de pies y manos a los grandes intereses, y no podía ser de otro modo, por su mentalidad, por la carencia total de ideología y de principios, por la ausencia absoluta de la fe, la confianza y el respaldo de las masas. Fue un simple cambio de manos y un reparto de botín entre los amigos, parientes, cómplices y la rémora de parásitos voraces que integran el andamiaje político del dictador. ¡Cuántos oprobios se le han hecho sufrir al pueblo para que un grupito de egoístas que no sienten por la patria la menor consideración puedan encontrar en la cosa pública un modus vivendi fácil y cómodo! ¡Con cuánta razón dijo Eduardo Chibás en su postrer discurso que Batista alentaba el regreso de los coroneles, del palmacristi y de la ley de fuga! De inmediato, después del 10 de marzo, comenzaron a producirse otra vez actos verdaderamente vandálicos que se creían desterrados para siempre en

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Cuba: el asalto a la Universidad del Aire, atentado sin precedentes a una institución cultural, donde los gangsters del SIM se mezclaron con los mocosos de la juventud del PAU; el secuestro del periodista Mario Kuchilán, arrancado en plena noche de su hogar y torturado salvajemente hasta dejarlo casi desconocido; el asesinato del estudiante Rubén Batista y las descargas criminales contra una pacífica manifestación estudiantil junto al mismo paredón donde los voluntarios fusilaron a los estudiantes del 71; hombres que arrojaron la sangre de los pulmones ante los mismos tribunales de justicia por las bárbaras torturas que les habían aplicado en los cuerpos represivos, como en el proceso del doctor García Bárcena. Y no voy a referir aquí los centenares de casos en que grupos de ciudadanos han sido apaleados brutalmente sin distinción de hombres o mujeres, jóvenes o viejos. Todo esto antes del 26 de julio. Después, ya se sabe, ni siquiera el cardenal Arteaga se libró de actos de esta naturaleza. Todo el mundo sabe que fue víctima de los agentes represivos. Oficialmente afirmaron que era obra de una banda de ladrones. Por una vez dijeron la verdad, ¿qué otra cosa es este régimen?...

Hitler asumió la responsabilidad por las matanzas del 30 de junio de 1934 diciendo que había sido durante 24 horas el Tribunal Supremo de Alemania; los esbirros de esta dictadura, que no cabe compararla con ninguna otra por la baja, ruin y cobarde, secuestran, torturan, asesinan, y después culpan canallescamente a los adversarios del régimen. Son los métodos típicos del sargento Barriguilla. En todos estos hechos que he mencionado, señores magistrados, ni una sola vez han aparecido los responsables para ser juzgados por los tribunales. ¡Cómo! ¿No era éste el régimen del orden, de la paz pública y el respeto a la vida humana? Si todo esto que he referido es para que se me diga si tal situación puede llamarse revolución engendradora de derecho; si es o no lícito luchar contra ella; si no han de estar muy prostituidos los tribunales de la República para enviar a la cárcel a los ciudadanos que quieren librar a su patria de tanta infamia.

La ciudadanía acaba de contemplar horrorizada el caso del periodista que estuvo secuestrado y sometido a torturas de fuego durante veinte días. En cada hecho un cinismo inaudito, una hipocresía infinita: la cobardía de rehuir la responsabilidad y culpar invariablemente a los enemigos del régimen. Procedimientos de gobierno que no tienen nada que envidiarle a la peor pandilla de gangster.

Cuba está sufriendo un cruel e ignominioso despotismo, y vosotros no ignoráis que la resistencia frente al despotismo es legítima; éste es un principio universalmente reconocido y nuestra Constitución de 1940 lo consagró expresamente en el párrafo segundo del artículo 40: “Es legítima la resistencia adecuada para la protección de los derechos individuales garantizados anteriormente”. Más, aun cuando no lo hubiese consagrado nuestra ley fundamental, es supuesto sin el cual no puede concebirse la existencia de una colectividad democrática.

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El profesor Infiesta en su libro de derecho constitucional establece una diferencia entre constitución política y constitución jurídica, y dice que “a veces se incluyen en la constitución jurídica principios constitucionales que, sin ello, obligarían igualmente por el consentimiento del pueblo, como los principios de la mayoría o de la representación en nuestras democracias”. El derecho de insurrección frente a la tiranía es uno de esos principios que, esté o no esté incluido dentro de la constitución jurídica, tiene siempre plena vigencia en una sociedad democrática. El planteamiento de esta cuestión ante un tribunal de justicia es uno de los problemas más interesantes del derecho público. Duguit ha dicho en su Tratado de Derecho Constitucional que “si la insurrección fracasa, no existirá tribunal que ose declarar que no hubo conspiración o atentado contra la seguridad del Estado porque el gobierno era tiránico y la intención de derribarlo era legítima”. Pero fijaos bien que no dice “el tribunal no deberá”, sino que “no existirá tribunal que ose declarar”; más claramente, que no habrá tribunal que se atreva, que no habrá tribunal lo suficientemente valiente para hacerlo bajo una tiranía. La cuestión no admite alternativa; si el tribunal es valiente y cumple con su deber, se atreverá. Se acaba de discutir ruidosamente la vigencia de la Constitución de 1940; el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales falló en contra de ella y a favor de los estatutos; sin embargo, señores magistrados, yo sostengo que la constitución de 98

1940 sigue vigente. Mi afirmación podrá parecer absurda y extemporánea; pero no os asombréis, soy yo quien se asombra de que un tribunal de derecho haya intentado darle un vil cuartelazo a la Constitución legítima de la República. Como hasta aquí, ajustándome rigurosamente a los hechos, a la verdad y a la razón, demostraré lo que acabo de afirmar. El Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales fue instituido por el artículo 172 de la Constitución de 1940, complementado por la Ley Orgánica número 7 de 31 de mayo de 1949. Estas leyes, en virtud de las cuales fue creado, le concedieron, en materia de inconstitucionalidad, una competencia específica y determinada: resolver los recursos de inconstitucionalidad contra las leyes, decretos-leyes, resoluciones o actos que nieguen, disminuyan, restrinjan o adulteren los derechos y garantías constitucionales o que impidan el libre funcionamiento de los órganos del Estado. En el artículo 194 se establecía bien claramente: “Los jueces y tribunales están obligados a resolver los conflictos entre las leyes vigentes y la Constitución ajustándose al principio de que ésta prevalezca siempre sobre aquéllas”. De acuerdo, pues, con las leyes que le dieron origen, el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales debía resolver siempre a favor de la Constitución. Si ese tribunal hizo prevalecer los estatutos por encima de la Constitución de la República, se salió por completo de su competencia y facultades, realizando, por tanto, un acto jurídicamente nulo. La decisión en sí misma, además, es absurda y lo absurdo no 99


tiene vigencia ni de hecho ni de derecho, no existe ni siquiera metafísicamente. Por muy venerable que sea un tribunal no podrá decir que el círculo es cuadrado, o, lo que es igual, que el engendro grotesco del 4 de abril puede llamarse Constitución de un Estado. Entendemos por Constitución la ley fundamental y suprema de una nación, que define su estructura política, regula el funcionamiento de los órganos del Estado y pone límites a sus actividades, ha de ser estable, duradera y más bien rígida. Los estatutos no llenan ninguno de estos requisitos. Primeramente, encierran una contradicción monstruosa, descarada y cínica en lo más esencial, que es lo referente a la integración de la República y el principio de la soberanía. El artículo 1 dice: “Cuba es un Estado independiente y soberano organizado como República democrática...”. El Presidente de la República será designado por el Consejo de Ministros. ¿Y quién elige el Consejo de Ministros? El artículo 120, inciso 13: “Corresponde al Presidente nombrar y renovar libremente a los ministros, sustituyéndolos en las oportunidades que proceda”. ¿Quién elige a quién por fin? ¿No es éste el clásico problema del huevo y la gallina que nadie ha resuelto todavía?

yo los nombro generales”. Hecho esto buscó veinte alabarderos y les dijo: “Yo los nombro ministros y ustedes me nombran presidente”. Así se nombraron unos a otros generales, ministros, presidente y se quedaron con el tesoro y la República. Y no es que se tratara de la usurpación de la soberanía por una sola vez para nombrar ministros, generales y presidente, sino que un hombre se declaró en unos estatutos dueño absoluto, no ya de la soberanía, sino de la vida y la muerte de cada ciudadano y de la existencia misma de la nación. Por eso sostengo que no solamente es traidora, vil, cobarde y repugnante la actitud del Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales, sino también absurda.

Un día se reunieron dieciocho aventureros. El plan era asaltar la República con su presupuesto de trescientos cincuenta millones. Al amparo de la traición y de las sombras consiguieron su propósito: “¿Y ahora qué hacemos?”. Uno de ellos les dijo a los otros: “Ustedes me nombran primer ministro y

Hay en los estatutos un artículo que ha pasado bastante inadvertido, pero es el que da la clave de esta situación y del cual vamos a sacar conclusiones decisivas. Me refiero a la cláusula de reforma contenida en el artículo 257 y que dice textualmente: “Esta Ley Constitucional podrá ser reformada por el Consejo de Ministros con un quórum de las dos terceras partes de sus miembros”. Aquí la burla llegó al colmo. No es sólo que hayan ejercido la soberanía para imponer al pueblo una Constitución sin contar con su consentimiento y elegir un gobierno que concentra en sus manos todos los poderes, sino que por el artículo 257 hacen suyo definitivamente el atributo más esencial de la soberanía que es la facultad de reformar la ley suprema y fundamental de la nación, cosa que han hecho ya varias veces desde el 10 de marzo, aunque afirman con el mayor cinismo del mundo en el

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artículo 2 que la soberanía reside en el pueblo y de él dimanan todos los poderes. Si para realizar estas reformas basta la conformidad del Consejo de Ministros, queda entonces en manos de un solo hombre el derecho de hacer y deshacer la República, un hombre que es además el más indigno de los que han nacido en esta tierra. ¿Y esto fue lo aceptado por el Tribunal de Garantías Constitucionales, y es válido y es legal todo lo que ello se derive? Pues bien, veréis lo que aceptó: “Esta Ley Constitucional podrá ser reformada por el Consejo de Ministros con un quórum de las dos terceras partes de sus miembros”. Tal facultad no reconoce límites; al amparo de ella cualquier artículo, cualquier capítulo, cualquier título, la ley entera puede ser modificada. El artículo 1, por ejemplo, que ya mencioné, dice que Cuba es un Estado independiente y soberano organizado como República democrática —”aunque de hecho sea hoy una satrapía sangrienta”—; el artículo 3 dice que “el territorio de la República está integrado por la isla de Cuba, la isla de Pinos y las demás islas y cayos adyacentes...”; así sucesivamente. Batista y su Consejo de Ministros, al amparo del artículo 257, pueden modificar todos esos atributos, decir que Cuba no es ya una República, sino una monarquía hereditaria y ungirse él, Fulgencio Batista, Rey; pueden desmembrar el territorio nacional y vender una provincia a un país extraño como hizo Napoleón con la Louisiana; pueden suspender el derecho a la vida y, como Herodes, mandar a degollar los niños recién 102

nacidos: todas estas medidas serían legales y vosotros tendríais que enviar a la cárcel a todo el que se opusiera, como pretendéis hacer conmigo en estos momentos. He puesto ejemplos extremos para que se comprenda mejor lo triste y humillante que es nuestra situación. ¡Y esas facultades omnímodas en manos de hombres que de verdad son capaces de vender la República con todos sus habitantes! Si el Tribunal de Garantías Constitucionales aceptó semejante situación, ¿qué espera para colgar las togas? Es un principio elemental de derecho público que no existe la constitucionalidad allí donde el Poder Constituye y el Poder Legislativo residen en el mismo organismo. Si el Consejo de Ministros hace las leyes, los decretos, los reglamentos y al mismo tiempo tiene facultad de modificar la Constitución en diez minutos, ¡maldita la falta que nos hace un Tribunal de Garantías Constitucionales! Su fallo es, pues, irracional, inconcebible, contrario a la lógica y a las leyes de la República, que vosotros, señores magistrados, jurasteis defender. Al fallar a favor de los Estatutos no quedó abolida nuestra ley suprema; sino que el Tribunal de Garantías Constitucionales y Sociales se puso fuera de la Constitución, renunció a sus fueros, se suicidó jurídicamente. ¡Qué en paz descanse! El derecho de resistencia que establece el artículo 40 de esa Constitución está plenamente vigente. ¿Se aprobó para que funcionara mientras la República marchaba normalmente? No, porque era para la Constitución lo que un bote salvavidas es para una nave en alta mar, que no se lanza al agua 103


sino cuando la nave ha sido torpedeada por enemigos emboscados en su ruta. Traicionada la Constitución de la República y arrebatadas al pueblo todas sus prerrogativas, sólo le quedaba ese derecho, que ninguna fuerza le puede quitar, el derecho a resistir a la opresión y a la injusticia. Si alguna duda queda, aquí está un artículo del Código de Defensa Social, que no debió olvidar el señor fiscal, el cual dice textualmente: “Las autoridades de nombramiento del Gobierno o por elección popular que no hubieren resistido a la insurrección por todos los medios que estuvieren a su alcance, incurrirán en una sanción de interdicción especial de seis a diez años”. Era obligación de los magistrados de la República resistir el cuartelazo traidor del 10 de marzo. Se comprende perfectamente que cuando nadie ha cumplido con la ley, cuando nadie ha cumplido el deber, se envía a la cárcel a los únicos que han cumplido con la ley y el deber. No podréis negarme que el régimen de gobierno que se le ha impuesto a la nación es indigno de su tradición y de su historia. En su libro, El espíritu de las leyes, que sirvió de fundamento a la moderna división de poderes, Montesquieu distingue por su naturaleza tres tipos de gobierno: El republicano, en que el pueblo entero o una parte del pueblo tiene el poder soberano; el monárquico, en que uno solo gobierna pero con arreglo a leyes fijas y determinadas; y el despótico, en que uno solo, sin ley y sin regla, lo hace todo sin más que su voluntad y su capricho.

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Luego añade: Un hombre al que sus cinco sentidos le dicen sin cesar que lo es todo, y que los demás no son nada, es naturalmente ignorante, perezoso, voluptuoso (…) Así como es necesaria la virtud en una democracia, el honor en una monarquía, hace falta el temor en un gobierno despótico; en cuanto a la virtud, no es necesaria, y en cuanto al honor, sería peligroso.

El derecho de rebelión contra el despotismo, señores magistrados, ha sido reconocido, desde la más lejana antigüedad hasta el presente, por hombres de todas las doctrinas, de todas las ideas y todas las creencias. En las monarquías teocráticas de las más remota antigüedad china, era prácticamente un principio constitucional que cuando el rey gobernase torpe y despóticamente fuese depuesto y reemplazado por un príncipe virtuoso. Los pensadores de la antigua India ampararon la resistencia activa frente a las arbitrariedades de la autoridad. Justificaron la revolución y llevaron muchas veces sus teorías a la práctica. Uno de sus guías espirituales decía que “una opinión sostenida por muchos es más fuerte que el mismo rey. La soga tejida por muchas fibras es suficiente para arrastrar a un león”. Las ciudades estados de Grecia y la República Romana no sólo admitían sino que apologetizaban la muerte violenta de los tiranos. En la Edad Media, Juan de Salisbury, en su Libro de hombre de Estado, dice que cuando un 105


príncipe no gobierna con arreglo a derecho y degenera en tirano, es lícita y está justificada su deposición violenta. Recomienda que contra el tirano se use el puñal aunque no el veneno. Santo Tomás de Aquino, en la Summa theologica, rechazó la doctrina del tiranicidio, pero sostuvo, sin embargo, la tesis de que los tiranos debían ser depuestos por el pueblo. Martín Lutero proclamó que cuando un gobierno degenera en tirano vulnerando las leyes, los súbditos quedaban librados del deber de obediencia. Su discípulo Felipe Melanchton sostiene el derecho de resistencia cuando los gobiernos se convierten en tirano. Calvino, el pensador más notable de la Reforma desde el punto de vista de las ideas políticas, postula que el pueblo tiene derecho a tomar las armas para oponerse a cualquier usurpación. Nada menos que un jesuita español de la época de Felipe II, Juan Mariana, en su libro De Rege et Regis Institutione, afirma que cuando el gobernante usurpa el poder, o cuando, elegido, rige la vida pública de manera tiránica, es lícito el asesinato por un simple particular, directamente, o valiéndose del engaño, con el menor disturbio posible.

Por esa misma época aparece también un folleto que fue muy leído, titulado Vindiciae Contra Tyrannos, firmado bajo el seudónimo de Stephanus Junius Brutus, donde se proclama abiertamente que es legítima la resistencia a los gobiernos cuando oprimen al pueblo y que era deber de los magistrados honorables encabezar la lucha. Los reformadores escoceses Juan Knox y Juan Poynet sostuvieron este mismo punto de vista, y en el libro más importante de ese movimiento, escrito por Jorge Buchnam, se dice que si el gobierno logra el poder sin contar con el consentimiento del pueblo o rige los destinos de éste de una manera injusta y arbitraria, se convierte en tirano y puede ser destituido o privado de la vida en el último caso. Juan Altusio, jurista alemán de principios del siglo XVII, en su Tratado de política, dice que la soberanía en cuanto autoridad suprema del Estado nace del concurso voluntario de todos sus miembros; que la autoridad suprema del Estado nace del concurso voluntario del gobierno arranca del pueblo y que su ejercicio injusto, extralegal o tiránico exime al pueblo del deber de obediencia y justifica la resistencia y la rebelión.

El escritor francés Francisco Hotman sostuvo que entre gobernantes y súbditos existe el vínculo de un contrato, y que el pueblo puede alzarse en rebelión frente a la tiranía de los gobiernos cuando éstos violan aquel pacto.

Hasta aquí, señores magistrados, he mencionado ejemplos de la Antigüedad, la Edad Media y de los primeros tiempos de la Edad Moderna: escritores de todas las ideas y todas las creencias. Más, como veréis, este derecho está en la raíz misma de nuestra existencia política, gracias a él

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vosotros podéis vestir hoy esas togas de magistrados cubanos que ojalá fueran para la justicia.

y destituir reyes, y tiene el deber de separar a los tiranos.

Sabido es que en Inglaterra, en el siglo XVII, fueron destronados dos reyes, Carlos I y Jacobo II, por actos de despotismo. Estos hechos coincidieron con el nacimiento de la filosofía política liberal, esencia ideológica de una nueva clase social que pugnaba entonces por romper las cadenas del feudalismo. Frente a las tiranías de derecho divino esa filosofía opuso el principio del contrato social y el consentimiento de los gobernados, y sirvió de fundamento a la revolución inglesa de 1688, y a las revoluciones americana y francesa de 1775 y 1789.

Juan Locke, en su Tratado de gobierno, sostiene que cuando se violan los derechos naturales del hombre, el pueblo tiene el derecho y el deber de suprimir o cambiar de gobierno. “El único remedio contra la fuerza sin autoridad está en oponerle la fuerza”.

Estos grandes acontecimientos revolucionarios abrieron el proceso de liberación de las colonias españolas en América, cuyo último eslabón fue Cuba. En esta filosofía se alimentó nuestro pensamiento político y constitucional que fue desarrollándose desde la primera Constitución de Guáimaro hasta la del 1940, influida esta última ya por las corrientes socialistas del mundo actual que consagraron en ella el principio de la función social de la propiedad y el derecho inalienable del hombre a una existencia decorosa, cuya plena vigencia han impedido los grandes intereses creados.

Juan Jacobo Rousseau dice con mucha elocuencia en su Contrato social: Mientras un pueblo se ve forzado a obedecer y obedece, hace bien; tan pronto como puede sacudir el yugo y lo sacude, hace mejor, recuperando su libertad por el mismo derecho que se la han quitado. El más fuerte no es nunca suficientemente fuerte para ser siempre el amo, si no transforma la fuerza en derecho y la obediencia en deber. [...] La fuerza es un poder físico; no veo qué moralidad pueda derivarse de sus efectos. Ceder a la fuerza es un acto de necesidad, no de voluntad; todo lo más es un de prudencia. ¿En qué sentido podrá ser esto un deber? Renunciar a la libertad es renunciar a la calidad del hombre, a los derechos de la humanidad, incluso a sus deberes. No hay recompensa posible para aquel que renuncia a todo. Tal renuncia es incomparable con la naturaleza del hombre, y quitar toda la libertad a la voluntad es quitar toda la moralidad a las acciones. En fin, es una convicción vana y contradictoria estipular por una parte con una autoridad absoluta y por otra con una obediencia sin límites...

El derecho de insurrección contra la tiranía recibió entonces su consagración definitiva y se convirtió en postulado esencial de la libertad política.

Thomas Paine dijo que “un hombre justo es más digno de respeto que un rufián coronado”.

Ya en 1649 Juan Milton escribe que el poder político reside en el pueblo, quien puede nombrar

Sólo escritores reaccionarios se opusieron a este derecho de los pueblos, como aquel clérigo de

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Virginia, Jonathan Boucher, quien dijo que “el derecho a la revolución era una doctrina condenable derivada de Lucifer, el padre de las rebeliones”. La Declaración de Independencia del Congreso de Filadelfia, el 4 de julio de 1776, consagró este derecho en un hermoso párrafo que dice: Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos inalienables entre los cuales se cuentan la vida, la libertad y la consecución de la felicidad; que para asegurar estos derechos se instituyen entre los hombres gobiernos cuyos justos poderes derivan del consentimiento de los gobernados; que siempre que una forma de gobierno tienda a destruir esos fines, al pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios y organice sus poderes en la forma que a su juicio garantice mejor su seguridad y felicidad.

La famosa Declaración francesa de los Derechos del Hombre legó a las generaciones venideras este principio: Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para éste el más sagrado de los derechos y el más imperioso de los deberes. Cuando una persona se apodera de la soberanía, debe ser condenada a muerte por los hombres libres.

Creo haber justificado suficientemente mi punto de vista: son más razones que las que esgrimió el señor fiscal para pedir que se me condene a veintiséis años de cárcel; todas asisten a los hombres que luchan por la libertad y la felicidad de un pueblo; ninguna a los que lo oprimen, envilecen y saquean despiadadamente; por eso yo he tenido que exponer muchas y él no pudo exponer una sola. 110

¿Cómo justificar la presencia de Batista en el poder, al que llegó contra la voluntad del pueblo y violando por la traición y por la fuerza las leyes de la revolución? ¿Cómo llamar revolucionario un gobierno donde se han conjugado los hombres, las ideas y los métodos más retrógrados de la vida pública? ¿Cómo considerar jurídicamente válida la alta traición de un tribunal cuya misión era defender nuestra Constitución? ¿Con qué derecho enviar a la cárcel a ciudadanos que vinieron a dar por el decoro de su patria su sangre y su vida? ¡Eso es monstruoso ante los ojos de la nación y los principios de la verdadera justicia! Pero hay una razón que nos asiste más poderosa que todas las demás: somos cubanos, y ser cubano implica un deber, no cumplirlo es un crimen y es traición. Vivimos orgullosos de la historia de nuestra patria; la aprendimos en la escuela y hemos crecido oyendo hablar de libertad, de justicia y de derechos. Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de nuestros héroes y de nuestros mártires. Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y Martí fueron los primeros nombres que se grabaron en nuestro cerebro; se nos enseñó que el Titán había dicho que la libertad no se mendiga, sino que se conquista con el filo del machete; se nos enseñó que para la educación de los ciudadanos en la patria libre, escribió el Apóstol en su libro La Edad de Oro: Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan no es un hombre honrado. [...] En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como

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ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Ésos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana...

Se nos enseñó que el 10 de octubre y el 24 de febrero son efemérides gloriosas y de regocijo patrio porque marcan los días en que los cubanos se rebelaron contra el yugo de la infame tiranía; se nos enseñó a querer y defender la hermosa bandera de la estrella solitaria y a cantar todas las tardes un himno cuyos versos dicen que vivir en cadenas vivir en afrenta y oprobio sumidos, y que morir por la patria es vivir. Todo eso aprendimos y no lo olvidaremos aunque hoy en nuestra patria se esté asesinando y encarcelando a los hombres por practicar las ideas que les enseñaron desde la cuna. Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y primero se hundirá la isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie. Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!

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Termino mi defensa, no lo haré como hacen siempre todos los letrados, pidiendo la libertad del defendido; no puedo pedirla cuando mis compañeros están sufriendo ya en Isla de Pinos ignominiosa prisión. Enviadme junto a ellos a compartir su suerte, es inconcebible que los hombres honrados estén muertos o presos en una república donde está de presidente un criminal y un ladrón. A los señores magistrados, mi sincera gratitud por haberme permitido expresarme libremente, sin mezquinas coacciones; no os guardo rencor, reconozco que en ciertos aspectos habéis sido humanos y sé que el presidente de este tribunal, hombre de limpia vida, no puede disimular su repugnancia por el estado de cosas reinantes que lo obliga a dictar un fallo injusto. Queda todavía a la audiencia un problema más grave; ahí están las causas iniciadas por los setenta asesinatos, es decir, la mayor masacre que hemos conocido; los culpables siguen libres con un arma en la mano que es amenaza perenne para la vida de los ciudadanos; si no cae sobre ellos todo el peso de la ley, por cobardía o porque se lo impidan, y no renuncien en pleno todos los magistrados, me apiado de vuestras honras y compadezco la mancha sin precedentes que caerá sobre el Poder Judicial. En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa. La historia me absolverá. 113


Discurso pronunciado ante el pueblo de Caracas Plaza de El Silencio (actual Plaza O´Leary), Caracas, Venezuela 23 de enero de 1959

Hermanos de Venezuela:

Si pudiera con alguna frase expresar la emoción que he experimentado en el día de hoy, lo diría todo afirmando que he sentido una emoción mayor al entrar en Caracas que la que experimenté al entrar en La Habana. [Aplausos.]

Fidel llegando a Venezuela, en lo que fue su viaje inicial al exterior, después del triunfo de la revolución cubana. Lo sigue Luis Beltrán Prieto Figueroa.

De algún modo era, en cierto sentido, natural que el pueblo cubano quisiese dar al Ejército Rebelde las pruebas de cariño que nos dio. Por el pueblo de Cuba habíamos estado luchando durante siete años; de nosotros esperaba el pueblo de Cuba la liberación, de nosotros esperaba el pueblo de Cuba su libertad y, al fin, cuando tras largos años de sacrificio por parte del pueblo y por parte nuestra, que no fuimos más que sus conductores en esa lucha, cuando vimos coronada con la victoria aquella lucha, era lógico que los cubanos abriesen sus brazos para recibirnos. Sin embargo, de Venezuela sólo hemos recibido favores. [Aplausos.]


De nosotros nada han recibido los venezolanos y, en cambio, nos alentaron durante la lucha con su simpatía y con su cariño; hicieron llegar el bolívar hasta la Sierra Maestra [aplausos], divulgaron por toda la América las trasmisiones de Radio Rebelde, nos abrieron las páginas de sus periódicos y algunas cosas más recibimos de Venezuela. [Aplausos.] Y después de haberlo recibido todo, después de haber estado recibiendo favores de este pueblo en nuestra lucha por la libertad, al llegar a Venezuela nos encontramos con que nos reciben con el mismo cariño con que nos recibieron los cubanos. [Aplausos y exclamaciones.] No podía haber sido más puro este homenaje, no podía haber sido más noble este gesto, ni podía tampoco, hermanos de Venezuela, haber recibido de este pueblo noble y heroico un favor más grande que el que ha recibido el pueblo de Cuba del pueblo de Venezuela esta noche. [Aplausos.] ¿Por qué vine a Venezuela? Vine a Venezuela, en primer lugar, por un sentimiento de gratitud; en segundo lugar, por un deber elemental de reciprocidad para todas las instituciones que tan generosamente me invitaron a participar de la alegría de Venezuela este día glorioso del 23 de enero [aplausos y exclamaciones], pero también por otra razón: porque el pueblo de Cuba necesita la ayuda del pueblo de Venezuela, porque el pueblo de Cuba, en este minuto difícil, aunque glorioso de su historia, necesita el respaldo moral del pueblo de Venezuela. [Aplausos.] Porque nuestra patria está sufriendo hoy la campaña más criminal, 116

canallesca y cobarde que se ha lanzado contra pueblo alguno, porque los eternos enemigos de los pueblos de América, los eternos enemigos de nuestras libertades, los eternos enemigos de nuestra independencia política y económica, los eternos aliados de las dictaduras, no se resignan tranquilamente a presenciar la formidable y extraordinaria victoria del pueblo de Cuba que, sin más ayuda que la simpatía y la solidaridad de los pueblos hermanos del continente, sin más armas que las que supo arrebatar al enemigo en cada combate, libró durante dos años una guerra cruenta contra un ejército numeroso, bien armado, que contaba con tanques, con cañones, con aviones y con armas de todo tipo, armas modernas, las que se decía que eran invencibles, y nuestro pueblo, que estaba desarmado, que no tenía tanques, ni cañones, ni bombas de 500 libras, ni aviones, que no tenía entrenamiento militar, un pueblo inerme, sin entrenamiento, sin prácticas de guerra, pudo derrocar, en dos años de lucha frontal, a las fuerzas armadas de una dictadura que contaba con 60.000 hombres sobre las armas. [Aplausos.] Se decía que era imposible una revolución contra el ejército, que las revoluciones podían hacerse con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército, e hicimos una revolución contra el ejército. [Aplausos.] Se decía que si no había una crisis económica, si no había hambre, no era posible una revolución y, sin embargo, se hizo la revolución. [Aplausos.]

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Todos los complejos rodaron por tierra, todas las mentiras que se habían ideado para mantener sometidos y desalentados a los pueblos rodaron por tierra, las fuerzas armadas de la tiranía fueron destrozadas y desarmadas, los tanques, los cañones y los aviones están hoy en manos de los rebeldes. Fue, lo que puede calificarse en toda la extensión de la palabra, una verdadera revolución, una revolución para empezar. [Aplausos.] ¿Y cómo se hizo esa revolución? ¿Cuál fue la conducta del Ejército Rebelde durante la guerra? Cientos de heridos fueron abandonados por el enemigo en el campo de batalla, nuestros médicos los recogieron, los curaron y los devolvieron. Miles de prisioneros fueron capturados en los campos de batalla, jamás se golpeó a un prisionero, jamás se asesinó a un prisionero. Nunca un ejército en el mundo, nunca una revolución en el mundo se llevó a cabo tan ejemplarmente, tan caballerosamente, como se llevó a cabo la Revolución Cubana. [Aplausos.] Enseñamos a nuestros hombres que torturar a un prisionero era una cobardía, que únicamente los esbirros torturaban. Enseñamos a nuestros compañeros que asesinar prisioneros, asesinar a un combatiente cuando se ha rendido y cuando se le ha ofrecido la vida si se rinde era una cobardía, y no fue asesinado jamás un prisionero. [Aplausos.] Pero hicimos algo más: le dijimos al pueblo que cuando la tiranía cayera no queríamos una sola casa saqueada, porque esas casas de los funcionarios malversadores y de los enemigos del pueblo, desde 118

el mismo instante en que la revolución triunfara, pertenecían al pueblo y había que cuidarlas. [Aplausos.] Le dijimos al pueblo que cuando la tiranía fuese derrocada nadie tomase venganza por sus propias manos, porque las revoluciones eran calumniadas cuando después de la victoria aparecían los cadáveres de los esbirros arrastrados por las calles. ¿Es que esté mal que se arrastre a un esbirro? [Exclamaciones de: “¡No!”] No, no está mal; pero nosotros le dijimos al pueblo: no arrastren a nadie para que los eternos detractores de las revoluciones no tengan pretexto para atacarla, porque ustedes saben que la reacción, la contrarrevolución comienza a desacreditar a la revolución, basándose en los hechos que ocurren inmediatamente después del triunfo, y uno de los argumentos que usan son los saqueos y los hombres arrastrados por las calles. [Aplausos y exclamaciones.] Nosotros le dijimos al pueblo cubano: no arrastren a nadie y no teman absolutamente nada, los crímenes no quedarán impunes; habrá justicia para que no haya venganza, y el pueblo confió en nosotros. Le dijimos que habría justicia y confió en nosotros: no arrastró a nadie, no golpeó siquiera a ninguno de los esbirros que cayeron en sus manos, los entregaron a las autoridades revolucionarias. Tenía fe en que íbamos a hacer justicia, y era indispensable que hubiera justicia, porque sin justicia no puede haber democracia, sin justicia no puede haber paz, sin justicia no puede haber libertad. [Aplausos y exclamaciones.] 119


El más terrible daño que se les ha hecho a nuestros pueblos es la impunidad del crimen, es la ausencia de justicia, porque en nuestros pueblos no ha habido justicia nunca. [Exclamaciones de: “¡Arriba Fidel!”] No me corresponde a mí hacer análisis sobre el proceso y sobre la historia de Venezuela, no; pero basta con analizar las cosas de nuestra patria, porque a fin de cuentas lo que ocurre en Cuba es lo mismo que ocurre aquí y lo que ocurre en todos los pueblos de América. Por algo nos sentimos tan identificados, por algo nos duelen las mismas cosas, por algo sentimos las mismas ansias ustedes los venezolanos y nosotros los cubanos. [Aplausos y exclamaciones.] En nuestra patria nunca hubo justicia. La justicia era para el infeliz, la justicia era para el pobre, la justicia era para el que robaba poco. Jamás un millonario fue a la cárcel, esa es la verdad; jamás un malversador de los fondos públicos fue a la cárcel. Existían y existieron siempre una serie de privilegios onerosos. Se hablaba de igualdad ante la ley, y era un mito, la ley caía sobre aquel que no tenía padrino, sobre aquel que no tenía dinero, sobre aquel que no tenía privilegio. [Aplausos y exclamaciones.] Los malversadores se postulaban para senadores y representantes, contaban con dinero suficiente para sobornar conciencias, porque donde hay hambre, donde no hay trabajo, donde hay miseria, desgraciadamente pueden los politiqueros y los 120

mercaderes de la política hacer buenos negocios, y siempre había algún necesitado de llevar a su hijo a un hospital, o algún necesitado de llevar a sus hijos a alguna escuela, o algún padre de familia con hambre a quien ir a sobornar en ese momento de la necesidad para comprarle el voto. [Aplausos y exclamaciones.] Así, el que robaba millones de pesos siempre encontraba postulación en algún partido y salía electo. Desde el momento en que era senador o representante, era impune, podía matar y no le pasaba nada. Los tribunales tenían que elevar un suplicatorio al Congreso, y jamás el Congreso accedía. No accedía a ningún suplicatorio para ningún miembro de la pandilla [aplausos y exclamaciones]; podían robar y no les pasaba nada. Cuando el juez elevaba el suplicatorio, el resultado era que lo negaban. Jamás el Congreso accedió a ningún suplicatorio judicial que fuese contra algún miembro de la pandilla. Si había robado antes de ser senador, pues tampoco lo alcanzaba la ley, porque tampoco accedían a la petición judicial. ¡Ah!, si en cambio la víctima era un miembro del Congreso, si un representante mataba a otro representante, ¡ah!, entonces sí accedían a los suplicatorios porque el interés lesionado, el derecho lesionado era el derecho de un miembro de la pandilla. [Aplausos y exclamaciones.] A la cárcel iba a parar el que se robaba una gallina, un caballo. ¡Ah!, el que se robaba millones de pesos pertenecía al mismo club aristocrático que pertenecía el magistrado y allí almorzaban juntos. 121


[Aplausos y exclamaciones.] La fuerza pública vivía del saqueo. No había policía que fuera a comprar a un establecimiento y quisiera pagar; los oficiales y los sargentos del ejército destacados en las zonas rurales cobraban dos sueldos, un sueldo del Estado y un sueldo mayor de la compañía propietaria de aquellas tierras. En cada central azucarero, la administración del central le pagaba un sueldo aparte al jefe del destacamento militar, que estaba siempre, por tanto, incondicionalmente al servicio de los intereses de la compañía contra los campesinos y los trabajadores. [Aplausos y exclamaciones.] Pero, aparte de eso, el principal delincuente era el agente de autoridad. La ley prohibía el juego, y el que protegía el juego era el agente de autoridad; la ley prohibía el tráfico de drogas, o la venta de drogas y estupefacientes, y el agente de autoridad era el que facilitaba el negocio. [Exclamaciones.]

más por su libertad y por su felicidad que el pueblo cubano. [Aplausos.]

Les voy a exponer un dato: en el Buró de Investigaciones, el jefe del departamento contra el tráfico de drogas era el encargado de la distribución de la droga en La Habana. [Risas y exclamaciones.] No había jefe de policía, ni había coronel, ni había general que no se hiciera millonario a costa del juego, del contrabando, de la exigencia.

Recordarán también que Bolívar no se olvidó de Cuba, recordarán también que entre sus planes estaba aquel que nunca llegó a realizarse —porque no pudo realizarlo, pero que no la dejó en el olvido— de libertar también a la isla de Cuba. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Fidel!”.] No pudo el Libertador unir aquella isla al racimo de pueblos que libertara, y nuestra isla permaneció casi un siglo más bajo el yugo de la opresión y de la colonización.

Esa era la historia de nuestra patria y esa fue la historia de nuestra patria durante 50 años. No había habido en el mundo, por lo menos en los últimos tiempos, un pueblo que hubiese luchado

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Recordarán ustedes la historia de América. ¡Quiénes mejor que los venezolanos pueden conocer la historia de América, si los venezolanos hicieron la historia de América! [Aplausos y exclamaciones.] Fue en la época en que los ejércitos de Napoleón invadieron a España. Mientras España se debatía en luchas intestinas, todas las colonias se sublevaron. No es que hayan dejado de ser colonias, pero la verdad es que aquella vez se sublevaron contra la metrópoli española. Se levantaron las colonias contra la metrópoli y lucharon heroicamente pero en un territorio inmenso, un puñado de pueblos valerosos, guiados por aquel conductor extraordinario que fue Simón Bolívar, lograron su independencia política en las primeras décadas del siglo pasado. [Aplausos y exclamaciones.]

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Sola se quedó nuestra patria, los gobiernos de América la olvidaron, y sola tuvo que luchar contra España durante 30 años, sola tuvo que librar la batalla que todos los demás pueblos de América ha-

reserva el derecho de intervenir en otro, ya ese país no se puede llamar independiente, porque la independencia no admite término medio, o se es independiente o no se es independiente. [Aplausos.]

bían librado juntos. Y cuando después de 30 años de lucha, nuestro pueblo, nuestros ejércitos libertadores habían ya vencido virtualmente al ejército español, entonces Estados Unidos interviene en Cuba, dijeron que para liberarla, porque —según declararon— la República de Cuba, de hecho y de derecho, debía ser libre e independiente, y lo que pasó fue que cuando llegó la hora de entregarles a los cubanos la isla por la cual habían estado luchando durante 30 años, resultó que los mambises ni siquiera pudieron entrar en Santiago de Cuba; se quedaron allí dos años ocupándola militarmente y, al final, el Congreso se apareció con una enmienda impuesta por la fuerza a la Constitución de la república, mediante la cual le daba derecho a intervenir en los asuntos internos de Cuba. [Abucheos.]

¿Podía progresar nuestra patria bajo aquel régimen? [Exclamaciones de: “¡No!”.] No. Los gobiernos robaban, había crímenes, había injusticias y el pueblo tenía que soportar, porque si protestaba, si luchaba contra aquello, entonces decían: “Vas a perder tu soberanía; mira, van a intervenir”. Entonces el pueblo tenía que soportar resignadamente todos los horrores, todos los abusos y todas las injusticias de los gobernantes y de los intereses explotadores en nuestra patria.

El resultado fue que todos los delatores, todos los confidentes que habían estado asesinando a cubanos durante la guerra, todos los esbirros, todos los asesinos, todos los que les robaron la tierra a los cubanos mientras estaban peleando, se quedaron con la tierra y se quedaron allí tan campantes en la isla sin que les pasara absolutamente nada, porque el poder extranjero los protegió. No hubo justicia, no hubo justicia, ¡no hubo justicia! Y así empezamos mal los primeros años de nuestra semirrepública, o mejor dicho, nada de república, de nuestra caricatura de república; porque cuando un país se

Así transcurrieron tres décadas. Aquello, naturalmente, derivó hacia la primera tiranía que padeció nuestro pueblo en la república: la tiranía de Machado. Lucha nuestro pueblo bravamente contra aquella tiranía, la derrota mediante el esfuerzo de las masas, el sacrificio de los estudiantes, de los obreros, de la juventud, y cuando el tirano se va, decide fugarse, pasó algo parecido a lo que quisieron que pasara esta vez, pero que no pasó. El general Herrera, entonces jefe del ejército, se queda de jefe del ejército y designan a un presidente de estos, descoloridos, cuyo único objeto es darle algún matiz de libertad al pueblo, tranquilizarlo y esperar la oportunidad de que se apacigüe; porque los pueblos cuando se embravecen, la reacción, los enemigos de sus libertades lo que hacen es que los apaciguan un poco, les conceden algunas libertades y esperan la oportunidad en que se duerman otra

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vez para imponerles de nuevo la fuerza. Por eso lo pueblos no deben dormirse nunca, y ahora menos que nunca ningún pueblo de América debe dormirse. [Exclamaciones de: “¡No!”]. A los 20 días los soldados y las clases del ejército se sublevan contra aquella oficialidad y derrocan al gobierno que siguió a la caída de Machado. Bien, los sargentos se hicieron coroneles, hubo un momento en que parecieron adoptar una postura revolucionaria —eso suele pasar—, aunque corto tiempo; se sumaron al movimiento distintos elementos civiles, revolucionarios, hubo un gobierno revolucionario durante tres meses, que fue el gobierno de Guiteras, o mejor dicho, el gobierno donde la figura más destacada fue la de Antonio Guiteras, que comenzó por adoptar una serie de medidas revolucionarias contra los monopolios que explotaban los servicios eléctricos, y el resultado fue que Jefferson Caffery, embajador de Estados Unidos, comenzó a hacerle la corte al sargento Batista, que ya era coronel, y a los tres meses el sargento Batista, siguiendo las orientaciones del embajador norteamericano, desaloja del poder al gobierno revolucionario, e instaura una dictadura que duró 11 años en el poder.

los infelices pueblos los volvieron a engatusar una vez más y les hablaron mucho de Hitler, de Mussolini, etcétera, etcétera, etcétera; les dijeron que era la guerra contra la tiranía, les dijeron que era la guerra por los derechos del pueblo, que los derechos humanos serían respetados, que existiría la Carta de las Naciones Unidas donde esos derechos estarían consagrados, etcétera, etcétera, etcétera y, efectivamente, en Cuba, en Venezuela, en Perú, en Guatemala y en distintos países, las dictaduras se replegaron ante el empuje de la opinión pública mundial, que estaba bajo los efectos del engaño, y sucedieron una serie de regímenes constitucionales con permiso de su “majestad”, los ejércitos. [Exclamaciones.]

Viene la guerra mundial, un estado de opinión en el mundo entero contra la dictadura, porque a

¿En Cuba qué pasó? Pues es bien sencillo, porque estoy hablando de lo que pasó en Cuba, yo no tengo que hablar de lo que pasó en otros lugares, que fue más o menos lo mismo. [Exclamaciones de: “¡Viva Fidel!”.] En Cuba se dan unas elecciones más o menos honradas, gana la oposición —como pasa siempre que una dictadura va a unas elecciones—, sube un gobierno constitucional que fue una defraudación; pero, bueno, fue una defraudación porque la politiquería nunca puede hacer una revolución, la revolución es como la estamos haciendo ahora. [Aplausos.] Pero raras veces los pueblos pueden esperar nada de los politiqueros. Y el pueblo de Cuba creyó en el año 1944 que había cesado la etapa de la tiranía, que vendría un gobierno revolucionario, confundieron la política con la Revolución, y aquello fue una decepción.

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Esta es la verdad que nosotros no nos vamos a ocultar para decirla ni aquí ni en ninguna parte. [Aplausos y exclamaciones.] Al pan, pan y al vino, vino.


Pero lo que pasó fue —lo peor de todo— que en los cuarteles se quedaron los amigos de Batista; aquellos soldados y aquellos oficiales que se cuadraban ante Batista, se quedaron en los cuarteles con las armas en las manos, y al cabo de ocho años un día volvió Batista, le permitieron que regresara —porque esos son los errores de los tontos de capirote que a veces dirigen a los Estados— cuatro años después de haber estado en el exilio, vino con sus millones robados, organizó un partidito de bolsillo y al amparo de la ley y de la Constitución se dedicó a conspirar. Un día se presentó en los cuarteles ante los mismos soldados y oficiales, que había dejado años atrás, soldados y oficiales que estaban echando de menos los privilegios y las prebendas que recibían en la época de Batista, llegó Batista y los soldados se le cuadraron. ¡Adiós Constitución, adiós república, adiós ilusión, adiós todo aquel día! [Aplausos y exclamaciones.] Estoy tratando de saber si un campanero mío trae el documento que escribí yo a los seis días después del 10 de marzo. Valdría la pena podérselo leer al pueblo de Venezuela. [Exclamaciones de: “¡Que viva Fidel Castro!”] Son errores que, naturalmente, los pueblos los tienen que pagar muy caros. Esos errores le costaron a nuestra patria 20.000 cubanos muertos, porque yo quiero decirles que en los campos de batalla no murieron más de 500 cubanos, en cambio, más de 19.000 cubanos murieron asesinados por la tiranía, por esos “angelitos” que ahora dicen que

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nosotros estamos ejecutando. [Exclamaciones de: “¡Que los fusilen, Fidel, toditos!”] Naturalmente que todo gobierno que llegue al poder por la fuerza tiene que gobernar mediante el terror, no es como actualmente ocurre en Cuba, donde ha llegado al poder la Revolución con el respaldo de más del 90% del pueblo, y no hacen falta ni policías en las calles. [Aplausos.] No hay que emplear la menor fuerza coercitiva, porque el primer interesado en que haya paz, haya orden y se hagan las cosas bien es el pueblo; pero cuando el pueblo está en contra de un gobierno que toma el poder a traición y por la fuerza, inmediatamente se inicia la era del terror: no se pueden permitir reuniones, no se pueden permitir actos públicos, tribunas independientes, no se puede permitir libertad de prensa, no se puede permitir nada. Empieza el robo y no se puede permitir que llamen ladrón al que está robando; torturan y no se le puede permitir que le digan torturador al que esté torturando; empieza el nepotismo, empieza el privilegio, empieza la malversación, empieza el negocio turbio, empieza la explotación en todos los órdenes y hay que acallar el pueblo y ahogar en sangre la protesta. [Exclamaciones.] A los venezolanos no tengo que hablarles de eso, por supuesto; saben de sobra, porque somos los venezolanos y los cubanos hermanos gemelos en la desgracia y en el dolor. [Exclamaciones de: “¡Viva Fidel!”]

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Se inició la era del terror en Cuba en el año 1952, a 80 días de unas elecciones generales, como se inició la era del terror en Venezuela en el año 1948 —fue más o menos unos meses después de las elecciones generales—, cuando más confiado estaba el pueblo de Venezuela, cuando más ilusionado estaba el pueblo de Venezuela con sus libertades y con las perspectivas de un formidable porvenir, a las que tenía derecho este pueblo por la extraordinaria riqueza de su suelo, porque es uno de los Estados más ricos del mundo que, de haberse invertido esa riqueza en bien del pueblo, no se sabe lo que sería Venezuela hoy, el estándar de vida más alto del mundo. Vino el miserable traidor de Pérez Jiménez y compañía, y los venezolanos tuvieron que soportar diez años; que, naturalmente, diez años bajo la tiranía son diez siglos bajo el terror, la policía de seguridad, la tortura y todo género de acto de abuso, de persecución y de barbarie. Diez años y nadie se compadeció del pueblo de Venezuela, el bárbaro de Estrada asesinaba y torturaba, pero ningún congresista se paró allí en Estados Unidos a protestar contra eso. [Exclamaciones de: “¡Viva Fidel Castro! ¡Viva Cuba!] Durante diez años las cárceles se llenaban con centenares y millares de presos políticos, sin juicio de ninguna clase, allí morían, y no se organizaba ninguna campaña de prensa contra aquello; las agencias internacionales no organizaban esas campañas en todos los lugares del mundo para protestar, porque si lo hubieran hecho se habría caído 130

la dictadura de Pérez Jiménez, no habría durado ni dos años. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Fidel!”.] Todo lo contrario, Pérez Jiménez obtuvo su reconocimiento, relaciones amistosas, armas, afecto, cariño, condecoraciones y aplausos de todas clases, naturalmente porque era el que convenía a esos intereses que organizan esas campañas; y el pueblo de Venezuela solo, absolutamente solo, sin que nadie lo ayudara, tuvo que soportar aquellos diez años de horrible opresión y de vergonzosa y criminal tiranía, lo que tuvo que soportar hasta que un día pasó lo que pasa cuando los pueblos se cansan y se indignan, y hacen lo que hizo el pueblo de Venezuela. Cuando nadie en el mundo creía que Pérez Jiménez iba a ser derrocado, cuando nadie en el mundo lo creía porque en Venezuela había mucho dinero y se construían muchas obras y parecía consolidado aquel régimen, cuando menos se lo imaginaban, la ira del pueblo, la dignidad del pueblo, el valor del pueblo derroca la tiranía de Pérez Jiménez. [Aplausos y exclamaciones.] Aquella digna actitud del pueblo provocó la reacción favorable y ganó la simpatía de los círculos más progresistas, lo que produjo un aliento extraordinario en el pueblo de Cuba: desde aquel día no se empezó a hablar más que de huelga general y de huelga general y que había que tumbar a Batista también, igual que habían hecho los venezolanos. [Aplausos.] No tuvimos tan buena fortuna como los venezolanos, no organizamos la huelga tan bien como la organizaron los venezolanos y fracasamos. Fueron 131


aquellos días muy críticos, en la Sierra Maestra no contábamos más que con 300 fusiles, y después de aquel 9 de abril —que todos recordarán con tristeza, porque fue una derrota de la Revolución— las fuerzas armadas de la dictadura prepararon la más poderosa ofensiva que habían organizado en ningún momento antes; ante el fracaso de la huelga se llenaron de aliento y se lanzaron contra nosotros en la Sierra Maestra. Una vez más, en manos de un puñado de hombres, quedó la victoria o la derrota de la revolución, pero los rebeldes, que nos habíamos visto en situaciones más difíciles que aquella, nos atrincheramos en la Sierra Maestra y después de 75 días, en vez de 300 fusiles, teníamos 805 fusiles, incluyendo bazucas, morteros, ametralladoras de todas clases, hasta un tanque que le habíamos quitado al enemigo. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Fidel!, ¡Viva el ejército popular!”] La ofensiva sirvió sólo para armar al Ejército Rebelde que inmediatamente desató su contraataque, su contraofensiva, que terminó como ustedes saben; pero que no fue, sin embargo, tan fácil, porque no dejaron de ponernos algunas piedras grandes en el camino.

no los militares. Si los militares desean luchar contra la dictadura, que se unan al Ejército Rebelde. ¡Golpe de Estado no!”. Lo advertimos bien claramente, porque ya sabemos la historia de los golpes de Estado: se da el golpe de Estado, se restablecen una serie de libertades, se apacigua al pueblo, se le quita al toro de la plaza el capote rojo y cuando el pueblo está apaciguado, tranquilo, hasta un poco decepcionado, porque creen que le van a resolver además todos los problemas, sin darse cuenta de que no se pueden resolver los problemas si no es en una verdadera revolución, cuando empieza a desanimarse, es el momento en que precisamente esperan los eternos enemigos de las libertades de los pueblos para lanzarse de nuevo sobre el poder público y establecer la dictadura por otra temporada. [Exclamaciones de: “¡Esa es la verdad!”] Dijimos: “Golpe de Estado no, porque si hay golpe de Estado seguimos la Revolución; seguimos peleando si hay golpe de Estado, ¡así que o se rinden o se pasan!”, y se lo dijimos cuando no teníamos más que unos cientos de combatientes.

Nosotros habíamos mantenido la tesis siempre de que no aceptábamos golpe de Estado. Porque el problema de los pueblos no podía estar siendo resuelto por los golpes militares, porque eso reducía a los pueblos a la impotencia, los reducía a un cero a la izquierda en el proceso de su propia historia, y nosotros dijimos: “Los militares pusieron la dictadura, pero la dictadura la va a quitar el pueblo,

Continuó desarrollándose la lucha en Cuba y llega un momento en que el régimen estaba totalmente derrotado, en Oriente había 12.000 soldados copados por nuestras fuerzas; la provincia de Las Villas estaba tomada, la fuerza de Camagüey copada entre nuestras fuerzas de Oriente y de Las Villas. [Aplausos.] En esas condiciones se acerca un general y nos dice que nosotros habíamos ganado la guerra, que no quería más sangre, y propuso un movimiento de acuerdo con el Ejército Rebelde para en-

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tregarles todo el poder a los rebeldes. Aceptamos, el día 31 de diciembre tenía que llevarse a cabo el movimiento, pero el general no cumplió su palabra; antes de empezar nos traicionó, traiciona lo acordado con nosotros, se subleva en Columbia, da un golpe de Estado, se erige jefe del ejército y nombra a un presidente títere. Pero como dijimos nosotros: aquella mañana había dado un salto mortal en el vacío. Les dimos instrucciones a todas las columnas de continuar el ataque, de proseguir las operaciones militares y le dimos al pueblo la consigna de lanzarse a la huelga general revolucionaria. El resultado fue que el mismo día se cayeron dos gobiernos, el primero de enero se cayó Batista y el gobierno que pusieron allí después de Batista. [Risas y aplausos.] Y la huelga general no cesó hasta que todas las fortalezas militares estuvieron en manos del Ejército Rebelde. No había problemas, se acabaron para siempre las conspiraciones. El ejército quedó totalmente desarmado en Cuba, todas las armas pasaron a manos del Ejército Rebelde. En aquella revolución que se había producido en aquella forma, que inmediatamente después del triunfo establece un orden perfecto, porque era un orden en colaboración con el pueblo, se dio el caso insólito de que nadie fuese arrastrado —eso no se había dado nunca en ninguna revolución—, se dio el caso insólito de que una capital de más de un millón de habitantes, como La Habana, quedase sin policía y existiese allí un orden perfecto, absoluto; porque en La Habana —quiero que lo sepan— los que cuidan el orden son los boy-scout. [Aplausos.] 134

Los que auguraban que el triunfo de la revolución era la anarquía, que el triunfo de la Revolución era un torrente de sangre, que era el desorden y el caos, se quedaron asombrados ante aquel formidable acontecer revolucionario; pero, además, se dieron cuenta de que aquella revolución era invulnerable, porque aquella revolución era una revolución consolidada, puesto que todas las armas estaban en manos de los revolucionarios; además, se daban cuenta de que los hombres que habían hecho aquella revolución no estaban dispuestos a transigir con los intereses creados y que estaban dispuestos a hacer una verdadera revolución en su patria. ¿Cuál fue el resultado? El resultado fue que antes de los tres días se lanzase contra nuestro pueblo una campaña internacional de difamación. Los monopolios que controlan las agencias internacionales de cables, comenzaron a lanzar hacia todo el mundo la noticia de que nosotros estábamos realizando ejecuciones en masa de partidarios de Batista sin previo juicio. No decían que estaban siendo sometidos a juicios los criminales de guerra que habían asesinado y torturado a 20.000 compatriotas. No, decían que eran los partidarios de Batista y que estaban siendo ejecutados en masa sin previo juicio, y comenzaron a divulgar por todo el mundo aquella noticia para enajenarle a la Revolución Cubana la simpatía de los pueblos. Los pueblos de América estaban acostumbrados a esos excesos, no era raro para los pueblos de América ver encumbrarse a los déspotas que asesinan en masa y ejecutan sin juicio a indefensos ciu135


dadanos, por eso la mentira podía prender, por eso empezaron a decirles a los pueblos de América que el poder había sido tomado por una nueva camarilla de criminales, que un nuevo déspota estaba en el poder y que estaban allí realizando ejecuciones en masa. Les ocultaban a los pueblos la gran verdad de aquella revolución ejemplar, no les dijeron a los pueblos el respeto que había tenido el Ejército Rebelde para los prisioneros de guerra; no les dijeron a los pueblos los cientos de vidas que salvaron en los propios soldados enemigos heridos los médicos del Ejército Rebelde, lo que puede atestiguar la Cruz Roja Internacional. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Fidel! ¡Viva Cuba libre!”] No dijeron que durante dos años y un mes de guerra no había ocurrido jamás un solo asesinato de prisionero ni un solo caso de tortura o de maltrato a un prisionero de guerra; no dijeron que en nuestra patria había una libertad absoluta en todos los órdenes; no dijeron que había una paz y un orden absoluto; no dijeron ninguna de aquellas cosas positivas de la Revolución Cubana que podían servir de ejemplo y que servirían para enaltecer a los pueblos. No, comenzaron a calumniar a la Revolución. ¿Calumniarla por qué? Porque el pueblo cubano se tomaba el derecho de implantar por primera vez justicia en su propia patria, la justicia que nunca se había implantado. [Aplausos y exclamaciones.] Hombres que habían estado asesinando durante siete años, hombres que asesinaron mujeres, hombres que violaron a madres de familias, hombres que asesinaron niños, hombres que llevaron el 136

terror y la tortura a extremos inauditos, hombres que sacaban fotografías de nuestros compatriotas mutilados, de nuestros compatriotas torturados para luego ir a disfrutar sádicamente de aquel espectáculo en sus orgías y bacanales, porque esas fotos que hemos ocupado, esas fotos las tomaron ellos y las hemos ocupado en los despachos de los principales esbirros que en su fuga ni siquiera tuvieron tiempo de llevárselas. No era posible que aquellos hombres, que aquellos bárbaros, que aquellos seres infrahumanos quedasen sin castigo. No. ¿Por qué iban a quedar sin castigo hombres que habían asesinado en algunos casos hasta a más de 100 cubanos? ¿Por qué iban a quedar sin castigo los que no tuvieron piedad para sus semejantes, los que no tuvieron compasión para sus semejantes, los que sembraron el luto, la muerte y el dolor por doquier durante siete años? ¿Por qué? ¿Por qué iba a renunciar nuestro pueblo a que se hubiera hecho la justicia? Nada hay más dañino a una sociedad que la impunidad del delito. [Aplausos.] Cuando el crimen permanece impune, la venganza toma el lugar de la justicia; los familiares, los amigos y los compañeros de las víctimas, que no pueden soportar la presencia en las calles de los criminales que les arrancaron la vida, se encargan de hacer la justicia por su propia mano y se siembra la vendetta, la anarquía y el desasosiego en la sociedad. Nada hay más dañino a los pueblos que la impunidad del crimen, porque, precisamente, la impunidad del crimen fue la causa de que en 137


nuestro pueblo se produjera esa camarilla de asesinos, se produjera ese tipo de hombre bajo, ruin, salvaje, que no tiene la menor sensibilidad por los derechos y por los sentimientos de los demás, que no tiene la menor sensibilidad ante el dolor de los demás. Ese tipo de hombre bajo se gesta solo en aquellas sociedades donde no hay justicia. ¿Qué decían los esbirros? Los esbirros se lo decían a los presos cuando los estaban torturando: “No me va a pasar nada, chico; aquí nunca le ha pasado nada a nadie. Mira a Pedraza, con sus millones, a pesar de la gente que mató cómo está en libertad y cómo disfruta de su riqueza y cómo no le pasó nada. Mira a fulano cómo no le pasó nada; mira al otro cómo no le pasó nada”. Y eso es lo que decían los criminales. Por eso torturaron como nunca se había torturado en Cuba, por eso asesinaron como nunca se había asesinado en Cuba. No podía por ningún concepto admitirse siquiera la idea de que el crimen permaneciese impune. No hay pueblo en la Tierra más sensible que nuestro pueblo, no hay pueblo en esta Tierra más compasivo que el pueblo cubano, ni más generoso que el pueblo cubano. Para comprender qué es el pueblo cubano, baste decir que allí no puede haber espectáculo de toro porque, sencillamente, el pueblo no quiere y le duele ver que aquellos animales caigan allí muertos en la plaza. [Aplausos.] Si en la ciudad de La Habana el Ministro de Salubridad diese la orden de aniquilar a todos los perros callejeros, inmediatamente surgirían 138

un sinnúmero de protestas contra aquella orden, porque nuestro pueblo es sensible incluso a que se mate un perro en la calle. [Aplausos.] Sin embargo, cosa insólita, tanto había sufrido nuestro pueblo con los criminales de guerra, tan profundo era su dolor, tan honda su tristeza, tan grandes sus heridas, que el pueblo estaba unánimemente de acuerdo en que se fusilara a los esbirros. Y aquel pueblo generoso que no quiere espectáculos de toro porque se conduele de la muerte de aquellos animales en la plaza pública, aquel pueblo que no tolera siquiera que maten a los perros por las calles, estaba de acuerdo unánimemente en que los esbirros fuesen fusilados. No se trataba de un sentimiento de odio, no se trataba de un sentimiento de venganza. Si nuestro pueblo se hubiese dejado llevar por el odio y por la venganza, el día primero habría arrastrado y habría dado muerte a todos los esbirros. No, era un sentimiento de justicia; era, además, la convicción de que había que aplicar justicia para que nunca más volviesen a aflorar en nuestra patria los verdugos y los asesinos. [Aplausos.] No quería la sociedad cubana que dentro de ocho, dentro de diez, dentro de 15 años volviese a ocurrir lo que había ocurrido. Era necesario extirpar la semilla del crimen, era necesario acabar para siempre con la impunidad del crimen, y eso fue lo que se dispuso a hacer el pueblo de Cuba. ¿Cómo lo hizo? Ordenadamente, no los arrastró en la calle, se lo entregó a los tribunales revolucionarios, y aquellos tribunales de caballeros, aquellos oficiales

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del ejército que jamás mancharon sus manos asesinando a un prisionero, que jamás abandonaron a un herido, aquellos eran los jueces, y empezaron a aplicar la ley del Ejército Rebelde, y, por consiguiente, a aplicar la pena de muerte a los criminales de guerra. [Aplausos.] Para evitar el menor error, para evitar la menor injusticia, no se estaban condenando a muerte a aquellos casos de un crimen aislado, se estaban condenando los casos de asesinatos continuados, se estaban condenando a muerte a aquellos esbirros que habían asesinado 10, 12, 20, 30, 100 compatriotas, para que no hubiese duda. Se hacía mediante tribunales, públicamente y en virtud de las leyes revolucionarias que habían sido aprobadas hacía mucho tiempo en la Sierra Maestra. Esa era la justicia que se estaba aplicando. Pero mucho antes de que la Revolución Cubana entrase en sus medidas de orden social y económico, se encontró con la campaña de sus enemigos, se encontró con el ataque sorpresivo de los enemigos de la Revolución; y comenzaron a atacarnos por ese ángulo, comenzaron a decirle al mundo que estábamos asesinando en las calles a los partidarios de Batista.

que habíamos tenido en la lucha, debilitarnos primero ante la opinión pública internacional, dividirnos luego en el interior del país y atacarnos después; cuando estuviésemos separados de la opinión pública internacional y divididos nacionalmente, atacar a la Revolución, mandar una expedicioncita de batisteros o de elementos reaccionarios contra la Revolución Cubana. ¿Qué hicimos nosotros? Salirle al frente a la campaña, convocar al pueblo de Cuba a un acto de masa para respaldar la justicia revolucionaria. Y allí, un millón de cubanos —cifra sin precedente en nuestra historia— dieron su respaldo unánime al Gobierno Revolucionario y a la justicia revolucionaria. [Aplausos.] Invitamos a los periodistas de todo el continente y en 72 horas reunimos a 380 periodistas de todo el continente, allá, ante aquella concentración multitudinaria. Y al otro día me sometí al interrogatorio de aquellos 380 periodistas; que preguntasen libremente lo que quisiesen, que les iba a responder todas las preguntas, y se las iba a responder tajantemente y sin vacilaciones de ninguna clase. [Aplausos.]

¿Qué hicimos nosotros? ¿Qué querían? Querían, en primer término, separar a la opinión pública de Cuba de la opinión pública del resto del continente, querían separarlos a ustedes de nosotros, querían separar a los peruanos, a los ecuatorianos, a los mexicanos, a los uruguayos, a los argentinos de nosotros, querían quitarnos los únicos amigos

Les dijimos que la Revolución Cubana no tenía nada que ocultar, que la Revolución Cubana actuaba a la luz pública, que su línea era demasiado recta para temer a las críticas, que su conducta era demasiado diáfana para tener que ocultar ninguno de sus actos y que, al revés de lo que hacían las dictaduras que suspendían la libertad de prensa, al revés de lo que hacen los gobiernos corrompidos, que

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ocultan a la prensa y a la opinión pública del mundo sus actos, nosotros, con plena conciencia de que nuestra actuación era honrada y recta, nos sometíamos al veredicto de la opinión pública del mundo. Pregunten —les dijimos, y preguntaron— sobre todos los temas y, sobre todo, pregunten sobre los juicios, que se lo vamos a explicar para que los pueblos no sean engañados por los intereses que son enemigos de nuestros pueblos, para que los pueblos no sean víctima de la burla de esos intereses, para que los pueblos no sean divididos, para que los pueblos no sean distanciados, porque el interés de los enemigos de los pueblos de América es que nosotros permanezcamos alejados unos de otros. Yo les aseguro que esta concentración de hoy será un motivo más para ganarme el odio de los enemigos de la Revolución Cubana, porque lo que no quieren es que los pueblos se unan. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Fidel Castro!”] Creyeron que los rebeldes cubanos eran unos tiradores de tiros y que cuando la tiranía fuese derrotada les iba a resultar bastante fácil aplastarlos, pero se han encontrado con que no es tan fácil, porque hemos tocado a la puerta de los hombres de conciencia de América, estamos tocando a la puerta de los pueblos de América para que nos respalden. ¡Frente a las mentiras criminales de los intereses que han sido los enemigos de los pueblos, la verdad de la Revolución! [Aplausos y exclamaciones.]

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Reunimos al pueblo y aquella concentración multitudinaria de un millón de cubanos que levantaron las manos para respaldar los fusilamientos de los esbirros, era el mentís más rotundo que se les podía dar a los calumniadores y a los eternos detractores de nuestros pueblos, a los que consideran pueblos mezquinos y pueblos indignos. Aquel acto era el apoyo más sólido que podía encontrar el Gobierno Revolucionario cubano. Cuba no necesitaba de congresistas que se levantasen a hablar de justicia, mucho menos cuando ninguno de esos congresistas se levantó para protestar cuando 20.000 de nuestros compatriotas fueron asesinados durante siete años. [Aplausos.] Mucho menos podía estar de acuerdo nuestro pueblo en que se le amenazase con intervenciones, porque hemos dicho que la época de las intervenciones se acabó para siempre en América. [Aplausos.] Se lanzó la campaña de calumnias y de amenazas, pero frente a la campaña nuestro pueblo se unió, se paró en firme y unánimemente dijo: “¡Que sigan los fusilamientos, porque los fusilamientos son justos y aquí nadie tiene...!”. [Aplausos.] Hombres de todas las ideas y de todas las clases sociales, hombres de todas las religiones, respaldaron al Gobierno Revolucionario en sus actos de justicia. Hay en nuestros pueblos suficientes hombres de sensibilidad y suficientes hombres de valor para pararse a condenar el crimen cuando haya crimen. Hay en nuestros pueblos suficientes

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hombres de sensibilidad, suficientes hombres de valor para pararse a denunciar una injusticia cuando hay una injusticia; que no tienen nuestros pueblos que esperar de periodistas extraños, que ni sienten ni padecen los dolores de nuestros pueblos, para que vengan a protestar del crimen y de la injusticia. [Exclamaciones.] Nuestros periodistas no son insensibles, nuestros líderes obreros no son insensibles, nuestros intelectuales no son insensibles, nuestros estudiantes no son insensibles, nuestras mujeres no son insensibles, nuestros sacerdotes, cualquiera que sea la religión que practiquen, no son insensibles y, por tanto, cuando ni un solo cubano en medio del más absoluto régimen de libertades que existía se levantó a protestar contra aquello, sino que, por el contrario, los hombres de todas las ideas y de todas las clases sociales la respaldaron, nadie tenía que levantarse en el extranjero a presentarse como amigo de la humanidad, como amigo de la justicia. [Aplausos.] Porque no protestaron cuando a la dictadura de Batista se le mandaban bombas y se le mandaban aviones para asesinar cubanos, porque no protestaron cuando a la dictadura de Batista se le mandaban tanques y se le mandaban cañones para asesinar cubanos, lo menos que podía hacer era callarse la boca y esperar que el pueblo de Cuba actuara y dejar al pueblo de Cuba en paz. [Aplausos.] Esa es la realidad, hermanos de Venezuela. Y les puedo hablar así porque sé que me entienden, 144

porque sé que entienden a nuestro pueblo, porque les estoy hablando en el lenguaje que solo pueden entender los pueblos cuando han sufrido como han sufrido nuestros pueblos. [Aplausos.] Los que no han tenido que soportar a los Pérez Jiménez y a los Batista, los que no han tenido que soportar a los Ventura y a los Estrada, los que no han tenido que soportar a estas pandillas de asesinos no pueden tener siquiera la menor idea de lo que es el terror, de lo que es el sufrimiento que han padecido estos pueblos. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Fidel!”] Por tanto, aunque sigan los ataques —y los ataques seguirán, y los ataques seguirán cada vez más y cada vez más intensamente—, se hará justicia en nuestra patria, porque nada ni nadie puede pasar por encima de la voluntad soberana de nuestra patria. [Aplausos.] Y lo que dije allá, lo repito aquí: “¡Aunque el mundo se hunda, habrá justicia en Cuba!”. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Fidel!”] Por eso, hermanos de Venezuela, este recibimiento que se le tributa no a un hombre, sino a un pueblo, no a un mérito, sino a una idea, este homenaje desinteresado a quienes no han hecho sino recibir favores de ustedes, este homenaje que se le rinde a una idea justa, a una causa justa, a un pueblo hermano, este homenaje es el favor más emotivo y el favor más grande que en ninguna circunstancia pueda haber recibido nuestro pueblo. [Aplausos.]

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Porque el hecho de que al venir a Venezuela un representativo de la Revolución Cubana no le tiren tomates ni huevos podridos, sino que lo aclamen y lo aplaudan centenares de miles de venezolanos, demuestra de qué lado está el sentimiento de los pueblos de América, demuestra que los pueblos de América están demasiado despiertos, que los pueblos de América no tragaron la mentira. [Aplausos y exclamaciones.] Y cuando yo llegué aquí a Venezuela, he tenido el orgullo y la satisfacción, y el motivo mayor de admiración hacia este pueblo, al ver que lejos de haber creído en la infamia este pueblo que ha sufrido, este pueblo que está sufriendo por la misma herida, me haya dicho unánimemente, no con una palabra, sino con un gesto ¡que se castigue a los asesinos! [Aplausos y exclamaciones de: “¡Abajo el imperialismo! ¡Viva Fidel!”] Luego, esta América está muy despierta para que pueda ser engañada. Esta América está muy en guardia para que pueda ser sometida de nuevo. Estos pueblos han adquirido una conciencia demasiado grande de su destino para que vayan a resignarse otra vez al sometimiento y a la abyección miserable en que hemos estado viviendo durante más de un siglo. [Aplausos y exclamaciones.] Estos pueblos de América saben que su fuerza interna está en la unión y que su fuerza continental está también en la unión. [Aplausos.] Estos pueblos de América saben que si no quieren ser víctimas de nuevo de la tiranía, si no 146

quieren ser víctimas de nuevo de las agresiones, hay que unirse cada vez más, hay que estrechar cada vez más los lazos de pueblo a pueblo, y a eso he venido a Venezuela: a traer un mensaje no de casta o de grupo, sino un mensaje de pueblo a pueblo. [Aplausos.] Vengo, en nombre del pueblo que se sublevó contra la tiranía y la derrocó, a traer un mensaje de solidaridad al pueblo que se sublevó también contra la tiranía y la derrocó. [Aplausos.] Vengo, en nombre del pueblo que hoy les pide ayuda y solidaridad, a decirles a los venezolanos que también pueden contar con nuestra ayuda y nuestra solidaridad incondicional y de cualquier forma cuando la necesiten. [Aplausos y exclamaciones.] Y en este acto solemne, ante estos cientos de miles de rostros generosos que nos han alentado con su cariño y su simpatía, ante estos hermanos de Venezuela, que son mis hermanos, que son para mí como si fuesen cubanos, porque aquí me he sentido como en Cuba, les digo que si alguna vez Venezuela se volviese a ver bajo la bota de un tirano, cuenten con los cubanos [aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Fidel!”], cuenten con los combatientes de la Sierra Maestra, cuenten con nuestros hombres y con nuestras armas; que aquí en Venezuela hay muchas más montañas que en Cuba, que aquí en Venezuela hay cordilleras tres veces más altas que la Sierra Maestra, que aquí en Venezuela hay igualmente un pueblo enardecido, un pueblo digno y un pueblo heroico como en Cuba, que nosotros, que hemos visto 147


de lo que son capaces los cubanos, nos atrevemos a decir de lo que serían capaces los venezolanos. [Aplausos y exclamaciones.] Cuando venía hoy en el avión, en ese avión que tan generosamente me envió el pueblo de Venezuela para transportarme hasta esta tierra querida, cuando venía en el avión y veía la topografía de Venezuela, veía sus bosques y sus montañas imponentes, le decía a uno de los pilotos del avión: “Esas montañas son la garantía de que ustedes jamás volverán a perder la libertad”. [Aplausos y exclamaciones.] A este pueblo que nos brinda aliento y apoyo moral, sólo podemos brindarle también aliento y apoyo moral, y podemos brindarle fe, podemos brindarle confianza en su destino. Que ojalá que el destino de Venezuela y el destino de Cuba y el destino de todos los pueblos de América sea un solo destino, ¡porque basta ya de levantarle estatuas a Simón Bolívar con olvido de sus ideas, lo que hay que hacer es cumplir con las ideas de Bolívar! [Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Fidel!”] ¿Hasta cuándo vamos a permanecer en el letargo? ¿Hasta cuándo vamos a ser piezas indefensas de un continente a quien su libertador lo concibió como algo más digno, más grande? ¿Hasta cuándo los latinoamericanos vamos a estar viviendo en esta atmósfera mezquina y ridícula? ¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos? ¿Hasta cuándo vamos a ser víctimas de intereses poderosos que se ensañan con cada uno de nuestros pueblos? ¿Cuándo 148

vamos a lanzar la gran consigna de unión? Se lanza la consigna de unidad dentro de las naciones, ¿por qué no se lanza también la consigna de unidad de las naciones? [Aplausos.] Si la unidad dentro de las naciones es fructífera y es la que permite a los pueblos defender su derecho, ¿por qué no ha de ser más fructífera todavía la unidad de naciones que tenemos los mismos sentimientos, los mismos intereses, la misma raza, el mismo idioma, la misma sensibilidad y la misma aspiración humana? [Aplausos.] Desde que vengo a Venezuela —y no sé distinguir a un venezolano de un cubano, de un dominicano—, cuando me ocurre lo que me ocurría hoy, que muchos me decían: “¡Trujillo ahora!, ¡Trujillo ahora!, ¡Trujillo ahora!”, y me lo decían con tanto enardecimiento que yo me preguntaba: ¿Serán venezolanos o serán dominicanos? Pero es imposible que haya tantos dominicanos aquí, estos tienen que ser venezolanos y están hablando como dominicanos. Cuando todos estamos pensando igual, cuando todos estamos sufriendo igual, cuando todos estamos aspirando a lo mismo, cuando no nos diferenciamos en nada, cuando somos absolutamente iguales, ¿no parece sencillamente absurdo que unos se llamen cubanos y otros se llamen venezolanos y parezcamos extranjeros unos ante otros, nosotros que somos hermanos, nosotros que nos entendemos bien? [Aplausos.] ¿Y quiénes deben ser los propugnadores de esa idea? Los venezolanos, porque los venezolanos 149


la lanzaron al continente americano, porque Bolívar es hijo de Venezuela y Bolívar es el padre de la idea de la unión de los pueblos de América. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Fidel, Fidel, Fidel!”] Los hijos de Bolívar tienen que ser los primeros seguidores de las ideas de Bolívar. Y que el sentimiento bolivariano está despierto en Venezuela lo demuestra este hecho, esta preocupación por las libertades de Cuba, esta extraordinaria preocupación por Cuba. ¿Qué es eso, sino un sentimiento bolivariano? ¿Qué es eso, si no un preocuparse por la libertad de los demás pueblos? [Aplausos.] Y al respaldarnos de esta forma apoteósica con que han respaldado hoy a la causa de Cuba, ¿qué es eso si no seguir las ideas de Bolívar? ¿Y por qué no hacer con relación a otros pueblos lo que se hace con relación a Cuba? ¿Por qué no hacerlo con relación a Santo Domingo, a Nicaragua y a Paraguay, que son los tres últimos reductos que le quedan a la tiranía? [Aplausos y exclamaciones.] Venezuela es el país más rico de América, Venezuela tiene un pueblo formidable, Venezuela tiene dirigentes formidables, tanto civiles como militares; Venezuela es la patria de el Libertador, donde se concibió la idea de la unión de los pueblos de América. [Aplausos.] Luego, Venezuela debe ser el país líder de la unión de los pueblos de América; los cubanos los respaldamos, los cubanos respaldamos a nuestros hermanos de Venezuela. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Fidel, Fidel!”]

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He hablado de estas ideas no porque me mueva ninguna ambición de tipo personal, ni siquiera ambición de gloria, porque, al fin y al cabo, la ambición de gloria no deja de ser una vanidad, y como dijo Martí: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. [Aplausos.] He hablado de estas ideas no porque me mueva ningún afán de grandeza, difícil es que nadie llegue a ser grande luchando contra tantos obstáculos. Todos sabemos lo que les ha ocurrido a los hombres que han planteado estas ideas: los han asesinado más tarde o más temprano. Así que, por tanto, al venir a hablarle así al pueblo de Venezuela, lo hago pensando honradamente y hondamente, que si queremos salvar a la América, que si queremos salvar la libertad de cada una de nuestras sociedades, que, al fin y al cabo, son parte de una gran sociedad, que es la sociedad de Latinoamérica; si es que queremos salvar la revolución de Cuba, la revolución de Venezuela y la revolución de todos los países de nuestro continente, tenemos que acercarnos y tenemos que respaldarnos sólidamente, porque solos y divididos fracasamos. La libertad en América, la democracia en América, la constitucionalidad en América ha tenido sus altas y sus bajas. Hace diez años era una etapa de retroceso, las dictaduras afloraban. Derrocado fue el gobierno constitucional de Venezuela, derrocado fue el gobierno constitucional de Cuba, derrocado fue el gobierno constitucional de Perú y los gobiernos constitucionales de otros países; pocos eran los

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pueblos donde los perseguidos políticos podían ya refugiarse, apenas quedaba un rincón de América que no estuviese bajo una bota militar. ¡Ah!, hoy es distinto. El despertar de los pueblos de América, la liberación ejemplar de Venezuela, seguida por la liberación de Cuba, que será seguida por la liberación de otros pueblos, han puesto la democracia, han puesto la libertad, han puesto los derechos humanos, han puesto la constitucionalidad a la ofensiva en América y ahora apenas son tres países donde aún impera la tiranía. Y lo mismo que ellos nos agredieron, lo mismo que ellos se unieron para fomentar conspiraciones militares en nuestros países, ¡unámonos nosotros también ahora para fomentar la libertad en esos pueblos oprimidos! [Aplausos y exclamaciones.] Sin miedo a nada ni a nadie, que no debemos tener miedo; si unimos las fuerzas de la opinión pública de América Latina, seremos indestructibles; sin miedo a nada ni a nadie, sino por simple instinto de conservación, porque todos hemos sufrido hondamente los años pasados, las décadas pasadas. Por instinto de conservación, por instinto de perpetuación de nuestra raza, de nuestros intereses, sencillamente, tenemos que unirnos y empezar predicando la idea. Y con la palabra la acción, y, si es posible, más hechos que palabras. [Aplausos.]

la voluntad del pueblo. [Aplausos.] Tienen líderes militares, pero de militares que saben poner por delante, como verdaderos militares, el sentimiento de su pueblo y de su patria, como Wolfang Larrazábal. [Exclamaciones.] Tienen líderes civiles como el presidente electo de la república, Rómulo Betancourt [exclamaciones]; tienen líderes civiles como los presidentes de los distintos partidos que se han unido ejemplarmente para defender la constitucionalidad y la libertad venezolanas; tienen guías, porque si Venezuela no tuviese guías inteligentes, Venezuela no estaría unida como está hoy, Venezuela no tendría una democracia sólida como la que tiene hoy. Unirse por encima, incluso, de todas las pasiones, unirse por encima de las antipatías que puedan haber entre unos partidos u otros partidos. [Aplausos.] Yo no he mencionado nombres para que los critiquen o para que los aplaudan, yo no estoy con ningún partido en Venezuela, ¡yo estoy con Venezuela! [Aplausos.] Y Venezuela ha de estar por encima de todos sus hombres, y Venezuela ha de estar por encima de todos los partidos. Alguien me dijo hoy, con sobrada razón: Mientras estemos unidos, estamos seguros; la desgracia de Venezuela sería que nos dividiésemos. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Unidad, unidad!”]

Repito que los cubanos estaremos al lado de los venezolanos y sabemos que los venezolanos sabrán cumplir con su deber. Ya tienen un gobierno constitucional producto de las elecciones libres y de

Venezuela unida, Venezuela cada vez más madura, Venezuela cada vez más alerta y Venezuela contando con Cuba, Venezuela con su pueblo,

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Venezuela con su riqueza, Venezuela con sus montañas, Venezuela tiene asegurado un formidable y brillante porvenir en América. [Aplausos.] Venezuela tiene asegurada su libertad. Hago votos y expreso aquí mi más ferviente deseo de que nuestros hermanos venezolanos, los hermanos que llevaron la libertad a todos los pueblos del continente, y, por lo tanto, deben ser los primeros acreedores a disfrutar de ella, de una libertad segura, porque cuando los derechos y las libertades no están seguros, no se puede decir que haya libertades o que haya derechos, porque cuando hay miedo a perderlos, no hay libertad ni hay derechos, y de que este país nunca más vuelvan a ser víctimas de la ambición y de la traición. [Aplausos.] Expreso mi más ferviente deseo, en nombre del pueblo de Cuba, de que este pueblo digno de Venezuela, de que todos sus hombres dignos, civiles o militares, más que civiles o militares, para que desaparezca esa distinción, ciudadanos armados o ciudadanos sin armas, hermanos sin castas ni intereses sectarios o de grupos —repito—, expreso mi más ferviente deseo de que todos los hombres dignos de Venezuela marchen juntos para asegurar la libertad de Venezuela, para asegurar los derechos del pueblo venezolano, de manera que la libertad de que disfruten sea una libertad segura y sin ningún temor a perderla; de modo que los derechos que disfruten sean derechos seguros y sin ningún peligro de perderlos. Estoy seguro de que Venezuela no los perderá. 154

Basta haber visto este pueblo hoy, basta haber visto este pueblo hoy para ver que un pueblo tan formidable como este, para ver que un pueblo tan digno como este, difícilmente se deje arrebatar sus derechos. [Aplausos.] Es más, estimo que no hay quien se atreva a intentar arrebatarle los derechos al pueblo de Venezuela. [Exclamaciones de: “¡No!”] Y algo más: estimo que mucho menos se atrevan a tratar de arrebatárselos ahora, cuando se ha demostrado que no hay poderes suficientemente grandes frente a un pueblo decidido a pelear, que no hay arma lo suficientemente moderna y lo suficientemente poderosa para vencer a un pueblo que luche por sus derechos [aplausos y exclamaciones], que no hay quien se atreva a intentar arrebatarle los derechos al pueblo de Venezuela cuando se ha demostrado que es falso que los pueblos sean impotentes, que es falso que los pueblos sean capaces de rendirse ahí, peleando con las armas en las manos, y que no hay ejército en el mundo capaz de mantener oprimido a un pueblo si ese pueblo se decide a pelear por su libertad, como se decidió el pueblo cubano y como estoy seguro de que se decidiría en estos instantes el pueblo de Venezuela. [Aplausos.] Hermanos de Venezuela, creo que ya he hablado bastante. [Exclamaciones de: “¡No!”.] Por hoy basta. [Exclamaciones de: “¡No!”.] Si de algo pueden estar seguros, es de que he hablado con el corazón, he dejado hablar el sentimiento [aplausos]; no sé si al dejar hablar libremente mis sentimientos haya transgredido alguna norma de la que un huésped esté obligado a guardar. 155


Yo no pretendo trazarle pautas a este pueblo, porque este pueblo es el que ha trazado siempre pautas a otros pueblos. Yo no he hecho más que hablarles a ustedes como les he hablado a mis compatriotas. Llevo en mi mente grabada la imagen de estos actos. Llevo en mi corazón el impacto de las multitudes que he visto reunirse allá y acá. Llevo dentro de mí toda esa fe que las multitudes son capaces de inyectarles a los hombres. He hablado hechos más que palabras, repito aquí, hechos como los estamos haciendo los cubanos, y las palabras también, cuando las palabras sean necesarias, como hemos hecho los cubanos, como han hecho los venezolanos. Les decía, para terminar, que no he hecho más que creerme y actuar como quien se siente entre los suyos. Difícil es imaginarme que he salido de Cuba, porque he visto aquí lo mismo que he visto en Cuba, el mismo cariño, el mismo entusiasmo. [Aplausos.] Les he hablado como les hablo a los cubanos, con la misma confianza, con la misma sinceridad y con la misma naturalidad. Me falta sólo decirles a mis hermanos de Venezuela que nunca tendrá Cuba con qué pagarles este gesto de solidaridad, que nunca tendrá Cuba con qué pagarles este formidable y grandioso apoyo moral que el pueblo de Venezuela le ha dado hoy [aplausos y exclamaciones], y que nunca, nunca tendré con qué expresarle al pueblo de Venezuela mi reconocimiento por el aliento que he recibido aquí.

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Me siento hoy con la fuerza que no me sentía ayer, y si ayer me sentía con entusiasmo, si me sentía con entusiasmo aun en los momentos más difíciles de esta lucha cuando no éramos más que un puñado de hombres, si nos sentíamos con fuerza para enfrentarnos a los intereses poderosos que no quieren que la Revolución Cubana levante cabeza, porque temen a la Revolución Cubana, sobre todo, por la fuerza de su ejemplo ante los ojos de los demás pueblos de América, este apoyo que se le ha dado a aquella nación, que es la que está allá, allá más al norte, la que está más cerca de esos intereses que la amenazan, la fuerza con que me siento para seguir adelante sin descanso y sin desmayo, esa fuerza que he recibido hoy del pueblo de Venezuela, nunca tendré palabras con qué reconocérsela. Y sólo prometo a este pueblo bueno y generoso, al que no le he dado nada y del que los cubanos lo hemos recibido todo, hacer por otros pueblos lo que ustedes han hecho por nosotros, y no considerarnos con derecho a descansar en paz mientras haya un solo hombre de América Latina viviendo bajo el oprobio de la tiranía. [Aplausos.] Con el impacto de la emoción más grande de mi vida, porque fue para mí más emocionante la entrada en Caracas que la entrada en La Habana, porque aquí lo he recibido todo de quienes nada han recibido de mí, todos los honores, muy superiores a los que merezco, y que no he visto como honores a un hombre, sino como honores a una causa, como honores más que a los que aún estamos en pie combatiendo, como honores a los bravos combatientes 157


que han caído en estos años de lucha; con el impacto de la emoción más grande de mi vida, me despido de esta imponente multitud, de mis hermanos de Venezuela. [Aplausos y exclamaciones de: “¡No!”] Ojalá que si alguna vez puedan ser expresadas o puedan ser entendidas en todo su hondo sentido, en nombre del pueblo cubano, en nombre de los principios que estamos defendiendo, en nombre de aquellos pueblos que esperan la ayuda de ustedes y de nosotros, desde lo más profundo de mi ser les digo a mis hermanos de Venezuela, que no han hecho más que darnos sin haber recibido de nosotros nada, ¡muchas gracias, hermanos de Venezuela; muchas gracias! [Aplausos y exclamaciones.]

Discurso pronunciado ante el Parlamento venezolano Caracas, Venezuela, 24 de enero de 1959

Hablan del hombre, de la Constitución, de la democracia, pero una de las cosas que más hace sufrir al pueblo es escuchar esas palabras en bocas de los tiranos, y cómo comienzan todo a disfrazarlo y todo a adaptarlo a aquella situación, que no es más que una situación de fuerza, ¡de fuerza! Es que no pueden gobernar de otra manera, sino suprimiendo todos los derechos, suprimiendo la Cámara que representa al pueblo, suprimiendo la libertad de prensa, suprimiendo la libertad de reunión, suprimiendo la libertad de expresión, todas las libertades, porque es que cuando se toma el poder por la fuerza no se puede gobernar de otra manera. Nosotros, por ejemplo, en Cuba hoy tenemos la experiencia de cómo hay paz, hay orden. Porque hablan de paz y de orden; bueno, pues nunca en Cuba ha habido más paz y más orden que los que hay hoy sin policía y sin fuerza [aplausos], porque es la paz que el pueblo quiere y el pueblo mantiene, y es el orden que el pueblo necesita y el pueblo mantiene. Pero es que se cuenta con todo el pueblo.

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Cuando se tiene en contra a todo el pueblo —y siempre estará el pueblo en contra de todo golpe militar reaccionario que se apodere del poder por la fuerza [aplausos]—, viene a resultar que es imposible, que la cámara de tortura, el exilio, las cárceles, los presidios, la policía represiva, el asesinato en la calle es consustancial de toda tiranía. No es que quieran, es que no puede ser de otra manera, o, de lo contrario, no pueden permanecer en el poder. Y por eso lo primero que hacen las dictaduras es suprimir las cámaras, todo lo que represente la voluntad del pueblo, y tratar de sustituirlo por otros organismos que resultan tan odiosos al pueblo, aunque no es lo mismo, naturalmente, después de una revolución como la que ha ocurrido en Venezuela, cuando ya se han establecido los organismos constitucionales del país, hacer las medidas con la prontitud con que se hacen bajo un gobierno provisional revolucionario, porque tienen que ajustarse a los procedimientos más lentos, a la discusión más detallada. Yo creo, sinceramente, que un gobierno constitucional puede hacer muchas leyes revolucionarias.

Venezuela ha entrado en su etapa institucional. Nosotros todavía no penetraremos, porque nosotros no tenemos miedo del Parlamento. Nosotros nos la arreglaremos para que al Parlamento vaya una verdadera representación del pueblo, eso sí; pero iremos también hacia el restablecimiento del sistema democrático constitucional y, por lo pronto, también nuestra patria, en un plazo breve, menor de dos años, tendrá su cámara de representantes y de senadores. Realmente, experimento hoy esa sensación y esa alegría de ver lo que va adelantando Venezuela. En Venezuela lo hicieron más rápidamente de lo que lo estamos haciendo en Cuba, porque, naturalmente, cada proceso se tiene que adaptar a determinadas condiciones objetivas, y Venezuela estaba necesitada de restablecer cuanto antes sus poderes constitucionales. [Aplausos.] No solo de restablecerlos, sino de defenderlos contra toda recaída.

Nosotros estamos ahora, por ejemplo, en el caso de que las leyes revolucionarias se pueden hacer por decreto; naturalmente que hay que aprovechar la circunstancia de contar con un respaldo muy grande del pueblo y un procedimiento, en este caso necesario, para decretar todas las leyes revolucionarias que el país necesita.

Así que si les permiten ustedes a un visitante que les diga algo —no a título de consejo ni mucho menos, porque no me presumo con capacidad para darle consejos a la representación del pueblo de Venezuela—, a título de compañero revolucionario que se preocupa por las mismas cuestiones que se preocupan ustedes, conociendo que muchos de los hombres que están aquí son nuevos, que la juventud está representada en el Parlamento de Venezuela en alto grado; sabiendo que la preocupación de ustedes como la preocupación nuestra es acertar, me

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permito decirles que la responsabilidad que tiene el Parlamento de Venezuela en la preservación de los derechos del pueblo y en la preservación de sus instituciones democráticas es muy grande. Recuerden, sobre todo, que el ataque de la reacción se dirige siempre contra los Parlamentos, los acusan de ineptos, los acusan de anárquicos y los acusan de incapaces de resolver los problemas del país. En la misma medida en que triunfe y tenga éxito el Parlamento de Venezuela, se irán asegurando sus instituciones democráticas; en la misma medida en que fracase el Parlamento de Venezuela en dotar al país de las leyes que el país necesita, se irá haciendo fuerte la reacción antidemocrática en Venezuela. [Aplausos.] Siempre los dictadores que practican la doctrina del gobierno unipersonal se valen de toda clase de argumentos para demostrar que el sistema de gobierno ideal no es el sistema de gobierno democrático, sino el sistema de gobierno absolutista que ellos implantan. El Congreso de Venezuela es la institución que más necesita el pueblo en estos instantes; es la institución democrática que tiene más responsabilidad con el pueblo de Venezuela. Pero como pueblo y representación congresional es la misma cosa, como los hombres que hay aquí presentes no los designó nadie de dedo, sino que los eligió el pueblo [aplausos]—, como hay una identificación absoluta entre el pueblo y sus representantes, y el pueblo de Venezuela está en pie y el pueblo de Venezuela está 162

alerta, yo estoy seguro de que el Congreso de Venezuela estará en pie y estará alerta como el pueblo de Venezuela. [Aplausos.] Los errores que cometamos, ustedes aquí y nosotros allá, no importan. El pueblo perdona los errores, lo que el pueblo no perdona, como he dicho en Cuba, me permiten decirlo aquí, son las sinvergüencerías [aplausos], las malas intenciones. Y el pueblo tiene una perspicacia extraordinaria para saber cuándo se actúa de buena fe y cuándo se actúa de mala fe, por eso los errores se perdonan; además, sobre los errores, es que se va adquiriendo la experiencia y se va aprendiendo el modo de hacer mejor las cosas. Pongo siempre un ejemplo y es el siguiente: cuando nosotros desembarcamos del Granma en las playas de Cuba, no sabíamos nada de guerra y, en consecuencia, cometimos algunos errores. Sin embargo, al cabo de dos años, o al cabo de un año, o al cabo de seis meses, ya sabíamos algo. Cada día que pasaba sabíamos más y llegó un momento en que nuestra tropa era una tropa del pueblo, de campesinos —como se dijo aquí— que no tenían tanques, ni cañones, ni aviones, y eran los que tomaban pueblos, cercaban guarniciones, se apoderaban de las vías de comunicaciones y avanzaban contra el enemigo que tenía tanques, cañones, aviones, estrategia, táctica, academia... [Aplausos.] Siempre había pasado que en las guerras los que tenían los aviones, los tanques y los cañones —ustedes lo habían visto en todas las guerras—eran 163


los que ganaban la guerra, y aquí pasó al revés [risas]: las academias se fueron por el suelo, las tácticas militares se fueron por el suelo [aplausos], las armas modernas se fueron por el suelo, o mejor dicho pasaron a manos de los obreros. [Aplausos.] Y toda aquella teoría de que los pueblos eran impotentes, aquellas teorías que de buena fe y de mala fe se hacían circular de que los pueblos eran impotentes en estos tiempos para luchar contra un dictador bien armado, aquellas teorías se fueron por tierra. Existían una serie de mentiras convencionales que ejercían un efecto deprimente sobre los pueblos, y de veras que los pueblos se sentían impotentes. ¿Quién no lo recuerda y quién no se ha sentido impotente en Cuba o en Venezuela? Cuando, por ejemplo, una mañana se despertó el pueblo y se encontró con que ya no era libre, que ya era esclavo: los tanques en la calle, las bayonetas en la calle, las instituciones son reprimidas, el que estaba acostumbrado a ir a un periódico a hacer una declaración ya no podía ir, el que estaba acostumbrado a ir al Parlamento a hacer una denuncia, una protesta, que son las armas con que estaba acostumbrado a lidiar, no podía ir al Parlamento. Y todas las instituciones y hasta los medios de acción del hombre, a los que estaba acostumbrado, desaparecidos.

pisoteadas y cómo de nada vale que la causa sea justa, que la causa sea noble, que la causa sea honrada, si quien tiene la fuerza se impone sobre ella, y los que defienden esas ideas tienen que marcharse de su tierra, o ir a parar en un calabozo? No importa que fuese un hombre educado, un hombre con aquella sensibilidad que da la cultura y da la educación, lo enviaban a la cárcel como un delincuente vulgar, como un asesino cualquiera y lo trataban peor. Por supuesto que los asesinos y los delincuentes vulgares tenían privilegios bajo la dictadura que no los tenía ningún preso político: visitas y otra serie de cosas. Hasta los libros se lo quitaban, porque en el ensañamiento, a aquel hombre perseguido, aquel hombre sufrido, aquel hombre privado de su libertad, de su familia, de sus medios, de todo, no le dejaban ni libros, ni los libros, para hacerlo sufrir. En algunos casos en que los dejaban, no era por bondad, era por desprecio hacia las ideas y hacia la cultura. [Aplausos.]

Un tanque en una esquina, un hombre con cara de perdonavidas armado de un fusil, en la calle, dispuesto a disparar a la menor protesta, ¿quién no ha vivido eso? ¿Quién no ha derramado lágrimas del corazón ante ese espectáculo? ¿Quién no ha sentido la tristeza de ver cómo las ideas son

Recuerdo que estando una vez en prisión me dejaban pasar algunos libros, pero un día me mandan El golpe de Estado, de Curzio Malaparte —no sé a quién se le ocurrió; yo, sinceramente, no practico esas teorías—, y me prohíben el libro; entonces había una biografía de Stalin, por Trotsky, y me prohíben el libro. Bueno... Sin embargo, me chocaba aquello de que no me dejaran pasar aquellos libros, y el preso siempre necesita algún pretexto para, de alguna manera, pelear aunque sea en la cárcel; enseguida escribí protestando y les tuve que decir: “Miren, señores, ese libro de El golpe de

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Estado, de Curzio Malaparte, no sirve para nada. ¿Cómo ustedes van a temer enviarme un libro, en la cárcel, que habla de la técnica del golpe de Estado, técnica que yo no he aplicado, ni pienso aplicar aquí ni mucho menos, y, además, estoy preso aquí, impotente por completo? ¡Qué absurdo es que ustedes lo prohíban!”. Entonces, como suponía que el libro de Stalin, por Trotsky, no lo enviaron por el nombre de Stalin. Dije: “Señores, si no es un libro a favor de Stalin. Es un libro contra Stalin”. En la ignorancia absoluta de estas cuestiones, caían en esas ridiculeces. Sé que, por ejemplo, a mí me dejaban pasar los libros, porque el jefe de aquella prisión —que hoy está preso, era un hombre muy despótico, un abusador, por supuesto; no pienso vengarme ni mucho menos, porque no cabe en los revolucionarios el sentimiento de venganza, pero sí casi como una enseñanza vale la pena decir las veces que nos insultó, que nos ofendió, que nos amenazó; sin embargo, ahí está. Lo dije un día, que algún día los presos seríamos los carceleros de los dictadores y de los servidores de la tiranía, y se ha cumplido: hoy están allí presos los más malos de aquella prisión— los dejaba pasar por desprecio a los libros; sentía un desprecio absoluto por todo lo que fuera ideas, cultura, y hacía gala de eso. Otros esbirros, más sutiles, más crueles, se daban cuenta de que a pesar de que despreciaban aquello, el preso sentía una satisfacción 166

en leer, en tener libros, y los privaban de ellos. Yo sé que en Venezuela ocurría eso, que a muchos presos les prohibían las visitas, les prohibían la lectura, y creo que es el acto de más crueldad que se pueda cometer con un preso. Hablaba de la impotencia que todos habíamos tenido que sufrir, todos nosotros, y los pueblos la han tenido que sufrir y nos sentíamos impotentes porque se nos quería hacer creer que lo éramos. Realmente, en mi caso personal, les puedo decir que no me sentía impotente nunca; por lo menos, en el fondo. Sentía la impotencia real, que no era más que el tiempo que debía transcurrir desde el instante en que los hombres se deciden a actuar hasta el instante en que pueden actuar. A nosotros se nos hizo muy difícil en Cuba, porque no ostentábamos, aquel grupo de hombres jóvenes, representación alguna; no ostentábamos el renombre con que se debe empezar muchas veces o que al menos hace más fácil el camino de los luchadores, y desde el principio del primer granito de arena, después de la traición del 10 de marzo, fue necesario hacerlo todo. Pocas revoluciones se presentaban tan difíciles como aquella revolución; si lo digo aquí, no es porque pretenda que se nos hagan reconocimientos especiales, porque siempre he dicho que todo el mérito de la Revolución Cubana está en el pueblo de Cuba. Sin el pueblo que tenemos nosotros, tengan la más completa seguridad de que nadie hubiera podido hacer lo que se ha hecho en Cuba. El 167


mérito nuestro fue creer en el pueblo, tener fe en el pueblo, pero fe ciega. Muchos hablan de pueblo, pero en el fondo no creen en el pueblo y tienen el sentido de que el pueblo es una masa amorfa, que se agita un día y se tranquiliza otro. [Aplausos.] Yo creo en los pueblos como en algo vivo, como en algo capaz de hacer la historia, porque son los pueblos los que han hecho la historia, no los hombres. Los hombres pueden interpretar algo, adivinar, intuir una situación histórica determinada, las cualidades de un pueblo; pero si no hay pueblo no hay ni estadistas, ni generales, ni guerreros, ni nada absolutamente. Es una verdad tan grande que si analizamos, por ejemplo, el caso de uno de los más grandes guerreros de la historia, Napoleón Bonaparte, a quien se le atribuye el genio de aquellas victorias, muy pocos se detienen a considerar por qué podía lograr aquellas victorias. Si las cosas las cambian y a los ejércitos que Napoleón derrotaba se lo ponen a sus órdenes y ponen al pueblo de Francia frente a Napoleón, Napoleón no gana una sola batalla. [Aplausos.] Del pueblo surgen los estrategas, los tácticos, los líderes, todo surge del pueblo, y nosotros acabamos de presenciar eso. Los comandantes del ejército rebelde eran unos muchachos tranquilos, pacíficos, que nunca hablaron de guerra; llegó un momento en que eran verdaderos expertos en ganar batallas. Surgieron del pueblo y les ganaron la batalla a los que habían estudiado en las academias. [Risas y aplausos.] 168

Fue entonces cuando pude comprender un poco mejor el sentido de aquellas luchas; por ejemplo, las luchas en Europa a raíz de la Revolución Francesa, y me di cuenta de que era imposible que aquellos generales y aquellos coroneles y aquellos comandantes que eran escogidos entre la aristocracia pudieran servir para nada, y que, en cambio, los generales que hicieron posible las victorias de Napoleón, los mariscales de Napoleón, eran todos oficiales que habían surgido de la masa del pueblo, habían surgido de esa cantera extraordinariamente rica en valores humanos que es el pueblo. [Aplausos.] Y aquellos hombres llenos de ímpetu, llenos de ansias de lucha, llenos de valor, al frente de un pueblo alentado por los mismos principios, aquellos soldados, que eran soldados revolucionarios, derrocaban a los ejércitos mercenarios que se les ponían en contra, a los ejércitos europeos dirigidos por una oficialidad que salía de la aristocracia y que no estaba más que de fiestas, empolvada. [Risas y aplausos.] Era lógico que cuando un mariscal de Napoleón lanzaba una carga de caballería, no quedaba nadie delante, los ejércitos eran divididos en dos y destrozados. No era el mérito de Napoleón; era el mérito del pueblo francés, del cual surgieron todos aquellos valores. Lo que ocurre es que existe la tendencia de concentrar el mérito en determinada persona para simbolizarlo. La humanidad, para hacer más fácil la forma de concebir y de expresar las ideas, tiende a simbolizarlas en determinados hombres. 169


Pero lo que decía es que el mérito nuestro, el escaso mérito de nosotros —que somos igualito que todos los demás y que no tenemos ninguna cualidad especial, distinta de los demás— es haber tenido fe en el pueblo. Si de algún modo puedo retribuir a Venezuela los honores que nos ha conferido, el cariño que nos ha demostrado, es ayudando a que el pueblo de Venezuela tenga más fe. Me iría contento si como consecuencia del triunfo de la Revolución Cubana, si como consecuencia del ejemplo que está dando Cuba, el pueblo de Venezuela se siente hoy más seguro de sí mismo y con más fe en sí mismo. [Aplausos.] Creo que si pongo un granito de arena en favor de la confianza en sí mismo del pueblo de Venezuela, de la fe en sí mismo del pueblo de Venezuela, estaré haciendo algo por Venezuela. Si en esta oportunidad, por un lado la circunstancia de que se concentre la atención de las masas en un visitante; si por un lado me impone una responsabilidad muy grande de hablar con extremo cuidado, por otro lado puedo también aprovechar la oportunidad para ayudar a que esa fe del pueblo de Venezuela en sí mismo sea mayor. Tengo la seguridad de que solo del pueblo de Venezuela depende su destino, de la fe que tenga en sí mismo, de la confianza que tenga en sí mismo.

los pueblos tenían que cruzarse de brazos; y lo que tenemos que hacerles creer a los pueblos es que a nadie se le puede arrebatar y que si se les arrebata entonces habrá revoluciones, como quiere el pueblo de Venezuela que haya. [Aplausos.] Que eso no es necesario para Venezuela, que eso no es necesario, que Venezuela puede marchar hacia adelante y tiene ante sí un espléndido porvenir por los cauces de la constitucionalidad. Creo que el pueblo de Venezuela no teme en absoluto, no teme en absoluto al porvenir, porque por cualquiera de los medios que tenga que usar la Revolución Venezolana irá adelante. [Aplausos.] A título de ilustración puedo decirles que la situación de Cuba era terrible después del 10 de marzo: divididos en numerosos partidos políticos, combatiéndose entre sí los partidos de la oposición y divididos entre sí los propios partidos. Era realmente desesperante el panorama que se presentaba en nuestra patria, las condiciones no eran propicias para el optimismo; sin embargo, aun en aquellas dificilísimas condiciones, fue claro para algunos de nosotros que aquel pueblo era capaz de reaccionar debidamente costase lo que costase.

Y si los pueblos empiezan por estar seguros de que nadie les puede arrebatar su derecho, ¡nadie se lo puede arrebatar! Porque lo que les hicieron creer a los pueblos es que sí se les podía arrebatar y

El proceso duró siete años, pero no quiere decir que cualquier proceso de esta índole tenga que durar siete años. En las circunstancias nuestras tuvo que durar siete años, en otras circunstancias puede ser que dure siete días. En Cuba, por ejemplo, el gobierno que quiso sustituir a Batista duró unas siete u ocho horas, todo lo máximo. [Risas y aplausos.]

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La conciencia del país había adelantado mucho y la conciencia del pueblo estaba preparada, que eso es lo que hay que hacer, tener al pueblo siempre orientado, tener al pueblo siempre preparado. Nosotros al pueblo lo teníamos orientado contra el golpe de Estado y lo decíamos siempre: si hay golpe de Estado, seguirá la guerra. A los que podían en un momento dado erigirse en dueños del país, les advertíamos bien claramente que estaríamos contra cualquier golpe de Estado; que, ya una vez en lucha abierta el pueblo contra la tiranía, lo único que aceptábamos era que se unieran todas las fuerzas que estuvieran contra el régimen y se unieran a la Revolución, no que se apoderaran de la Revolución. El pueblo, de una manera que asombra, había asimilado aquellas ideas y cada ciudadano sabía lo que le convenía y lo que no le convenía, de ahí la reacción unánime. Ayer dije que hubiera querido leerle a la multitud un escrito que hice a los seis días del 10 de marzo. Tiene para mí el mérito de haber sido una exclamación indignada frente a aquel hecho, y una profesión de fe en los principios y en el pueblo de Cuba. Cualquiera que en aquel momento hubiese leído aquel papel, del cual se editaron unos 200 ó 300, calcularán el efecto que puede haber hecho en una masa grande; tenían que circular clandestinamente y fueron hechos en mimeógrafo, pero no se podía hacer nada nada...

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Nosotros un día nos acostamos libres y al otro día amanecimos con Batista en el poder. ¡Nadie tenía un arma! ¡Nadie estaba absolutamente preparado para aquel hecho!, cuando de buenas a primera, el golpe del 10 de marzo, la sublevación en Columbia, no hay resistencia, se apoderan del Palacio, se apoderan de todo, y empiezan a hablar de revolución, del triunfo del pueblo, etcétera, etcétera, lo que se habla siempre en esos casos. Recuerdo aquel momento duro, terrible, momento de impotencia, de impotencia real; cuando no le quedaba a uno otra cosa que hacer que expresar una idea, escribí un manifiesto. Hay algunas palabras y nombres que los suprimo porque hacían alusión a hombres públicos de la anterior etapa, o más bien adjetivos que suprimo, porque el pueblo de Cuba está unido y en ningún sentido debo yo contribuir en este momento a que haya un ápice de desunión entre los cubanos. [Aplausos.] Por tanto, de este documento —que no es largo— suprimo nada más que los adjetivos que puedan resultar hirientes para alguien, y creo que, en aras de la unidad, está justificado. Decía así: Revolución no, zarpazo; patriotas no, liberticidas, usurpadores, retrógrados, aventureros sedientos de odio y poder. No fue un cuartelazo contra el presidente Prío, fue un cuartelazo contra el pueblo, vísperas de elecciones cuyo resultado se conocía de antemano. Se sufría el desgobierno, pero se sufría desde hace años esperando la oportunidad constitucional de conjurar el mal, y usted, Batista, que huyó cobardemente cuatro años y politiqueó inútilmente otros tres, se

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aparece ahora con su tardío, perturbador y venenoso remedio haciendo trizas de la Constitución, cuando sólo faltaban dos meses para llegar a la meta por la vía adecuada. Todo lo alegado por usted es mentira, cínica justificación, disimulo de lo que es vanidad y no decoro patrio, ambición y no ideal, apetito y no grandeza ciudadana. Bien estaba echar abajo un gobierno que había cometido muchos errores, y eso intentábamos nosotros por la vía cívica, con el respaldo de la opinión pública y la ayuda de la masa del pueblo. Qué derecho tienen, en cambio, a sustituirlo en nombre de las bayonetas los que ayer robaron y mataron sin medida. [Aplausos.] No es la paz, es la semilla del odio lo que así se siembra; no es felicidad, es luto y tristeza lo que siente la nación frente al trágico panorama que se vislumbra. Nada hay tan amargo en el mundo como el espectáculo de un pueblo que se acuesta libre y se despierta esclavo. Otra vez las botas, otra vez Columbia dictando leyes, quitando y poniendo ministros; otra vez los tanques rugiendo amenazadores sobre nuestras calles; otra vez la fuerza bruta imperando sobre la razón humana. Nos estábamos acostumbrando a vivir dentro de la Constitución. Doce años llevábamos sin grandes tropiezos, a pesar de los errores y desvaríos. Los estados superiores de convivencia cívica no se alcanzan, sino a través de largos esfuerzos. Usted, Batista, acaba de echar por tierra, en unas horas, esa noble ilusión del pueblo de Cuba. Cuanto hizo el gobierno constitucional de malo en tres años, lo estuvo usted haciendo en once. Su golpe es, pues, injustificable; no se basa en ninguna razón moral seria, ni en doctrina social y política de ninguna clase. Sólo halla razón de ser en la fuerza, y justificación en la mentira. Su mayoría está en el ejército, jamás en el pueblo; sus votos son los fusiles, jamás las voluntades. Con ellos puede ganar un cuartelazo, nunca unas elecciones limpias. Su asalto al poder carece de principios que lo legitimen. Ríase, si quiere, pero los principios son, a la larga, más poderosos que los cañones. De principios se forman y alimentan los pueblos, con principios se alimentan en la pelea, por los principios mueren.

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No llame revolución a ese ultraje, a ese golpe perturbador e inoportuno, a esa puñalada que acaba de clavar en la espalda de la república. Trujillo ha sido el primero en reconocer su gobierno, él sabe quiénes son sus amigos en la camarilla de tiranos que azotan la América. Ello dice mejor que nada el carácter reaccionario, militarista y criminal de su zarpazo. Nadie cree, ni remotamente, en el éxito gubernamental de su vieja y podrida camarilla. Es demasiada la sed de poder, es muy escaso el freno cuando no hay más constitución ni más ley que la voluntad del tirano y sus secuaces. Sé de antemano que su garantía a la vida será la tortura y el crimen. Los suyos matarán aunque usted no quiera, y usted consentirá tranquilamente porque a ellos se debe por completo; los déspotas son amos de los pueblos que oprimen y esclavos de las fuerzas en que sustentan la opresión. A su favor lloverá ahora propaganda mentirosa y demagógica en todos los voceros, por las buenas o por las malas, y sobre sus opositores lloverán viles calumnias. Así lo hicieron otros también y de nada les valió en el ánimo del pueblo. Pero la verdad que alumbre los destinos de Cuba y guíe los pasos de nuestro pueblo en esta hora difícil, esa verdad que ustedes no permitirán decir, la sabrá todo el mundo, correrá subterránea de boca en boca en cada hombre y mujer, aunque nadie la diga en público, ni la escriba en la prensa, y todos la creerán y la semilla de la rebeldía heroica se irá sembrando en todos los corazones. Es la brújula que hay en cada conciencia humana. No sé cuál será el placer vesánico de los opresores en el látigo que dejan caer como Caínes sobre la espalda humana; pero sí sé que hay una felicidad infinita en combatirlos, y en levantar la mano fuerte y decir: “No quiero ser esclavo”. Cubanos, hay tirano otra vez; pero habrá otra vez Mellas, Trejos y Guiteras. Hay opresión en la patria, pero habrá algún día otra vez libertad. Yo invito a los cubanos de valor, la hora es de sacrificio y de lucha. Si se pierde la vida, nada se pierde. Vivir en cadenas es vivir en oprobio y afrenta sumido. Morir por la patria es vivir. [Aplausos prolongados.]

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No se escribió este documento ahora, no se escribió siquiera cuando el triunfo estaba cerca, no se escribió ni aun cuando el triunfo se vislumbraba como algo muy lejano. Se escribió a los cinco días del 10 de marzo de 1952. Lo he leído aquí sin pensar siquiera, ni haber planeado que ante la Cámara de Diputados y ante el pueblo iba a tener que hablar de estas cuestiones. Realmente, para los hombres que nos hemos visto en estas últimas semanas bajo un trabajo abrumador, bien poco tiempo nos queda siquiera para meditar un rato en lo que debemos decir y son muy duras las pruebas que se nos ponen delante cuando tenemos que hablar en lugares de tanta trascendencia como éste. Pero antes de salir hacia acá, vino alguien casualmente y me dijo: “Mira, ¿te acuerdas?”, y me trajo este escrito. Sinceramente, cuando lo volví a leer lo leí con gran emoción, porque son aquellas cosas que se dijeron hace mucho tiempo cuando todo era muy distinto de lo que es hoy. Hoy tal vez parezcan las cosas fáciles, pero antes eran difíciles. Y al hablar aquí ante un pueblo como el de Venezuela, que me inspira tanta simpatía, que lo veo tan despierto, que lo veo tan combativo, no puedo menos que decirles las razones que tengo para tener la seguridad de que la libertad está asegurada en Venezuela. Comprendo los temores del pueblo de Venezuela, los sabemos todos; comprendo, incluso, la añoranza de las condiciones objetivas que se nos han presentado en Cuba. En Cuba tenemos condiciones objetivas más favorables en estos instantes. 176

No es que en Venezuela sean menos revolucionarios que nosotros, sino que no se les han presentado las mismas condiciones objetivas favorables para hacer una revolución, para hacer una limpieza como la que hemos hecho nosotros. Hasta escucho las amargas quejas de que no se haya hecho una justicia como en Cuba. También hay que tener presente cómo se ha debatido la democracia de Venezuela entre una amenaza constante, cuántas veces ha tenido que reunirse el pueblo de nuevo para defender los derechos que ha conquistado y que en esas condiciones, calculen ustedes si en Venezuela en esos días hubiesen tenido que afrontar las campañas que nosotros estamos afrontando ahora en Cuba, porque estamos fusilando a los esbirros [risas], que a los problemas que ustedes tenían se les hubieran sumado estos. Desde luego, suerte que tienen algunos esbirros. [Risas y aplausos.] Comprendo los dolores y las preocupaciones de los venezolanos. No resulta difícil comprenderlo cuando se tiene alguna experiencia en conocer los sentimientos que laten en el corazón de las multitudes, y en esos sentimientos veo la explicación de la simpatía que los venezolanos sienten por la Revolución Cubana. Pero, sobre todo, es mucho decir ya, o es mucho lograr ya que el pueblo tenga una fe y una seguridad absoluta en su destino, porque eso es todo, ¡eso es todo! La fuerza del pueblo es realmente invencible, y la fuerza del pueblo unido, pues, por supuesto, indestructible. 177


La unidad es una cuestión esencial, eso lo sabe el pueblo. Tengo la seguridad de que quien conspire en Venezuela, como en Cuba, contra la unidad, se granjea la antipatía del pueblo. [Aplausos.] Nosotros tenemos un arma formidable en Cuba: el pueblo, ésa es nuestra arma. Nosotros hoy tenemos los tanques, los cañones, los aviones, las ametralladoras, todo lo tenemos allí guardado. No lo pensamos usar absolutamente contra nadie, porque contra Cuba nunca las usaremos, ¡jamás se usarán contra los cubanos! Para Cuba nosotros tenemos un arma formidable: el pueblo, la opinión pública, porque es más poderosa que los cañones, que los tanques, que los aviones y no hace víctimas, ¡no hace víctimas! La fuerza hace víctimas; la opinión pública aplasta a los enemigos, los destruye moralmente [aplausos]; los destruye moralmente, los aplasta y no hace víctimas. Por eso es un arma tan poderosa la opinión pública y es el arma que hay que esgrimir contra todo el que intente el crimen de dividir a los venezolanos. Los venezolanos deben marchar unidos como debemos marchar los cubanos, y después tenemos que unirnos los venezolanos, los cubanos, los peruanos, los ecuatorianos, todo el mundo aquí. [Aplausos.] Esa es una verdad tan clara que la comprendemos todos.

de repente, pero sí pudiéramos, por ejemplo, suprimir las visas entre Cuba y Venezuela [aplausos], tener un pasaporte que lo mismo sirva el de Venezuela para estar en Cuba que el de Cuba para estar en Venezuela [aplausos]; intercambio de alumnos entre nuestras universidades, pero en cantidades grandes, no tres o cuatro, sino 100, 200, 300, 500, para que haya una efectiva compenetración; prestarnos, por ejemplo, una misión militar para que nos entrene allá [aplausos], y una serie de medidas de carácter económico que pudiera llegar a ser, previo estudio de las condiciones económicas de Cuba y Venezuela, que son bastante similares, suprimir las tarifas aduanales para nuestros productos. Pero esas son medidas que deben estudiarse, no se pueden, naturalmente, proponer sin previo estudio, porque, además, son honradas, no se trata de que se beneficie un grupo ni otro. Además, tenemos que quitarnos esa idea de que nadie vaya a intentar venir aquí, ni yo aquí, ni un venezolano a Cuba, a buscar beneficios para cualquiera de las dos comunidades que, en definitiva, en el corazón de ellos late el mismo sentimiento. Si las cubanos queremos a Venezuela como se quiere a Cuba, los venezolanos quieren a Cuba como se quiere a Venezuela. Son las bases de una misma patria.

Creo que es deber, tanto del gobierno de Venezuela como del gobierno de Cuba, dar los primeros pasos en ese sentido. No, eso no lo vamos a lograr

Habló aquí brillantemente el orador que me precedió en el uso de la palabra sobre ese sentimiento de los venezolanos que se proyecta hacia afuera, que lo da todo, que es como un Quijote; bueno, pues en eso nos parecemos muchísimo los cubanos

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y los venezolanos. Creo que no hay dos pueblos más parecidos y que, además, no somos los únicos pueblos que nos parecemos, existe un extraordinario parecido entre nuestros pueblos. Tenía que ser el destino de Venezuela seguir la obra del fundador de Venezuela y del Libertador de América. En los cubanos encontrarán los seguidores, los cubanos estaremos siempre con esa causa. Cuba quisiera ser —y ése es su sentimiento— parte de una gran nación, para que se nos respete, no sólo por nuestra unidad, sino por nuestro tamaño también. [Risas y aplausos.] Debe ser el ideal consciente de todo hombre de preocupaciones por el destino, destino que está cada vez más unido, aunque no queramos. Estábamos separados y ya sabemos lo que nos pasó: se pusieron de acuerdo los dictadores y conspiraron descaradamente, descaradamente conspiraron contra las instituciones democráticas en Cuba, en Venezuela, en Perú y en todos estos países. Ya sabemos lo que nos pasó y esa experiencia nos enseña; además, el signo de los tiempos es que en aquellas comunidades humanas que tienen los mismos intereses, las mismas razas..., hasta en Europa, que siempre ha vivido tan dividida y en guerras constantes, hay una tendencia hacia la unión de países que son, sin embargo, de razas distintas. Los latinoamericanos no nos vamos a quedar a la zaga del mundo, bastante hemos estado ya en la cola; vamos a adelantar, vamos a hacer lo que es 180

un mandato de los tiempos. Y, además, ése fue un ideal de los que fundaron esta república; yo estoy seguro de que no las concibieron así. Bolívar no concibió a América así, no la concibió así, concibió otra América. Y, como si adivinara cuál iba a ser su destino, durante largos años sufrió en vida lo que sufrió, porque aquella inteligencia clara que adivinaba el porvenir, aquel estadista que era Bolívar, comprendió las dificultades en que nos íbamos a encontrar, y, claro, esas dificultades que, en sí ya existían, vinieron a aumentarlas los traidores, los parásitos, los grupitos de ambiciosos que tanto daño le han hecho a la América. Valdría la pena hacer una estadística de los crímenes que han cometido las camarillas dictatoriales, de los millones de pesos que se han robado y ése sería el único saldo de lo que han hecho en un siglo con América. Y también en hacer un recuento de los hombres que han muerto en toda América en las luchas por la democracia y la libertad y los derechos de los pueblos, y el progreso y la legítima felicidad de los pueblos. Los millones de hombres que se han sacrificado durante más de un siglo para comprender mejor la obligación que tenemos de salir de este letargo, de esta rutina en que hemos vivido los políticos de América para volar más alto. Cambiar la lista de los intereses mezquinos que tenemos en nuestras localidades, que no vale ni la pena sacrificarse por esas cosas. Yo no veo qué placer pueda tener nadie en pasar todos estos trabajos que pasa un político, un hombre, por los beneficios que han obtenido. 181


Creo que vale la pena sacrificarse por las cosas grandes, que todos los políticos, los revolucionarios de América nos sacrifiquemos por cosas grandes, que pongamos la vista en fines más altos; que, por lo pronto, empecemos a hablar de estas cosas que parecía como si los hombres públicos tuvieran vergüenza de hablar de ellas. [Aplausos.] ¡Parecía como si los hombres públicos tuviésemos vergüenza de hablar de las ideas de Bolívar, de Martí y de los grandes hombres de América! [Aplausos.] Fuera lógico, porque el ambiente resultaba demasiado mezquino y demasiado miserable; estaba enrarecido el ambiente de América y el ambiente de América se está purificando. Vamos a ver de aquí a un año, y ojalá no haya que esperar a enero, porque hasta en eso hemos estado igualitos los venezolanos y los cubanos [risas y aplausos], para que podamos contar a los pueblos de Nicaragua, de Santo Domingo y de Paraguay en el concierto de... [Aplausos.]

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“Vine a Venezuela —dijo Fidel— por un sentimiento de gratitud”; y recordó que Simón Bolívar tenía entre sus planes lograr la libertad de Cuba.


Discurso pronunciado en la Magna Asamblea Popular celebrada por el pueblo de Cuba Plaza de la República, La Habana, Cuba. 2 de septiembre de 1960

ciudadanos:

Fidel Castro junto a José Martí en una sola idea.

Resulta evidente que cada uno de ustedes, desde el sitio en que se encuentran, no puede tener una idea siquiera de la inmensidad de la muchedumbre que se ha reunido en la tarde de hoy. Es un verdadero mar humano, que se pierde de un extremo a otro de la Plaza Cívica. Para nosotros, los hombres del Gobierno Revolucionario, que hemos visto muchas reuniones del pueblo, ésta es de tal magnitud que no deja de impresionarnos profundamente, y que nos hace ver la enorme responsabilidad que ustedes y nosotros llevamos sobre nuestros hombros. El pueblo se ha reunido hoy para discutir importantes cuestiones, sobre todo de orden internacional. Pero, ¿por qué no ha quedado apenas nadie en su casa? ¿Por qué ha sido ésta la más grandiosa reunión que ha celebrado nuestro pueblo, desde el


triunfo de la Revolución? ¿Por qué? Porque nuestro pueblo sabe lo que está defendiendo, nuestro pueblo sabe la batalla que está librando. Y como nuestro pueblo sabe que está librando una gran lucha por su supervivencia y por su triunfo, y puesto que nuestro pueblo es batallador y valiente, por eso están aquí presentes los cubanos.

¿Y qué se estaba discutiendo allí? Se estaba jugando allí con el destino de nuestra patria; se estaba cohonestando allí las agresiones a nuestra patria; se estaba afilando allí el puñal que en el corazón de la patria cubana quiere clavar la mano criminal del imperialismo yanqui. [Exclamaciones de: “¡Cuba sí, yanquis no!”]

Y es lástima que hoy, cuando vamos a discutir aquí las mismas cuestiones que se discutieron en Costa Rica, no estuvieran aquí sentados los 21 cancilleres de América. [Exclamaciones de: “¡Fuera!”] Es lástima, es lástima que no se encuentren presentes para que tuvieran la oportunidad de ver al pueblo que condenaron en la reunión de Costa Rica. Es lástima que no se encuentren presentes para que pudieran comparar cuán distinto es el lenguaje diplomático de las cancillerías y el lenguaje de los pueblos.

Pero, ¿por qué querían condenar a Cuba? ¿Qué ha hecho Cuba para ser condenada? ¿Qué ha hecho nuestro pueblo para merecer la Declaración de Costa Rica? ¡Nuestro pueblo no ha hecho otra cosa que romper las cadenas! [Aplausos.] Nuestro pueblo no ha hecho otra cosa, sin perjudicar a ningún otro pueblo, sin quitarle nada a ningún otro pueblo, que luchar por un destino mejor. Nuestro pueblo no ha querido otra cosa que ser libre; nuestro pueblo no ha querido otra cosa que vivir de su trabajo, y nuestro pueblo no ha querido otra cosa que vivir del fruto de su esfuerzo; nuestro pueblo no ha querido otra cosa que sea suyo lo que es suyo, que sea suyo lo que es de su tierra, que sea suyo lo que es de su sangre, que sea suyo lo que es de su sudor. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Fidel, seguro, a los yanquis dales duro!”]

Allá, desde luego, habló nuestro canciller en nombre de nuestro pueblo. [Ovación.] Pero, los que lo escuchaban, en una parte considerable de los allí reunidos, no estaban representando a sus pueblos. Si allá, en Costa Rica, se hubiesen reunido hombres que representaran el interés verdadero y el sentir verdadero de los pueblos de América, sobre todo de los pueblos de América Latina, jamás se habría articulado una declaración como la que pronunciaron contra los intereses de un pueblo de América, y contra los intereses de todos los pueblos hermanos de América. [Aplausos.]

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Los cubanos no han querido otra cosa sino que sean suyas las determinaciones que guían su conducta; ¡que sea suya, y suya solo la bandera de la estrella solitaria que ondea en nuestra patria! [Aplausos.] Que sean suyas sus leyes; que sean suyas sus riquezas naturales; que sean suyas sus

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instituciones democráticas y revolucionarias; que sea suyo su destino; y que ese destino no tiene derecho a interferirlo ningún interés por poderoso que sea, ninguna oligarquía y ningún gobierno por poderoso que sea. [Aplausos.] Y debe ser nuestra la libertad, porque la libertad nos ha costado muchos sacrificios conquistarla; y debe ser nuestra y plena la soberanía, porque por la soberanía ha venido luchando nuestro pueblo desde hace un siglo; y debe ser nuestra la riqueza de nuestra tierra y el fruto de nuestro trabajo, porque por eso se ha tenido que sacrificar mucho nuestro pueblo; y todo cuanto hay aquí creado lo ha creado el pueblo; y todo cuanto hay aquí de riqueza, lo ha producido nuestro pueblo con su sudor y su trabajo. [Aplausos.] Nuestro pueblo tenía derecho a ser un día pueblo libre; nuestro pueblo tenía derecho a regir un día sus propios destinos; nuestro pueblo tenía derecho a contar un día con gobernantes que no defendieran los monopolios extranjeros, con gobernantes que no defendieran intereses privilegiados, con gobernantes que no defendieran a los explotadores, sino con gobernantes que pusiesen los intereses de su pueblo y de su patria por encima de los intereses del extranjero voraz; con gobernantes que pusiesen los intereses del pueblo, los intereses de sus campesinos, los intereses de sus obreros, los intereses de sus jóvenes, los intereses de sus niños, los intereses de sus mujeres, los intereses de sus ancianos, por encima de los intereses de los privilegiados y de los explotadores. [Aplausos.] 188

Cuando la Revolución llega al poder el 1º de enero de 1959, hace poco más de año y medio, ¿qué había en nuestra patria? ¿Qué había en nuestra patria como no fuesen lágrimas, sangre, miseria y sudor? ¿Qué había para nuestros campesinos en nuestra patria? ¿Qué había para los niños en nuestra patria? ¿Qué había para los trabajadores en nuestra patria? ¿Qué había para las familias humildes en nuestra patria? ¿Qué había imperado hasta ese día en nuestra patria? Había imperado la explotación más inhumana; había imperado el abuso; había imperado la injusticia; había imperado el saqueo sistemático de los fondos públicos por los políticos rapaces; había imperado el saqueo sistemático de las riquezas nacionales por monopolios extranjeros; había imperado la desigualdad y la discriminación; había imperado la mentira y el engaño; había imperado el sometimiento a los designios extranjeros; había imperado la pobreza. Cientos y cientos de miles de familias vivían sin esperanzas en sus humildes bohíos; cientos y cientos de miles de niños no tenían escuelas; más de medio millón de cubanos no tenían trabajo, y los cubanos negros tenían menos oportunidad que nadie de encontrar trabajo [aplausos]; los guajiros vivían en las guardarrayas; los obreros cañeros trabajaban sólo unos meses al año, y pasaban hambre, ellos y sus hijos, el resto del tiempo. El vicio, el juego, y todos sus análogos, imperaban en nuestro país; era explotado el agricultor; era explotado el pescador; era explotado el trabajador; era explotado el pueblo en su inmensa mayoría. 189


Para el pueblo no se hacía nunca nada; para el pueblo no se levantaba ninguna medida de justicia, para librar al pueblo de su hambre, para librar al pueblo de su pobreza, para librar al pueblo de su dolor y su sufrimiento; para librarlos a ustedes, ciudadanos cubanos, para librarlos a ustedes, hombres y mujeres, ancianos y niños, para librarlos a ustedes, a esta inmensa multitud que aquí se reúne, para librar a la nación cubana, para hacer algo por ella, para hacer algo en bien de ella, no se hacía absolutamente nada. [Aplausos.] Y el pueblo tenía que soportar impotente; el pueblo tenía que pagar los alquileres más altos del mundo en nuestra patria; el pueblo tenía que pagar las tarifas eléctricas más altas del mundo en nuestra patria; el pueblo tenía que pagar los servicios telefónicos de acuerdo con los intereses de una compañía extranjera que le arrancó concesiones a un gobierno tiránico, cuando la sangre de nuestra heroica juventud estudiantil estaba aún caliente en los pavimentos del Palacio Presidencial. [Aplausos.] En las reservas monetarias de la nación quedaban solamente 70 millones; nuestro país, en comercio desigual con Estados Unidos, había pagado en 10 años 1.000 millones de dólares más de los que ellos nos habían pagado a nosotros por nuestros artículos. No había fábricas; ¿quién iba a poner las fábricas para los cientos de miles de cubanos que estaban sin trabajo? No había planes de agricultura; no había planes de industria; ¿quién se iba a preocupar por poner industrias?

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Y el pueblo, ¿qué podía hacer? ¿Qué podía hacer el obrero azucarero? ¿Qué podía hacer el obrero cañero? ¿Qué podía hacer el trabajador? Al trabajador no le quedaba más que su mísero salario; al trabajador no le quedaba más que el pedazo de pan que escasamente podía llevar a sus hijos hambrientos. Las ganancias se las llevaban los monopolios extranjeros; las ganancias las acumulaban los poseedores...; las ganancias las acumulaban los intereses que se nutrían a costa del trabajo del pueblo. Y ese dinero, o se guardaba indefinidamente en los bancos, o se invertía en todo género de lujos, o, principalmente, marchaba al extranjero. ¿Quién iba a poner las fábricas para los cientos de miles de cubanos que estaban sin trabajo? Y como la población cubana crecía, y como cada año más de 50.000 jóvenes arribaban a la mayoría de edad, ¿de qué iban a vivir? ¿De qué iba a vivir la población creciente de nuestra patria? ¿De qué iban a vivir los campesinos, los hijos de los campesinos, cuando ellos no tenían ni trabajo ni tierra? ¿De qué iba a vivir una población que se multiplicaba, y cuyo crecimiento humano era mucho mayor que el crecimiento de su industria y de su economía? El pueblo carecía de todas las oportunidades. ¡Ah, el hijo del campesino, o el hijo de un obrero, el hijo de una familia humilde cualquiera, muy difícilmente podía aspirar a llegar a ser algún día un profesional, un médico, un ingeniero, un arquitecto o un técnico universitario! Había hijos de familias pobres que, a costa de extraordinarios sacrificios, podían llegar a los estudios superiores; pero la 191


inmensa mayoría de los hijos de nuestras familias muchas veces no tenían oportunidad siquiera de aprender las primeras letras, y había regiones enteras de Cuba donde nunca habían visto un maestro. Nuestro pueblo no tenía acceso sino al trabajo, ¡si lo encontraba! Para nuestro pueblo quedaba siempre lo peor; para nuestro pueblo no había nunca un campo de recreo; para nuestro pueblo no había nunca una calle; para nuestro pueblo no había nunca un parque, y había muchos pueblos donde si había algún parque, a unos ciudadanos —los ciudadanos negros—, no los dejaban pasear en ellos. [Aplausos.] Eso fue lo que encontró la Revolución al llegar al poder: un país económicamente subdesarrollado, un pueblo que era víctima de todo género de explotación. Eso fue lo que la Revolución encontró después de una lucha heroica y sangrienta. Y las revoluciones no se hacen para dejar las cosas como están; las revoluciones se hacen para rectificar todas las injusticias. Las revoluciones no se hacen para proteger y apañar privilegios; las revoluciones se hacen para ayudar a los que necesitan ser ayudados; las revoluciones se hacen para implantar la justicia, para ponerle fin al abuso, para ponerle fin a la explotación. Y nuestra Revolución se hizo para eso, y con ese fin cayeron los que cayeron. Y para lograr ese propósito se hicieron tantos sacrificios. La Revolución venía a arreglar la patria; la Revolución venía a hacer lo que hacía mucho tiempo que cada cubano estaba pidiendo que se hiciera. 192

Cuando cada cubano analizaba impotente la vida de nuestro país y el cuadro en que se desenvolvía la vida nacional, siempre decía una cosa: “Esto hay que arreglarlo, hace falta que esto se arregle; hace falta que algún día esto se arregle”. Y los más optimistas decían: “Algún día esto se arreglará”. Por arreglar a su país venían luchando desde hace mucho tiempo los cubanos. Pero había una fuerza muy poderosa que nos impedía arreglar nuestro país. Esa fuerza era la penetración imperialista de Estados Unidos en nuestra patria; esa fuerza fue la que frustró nuestra plena independencia; esa fuerza fue la que no dejó penetrar a Calixto García y a sus bravos soldados en Santiago de Cuba; esa fuerza fue la que impidió al ejército libertador hacer la revolución en los inicios de la república; esa fuerza fue la que determinó, desde los primeros momentos, los destinos de nuestra patria; esa fuerza fue la que permitió el apoderamiento de los recursos naturales y de las mejores tierras de nuestra patria, por intereses extranjeros; esa fuerza fue la que se arrogó el derecho a intervenir en los asuntos de nuestro país; esa fuerza fue la que aplastó cuantas revoluciones trataron de hacerse; esa fuerza fue la que se asoció siempre a todo lo negativo, a todo lo reaccionario y a todo lo abusivo que había en nuestro país. Esa fuerza fue la que impidió que en nuestra patria se hubiera hecho una revolución antes. Y esa fuerza es la que nos trata de impedir que nosotros arreglemos a nuestro país ahora. Esa es la fuerza que mantuvo a la tiranía; esa fuerza fue la que entrenó a los esbirros de la 193


tiranía, la que armó a los soldados de la tiranía, la que facilitó armas, aviones y bombas al régimen tiránico, para mantener a nuestro pueblo en la peor opresión. Esa fuerza ha sido el enemigo principal del desarrollo y del progreso de nuestra patria; esa fuerza ha sido la causa principal de nuestros males; esa fuerza es la que se empeña en que la Revolución Cubana fracase; esa fuerza es la que se empeña en que los criminales de guerra vuelvan, en que los explotadores vuelvan, en que los monopolios vuelvan, en que los latifundios vuelvan, en que la miseria vuelva, en que la opresión vuelva a nuestra patria. [Aplausos.] Los cubanos tienen que ver con mucha claridad que el imperialismo, que es esa fuerza a que nos referíamos, trata de impedir que nuestro pueblo alcance su pleno desarrollo; tienen que comprender que esa fuerza no quiere que ustedes, los cubanos, puedan alcanzar un estándar de vida más alto; no quiere que sus hijos se eduquen; no quiere que nuestros obreros perciban el fruto de su trabajo; no quiere que nuestros campesinos perciban el fruto de su tierra; no quiere, en fin, que nuestro pueblo pueda crecer, que nuestro pueblo pueda trabajar y que nuestro pueblo pueda tener un destino mejor. Nuestro pueblo no había tenido oportunidad hasta hoy de comprender estas grandes verdades. A nuestro pueblo le ocultaban la verdad, a nuestro pueblo lo engañaban miserablemente, a nuestro pueblo lo mantenían dividido y confundido. Nuestro pueblo no había tenido oportunidad nunca de discutir estos problemas de tipo internacional; el 194

pueblo no sabía una palabra de lo que conversaba el embajador norteamericano con los gobernantes; el pueblo no sabía una palabra de lo que tramaban los cancilleres; el pueblo no contaba para nada; al pueblo no se le reunía para darle cuenta de sus problemas; al pueblo no se le reunía para orientarlo, al pueblo no se le reunía para decirle la verdad. Los destinos de nuestros pueblos eran decididos en la cancillería norteamericana; nuestro pueblo no contaba para nada en los destinos del país. ¿Podía Cuba seguir resignada a esa suerte? ¿Podían los cubanos seguir soportando aquel sistema? [Exclamaciones de: “¡No!”.] ¿Qué han hecho los cubanos? Lo único que han hecho los cubanos es rebelarse contra todo eso; lo que han hecho los cubanos es liberarse de todo eso. [Aplausos.] En su empeño de hacer fracasar la Revolución, comenzaron por calumniarla, comenzaron por hacer una campaña contra ella en todo el mundo, para aislarnos de los pueblos hermanos del continente y para que el mundo no supiera lo que nuestra Revolución estaba realizando. Después, cuando fracasaron los intentos de desacreditar a la Revolución, de dividir a la Revolución, y de frenar a la Revolución, comenzaron las agresiones más o menos directas, comenzaron los bombardeos a nuestros cañaverales, comenzaron las incursiones aéreas sobre nuestro territorio, continuaron las maniobras para dejarnos sin petróleo, y concluyeron agrediendo nuestra economía y arrebatándonos casi un millón de toneladas de nuestra cuota azucarera.

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Esa era una política agresiva contra nuestro país; era un acto que violaba el derecho internacional; era un acto que constituía una agresión económica a un país pequeño, a fin de hacerlo desistir en su propósito revolucionario; era una agresión económica para obtener un resultado político. La nación más pequeña había sido agredida; la nación pequeña había visto sus campos bombardeados e incendiados por aviones que procedían de Estados Unidos. Era lógico que en cualquier reunión de cancilleres no se fuese a condenar a Cuba; era lógico que en cualquier reunión de cancilleres se condenase a Estados Unidos por sus agresiones a un país pequeño. Lo absurdo era que el país pequeño fuese a ser condenado por los cancilleres, precisamente para servir los designios del poderoso país agresor. Y eso es lo que vamos a discutir hoy en esta asamblea general nacional del pueblo de Cuba.

jamás se reunió semejante multitud; en los anales de la historia de América jamás se vio un acto semejante. [Aplausos.] Los cubanos podemos hoy hablarle a América; los cubanos podemos hoy hablarle al mundo. Aquí no se ha reunido un grupito de “sargentos” políticos; aquí no se ha reunido un puñadito de mercenarios; ¡aquí se ha reunido hoy el pueblo! [Aplausos.] Los que quieran saber lo que es un pueblo reunido, ¡que vengan y vean esto!; los que quieran saber qué es un pueblo democrático, ¡que vengan y vean esto!; los que quieran ver lo que es un pueblo rigiendo sus propios destinos, ¡que vengan y vean esto!; los que quieran saber qué es una democracia, ¡que vengan y vean esto!

En primer lugar, ¿por qué es ésta una asamblea general del pueblo? ¿Qué quiere decir esto de una asamblea general del pueblo? Quiere decir, en primer lugar, que el pueblo es soberano, es decir, que la soberanía radica en el pueblo y que de él dimanan todos los poderes. [Aplausos.] El pueblo de Cuba es soberano. Nadie podría discutir que aquí está representada la mayoría del pueblo; nadie podría discutir que aquí está representado el pueblo. En los anales de la historia de nuestra patria jamás se reunió semejante multitud; en los anales de la historia de nuestra patria jamás se vio un acto semejante; en los anales de la historia de América

Nosotros hoy podemos hablarle a América y al mundo, porque le hablamos con la palabra... [Exclamaciones de: “¡Fidel, Fidel, Fidel!”] Podemos hablarle a América y al mundo, porque no habla un grupo de hombres que diga representar a un pueblo, como hablaron los que dijeron representar allí a los pueblos hermanos de América. ¡Podemos hablarle a América con la voz, con la aprobación y con el apoyo de una nación entera! Y los que en América, los que en América digan que hablan en nombre de sus pueblos, ¡que reúnan a sus pueblos! Los que en América dicen que representan a los pueblos y que fueron allá, a Costa Rica, a hablar en nombre de sus respectivos pueblos, ¡que reúnan a sus respectivos pueblos! Los que en América, los que en América se llaman demócratas, ¡que reúnan a sus pueblos, como lo

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hemos reunido nosotros hoy aquí, para tratar con sus pueblos los problemas de América! Y para que los acuerdos de cualquier congreso internacional tengan validez, es necesario que cuenten con la aprobación del pueblo. Si ellos quieren que nosotros acatemos los acuerdos de Costa Rica, ¡que los sometan a la aprobación de sus respectivos pueblos! [Aplausos y exclamaciones de: “¡Fidel, Fidel!”; “¡Cuba sí, yanquis no!”; “¡Fidel, seguro, a los yanquis dales duro!”; “Fidel, Fidel, ¿qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él?”.] Es un principio, es un principio elemental de derecho público, que ningún canciller puede comprometer a su país en actos de derecho internacional, si ese acto no cuenta con la aprobación del pueblo. Un representante de cualquier país no va a una reunión internacional por su propio derecho. Nadie tiene derecho por su propia cuenta a comprometer la conducta internacional de un país, y los que van sin representar a los países, a comprometer la conducta de los países, no comprometen tal conducta. Todo acto que se haga por encima de la voluntad soberana de los pueblos, es un acto nulo, carece de validez. Por tanto, la validez de la declaración de Costa Rica depende no de los cancilleres, depende de los pueblos, y al pueblo de Cuba no le pueden venir con el cuento de que esa declaración tenga validez, porque ellos dicen representar a los pueblos, ¡no!, a nosotros hay que probarnos que ése 198

es el sentimiento de los pueblos. [Aplausos.] Y nosotros le pedimos al gobierno de Venezuela, al gobierno de Perú, al gobierno de Chile, al gobierno de Argentina, al gobierno de Brasil, al gobierno de Ecuador, al gobierno de Costa Rica; es decir, les pedimos, respetuosamente, a los gobiernos de América que convoquen a sus pueblos en asamblea general y les sometan la Declaración de Costa Rica. [Aplausos.] Y que no digan, que no digan que no pueden; ¡estamos hablando democráticamente, estamos hablando democráticamente!, porque nosotros sí podemos hablar de democracia; nosotros sí que enseguida reunimos al pueblo y que el pueblo decida. [Aplausos y exclamaciones.] Porque, ¿por qué el Presidente de Venezuela no reúne al pueblo? [Exclamaciones.] Nosotros invitamos respetuosamente al Presidente de Venezuela a que reúna en Caracas al pueblo de Venezuela y le someta la Declaración de Costa Rica. Nosotros invitamos, respetuosamente, al Presidente de la Argentina [abucheos y exclamaciones] a que reúna en Buenos Aires, en asamblea general, al pueblo de la Argentina y le consulte, como nosotros lo estamos haciendo aquí, sobre la Declaración de Costa Rica. [Exclamaciones.] Nosotros invitamos, respetuosamente, al gobierno de Uruguay a que reúna en la capital de su país al pueblo de Uruguay y lo consulte sobre la Declaración de Costa Rica. Nosotros invitamos, respetuosamente, al gobierno de Chile a que reúna en 199


la capital [Exclamaciones.] —¡no, ustedes no digan nada! ¡Vamos a esperar a ver si lo reúnen!—, que reúnan al pueblo de Chile en la capital y lo consulten sobre la Declaración de Costa Rica. Invitamos, así, al gobierno de Perú, al gobierno de Ecuador, y ya no hablar, por supuesto, del gobierno de Nicaragua, o de Guatemala, o de Paraguay, porque ya eso es una broma, ya eso es una broma. ¡No, no voy a hablar de esos gobiernos tiránicos, como el de Nicaragua ni el de Paraguay, no, no! ¡Vamos a hablar de esos que se llaman gobiernos democráticos y democracia viene de pueblo! ¡Democracia quiere decir gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo! [Aplausos y exclamaciones de: “¡Con OEA y sin OEA, ganaremos la pelea!”] Y el que no reúna al pueblo, el que no reúna al pueblo, ¡ése no es demócrata!; el que no consulte al pueblo, ¡ése no es demócrata! ¡Para ser demócrata hay que consultar al pueblo! [Exclamaciones de: “¡Eso solo se da en Cuba!”] Y ésta sí que es una representación, porque aquí no hay “pucherazo”, ni hay fraude, ni hay voto comprado, ni hay sargento político, ni hay maquinaria, ni hay botella, ni hay nada; ¡esto sí es puro! [Aplausos.] Esta sí que es una democracia limpia de impurezas, limpia de impurezas, es una democracia verdaderamente “pasteurizada” [Risas y aplausos.] Y que no nos digan que la otra es más democracia que esta; que la democracia del sargento político, del “pucherazo”, de la botella, de la politiquería, del soborno, de la compra de conciencias, de la coacción, de la maquinaria política, es más pura que ésta. 200

¿Puede haber algo más puro que una reunión de todo el pueblo? [Exclamaciones de: “¡No!”] ¿Alguien trajo al pueblo a la fuerza? [Exclamaciones de: “¡No!”] ¿Alguien le pagó al pueblo para que viniera? [Exclamaciones de: “¡No!”] El que vino aquí y está pasando el trabajo que están pasando ustedes, porque nosotros sabemos que en una multitud apretada son muchas las personas que se desmayan, y son muchas las personas... Nosotros sabemos la sed que ustedes están pasando, nosotros sabemos el sacrificio que ustedes están haciendo [Exclamaciones de: “¡Lo que sea!”, “¡lo que sea!”]. Cuando cualquiera de ustedes viene desde tan remotos lugares como la provincia de Oriente, o la provincia de Camagüey, o de Las Villas, o de Matanzas, o del interior de La Habana, o de los barrios más apartados de la capital, viene aquí, se está horas y horas y permanece a pie firme, hace todos esos sacrificios, lo está haciendo absolutamente espontáneo, lo está haciendo de manera absolutamente espontánea. Cada uno de ustedes siente que ése es su deber y viene aquí porque entiende que ése es su deber, y que ustedes tienen deberes grandes con su patria, y que ustedes tienen que defender su patria, y que ustedes tienen que poner el nombre de su patria bien alto, y que ustedes tienen que levantarse contra la calumnia. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Lo que sea!”, “¡lo que sea!”] Y porque ustedes saben, ustedes saben que tenían que enviarles un mensaje a los pueblos hermanos de América, y porque ustedes saben que 201


tenían que darle una respuesta a la Declaración de Costa Rica, y porque ustedes saben que el pueblo entero debía decir presente, porque es un pueblo consciente de sus deberes, porque es un pueblo que siente cómo está realizando un gran rol histórico, que siente cómo está defendiendo una causa muy noble, que siente cómo se ha convertido en la antorcha de 200 millones de seres humanos que padecen hoy las mismas cosas que ustedes estaban padeciendo antes aquí. [Aplausos.] ¡Ah!, ¿qué quiere decir eso? Que el pueblo marcha unido, porque el pueblo sabe que sus intereses son los que cuentan, que su voluntad es la que cuenta, que en su patria hoy no se hace absolutamente nada, como no sea para su bien. Y así deben ser todos los gobernantes, todos los gobernantes deben existir para hacerle el bien a su pueblo, ¡no para robar, no para saquear, no para vender a su pueblo, no para traicionar a su pueblo! [Aplausos.] Y por eso, por eso nosotros, que sí podemos hablar en nombre de la democracia, es que planteamos esto, y se lo planteamos a los gobiernos de América, y nosotros esperamos que no se ofendan por esto, porque nosotros no les estamos planteando nada malo, nosotros no les estamos planteando nada más que reúnan al pueblo y que todo el pueblo reunido diga la última palabra sobre la Declaración de Costa Rica, y si el pueblo no le da su aprobación, ¡la Declaración de Costa Rica no tiene validez para nosotros! [Aplausos.] Y esperamos que ningún gobierno demócrata de América se ponga bravo porque nosotros le pidamos que reúna al pueblo. 202

Ya que dicen que somos nosotros los que nos estamos apartando de la familia norteamericana, nosotros les estamos diciendo que no, que los que se han apartado de la familia norteamericana, es decir, la familia latinoamericana, para asociarse al imperio yanqui explotador son los que fueron allí a Costa Rica; ésos sí se están apartando de la familia latinoamericana, ¡nosotros no! Al contrario, nosotros queremos que nuestra familia, los pueblos de América Latina, se reúnan y digan la última palabra, porque ésa sí es nuestra familia, ¡los pueblos de América Latina sí son nuestra familia! [Aplausos.] Pero, ¿qué ocurre? ¿Qué hizo el imperio? Nos quita nuestra cuota azucarera y, entonces, la reparte entre todos esos gobiernos que tenían que condenar la acción. Es decir que nosotros fuimos el país víctima; el gobierno norteamericano nos quita nuestra cuota y, antes de ir a discutir allí, la reparte entre los jueces. ¿Qué ha hecho el gobierno de Estados Unidos? ¡Un acto de soborno!, fue a ofrecerles a los jueces la parte que nos había quitado de nuestra cuota. Pero, además, otra cosa: mientras se está discutiendo en Costa Rica, acuerdan un crédito de 600 millones de dólares para repartir entre los gobiernos, es decir, entre las oligarquías de América Latina. ¿Cómo es posible que, en medio de una conferencia, un gobierno que se respete a sí mismo y respete a los demás, vaya allí con un crédito de 600 millones de dólares, ofreciéndoselo a los países que están discutiendo? ¿Cómo puede concebirse que esa sea una política moral?

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Es una política inmoral la política del gobierno de Estados Unidos, que le quita a Cuba su cuota y la reparte entre las oligarquías, adopta un crédito de 600 millones de dólares en medio de la conferencia y lo reparte a las oligarquías, pero con eso, con eso podrán comprar a las oligarquías, ¡pero con eso no podrán comprar a los pueblos!; si no, ¡que vayan y les pregunten a los pueblos! [Aplausos.] Que vayan y les pregunten a los pueblos, para que vean que los pueblos van a hacer igual que nosotros, que les van a decir: “No, no, lo que queremos es que las minas sean de nosotros, y que el petróleo sea de nosotros, y que las industrias sean de nosotros, y que los monopolios se vayan para su casa, que no necesitamos sus dólares”. ¡Eso es lo que les van a decir los pueblos! [Aplausos.] Porque, ¿qué es lo que quiere el pueblo de Venezuela, que le den dólares? ¡No, lo que quiere es que no le lleven los dólares de allí! Eso es lo que quiere, que no le lleven su petróleo, que no estén agotando sus recursos naturales; lo que quiere el pueblo de Venezuela es que le devuelvan su petróleo, sus minas y sus recursos naturales, para ellos desarrollar sus recursos naturales y progresar; eso es lo que quiere el pueblo de Venezuela. Y eso es lo que quieren los pueblos. Los pueblos saben que ese dinero se queda entre las manos de la oligarquía, de los latifundistas, de los explotadores, de todos los que dirigen allí la política de esos países; los pueblos saben que ellos no reciben nada. Por eso, ésa es una diplomacia que se trajina en secreto, en que a los pueblos 204

no les dicen nada, los pueblos son simples espectadores, y no son consultados cuando se toman estas determinaciones. Por eso, nosotros le decimos al imperialismo que lo que vale no es la opinión de la oligarquía, que las oligarquías se pueden vender; pero los pueblos hermanos de América ¡jamás se venderán por ningún oro del imperialismo yanqui! [Aplausos.] Fueron allí a discutir, con la bolsa en una mano y con el garrote en la otra. De más está decirles que aunque no hubieran llevado la bolsa, hubieran obtenido la Declaración de Costa Rica. ¿Por qué? Porque llevaban el garrote. Pero, además, aunque no hubieran llevado el garrote, hubieran votado con el imperialismo. ¿Saben por qué? Porque los latifundistas de América no quieren que haya reforma agraria; los monopolios de América no quieren que haya reforma agraria; los explotadores en América Latina no quieren que haya justicia en América Latina. Y entonces ellos, de puro miedo a una revolución que aquí acabó con todos los privilegios, que acabó con los latifundios, que acabó con la explotación, de puro miedo a una revolución como ésta, y de puro miedo a que los pueblos se contagien del espíritu revolucionario de Cuba, votan contra Cuba, porque lo que quieren es que sea destruido el ejemplo de la Revolución Cubana. Pero eso no es lo que piensan los obreros de América Latina; eso no es lo que piensan los campesinos; eso no es lo que piensan los estudiantes; eso no es lo que piensa el pueblo de América Latina. 205


El pueblo de América Latina, aunque le han estado haciendo una campaña contra Cuba, aunque los cables de las agencias yanquis están continuamente mintiendo, calumniando y repitiendo todo género de falsedades sobre la Revolución, los pueblos no tragan, ¡los pueblos no tragan las mentiras del imperialismo! [Aplausos.] Ahora bien, nosotros, ¿qué hemos hecho? Nosotros fuimos allí a discutir, allí expusimos nuestros puntos de vista, discutimos muy bien. ¿Qué pasó? Lo que todo el mundo esperaba. A pesar de las formidables razones, de la extraordinaria fuerza moral de Cuba, aquellos cancilleres, aunque avergonzados muchos de ellos, firmaron la declaración. No todos, porque el canciller Arcaya, de Venezuela, desoyendo, se negó a acatar la directriz gubernamental [aplausos]; porque aunque la delegación de Venezuela firmó, siguiendo instrucciones del gobierno de Venezuela, el canciller Arcaya, representando el sentimiento de ese heroico pueblo de Venezuela, de ese heroico pueblo de Venezuela que hace una semana que está en la calle protestando contra la Declaración de Costa Rica [aplausos], el canciller Arcaya se negó a firmar él la declaración. Pero hay otro caso, al canciller que había convocado aquella reunión, evidentemente por instrucciones de su gobierno, porque fue el canciller de Perú el que convocó la reunión para tratar de la supuesta intromisión extracontinental, fue tal la repugnancia que le produjo el espíritu autoritario del Departamento de Estado norteamericano, fue

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tal la repugnancia que le produjo la farsa, que también el canciller de Perú se negó, personalmente, a firmar esa declaración. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Roa, Roa!”] Y aun, aun cuando el Canciller de México firmó la declaración, apenas llegó a México dijo que de ninguna manera él estaba de acuerdo con la condenación de Cuba; y aunque, desde luego, la declaración era una condenación de Cuba, él, personalmente, dijo que no era su intención condenar a la Revolución Cubana. Es decir que fue tal la fuerza moral de Cuba, fue tal el prestigio de nuestra Revolución, que varios cancilleres se negaron a firmar la declaración, y algunos de los que la firmaron hicieron declaraciones expresando su punto de vista favorable a Cuba. Claro está que eso no decide el contenido de la declaración; el contenido de la declaración es contra Cuba. Pero claro, pasaron cosas tan extraordinarias en esa conferencia que, según nos informa el compañero Olivares, la delegación de Argentina presentó un proyecto en inglés, en inglés presentó un proyecto allí. Después explicaron, después explicaron que fue un error, pero fíjense qué errores: un país, una delegación de habla española, presentando un proyecto en inglés. [Exclamaciones.] ¿Eso fue una victoria del imperialismo? No, lo que fue una victoria pero pírrica del imperialismo. Las victorias pírricas son ésas en que se pierde más de lo que se gana. Vamos a ver ahora qué van

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a decir de esta asamblea democrática, y cómo van a atreverse ahora a decir que el pueblo esté obligado a acatar una resolución que no es democrática; se les va a acabar el cuentecito de la democracia. Hasta aquí han podido estar hablando del cuentecito de la democracia en Estados Unidos [exclamaciones], porque desde aquí, desde aquí, desde ahora en adelante, los que hablamos de democracia somos nosotros que reunimos al pueblo y discutimos con el pueblo los problemas. [Aplausos.] Y los que tengan que andar con leyes de excepción, leyes represivas, persiguiendo allí con las fuerzas represivas en la calle al pueblo, encarcelando a los ciudadanos, que no hablen de democracia; el que no pueda reunir al pueblo y consultar al pueblo, y contar con el pueblo para que el pueblo decida sobre los destinos del país, que no venga con el cuentecito de la democracia, ¡que ese cuento está muy viejo! Y ahora, vamos a discutir, vamos a decidir, el pueblo de Cuba va a decidir, en esta asamblea general nacional del pueblo, sobre la Declaración de Costa Rica y, además, tenemos que formular nuestra declaración nosotros. Conforme ellos hicieron la suya, nosotros tenemos que hacer la nuestra de aquí, la Declaración de La Habana. [Aplausos.] Casi todos los artículos de la declaración están contra Cuba, pero vamos a leer los tres más importantes, son los que importan. Y después vamos a decidir si aceptamos o rechazamos —todavía no— la declaración. Nosotros fuimos a Costa Rica, 208

no firmamos, y venimos aquí. Ahora le vamos a someter al pueblo de Cuba la declaración. Esa declaración dice en el artículo primero: “Condena enérgicamente la intervención o amenaza de intervención, aun cuando sea condicionada” —fíjense a donde llegamos, aun cuando sea condicionada— “de una potencia extracontinental en los asuntos de las repúblicas americanas, y declara que la aceptación de una amenaza de intervención extracontinental por parte de un Estado norteamericano, pone en peligro la solidaridad y seguridad norteamericanas, lo que obliga a la Organización de Estados Americanos a desaprobarla y a rechazarla con igual energía”. ¿Qué energía, la energía de la camarilla o la energía del pueblo? Porque la energía del pueblo, que yo sepa, la energía del pueblo se está invirtiendo en actos de protesta en las calles de las capitales de las naciones norteamericanas. Así que esto nos obliga a plantearle al pueblo, reunido en asamblea general, la primera cuestión: si en caso de ser invadida nuestra isla militarmente por fuerzas imperialistas, ¿acepta o no acepta la ayuda de la Unión Soviética? [El pueblo exclama: “¡Sí!”. Además, se oyen exclamaciones de: “¡Fidel, Fidel!”; “¡Cuba sí, yanquis no!”; “¡Fidel, Fidel, ¿qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él?”; “¡Pin, pon, fuera, abajo Caimanera!”] Primera votación y primera respuesta del pueblo de Cuba reunido en asamblea general nacional. Primera respuesta a los cancilleres de Costa 209


Rica: Que el pueblo de Cuba, reunido en asamblea general nacional, declara, que si la isla de Cuba es invadida por fuerzas militares imperialistas, Cuba acepta la ayuda de la Unión Soviética. [Aplausos.] Es bueno, es bueno que nosotros, además, les hagamos una pregunta a los cancilleres que condenaban enérgicamente la amenaza de intervención, aun cuando sea condicionada de una potencia extracontinental. Es decir que ellos declaran que si a nosotros la Unión Soviética nos brinda su apoyo militar en caso de que seamos invadidos por Estados Unidos, que ellos condenan el ofrecimiento de ayuda y la aceptación de la ayuda, ¡qué bonito! Nosotros queremos hacerles otra pregunta a los cancilleres de Costa Rica: ¿Con qué cuentan los gobiernos de América Latina para defender a Cuba si Cuba es invadida por fuerzas militares imperialistas, como fue invadido ya una vez México, dos veces, varias veces Nicaragua, como fue invadida Haití y como fue invadida Costa Rica? ¿Con qué cuentan los gobiernos de América Latina, con qué efectivos militares para defender a Cuba? En primer lugar, que no los tienen y, en segundo lugar, que si los tuvieran no podíamos contar tampoco con ellos. Es decir que lo que pretendían era que nosotros rechazáramos esa ayuda, la ayuda en caso de agresión. ¿Para qué? Para que nosotros tuviéramos que estar dependiendo, exclusivamente de ellos, que con toda seguridad nos iban a dejar en la encrucijada. Por eso, la respuesta inteligente, la

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respuesta correcta, la respuesta revolucionaria y la respuesta valiente, es la respuesta que el pueblo de Cuba les envía a los cancilleres que se reunieron en Costa Rica. [Aplausos.] Así que sobre ese punto ya ellos saben a qué deben atenerse. Hay otro punto que dice: “...rechaza, asimismo, la pretensión de las potencias chino-soviéticas de utilizar la situación política, económica o social de cualquier estado norteamericano...” —claro, no mencionan a Cuba, pero se refieren a Cuba— “por cuanto dicha pretensión es susceptible de quebrantar la unidad continental, y de poner en peligro la paz y la seguridad del hemisferio”. Ahora vamos a hacer una pregunta: ¿Considera el pueblo que la Unión Soviética o la República Popular China tengan la culpa de esta Revolución que hemos hecho nosotros aquí? [El pueblo exclama: “¡No!”] ¿Quién tiene la culpa de esta Revolución? ¿Quién tiene la culpa de que los cubanos hayamos tenido que hacer esta Revolución? ¿Quién tiene la culpa: la Unión Soviética, la República Popular China o el imperialismo yanqui? [Exclamaciones de: “¡Los yanquis!”] Es decir, el único culpable de que esta Revolución esté teniendo lugar en Cuba es el imperialismo yanqui, y, por tanto, el pueblo de Cuba rechaza esa acusación de que la Unión Soviética o la República Popular China estén tratando de utilizar la situación política, económica y social de un Estado americano, para quebrantar la unidad continental, y poner en peligro la paz y la seguridad del hemisferio.

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¿Quiénes están poniendo en peligro la unidad continental? [Exclamaciones de: “¡Los yanquis!”] ¿Quiénes están dividiendo a un pueblo latino de otros pueblos latinos? [Exclamaciones de: “¡Los yanquis!”] ¿Quiénes son los que reunieron allí a un grupo de cancilleres latinos para hacer una declaración contra un pueblo latino? [Exclamaciones de: “¡Los yanquis!”] Los yanquis. ¿Quiénes han sido los únicos agresores en este continente? [Exclamaciones de: “¡Los yanquis!”] Los yanquis. Luego, nuestra respuesta a ese segundo punto, es que los únicos que han agredido a los pueblos de América Latina, los únicos que han quebrantado la unión de los pueblos de América Latina, y los únicos culpables del estado revolucionario que está teniendo lugar en Cuba, y tendrá lugar en América Latina, es el imperialismo yanqui. [Aplausos.] Y para terminar de probarlo, baste un ejemplo. Aquí, por ejemplo, tenemos un tratado que fue firmado, el 7 de marzo de 1952, por el entonces ministro de Estado, señor Aureliano Sánchez Arango, con el embajador norteamericano. Este tratado se llamó... [Exclamaciones de: “¡Se llamaba!”] Se llamaba, llamó o llamaba, es lo mismo, Convenio Bilateral de Ayuda Militar entre Cuba y Estados Unidos de América. Este es el trato entre el tiburón y la sardina, por supuesto.

gobiernos a suscribir un trato de tiburón a sardina con él; un pacto militar, ¡calculen qué clase de pactos serían esos!, entre Estados Unidos y los países de América Latina, pacto bilateral para ir atando, por una serie de compromisos, a todos los pueblos de América Latina. Y en el punto dos dice: “El gobierno de la República de Cuba se compromete a hacer uso eficaz de la ayuda que reciba del gobierno de Estados Unidos de América, de conformidad con el presente convenio, con objeto de llevar a efecto los planes de defensa aceptados por ambos gobiernos, conforme a los cuales los dos gobiernos tomarán parte en misiones importantes para la defensa del hemisferio occidental, y a menos que previamente...” —atiendan bien lo que dice el tratado. Dice: — “...y a menos que previamente se obtenga la anuencia del gobierno de Estados Unidos de América...” —a menos que previamente se obtenga la anuencia del gobierno de Estados Unidos de América— “...no dedicarán esa ayuda a otros fines que no sean aquellos para los cuales se prestó”.

Y, es interesante, por ejemplo, el punto dos del artículo uno. Yo sé que el pueblo de estas cosas de tratado no entiende mucho, porque al pueblo no le dijeron ni una palabra sobre eso. Y ésta era la política del imperialismo: obligaba a cada uno de los

Es decir que si nosotros somos testigos de que los aviones que les prestaron, los tanques que les prestaron, las bombas que les prestaron y las armas que les prestaron, sirvieron para asesinar campesinos, para bombardear campesinos en la Sierra Maestra, y para asesinar a miles de cubanos, es decir, para oprimir al pueblo y para hacer una guerra despiadada contra el pueblo, este tratado dice que “a menos que previamente se obtenga la anuencia del gobierno de Estados Unidos

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de América, no dedicarán esa ayuda a otros fines que no sea aquellos para los cuales se prestó”. ¿Qué quiere decir? Que el gobierno de Estados Unidos de América dio autorización para que utilizaran esos cañones, esas bombas y esos aviones contra el pueblo de Cuba. Este es un tratado que, aunque parezca absurdo... Desde luego, ya la misión militar había sido despedida hacía mucho tiempo, pero este tratado estaba todavía vigente. Vamos a someterlo también a la consideración del pueblo, y vamos hoy a someter a la consideración del pueblo si debe mantenerse o debe anularse este tratado militar. [Exclamaciones de: “¡Anularse!”] Es decir, los que estén de acuerdo con que debe anularse este tratado militar, ahora mismo, que levanten la mano. [El pueblo reunido, en su inmensa mayoría, levanta la mano.] Es decir que por voluntad soberana del pueblo de Cuba, queda anulado este tratado militar entre Cuba y Estados Unidos, que tanta sangre costó. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Que se queme!”] No, no vamos a quemarlo; vamos a guardarlo para la historia, así roto como está.

Un momento, un momento, que en el orden del día de esta asamblea, no está todavía el problema de Caimanera. [Aplausos.] Habrá otras asambleas generales nacionales. Habrá otras asambleas, y es preciso que nosotros sepamos plantear cada cosa en su oportunidad. Y nosotros le proponemos al pueblo que mantenga para el momento oportuno la cuestión del problema de Caimanera, le pedimos al pueblo. Porque nosotros también queremos dar otra explicación; nosotros estamos respondiendo hoy a hechos de tipo internacional, agresiones de tipo internacional. Nosotros hemos sido víctimas de agresiones económicas, y cuando nos quitaron 900.000 toneladas de azúcar, nosotros les advertimos previamente que pagarían, central por central y empresa por empresa, las agresiones que hicieran a nuestra economía. Nos quitaron 900.000, casi un millón de toneladas, y les hemos nacionalizado 36 centrales azucareros, la compañía eléctrica, la compañía de teléfonos y las compañías petroleras. [Aplausos.]

Mañana, el Ministerio de Estado, el Ministerio de Relaciones Exteriores, que es como se llama en el Gobierno Revolucionario, comunicará al gobierno de Estados Unidos que el pueblo de Cuba, por voluntad absolutamente soberana y libre, reunido en asamblea general nacional, ha anulado ese, ya caduco por los hechos y por el sentimiento, convenio militar. [Exclamaciones de: “¡Fuera!”; “¡Fuera!”; “¡Pin, pon, fuera, abajo Caimanera!”]

Bien, a ellos les queda una parte todavía aquí, que está ahí en la reserva, para que cuando produzcan nuevas agresiones económicas, entonces nosotros les nacionalizamos las empresas que quedan. Es decir, ¿cuál será la política del Gobierno Revolucionario? Muy sencilla y muy clara, y eso también es necesario que el pueblo lo comprenda y que el pueblo lo apoye. Si continúan las agresiones económicas contra nuestro país, continuaremos nacionalizando las empresas norteamericanas. [Aplausos.] Mas, si a pesar de la realidad de que nuestro país

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y nuestro pueblo está siendo víctima de una serie continuada de agresiones, el imperialismo continúa con sus agresiones contra nuestro país, y se empeña en arruinar económicamente a nuestro país, y se empeña en continuar agrediendo a nuestro país, entonces, reuniremos al pueblo en asamblea general y demandaremos la retirada de las fuerzas navales de Estados Unidos del territorio de Caimanera. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Pin, pon, fuera, abajo Caimanera!”] Ya todo el mundo sabe cómo se apoderaron de esa parte de nuestra isla; ya todo el mundo sabe en virtud de qué procedimientos; no discutiendo con un país soberanamente libre, sino con un país intervenido y con un país sometido a las cláusulas de la Enmienda Platt. Además, todo el mundo sabe el riesgo que entraña para nuestro país el que una potencia agresora y guerrerista mantenga una base en nuestro territorio; los riesgos que implica para nuestra población, en caso de una guerra atómica, la presencia de una base militar yanqui en territorio cubano. Pero, además, todo el mundo sabe cómo ello, para nosotros, ha sido un motivo de permanente preocupación, y que aquí mismo hemos denunciado, más de una vez, que cualquier cosa que allí ocurra será siempre una autoprovocación, porque nosotros no vamos a incurrir jamás en el error de darles pretextos para que invadan a nuestro país. Si ellos quieren invadir nuestro país, que lo invadan sin el menor pretexto, sin la menor justificación, que nunca la tendrán y ya saben lo que les 216

espera si invaden a nuestro país. Pero que nosotros, que conocemos bien los dobleces y las truculencias del Departamento de Estado norteamericano; nosotros, que sabemos bien los procedimientos de que se han valido; nosotros, por eso, hemos advertido al pueblo y hemos advertido al mundo, que nosotros jamás atacaremos la base, porque, al contrario, lo que a nosotros nos corresponde es advertir contra cualquier autoprovocación, porque ellos son capaces, perfectamente capaces, ¿quién lo duda?, de planearse allí una autoprovocación con criminales de guerra, para tener un pretexto, y nosotros, que tenemos la obligación de estar alertas siempre y de advertir al pueblo de todo, y de advertir al mundo de todos los peligros, advertimos que cualquier cosa que ocurra siempre sería una autoprovocación, porque nosotros nunca atacaremos esa base. Cuando las circunstancias lo demanden, nosotros demandaremos, soberana y democráticamente, como ha ocurrido hoy, la anulación de ese tratado para recobrar nuestro territorio, pero nosotros jamás actuaremos de manera que le vayamos a dar pretextos al imperialismo para ensangrentar a nuestro país. [Aplausos.] Y como nuestro pueblo es un pueblo inteligente, un pueblo que comprende cómo hay que ir marchando sobre pie firme, y un pueblo que comprende cómo hay que ir llevando adelante esta lucha con la mayor inteligencia, es por eso que el pueblo apoya la línea que el Gobierno Revolucionario sigue sobre estas cuestiones delicadas y espinosas.

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Ahora viene un punto que todavía faltaba de la declaración, porque aquí está el punto cinco de la declaración que dice: “Proclama que todos los Estados miembros de la Organización Regional” —oigan bien— “que todos los Estados miembros de la Organización Regional tienen la obligación de someterse a la disciplina del sistema interamericano voluntaria y libremente convenida, y que la más firme garantía de su soberanía y su independencia política proviene de la obediencia a las disposiciones de la Carta de la Organización de los Estados Americanos”. Vean qué clase de garantía: “que la más firme garantía... proviene de las disposiciones de la Carta de la Organización de Estados Americanos”, que no han sido capaces de defendernos de las incursiones aéreas, que no han sido capaces de defendernos de los planes de los contrarrevolucionarios que se gestan allí en territorio norteamericano, de las expediciones que se organizan, de los atentados que gesta, prepara y paga el Departamento de Estado yanqui, de los atentados terroristas, de las bombas y de cuanto acto de perturbación inspira, prepara y paga el Departamento de Estado yanqui. Y que, sin embargo, no han podido defendernos ni de esas agresiones, ni de la hostilidad creciente contra nuestro país, ni de la agresión económica, y declara que “los Estados miembros de la Organización... tienen la obligación de someterse a la disciplina”. ¡Muy bien! Antes de someternos a la disciplina, nosotros planteamos que todos los Estados miembros, reúnan al pueblo y consulten al 218

pueblo sobre todas estas cuestiones de la Organización de Estados Americanos y sobre la Declaración de Costa Rica. Y cuando ellos consulten al pueblo, y cuando el pueblo esté de acuerdo con eso, entonces que vengan a hablar de disciplina. No, nuestro deber nosotros lo entendemos de esta forma: va nuestro canciller a Costa Rica con la delegación cubana, se celebra la reunión, los cancilleres adoptan la declaración. ¿Qué hace el gobierno de Cuba? El gobierno de Cuba reúne al pueblo y le somete la declaración. Ahora, ningún Estado puede ser obligado a ningún acuerdo de tipo internacional contra la voluntad de su pueblo. Nosotros hemos sido el primero y el único en someter la cuestión a la consideración del pueblo. Y eso es lo que hemos hecho, ese es nuestro deber. Nosotros obedecemos lo que diga el pueblo de Cuba, no lo que digan los cancilleres que cumplen órdenes de Washington. [Aplausos.] El gobierno de Cuba no está obligado a otra obediencia, ni a otra disciplina, ni a otro acatamiento que las disposiciones que emanen de la voluntad libre y soberana de su pueblo. Todavía quedan algunas cuestiones que nosotros queremos someter a la consideración del pueblo, que el pueblo diga si está de acuerdo con que la política de nuestro país debe ser de amistad y de comercio con todos los pueblos del mundo. [Exclamaciones unánimes de: “¡Sí!”] Queremos someter a nuestro pueblo otra consideración. Nuestro pueblo ha restablecido relaciones diplomáticas con la Unión Soviética; deseamos 219


preguntarle a nuestro pueblo si está de acuerdo con que nosotros hayamos establecido esas relaciones [Exclamaciones unánimes de: “¡Sí!”]; si nuestro pueblo está de acuerdo con que nosotros mantengamos relaciones también con los demás países socialistas. [Exclamaciones unánimes de: “¡Sí!”] Y queda otra cuestión de suma importancia. Como ustedes saben, el imperialismo aprovechó para acusar a la República Popular China de interferir en las cuestiones de América Latina también, cuando lo cierto es que hasta hoy nuestro país no ha tenido relaciones diplomáticas con la República Popular China, sino por el contrario, tradicionalmente venía nuestro país manteniendo relaciones con un gobierno títere, que está allí protegido por los barcos de la Séptima Flota norteamericana. ¡Ah!, sin embargo, ningún país de América Latina se ha atrevido a restablecer relaciones, no ya diplomáticas, ni siquiera comerciales, con la República Popular China. Por tanto, el Gobierno Revolucionario de Cuba desea someter a la consideración del pueblo de Cuba si está de acuerdo con que el pueblo de Cuba, en esta asamblea soberana y libre, acuerde establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China. [Exclamaciones unánimes de: “¡Sí!”]. Por tanto, desde este momento cesan nuestras relaciones diplomáticas con el régimen títere de Chiang Kai Shek. [Exclamaciones unánimes de: “¡Sí!”], y que si la República Popular China desea ayudarnos también en caso de que Cuba sea agredida por fuerzas militares del imperialismo, Cuba 220

acepta la ayuda de la República Popular China. [Exclamaciones unánimes de: “¡Sí!”. “¡La aceptamos!”] Esto quiere decir que nosotros sí somos un país libre en América, que nosotros decidimos nuestra política nacional y nuestra política internacional de una manera democrática y de una manera soberana. Democrática, es decir, con el pueblo; soberana, es decir, sin sujeción a los dictados de ninguna potencia extranjera. Esto quiere decir que nuestro pueblo no le pide permiso a nadie cuando va a adoptar una determinación. Eso quiere decir pueblo libre; eso quiere decir pueblo soberano. Los que no se podrán llamar pueblos libres y pueblos soberanos son los que tienen que ir a pedirle permiso a Mr. Herter cuando van a dar un paso [exclamaciones de: “¡Fuera!”], los que tienen que pedirle permiso a la embajada yanqui cuando van a dar un paso. Este acto de nuestro pueblo, en el día de hoy, demuestra que, efectivamente, ¡Cuba es el territorio libre de América! [Aplausos y exclamaciones de: “¡Cuba sí, yanquis no!”] ¿No querían que en América hubiese revoluciones? ¡Pues aquí tienen una revolución en América! ¿No querían que en un país de América se hiciera justicia; que al fin nuestros campesinos tuvieran tierra; que al fin nuestros niños tuvieran escuelas; que al fin nuestras familias tuvieran casas; que al fin el pueblo tuviera trabajo, tuviera playas; tuviera oportunidad lo mismo el hijo del campesino que el del obrero de ir también a las universidades? ¿No 221


querían que un pueblo fuera feliz? ¡Pues tendrán un pueblo feliz, aunque no lo quieran!, porque a ese pueblo esa felicidad no se la ha regalado nadie, esa felicidad la está conquistando con mucho sacrificio, y es un pueblo que tiene derecho a la felicidad, porque sabe conquistarla, porque únicamente cuando se cuenta con un espíritu revolucionario como el que tiene el pueblo de Cuba, cuando se cuenta con un pueblo tan maduro políticamente y tan formidable como éste, se puede librar una lucha como la que está librando Cuba. Por algo nuestro pueblo se ha ganado el respeto de todo el mundo, la admiración de todo el mundo, el cariño de los demás pueblos del mundo!, porque comprenden que somos un pueblo pequeño, que hemos tenido que enfrentarnos a obstáculos muy grandes. Comprenden que éramos un pueblo pequeño sometido aquí a la influencia yanqui, sometido a la propaganda yanqui, sometido a las películas yanquis, sometido a las revistas yanquis, a la moda yanqui, a la politiquería yanqui, a las costumbres yanquis, y que aquí todo era yanqui. [Exclamaciones.]

yanqui, que trató de destruir nuestro espíritu nacional, que trató de destruir el patriotismo de los cubanos, que trató de destruir nuestra resistencia a la penetración de los intereses extranjeros. Gracias a que hemos tenido un pueblo extraordinariamente virtuoso, gracias a que este pueblo empezó su lucha desde muy temprano, que luchó solo por su independencia hace un siglo, un pueblo que tuvo hombres como Maceo, como Céspedes, como Agramonte, como Calixto García, y un pueblo que tuvo tan extraordinario Apóstol, un hombre de visión tan lejana, un hombre de entraña tan humana, un hombre de elocuencia y de sabiduría tan extraordinarias como José Martí, que forjó la nacionalidad de la patria. [Aplausos prolongados.]

¡Ah!, cómo van a hablar ahora, cómo van a hablar ahora de intromisión soviética, o cómo van a culpar a la República Popular China, si la única influencia que aquí veíamos todos los días, los únicos libros que aquí veíamos todos los días, las únicas películas que aquí veíamos todos los días, las únicas costumbres y las únicas modas, era todo proveniente de Estados Unidos, es decir, que si aquí había un intruso, el intruso era el imperialismo

Y gracias a los hombres que en condiciones muy adversas, a los hombres que en la era republicana libraron una lucha desigual contra la penetración yanqui, hombres que arrancan desde Juan Gualberto Gómez y Sanguily, que se opusieron tenazmente a esa penetración, hasta los hombres que en las décadas del 20 y del 30 se inmolaron y cayeron luchando para que sobreviviera la nacionalidad cubana, el espíritu nacional cubano, para que el alma nacional no fuese absorbida por el extranjero poderoso; gracias a esos, a esa obra de generaciones, a esa tradición, nosotros hemos podido cosechar esta madurez y esta conciencia revolucionaria de nuestro pueblo, que admira la América, que admira el mundo; lo admira por su espíritu, lo admira por sus hechos, lo admira por su valor, lo admira por su entusiasmo, porque es

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un pueblo que cuando se le dice: “¡Hay que reunirse para contestar a la agresión!, ¡hay que reunirse para demostrarles a los enemigos de Cuba que el pueblo está con la Revolución!, ¡hay que reunirse para demostrar que el pueblo no tiene miedo!, ¡hay que reunirse para que vean que el pueblo está dispuesto a cumplir su promesa de patria o muerte!”. [Exclamaciones.] Este pueblo se reúne en un número tan extraordinario, llena una plaza tan vasta como ésta y ofrece un espectáculo como el que nuestros ojos no se habían imaginado nunca. ¡Ah!, eso es lo que explica la admiración de nuestros visitantes, porque ¡no hay espectáculo más impresionante y más formidable que un pueblo cuando tiene vida, que un pueblo cuando tiene conciencia, que un pueblo cuando tiene alma, que un pueblo cuando tiene moral, cuando tiene razón, cuando tiene espíritu de lucha, cuando es valiente, cuando es capaz de sentir un ideal y por ese ideal sacrificar todos los intereses individuales! Porque cuando un pueblo llega a ese grado de conciencia revolucionaria, los individuos se funden en el alma del pueblo y entonces individualmente cada uno de nosotros no importa, hay algo que no muere ni puede morir nunca, ¡ése es el pueblo! Los hombres individualmente pueden desaparecer, pero los pueblos perduran.

inmortal, algo en lo cual la obra de cada uno de nosotros, el granito de arena de cada uno de nosotros, se continuará a lo largo de la historia, porque los que vengan detrás seguirán la tradición de su pueblo, como nosotros hemos seguido la tradición de los que empezaron a luchar por la nación cubana hace un siglo; los que vengan detrás seguirán la tradición nuestra y tendrán los ejemplos nuestros, como nosotros hemos tenido los ejemplos de los que vinieron primero que nosotros. [Aplausos.] Por eso el pueblo dice: ¡patria o muerte! ¿Qué quiere decir ¡patria o muerte!? Quiere decir que a cualquiera de nosotros no le importa morir con tal de que su pueblo viva, de que su patria viva; que a ninguno de nosotros nos importa entregarle nuestra vida a la patria, para que la patria siga viviendo. [Exclamaciones de: “¡Patria o muerte!” “¡Venceremos!”] Y, ¿por qué el pueblo dice ¡venceremos!? El pueblo dice ¡venceremos!, porque aun cuando muchos de nosotros podamos caer, porque aunque individualmente muchos compatriotas si la patria lo exige den su vida en sacrificio, ello quiere decir que no la dan en balde, la dan ¡para que la patria triunfe! Y por eso cada uno de nosotros dice: ¡patria o muerte! Y el pueblo dice: ¡Venceremos!; la patria dice: ¡Venceremos! [Exclamaciones de: “¡Venceremos!”]

Y este pueblo nuestro, este pueblo revolucionario, esta multitud, este pueblo que desfila, este pueblo que se agrupa, este pueblo que trabaja, este pueblo que se prepara, este pueblo que se educa, es algo que tiene vida eterna, algo que tiene vida

Y no nos queda ninguna duda de que la patria vencerá. No nos queda ninguna duda, porque sabemos el terreno que estamos pisando, porque, además, no es la batalla de un grupo de hombres,

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es la batalla de un pueblo entero y nunca un pueblo entero ha perdido ninguna batalla; ¡es una batalla con razón, una batalla por la justicia, una batalla por el bien de nuestros compatriotas, una batalla por el bien de nuestros semejantes, una batalla por el bien del hombre, una batalla por el bien de la humanidad, y nunca un pueblo entero que ha luchado por tan noble causa ha perdido la batalla! Pero, además, porque Cuba no está sola. Estaría sola si no defendiera una causa justa, estaría sola si no estuviera luchando por el bien de la humanidad. Mas, los que se quedarán solos son los que luchan contra el progreso de la humanidad, son los que luchan contra el bien del hombre; esos se quedarán cada vez más solos, mientras estaremos cada día más acompañados los que estamos luchando por el bien del hombre y por el bien de la humanidad. [Aplausos.] Nuestra patria pequeña representa hoy intereses que se salen de nuestras fronteras. ¡A nuestra patria pequeña le ha tocado el destino de ser el faro que ilumine a los millones y millones de hombres y mujeres igual que nosotros, que en la América sufren hoy lo mismo que nosotros sufríamos ayer! ¡Nos ha tocado ese destino glorioso y nosotros seremos una luz que no se apagará nunca, una luz que será cada día más brillante y cuyos reflejos llegarán cada día más lejos sobre las tierras de la América hermana! Y eso lo sabe nuestro pueblo, por eso responde tan formidablemente, por eso actúa tan digna y heroicamente.

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Permítasenos a nosotros, los que tenemos la responsabilidad del Gobierno Revolucionario, permítaseme a mí y a mis compañeros expresar aquí, permítasenos satisfacer la necesidad de expresar todo el orgullo que sentimos por nuestro pueblo, toda la satisfacción que sentimos por nuestro pueblo, la alegría infinita que sentimos por los éxitos de nuestro pueblo. [Aplausos y exclamaciones.] Permítasenos expresarles el aliento que sentimos nosotros en nuestro trabajo, el entusiasmo que sentimos nosotros en nuestra lucha, cómo se acrecienta nuestro fervor por esta causa y cómo sentimos que nuestras fuerzas y nuestras energías se multiplican para seguir trabajando por el pueblo, para seguir batallando hasta con los últimos residuos de la injusticia, con los últimos residuos de la pobreza; seguir trabajando para hacerle el bien a nuestro pueblo; seguir trabajando para hacer feliz a nuestro pueblo; seguir luchando por superarnos, por cumplir nuestros deberes cada día con más eficiencia; para actuar cada día con más acierto. Y cómo nosotros, en instantes como éstos, nos prometemos a nosotros mismos que aun los errores más pequeños hay que eliminarlos; cómo nos prometemos que aun aquellas cosas que no se hayan hecho enteramente bien o perfectamente bien, o con absoluto acierto, porque, ¿quién mejor que nosotros sabemos que los hombres yerran, que los hombres cometen errores, y que las revoluciones, por justas, por nobles y por buenas que sean, aun, hasta cometen a veces injusticias, debido a que

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son hombres los que actúan, son hombres los que resuelven, y son hombres los que deciden? Como, en momentos como estos, ante un pueblo tan formidable como éste, nosotros sentimos que también nos crecemos y nos sentimos todavía con más fuerza, con más amor a esta causa, si cabe más amor, y con más disposición a hacer los sacrificios que sean necesarios porque posiblemente, ¡pocas veces en la historia ningún grupo de hombres gobernantes se ha visto tan correspondido por el pueblo como se han visto los hombres del Gobierno Revolucionario cubano! [Aplausos prolongados y exclamaciones de: “¡Con ustedes!”; “¡Con ustedes!”] Y, para concluir esta asamblea, todavía queda algo: vamos a someter a la consideración del pueblo una declaración, contentiva de los puntos de vista del pueblo de Cuba, que hemos estado discutiendo. Es como una respuesta a la Declaración de Costa Rica, para contraponer a la declaración de los cancilleres la declaración de los pueblos, ¡la declaración que se llamará en la historia de América la Declaración de La Habana! [Aplausos.] Esta declaración, una vez sometida a la consideración del pueblo de Cuba, les pediremos a todas las organizaciones revolucionarias de América, a todos los sindicatos obreros, a las organizaciones estudiantiles, intelectuales, artísticas y a cuanto hombre revolucionario haya en América, que la apoyen. [Aplausos.] Tiene el prestigio de una declaración que la suscribe un pueblo entero, tiene el prestigio del aporte democrático de nuestro pueblo, porque lo que hay que resaltar, y habremos de 228

resaltar siempre, es que ¡esta Revolución llegó al poder por la voluntad del pueblo, gobierna para el pueblo y se sostiene en el poder únicamente por el respaldo del pueblo! [aplausos], que hay Gobierno Revolucionario porque hay un pueblo revolucionario que lo respalda; y los gobiernos se mantienen en el poder, o por la fuerza, o por el apoyo del pueblo. Se mantienen en el poder por la fuerza las oligarquías militares y las oligarquías políticas, que representan los intereses más reaccionarios de cada país, que representan la explotación de sus obreros y sus campesinos, que representan la explotación de sus pueblos, y por la conjunción de la fuerza, del dinero y de la mentira, se mantienen en el poder. Y a pesar de los ataques, a pesar de las agresiones, a pesar de las campañas de calumnias en que ha invertido todo su poderío propagandístico el imperio poderoso del norte, a pesar de sus agresiones económicas, a pesar de sus maniobras diplomáticas internacionales, la Revolución se mantiene en el poder. ¿Por qué? ¡Por el pueblo!, ¡y se mantendrá en el poder mientras tenga al pueblo! [aplausos]; y tendrá al pueblo, ¡mientras luche y trabaje para el pueblo! [Aplausos.] Con ese prestigio y con ese respaldo va esta declaración: Declaración de La Habana Junto a la imagen y el recuerdo de José Martí [aplausos], en Cuba, Territorio Libre de América [aplausos], el pueblo, en uso de las potestades inalienables que dimanan del efectivo ejercicio de la soberanía, expresada en el sufragio directo, universal y público, se ha constituido en Asamblea General Nacional. [Aplausos.]

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En nombre propio, y recogiendo el sentir de los pueblos de nuestra América, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, PRIMERO: Condena en todos sus términos la denominada Declaración de San José de Costa Rica, documento dictado por el imperialismo norteamericano, y atentatorio a la autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de los pueblos hermanos del continente. [Aplausos.] SEGUNDO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba condena enérgicamente la intervención abierta y criminal que durante más de un siglo ha ejercido el imperialismo norteamericano sobre todos los pueblos de América Latina; pueblos que más de una vez han visto invadido su suelo en México, Nicaragua, Haití, Santo Domingo o Cuba; que han perdido ante la voracidad de los imperialistas yanquis extensas y ricas zonas, como Tejas, centros estratégicos vitales, como el Canal de Panamá, países enteros, como Puerto Rico, convertido en territorio de ocupación; que han sufrido, además, el trato vejaminoso de los infantes de marina, lo mismo contra nuestras mujeres e hijas que contra los símbolos más altos de la historia patria, como la efigie de José Martí. [Aplausos.] Esa intervención, afianzada en la superioridad militar, en tratados desiguales y en la sumisión miserable de gobernantes traidores, ha convertido, a lo largo de más de cien años, a nuestra América, la América que Bolívar, Hidalgo, Juárez, San Martín, O’Higgins, Sucre, Tiradentes y Martí quisieron libre, en zona de explotación, en traspatio del imperio financiero y político yanqui, en reserva de votos para los organismos internacionales, en los cuales los países latinoamericanos hemos figurado como arrias del Norte revuelto y brutal que nos desprecia. [Aplausos.] La Asamblea General Nacional del Pueblo declara que la aceptación por parte de gobiernos que asumen oficialmente la representación de los países de América Latina de esa intervención continuada e históricamente irrefutable traiciona los ideales independentistas de sus pueblos, borra su soberanía e impide la verdadera solidaridad entre nuestros países; lo que obliga a esta

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Asamblea a repudiarla, a nombre del pueblo de Cuba, y con voz que recoge la esperanza y la decisión de los pueblos latinoamericanos y el acento liberador de los próceres inmortales de nuestra América. [Aplausos.] TERCERO: La Asamblea General Nacional del Pueblo rechaza asimismo el intento de preservar la doctrina de Monroe, utilizada hasta ahora, como lo previera José Martí, para extender el dominio en América de los imperialistas voraces, para inyectar mejor el veneno también denunciado a tiempo por José Martí, el veneno de los empréstitos de los canales, de los ferrocarriles... Por ello, frente al hipócrita panamericanismo que es sólo predominio de los monopolios yanquis sobre los intereses de nuestros pueblos y manejo yanqui de gobiernos posternados ante Washington, la Asamblea del Pueblo de Cuba proclama el latinoamericanismo liberador que late en José Martí y en Benito Juárez. [Aplausos.] Y, al extender la amistad hacia el pueblo norteamericano —el pueblo de los negros linchados, de los intelectuales perseguidos, de los obreros forzados a aceptar la dirección de gangsters—, reafirma la voluntad de marchar “con todo el mundo y no con una parte de él”. [Aplausos.] CUARTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo declara que la ayuda espontáneamente ofrecida por la Unión Soviética a Cuba, en caso de que nuestro país fuera atacado por fuerzas militares imperialistas, no podrá ser considerada jamás como un acto de intromisión, sino que constituye un evidente acto de solidaridad, y que esa ayuda, brindada a Cuba ante un inminente ataque del Pentágono yanqui, [exclamaciones] honra tanto al Gobierno de la Unión Soviética que la ofrece como deshonran al Gobierno de los Estados Unidos sus cobardes y criminales agresiones contra Cuba. [Aplausos.] POR TANTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo declara ante América y el mundo, que acepta y agradece el apoyo de los cohetes de la Unión Soviética, [aplausos y exclamaciones de: “¡Muere, gringo!”] si su territorio fuere invadido por fuerzas militares de los Estados Unidos.

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QUINTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba niega categóricamente que haya existido pretensión alguna por parte de la Unión Soviética y la República Popular China de “utilizar la posición económica, política y social de Cuba, para quebrantar la unidad continental y poner en peligro la unidad del hemisferio”. Desde el primero hasta el último disparo, desde el primero hasta el último de los 20.000 mártires que costó la lucha para derrocar la tiranía y conquistar el poder revolucionario, desde la primera hasta la última ley revolucionaria, desde el primero hasta el último acto de la Revolución, el pueblo de Cuba ha actuado por libre y absoluta determinación propia, sin que, por tanto, se pueda culpar jamás a la Unión Soviética o a la República Popular China de la existencia de una revolución, que es la respuesta cabal de Cuba a los crímenes y las injusticias instaurados por el imperialismo en América. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Fidel, seguro, a los yanquis dales duro!”] Por el contrario, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba entiende que la política de aislamiento y hostilidad hacia la Unión Soviética y la República Popular China, preconizada por el Gobierno de los Estados Unidos e impuesta por éste a los gobiernos de la América Latina, y la conducta guerrerista y agresiva del Gobierno norteamericano, y su negativa sistemática al ingreso de la República Popular China en las Naciones Unidas pese a representar aquella la casi totalidad de un país de más de 600 millones de habitantes, si ponen en peligro la paz y la seguridad del hemisferio y del mundo. POR TANTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba ratifica su política de amistad con todos los pueblos del mundo, reafirma su propósito de establecer relaciones diplomáticas también con todos los países socialistas, [aplausos y exclamaciones de: “¡Khrushchev, Khrushchev!”] y, desde este instante, en uso de su soberanía y libre voluntad, expresa al Gobierno de la República Popular China que acuerda establecer relaciones diplomáticas entre ambos países

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y que, por tanto, quedan rescindidas las relaciones que hasta hoy Cuba había mantenido con el régimen títere que sostienen en Formosa los barcos de la Séptima Flota yanqui. [Aplausos.] SEXTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo reafirma —y está segura de hacerla como expresión de un criterio común a los pueblos de América Latina— que la democracia no es compatible con la oligarquía financiera, con la existencia de la discriminación del negro y los desmanes del Ku-Klux-Klan, con la persecución que privó de sus cargos a científicos como Oppenhimer; que impidió durante años que el mundo escuchara la voz maravillosa de Paul Robeson, preso en su propio país, y que llevó a la muerte, ante la protesta y el espanto del mundo entero, y pese a la apelación de gobernantes de diversos países y del Papa Pío XII, a los esposos Rosenberg. La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba expresa la convicción cubana de que la democracia no puede consistir sólo en el ejercicio de un voto electoral, que casi siempre es ficticio y está manejado por latifundistas y políticos profesionales, sino en el derecho de los ciudadanos a decidir, como ahora lo hace esta Asamblea General del Pueblo de Cuba, sus propios destinos. La democracia, además, sólo existirá en América cuando los pueblos sean realmente libres para escoger, cuando los humildes no estén reducidos —por el hambre, la desigualdad social, el analfabetismo y los sistemas jurídicos— a la más ominosa impotencia. Por eso la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba: condena el latifundio, fuente de miseria para el campesino y sistema de producción agrícola retrógrado e inhumano; condena los salarios de hambre y la explotación inicua del trabajo humano por bastardos y privilegiados intereses; condena el analfabetismo, la ausencia de maestros, de escuelas, de médicos y de hospitales; la falta de protección a la vejez que impera en los países de América; condena la discriminación del negro y del indio; condena la desigualdad y la explotación de la mujer; condena las oligarquías militares y políticas que mantienen a nuestros pueblos

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en la miseria, impiden su desarrollo democrático y el pleno ejercicio de su soberanía; condena las concesiones de los recursos naturales de nuestros países a los monopolios extranjeros como política entreguista y traidora al interés de los pueblos; condena a los gobiernos que desoyen el sentimiento de sus pueblos para acatar los mandatos de Washington; condena el engaño sistemático a los pueblos por órganos de divulgación que responden al interés de las oligarquías y a la política del imperialismo opresor; condena el monopolio de las noticias por agencias yanquis, instrumentos de los trusts norteamericanos y agentes de Washington; condena las leyes represivas que impiden a los obreros, a los campesinos, a los estudiantes y los intelectuales, a las grandes mayorías de cada país, organizarse y luchar por sus reivindicaciones sociales y patrióticas; condena a los monopolios y empresas imperialistas que saquean continuamente nuestras riquezas, explotan a nuestros obreros y campesinos, desangran y mantienen en retraso nuestras economías, y someten la política de la América Latina a sus designios e intereses. La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba condena, en fin, la explotación del hombre por el hombre, [aplausos] y la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista. En consecuencia, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba proclama ante América: El derecho de los campesinos a la tierra; el derecho del obrero al fruto de su trabajo; el derecho de los niños a la educación; el derecho de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; el derecho de los jóvenes al trabajo; el derecho de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; el derecho de los negros y los indios a la “dignidad plena del hombre”; el derecho de la mujer a la igualdad civil, social y política; el derecho del anciano a una vejez segura; el derecho de los intelectuales, artistas y científicos a luchar, con sus obras, por un mundo mejor; el derecho de los Estados a la nacionalización de los monopolios imperialistas, rescatando así las riquezas y recursos nacionales; el derecho de los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo; el derecho de las naciones a su

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plena soberanía; el derecho de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas, y a armar a sus obreros, a sus campesinos, a sus estudiantes, a sus intelectuales, al negro, al indio, a la mujer, al joven, al anciano, a todos los oprimidos y explotados, para que defiendan, por sí mismos, sus derechos y sus destinos. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Fidel, Fidel; Fidel, Fidel!, ¿qué tiene Fidel que los americanos no pueden con él?”] SEPTIMO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba postula: El deber de los obreros, de los campesinos, de los estudiantes, de los intelectuales, de los negros, de los indios, de los jóvenes, de las mujeres, de los ancianos a luchar por sus reivindicaciones económicas, políticas y sociales; [aplausos] el deber de las naciones oprimidas y explotadas a luchar por su liberación; el deber de cada pueblo a la solidaridad con todos los pueblos oprimidos, colonizados, explotados o agredidos; [aplausos] sea cual fuere el lugar del mundo en que éstos se encuentren y la distancia geográfica que los separe. ¡Todos los pueblos del mundo son hermanos! [Exclamaciones de: “¡Unidad, unidad!”] OCTAVO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba reafirma su fe en que la América Latina marchará pronto, unida y vencedora, libre de las ataduras que convierten sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano y que le impiden hacer oír su verdadera voz en las reuniones donde cancilleres domesticados hacen de coro infamante al amo despótico. Ratifica, por ello, su decisión de trabajar por ese común destino latinoamericano que permitirá a nuestros países edificar una solidaridad verdadera, asentada en la libre voluntad de cada uno de ellos y en las aspiraciones conjuntas de todos. En la lucha por esa América Latina liberada, frente a las voces obedientes de quienes usurpan su representación oficial, surge ahora, con potencia invencible, la voz genuina de los pueblos, voz que se abre paso desde las entrañas de sus minas de carbón y de estaño, desde sus fábricas y centrales azucareros, desde sus tierras enfeudadas, donde rotos, cholos, gauchos, jíbaros, herederos de Zapata y de Sandino, empuñan las armas de su libertad, voz que resuena en sus poetas y en sus

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novelistas, en sus estudiantes, en sus mujeres y en sus niños, en sus ancianos desvelados. A esa voz hermana, la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba le responde: [aplausos] ¡Presente! Cuba no fallará. Aquí está hoy Cuba para ratificar, ante América Latina y ante el mundo, como un compromiso histórico, su dilema irrenunciable: patria o muerte. NOVENO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba resuelve que esta declaración sea conocida con el nombre de Declaración de La Habana, Cuba, La Habana, Territorio Libre de América. Septiembre 2 de 1960. [Aplausos.]

Sometemos esta Declaración de La Habana a la consideración del pueblo, es decir, que los que apoyan la Declaración, levanten la mano. [La multitud levanta la mano. Durante varios minutos exclaman: “¡Ya votamos con Fidel!”; “¡Fidel, Fidel!, ¿qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él?”; “¡Viva Raúl Roa!”] Y ahora, falta algo. Y con la Declaración de San José, ¿qué hacemos? [Exclamaciones de: “¡La rompemos!”] ¡La rompemos! [Fidel la rompe ante la multitud.] Estos acuerdos de la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, que acabamos de efectuar, serán comunicados a todos los pueblos hermanos de América Latina.

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El Comandante Fidel arengando al pueblo en la lucha antiimperialista.


Discurso pronunciado en la Segunda Asamblea Nacional del Pueblo de Cuba Plaza de la Revolución, La Habana, 4 de febrero de 1962

Compañeros y compañeras de la Segunda Asamblea General Nacional del Pueblo: Se reúne por segunda vez, con carácter de órgano soberano de la voluntad del pueblo cubano, esta Asamblea General en el día de hoy; y se reúne para dar cabal respuesta a la maniobra, a la conjura, al complot de nuestros enemigos en Punta del Este.

El pueblo cubano respalda a Fidel.

En todo el mundo están puestos los ojos sobre nuestro pueblo en el día de hoy; los pueblos de todos los continentes están esperando esta respuesta de nuestra patria. Los mensajes que se han leído en la tarde de hoy demuestran cuánto interés, cuánta atención, cuánta solidaridad ha despertado el acto de hoy. Desde luego que nuestro pueblo sabía perfectamente bien qué se proponían los imperialistas yanquis; nuestros pueblos están perfectamente informados de sus intenciones; nuestro pueblo —que lleva tres años bajo el incesante hostigamiento del


imperialismo yanqui— sabía a qué fueron ellos a Punta del Este, sabía que esa conferencia no tenía otro propósito que promover nuevas agresiones y nuevos complots contra nuestro país. Y, desde luego, ya el imperialismo ha dado nuevos pasos agresivos. Como explicó nuestro Presidente al hablar en la tarde de hoy, ya los imperialistas han acordado un embargo más —¡uno más!— sobre nuestras relaciones comerciales. Aún quedaba un comercio, principalmente de tabaco y de frutas, con Estados Unidos, ascendente a varios millones de dólares. Cuando la delegación yanqui propuso en Punta del Este sanciones económicas y políticas, cese del comercio y cese de las relaciones diplomáticas de los demás gobiernos —de los que aún quedan con relaciones, de los que aún no se han plegado, de los que han resistido a las presiones del imperialismo— a fin de que rompieran con nosotros, el imperialismo, ya en plena crisis, aún cuando logró una parte de sus propósitos —y es preciso analizar y considerar atentamente los acuerdos allí tomados y los propósitos de esos acuerdos— no pudo, sin embargo, obtener todo lo que pretendía, aun cuando logró declaraciones condenatorias contra Cuba, producto de presiones enormes sobre todos los cancilleres.

romper simplemente por una orden de Washington, y puesto que, al fin y al cabo, esos gobernantes estarían obligados bien a cumplir acuerdos que no consideraban justos, o bien a desacatar esos acuerdos, el imperialismo, al parecer, no creyó prudente llevar tan lejos la cosa en esta reunión como para imponer con su mayoría mecánica de 14 títeres un acuerdo que podía ser desacatado por la minoría que, siendo una minoría, sin embargo, representa al 70% de la población de América Latina. El imperialismo, digo, no pudo imponer el acuerdo del cese de las relaciones comerciales. Lo que pretendía el imperialismo era —al regreso de su delegación— realizar este nuevo embargo sobre el comercio de Estados Unidos con Cuba. No logró el acuerdo. Y como una prueba más de que al imperialismo le importa un bledo la OEA y de que la OEA no es más que un ministerio de colonias yanquis, un bloque militar contra los pueblos de la América Latina, al regresar la delegación de Punta del Este, lo primero que hicieron fue dictar esa nueva medida y prohibir de manera absoluta toda compra de productos a Cuba, es decir, la compra del tabaco, la compra de nuestros frutos y de aquellos productos que ascendían a algunas sumas de consideración.

Tan desvergonzada, tan irracional, tan injustificada era su demanda, tan deprimente, tan desmoralizadora para los gobiernos allí representados, que algunos gobiernos se resistieron a aceptar el máximo de las exigencias yanquis. Y en virtud de su resistencia, por cuanto no estaban dispuestos a

Claro está que como el imperialismo no podía dejar de ser cínico, como el señor Kennedy no podía dejar de ser un desvergonzado [exclamaciones y silbidos] —como lo ha sido desde que tomó posesión, desde que rechazó toda posibilidad de llevar adelante una política pacífica con nuestro pueblo, desde que organizó su criminal y cobarde invasión

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a nuestras costas y todos los hechos que han costado sangre y vidas de hijos de nuestro pueblo—, no podía dejar de acompañar su última felonía con la hipocresía. La hipocresía más inaudita es el sello que acompaña a todos los actos del imperialismo. ¿Qué hizo? Prohibir toda compra de productos a Cuba, es decir, privarnos de más de 20 millones de dólares y, junto a esa medida, declarar que ellos, los “buenos”, los “nobles”, los “eternamente humanitarios”, no prohibían, en cambio, que nosotros les compráramos a ellos, que nosotros les compráramos alimentos y medicinas. Es decir, que mientras nos quitan los dólares producto de nuestro comercio, los pocos que quedaban con Estados Unidos después que nos arrebataron nuestra cuota de cientos de millones de dólares, dicen que, en cambio, no prohíben que nos vendan. Es decir, que nos quitan los recursos para comprar, nos quitan los dólares destinados precisamente a materias primas, a maquinarias, a alimentos, a medicinas y mientras por un lado dictan esa criminal, unilateral y vergonzosa medida —una más contra nuestro pueblo—, declaran que, en cambio, estarían dispuestos a vender mercancías y alimentos. Estaría bueno preguntarles —ya que son tan “buenos”— por qué no las fían también. Ya que están dispuestos a vender las medicinas y alimentos, ¿por qué no los fían? Porque nos quitan los dólares de las compras, y entonces dicen que, en cambio, no prohíben las ventas. Pero se es el sello eterno de la hipocresía que acompaña al imperialismo, a fin de ocasionar a nuestro pueblo tropiezos, dificultades, 242

escaseces, colas y dificultades de todo tipo, a fin de doblegar a nuestro pueblo mediante todos los sacrificios, mediante la imposición de todos los sacrificios, de todas las zancadillas, de todas las trampas, de todos los ataques arteros y cobardes contra nuestra patria. Desde luego que Cuba no estaría donde está, ni nuestra patria ocuparía el lugar que hoy ocupa en el concepto de los demás pueblos del mundo, si detrás de la patria, si detrás de la bandera soberana de la patria, si detrás de la Revolución no estuviera el pueblo, si detrás de esta Revolución no estuviera este pueblo. [Aplausos.] Y nuestra Revolución no habría llegado a ser lo que es hoy, y Cuba no sería abanderada de la libertad de América, si detrás de este hecho histórico de la Revolución no estuviese un pueblo digno de ese lugar de honor que hoy ocupa en los corazones de los 200 millones de hermanos de América Latina; [aplausos] si detrás de la patria soberana, si detrás de la patria soberana, si detrás de la bandera libre, si detrás de la Revolución redentora no hubiera un pueblo firme y heroico como éste, la patria ni sería libre ni la bandera sería soberana, ni la Revolución marcharía adelante con la firmeza inquebrantable con que marcha. La palabra de Cuba está respaldada por un pueblo entero; la palabra de la representación de Cuba, allí donde habló para los pueblos y para la historia, estaba respaldada por un pueblo entero. ¡Por eso vale nuestra palabra, por eso vale ante los ojos del mundo, por eso vale ante la historia! Porque los que allí hablaron contra nuestra patria sus 243


mentiras, no hicieron más que repetir las consignas criminales de sus amos. Y detrás de las palabras huecas de los impugnadores de la patria cubana, no había un pueblo; detrás estaban los asesinos de obreros y de estudiantes, de campesinos; detrás estaba lo más corrompido, lo peor de nuestras hermanas naciones. ¡Pueblo no, sino ausencia de pueblo, vacío de pueblo!

es este régimen que puede reunir al pueblo en una plaza gigantesca como ésta, [aplausos] que puede congregar cientos y cientos y cientos de miles, que puede congregar un millón, que puede congregar quién sabe tantos, porque cada vez son más, más y más los que se reúnen, y ya la multitud llega hasta las mismas faldas del Castillo del Príncipe. [Aplausos.]

¿Hasta cuándo tendrán la desvergüenza y el cinismo de hablar de democracia? ¿Hasta cuándo estarán usando, hasta desgastar, esa pobrecita palabra, infeliz palabra de “democracia representativa”? Representativa solo de la voluntad del imperialismo, representativa sólo de la explotación, representativa sólo de la traición; democracia que es la democracia de la ausencia del pueblo. Porque todos esos gobiernos, los catorce, los catorce que votaron contra Cuba, convocan al pueblo, y los catorce no reúnen tanto pueblo como la Revolución Cubana reúne aquí. [Aplausos.]

A este pueblo, que con su presencia demuestra su dignidad y su postura, es al que quieren someter los imperialistas; es al pueblo que quieren dividir y disgregar los imperialistas; es al pueblo que quieren aplastar los imperialistas para que ya nunca más rigiera la voluntad soberana del pueblo, para que ya nunca más se volvieran a congregar las multitudes como aquí se congregan, y para que el destino y la riqueza de la patria fuera dilapidada, y el curso de su historia desviado por la voluntad de las camarillas que se reúnen en la sombra, a espaldas de los pueblos; para que ya nunca más se vieran multitudes gigantescas por las calles de la patria y en las plazas de la patria, levantando con orgullo sus banderas y proclamando al mundo sus hermosas consignas.

Si aquello es democracia, ¿qué es esto? Si aquello donde existe la explotación del hombre, si aquello donde los hombres son discriminados por motivo de raza, si aquello donde los pobres son miserablemente explotados y maltratados es democracia, ¿qué es, entonces, esto? Si democracia quiere decir pueblo, si democracia quiere decir gobierno del pueblo, entonces, ¿qué es esto? Si democracia es la expresión de la voluntad del pueblo, cabe decir lo único que puede decirse: que el país, el pueblo y el régimen más democrático de América,

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Es al pueblo al que quieren ponerle la bota encima los imperialistas, oprimirnos, ultrajarnos, hacer añicos nuestra dignidad nacional, como han hecho añicos la dignidad de muchos pueblos hermanos de este continente. Es a este pueblo, rebelde y heroico, al que quieren aplastar. Y he ahí su error, he ahí su gran error, he ahí la causa de su fracaso,

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porque el imperialismo jamás aplastará a la Revolución Cubana, [aplausos] el imperialismo jamás vencerá a la Revolución Cubana. [Aplausos.] Si los esbirros del imperialismo, si los capataces y mayorales del imperialismo y la gusanera que los acompaña [exclamaciones y silbidos] pudiesen contemplar no más que un minuto lo que nuestros ojos y los ojos de los visitantes que nos acompañan están viendo hoy, quizás, quizás si se dieran cuenta, quizás si tan siquiera pudieran apreciar los perfiles de su tamaño y descomunal error del imposible que pretenden, quizás se dieran cuenta de lo débil y lo impotente que son; quizás si reflexionaran, porque hasta ahora no han hecho más que errar y persistir en el error; hasta ahora, con sus agresiones, no han hecho más que fortalecer a Cuba. Y nuestro pueblo, ante esas agresiones, debe redoblar su espíritu de trabajo, debe redoblar la fortaleza de su conciencia revolucionaria. ¿Qué hacer ante los que quieren, a fuerza de privaciones, a fuerza de agresiones y a fuerza de bloqueos, rendir a la patria? ¿Qué hay que hacer? Pues, sencillamente, hay que trabajar más, hay que tomar más interés en todo, hay que triplicar el cuidado y la atención en la producción, en las fábricas, en las cooperativas, en las granjas, en los campos, en todas partes; [aplausos] triplicar el esfuerzo para extraer el máximo de nuestra riqueza con lo que tenemos, para extraer todo lo que necesitamos, para ir resistiendo el bloqueo en estos meses, y quizás años largos de lucha y de sacrificios que 246

el imperialismo nos impone; utilizar todos los recursos que tenemos para producir, para resistir y, al mismo tiempo, distribuir mejor lo que tenemos, distribuir mejor lo que producimos. Y, por eso, es deber que cumplirá el Gobierno Revolucionario de estudiar todas las medidas necesarias para que nuestro pueblo se pueda distribuir bien lo que tiene, para que lo que tengamos bajo el bloqueo llegue a todos, para que todos compartamos sin egoísmos lo que tenemos. [Aplausos.] No importa que aquí no vengan automóviles en muchos años; no importa, incluso, que muchos objetos de lujo no vengan a Cuba en muchos años. ¡No importa, si ése es el precio de la libertad; no importa, si ése es el precio de la dignidad; no importa, si ése es el precio que nos exige la patria! [Aplausos.] Al fin y al cabo, el pueblo nunca tuvo lujos; al fin y al cabo, el pueblo nunca tuvo más que la explotación, la humillación, la discriminación, la servidumbre, el desempleo y el hambre; al fin al cabo, los lujos fueron para las minorías, para el pueblo fueron los sacrificios. ¿Y qué logra el imperialismo, qué va a lograr, con que el pueblo se vea privado durante unos cuantos años de aquellas cosas de las que se vio privado siempre? Pero el pueblo, que tiene hoy lo que no tuvo nunca, que tiene igualdad, que tiene dignidad, que tiene justicia, que es dueño de la patria, que es dueño de sus fábricas y de su riquezas, que

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es dueño de su destino, que es libre; el pueblo, el verdadero pueblo, el pueblo sufrido de siempre, ese pueblo cambia gustosamente lo que no tuvo nunca por lo que tendrá mañana, por todo lo que tendrá para siempre. [Aplausos.] Resistiremos en todos los campos: resistiremos en el campo de la economía; seguiremos avanzando en el campo de la cultura. Allá, detrás de la gigantesca multitud, se divisa otra multitud, cuyos vestidos son de color distinto, de color uniforme: son los 50.000 becados que están estudiando, [aplausos] que están estudiando en nuestra capital; son el mañana prometedor de la patria, son los futuros ingenieros de nuestras fábricas futuras, los técnicos, los que elevarán la productividad del trabajo de nuestro pueblo a los más altos niveles; son el porvenir, son la promesa, son el futuro, son el mundo del mañana que la patria se está forjando, porque la patria no trabaja para hoy, la patria trabaja para mañana. Y ese mañana lleno de promesas no podrá nadie arrebatárnoslo, no podrá nadie impedírnoslo, porque con la entereza de nuestro pueblo lo vamos a conquistar, con el valor y el heroísmo de nuestro pueblo lo vamos a conquistar. Y nos seguiremos fortaleciendo no sólo en el campo de la economía y de la cultura, resistiendo, sino que seguiremos resistiendo allí donde les duele más todavía a los imperialistas; seguiremos fortaleciendo nuestras fuerzas de combate, nuestras unidades armadas revolucionarias; [aplausos] seguiremos aumentando la capacidad defensiva de la patria, seguiremos endureciéndonos cada día más, 248

y cada día más dispuestos a que si los imperialistas, sordos y ciegos, se lanzan otra vez, ¡reciban una paliza todavía más grande de la que recibieron en Playa Girón! [Aplausos prolongados.] Vengan sus mercenarios, o vengan sus títeres, o vengan ellos. Porque, ¿alguien le tiene mido aquí al imperialismo? [Exclamaciones de: “¡No!”] ¿Quién se asusta del imperialismo? [Exclamaciones de: “¡Nadie!”] Y cuando pensamos en las amenazas y en las maniobras de los imperialistas, ¿qué hacemos? [Exclamaciones de: “¡Reírnos!”] ¡Nos reímos de los imperialistas! Nos reímos de su desesperación porque, sencillamente, lo sentimos mucho, pero no les tenemos miedo; lo sentimos mucho, pero no nos asustan esos matones del imperialismo, no nos asustan esos criminales del imperialismo, porque nosotros sabemos —y si no lo saben ellos, entérense— que si invaden a nuestro país, mientras quede aquí un fusil, mientras quede aquí un hombre o mujer, ¡vamos a estar peleando contra ellos! [Aplausos prolongados y exclamaciones de: “¡venceremos!”] Y, además, no vamos a estar solos. Con nosotros van a estar, en primer término, nuestros hermanos de América Latina; [aplausos] los pueblos que tan gallardamente, tan valerosamente, se batieron en las calles de muchas naciones oprimidas, que tan dignamente, y en masa, respaldaron a la Revolución mientras transcurría la conferencia de Punta del Este; los pueblos que enviaron sus mejores representantes a Cuba y a la propia Punta del Este, para decir allí la voz no de las oligarquías sino de los pueblos. Y vamos a tener con nosotros 249


la solidaridad de todos los pueblos liberados del mundo, y vamos a tener con nosotros la solidaridad de todos los hombres y mujeres dignos del mundo. [Aplausos.] Por tanto, a pie firme, sin vacilaciones, estamos dispuestos a resistir ¡lo que venga! [Aplausos.] ¡Estamos dispuestos a enfrentarnos a lo que venga! [aplausos] sin que el sueño lo perdamos. ¡Pero que los imperialistas se preparen también a esperar, en ese caso, lo que venga! [Aplausos.] Y es bueno que los imperialistas se vayan resignando a la idea de que eso tan terrible, de que eso que tanto temen, de que eso que les produce insomnio, que se llama revolución de los pueblos explotados por el imperialismo, eso, ¡vendrá también inexorablemente, por ley de la historia! [Aplausos.] Vamos, pues, a lo más importante de esta tarde, que es la Segunda Declaración de La Habana, [aplausos] nuestro mensaje a los pueblos de América y del mundo, la palabra de nuestro pueblo en este minuto histórico, respaldada por este pueblo, respaldada por su presencia, de tal manera, como nunca en América estuvo respaldada ninguna palabra, ningún mensaje. Con nosotros se encuentran numerosos latinoamericanos que visitan a nuestro país o participaron de la Conferencia de los Pueblos en La Habana, [aplausos] pero ellos no deben ser sólo espectadores. Proponemos a la Asamblea General Nacional

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del Pueblo que los latinoamericanos no sean espectadores, sino que tengan derecho también a votar junto con el pueblo de Cuba la Declaración de La Habana. [Aplausos prolongados y exclamaciones de: “¡Fidel, Fidel!”] Algún día ellos podrán reunir también a sus pueblos, como nosotros hoy, y podrán expresar también su pensamiento tan libremente como nosotros hoy. Preste el pueblo atención a cada palabra, a cada frase de este documento, de esta Segunda Declaración, que proponemos, en nombre de las Organizaciones Revolucionarias Integradas y del Gobierno Revolucionario, al pueblo de Cuba: del pueblo de cuba a los pueblos de américa y del mundo

En vísperas de su muerte, en carta inconclusa porque una bala española le atravesó el corazón, el 18 de mayo de 1895 José Martí, apóstol de nuestra independencia, [aplausos] escribió a su amigo Manuel Mercado: “Ya puedo escribir... ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber... de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso... Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos, más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal que los desprecia, les habrían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio que se hace en bien inmediato y de ellos. Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas; y mi honda es la de David”.

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Ya Martí, en 1895, señaló el peligro que se cernía sobre América y llamó al imperialismo por su nombre: imperialismo. A los pueblos de América advirtió que ellos estaban más que nadie interesados en que Cuba no sucumbiera a la codicia yanqui, despreciadora de los pueblos latinoamericanos. Y con su propia sangre, vertida por Cuba y por América, rubricó las póstumas palabras que, en homenaje a su recuerdo, el pueblo de Cuba suscribe hoy a la cabeza de esta Declaración. Han transcurrido 67 años. Puerto Rico fue convertida en colonia y es todavía colonia saturada de bases militares. Cuba cayó también en las garras del imperialismo. Sus tropas ocuparon nuestro territorio. La Enmienda Platt fue impuesta a nuestra primera Constitución, como cláusula humillante que consagraba el odioso derecho de intervención extranjera. Nuestras riquezas pasaron a sus manos, nuestra historia falseada, nuestra administración y nuestra política moldeada por entero a los intereses de los interventores; la nación sometida a 60 años de asfixia política, económica y cultural. Pero Cuba se levantó, Cuba pudo redimirse a sí misma del bastardo tutelaje. Cuba rompió las cadenas que ataban su suerte al imperio opresor, rescató sus riquezas, reivindicó su cultura, y desplegó su bandera soberana de territorio y pueblo libre de América. [Aplausos.] Ya Estados Unidos no podrá caer jamás sobre América con la fuerza de Cuba, pero en cambio, dominando a la mayoría de los Estados de América Latina, Estados Unidos pretende caer sobre Cuba con la fuerza de América. ¿Qué es la historia de Cuba sino la historia de América Latina? ¿Y qué es la historia de América Latina sino la historia de Asia, África y Oceanía? ¿Y qué es la historia de todos estos pueblos sino la historia de la explotación más despiadada y cruel del imperialismo en el mundo entero? A fines del siglo pasado y comienzos del presente, un puñado de naciones económicamente desarrolladas habían terminado de repartirse el mundo, sometiendo

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a su dominio económico y político a las dos terceras partes de la humanidad, que, de esta forma, se vio obligada a trabajar para las clases dominantes del grupo de países de economía capitalista desarrollada. Las circunstancias históricas que permitieron a ciertos países europeos y a Estados Unidos de Norteamérica un alto nivel de desarrollo industrial los situó en posición de poder someter a su dominio y explotación al resto del mundo. ¿Qué móviles impulsaron esa expansión de las potencias industrializadas? ¿Fueron razones de tipo moral, “civilizadoras”, como ellos alegaban? No: fueron razones de tipo económico. Desde el descubrimiento de América, que lanzó a los conquistadores europeos a través de los mares a ocupar y explotar las tierras y los habitantes de otros continentes, el afán de riqueza fue el móvil fundamental de su conducta. El propio descubrimiento de América se realizó en busca de rutas más cortas hacia el Oriente, cuyas mercaderías eran altamente pagadas en Europa. Una nueva clase social, los comerciantes y los productores de artículos manufacturados para el comercio, surge del seno de la sociedad feudal de señores y siervos en las postrimerías de la Edad Media. La sed de oro fue el resorte que movió los esfuerzos de esa nueva clase. El afán de ganancia fue el incentivo de su conducta a través de su historia. Con el desarrollo de la industria manufacturera y el comercio fue creciendo su influencia social. Las nuevas fuerzas productivas que se desarrollaban en el seno de la sociedad feudal chocaban cada vez más con las relaciones de servidumbre propias del feudalismo, sus leyes, sus instituciones, su filosofía, su moral, su arte y su ideología política. Nuevas ideas filosóficas y políticas, nuevos conceptos del derecho y del Estado fueron proclamados por los representantes intelectuales de la clase burguesa, los que por responder a las nuevas necesidades de la vida social, poco a poco se hicieron conciencia en las masas explotadas. Eran entonces ideas revolucionarias frente

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a las ideas caducas de la sociedad feudal. Los campesinos, los artesanos y los obreros de las manufacturas, encabezados por la burguesía, echaron por tierra el orden feudal, su filosofía, sus ideas, sus instituciones, sus leyes y los privilegios de la clase dominante, es decir, la nobleza hereditaria. Entonces la burguesía consideraba justa y necesaria la revolución. No pensaba que el orden feudal podía y debía ser eterno, como piensa ahora de su orden social capitalista. Alentaba a los campesinos a librarse de la servidumbre feudal, alentaba a los artesanos contra las relaciones gremiales, y reclamaba el derecho al poder político. Los monarcas absolutos, la nobleza y el alto clero defendían tenazmente sus privilegios de clase, proclamando el derecho divino de la corona y la intangibilidad del orden social. Ser liberal, proclamar las ideas de Voltaire, Diderot o Juan Jacobo Rousseau, portavoces de la filosofía burguesa, constituía entonces para las clases dominantes un delito tan grave como es hoy para la burguesía ser socialista y proclamar las ideas de Marx, Engels y Lenin. [Aplausos.] Cuando la burguesía conquistó el poder político y estableció sobre las ruinas de la sociedad feudal su modo capitalista de producción, sobre ese modo de producción erigió su Estado, sus leyes, sus ideas e instituciones. Esas instituciones consagraban, en primer término, la esencia de su dominación de clase: la propiedad privada. La nueva sociedad, basada en la propiedad privada sobre los medios de producción y en la libre competencia, quedó así dividida en dos clases fundamentales: una, poseedora de los medios de producción, cada vez más modernos y eficientes; la otra, desprovista de toda riqueza, poseedora solo de su fuerza de trabajo, obligada a venderla en el mercado como una mercancía más para poder subsistir. Rotas las trabas del feudalismo, las fuerzas productivas se desarrollaron extraordinariamente. Surgieron las grandes fábricas donde se acumulaba un número cada vez mayor de obreros. Las fábricas más modernas y técnicamente eficientes iban desplazando del mercado a los competidores

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menos eficaces. El costo de los equipos industriales se hacía cada vez mayor; era necesario acumular cada vez sumas superiores de capital. Una parte importante de la producción se fue acumulando en un número menor de manos. Surgieron así las grandes empresas capitalistas y, más adelante, las asociaciones de grandes empresas a través de carteles, sindicatos, trusts y consorcios, según el grado y el carácter de la asociación, controlados por los poseedores de la mayoría de las acciones, es decir, por los más poderosos caballeros de la industria. La libre concurrencia, característica del capitalismo en su primera fase, dio paso a los monopolios que concertaban acuerdos entre sí y controlaban los mercados. ¿De dónde salieron las colosales sumas de recursos que permitieron a un puñado de monopolistas acumular miles de millones de dólares? Sencillamente, de la explotación del trabajo humano. Millones de hombres, obligados a trabajar por un salario de subsistencia, produjeron con su esfuerzo los gigantescos capitales de los monopolios. Los trabajadores acumularon las fortunas de las clases privilegiadas, cada vez más ricas, cada vez más poderosas. A través de las instituciones bancarias llegaron a disponer éstas no sólo de su propio dinero, sino también del dinero de toda la sociedad. Así se produjo la fusión de los bancos con la gran industria y nació el capital financiero. ¿Qué hacer entonces con los grandes excedentes de capital que en cantidades mayores se iba acumulando? Invadir con ellos el mundo. Siempre en pos de la ganancia, comenzaron a apoderarse de las riquezas naturales de todos los países económicamente débiles y a explotar el trabajo humano de sus pobladores con salarios mucho más míseros que los que se veían obligados a pagar a los obreros de la propia metrópoli. Se inició así el reparto territorial y económico del mundo. En 1914, ocho o diez países imperialistas habían sometido a su dominio económico y político, fuera de sus fronteras, a territorios cuya extensión ascendía a 83.700.000 kilómetros cuadrados, con una población de 970 millones de habitantes. Sencillamente, se habían repartido el mundo.

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Pero como el mundo era limitado en extensión, repartido ya hasta el último rincón del globo, vino el choque entre los distintos países monopolistas y surgieron las pugnas por nuevos repartos, originadas en la distribución no proporcional al poder industrial y económico que los distintos países monopolistas, en desarrollo desigual, habían alcanzado. Estallaron las guerras imperialistas, que costarían a la humanidad 50 millones de muertos, decenas de millones de inválidos e incalculables riquezas materiales y culturales destruidas. Aún no había sucedido esto cuando ya Marx escribió que “el capital recién nacido rezumaba sangre y fango por todos los poros, desde los pies a la cabeza”. [Aplausos.] El sistema capitalista de producción, una vez que hubo dado de sí todo lo que era capaz, se convirtió en un abismal obstáculo al progreso de la humanidad. Pero la burguesía, desde su origen, llevaba en sí misma su contrario. En su seno se desarrollaron gigantescos instrumentos productivos, pero a su vez se desarrolló una nueva y vigorosa fuerza social: el proletariado, [aplausos] llamado a cambiar el sistema social ya viejo y caduco del capitalismo por una forma económico-social superior y acorde con las posibilidades históricas de la sociedad humana, convirtiendo en propiedad de toda la sociedad esos gigantescos medios de producción que los pueblos, y nada más que los pueblos con su trabajo, habían creado y acumulado. A tal grado de desarrollo de las fuerzas productivas, resultaba absolutamente caduco y anacrónico un régimen que postulaba la posesión privada y, con ello, la subordinación de la economía de millones y millones de seres humanos a los dictados de una exigua minoría social. Los intereses de la humanidad reclamaban el cese de la anarquía en la producción, el derroche, las crisis económicas y las guerras de rapiña propias del sistema capitalista. Las crecientes necesidades del género humano y la posibilidad de satisfacerlas exigían el desarrollo planificado de la economía y la utilización racional de sus medios de producción y recursos naturales. Era inevitable que el imperialismo y el colonialismo entraran en profunda e insalvable crisis. La crisis

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general se inició a raíz de la Primera Guerra Mundial, con la revolución de los obreros y campesinos que derrocó al imperio zarista de Rusia [aplausos] e implantó, en dificilísimas condiciones de cerco y agresión capitalistas, el primer Estado socialista del mundo, iniciando una nueva era en la historia de la humanidad. [Aplausos.] Desde entonces hasta nuestros días, la crisis y la descomposición del sistema imperialista se han acentuado incesantemente. La Segunda Guerra Mundial desatada por las potencias imperialistas, y que arrastró a la Unión Soviética y a otros pueblos de Europa y de Asia, criminalmente invadidos, a una sangrienta lucha de liberación, culminó en la derrota del fascismo, la formación del campo mundial del socialismo, y la lucha de los pueblos coloniales y dependientes por su soberanía. Entre 1945 y 1957, más de 1.200 millones de seres humanos conquistaron su independencia en Asia y en África. La sangre vertida por los pueblos no fue en vano. [Aplausos.] El movimiento de los pueblos dependientes y colonializados es un fenómeno de carácter universal que agita al mundo y marca la crisis final del imperialismo. Cuba y América Latina forman parte del mundo. Nuestros problemas forman parte de los problemas que se engendran de la crisis general del imperialismo y la lucha de los pueblos subyugados; el choque entre el mundo que nace y el mundo que muere. La odiosa y brutal campaña desatada contra nuestra patria expresa el esfuerzo desesperado como inútil que los imperialistas hacen para evitar la liberación de los pueblos. Cuba duele de manera especial a los imperialistas. ¿Qué es lo que esconde tras el odio yanqui a la Revolución Cubana? ¿Qué explica racionalmente la conjura que reúne en el mismo propósito agresivo a la potencia imperialista más rica y poderosa del mundo contemporáneo y a las oligarquías de todo un continente, que juntos suponen representar una población de 350 millones de seres humanos, contra un pequeño pueblo de sólo siete millones de habitantes, económicamente subdesarrollado, sin recursos financieros ni militares para amenazar ni la seguridad ni la economía de ningún país? Los une y los concita el miedo. Lo

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explica el miedo. No el miedo a la Revolución Cubana; el miedo a la revolución latinoamericana. [Aplausos.] No el miedo a los obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y sectores progresistas de las capas medias que han tomado revolucionariamente el poder en Cuba, sino el miedo a que los obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y sectores progresistas de las capas medias tomen revolucionariamente el poder en los pueblos oprimidos, hambrientos y explotados por los monopolios yanqui y la oligarquía reaccionaria de América; [aplausos] el miedo a que los pueblos saqueados del continente arrebaten las armas a sus opresoras y se declaren, como Cuba, pueblos libres de América. [Aplausos.] Aplastando la Revolución Cubana, creen disipar el miedo que los atormenta, el fantasma de la revolución que los amenaza. Liquidando a la Revolución Cubana, creen liquidar el espíritu revolucionario de los pueblos. Pretenden, en su delirio, que Cuba es exportadora de revoluciones. En sus mentes de negociantes y usureros insomnes cabe la idea de que las revoluciones se pueden comprar o vender, alquilar, prestar, exportar o importar como una mercancía más. Ignorantes de las leyes objetivas que rigen el desarrollo de las sociedades humanas, creen que sus regímenes monopolistas, capitalistas y semifeudales son eternos. Educados en su propia ideología reaccionaria, mezcla de superstición, ignorancia, subjetivismo, pragmatismo, y otras aberraciones del pensamiento, tienen una imagen del mundo y de la marcha de la historia acomodada a sus intereses de clases explotadoras. Suponen que las revoluciones nacen o mueren en el cerebro de los individuos o por efecto de las leyes divinas y que, además, los dioses están de su parte. Siempre han creído lo mismo, desde los devotos paganos patricios en la Roma esclavista, que lanzaban a los cristianos primitivos a los leones del circo, y los inquisidores en la Edad Media que, como guardianes del feudalismo y la monarquía absoluta, inmolaban en la hoguera a los primeros representantes del pensamiento liberal de la naciente burguesía, hasta los obispos que hoy, en defensa del régimen burgués y monopolista, anatematizan las revoluciones proletarias.

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Todas las clases reaccionarias en todas las épocas históricas, cuando el antagonismo entre explotadores y explotados llega a su máxima tensión, presagiando el advenimiento de un nuevo régimen social, han acudido a las peores armas de la represión y la calumnia contra sus adversarios. Acusados de incendiar a Roma y de sacrificar niños en sus altares, los cristianos primitivos fueron llevados al martirio. Acusados de herejes fueron llevados por los inquisidores a la hoguera filósofos como Giordano Bruno, reformadores como Huss y miles de inconformes más con el orden feudal. Sobre los luchadores proletarios se enseña hoy la persecución y el crimen, precedidos de las peores calumnias en la prensa monopolista y burguesa. Siempre, en cada época histórica, las clases dominantes han asesinado invocando la defensa de la sociedad, del orden, de la patria: “su sociedad” de minorías privilegiadas sobre mayorías explotadas, “su orden clasista” que mantienen a sangre y fuego sobre los desposeídos, “la patria” que disfrutan ellos solos, privando de ese disfrute al resto del pueblo, para reprimir a los revolucionarios que aspiran a una sociedad nueva, un orden justo, una patria verdadera para todos. Pero el desarrollo de la historia, la marcha ascendente de la humanidad, no se detiene ni puede detenerse. Las fuerzas que impulsan a los pueblos —que son los verdaderos constructores de la historia—, determinadas por las condiciones materiales de su existencia y la aspiración a metas superiores de bienestar y libertad, que surgen cuando el progreso del hombre en el campo de la ciencia, de la técnica y de la cultura lo hacen posible, son superiores a la voluntad y al terror que desatan las oligarquías dominantes. Las condiciones subjetivas de cada país —es decir, el factor conciencia, organización, dirección— pueden acelerar o retrasar la revolución según su mayor o menor grado de desarrollo; pero tarde o temprano, en cada época histórica, cuando las condiciones objetivas maduran, la conciencia se adquiere, la organización se logra, la dirección surge y la revolución se produce. [Aplausos.]

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Que ésta tenga lugar por cauces pacíficos o nazca al mundo después de un parto doloroso, no depende de los revolucionarios; depende de las fuerzas reaccionarias de la vieja sociedad, que se resisten a dejar nacer la sociedad nueva que es engendrada por las contradicciones que lleva en su seno la vieja sociedad. La revolución es en la historia como el médico que asiste el nacimiento de una nueva vida. No usa sin necesidad los aparatos de fuerza, pero los usa sin vacilaciones cada vez que sea necesario para ayudar al parto; [aplausos] parto que trae a las masas esclavizadas y explotadas la esperanza de una vida mejor. En muchos países de América Latina la revolución es hoy inevitable. Ese hecho no lo determina la voluntad de nadie; está determinado por las espantosas condiciones de explotación en que vive el hombre americano, el desarrollo de la conciencia revolucionaria de las masas, la crisis mundial del imperialismo y el movimiento universal de lucha de los pueblos subyugados. La inquietud que hoy se registra es síntoma inequívoco de rebelión. Se agitan las entrañas de un continente que ha sido testigo de cuatro siglos de explotación esclava, semiesclava y feudal del hombre, desde sus moradores aborígenes y los esclavos traídos de África, hasta los núcleos nacionales que surgieron después; blancos, negros, mulatos, mestizos e indios a los que hoy hermanan el desprecio, la humillación y el yugo yanqui, como hermana la esperanza de un mañana mejor. Los pueblos de América se liberaron del coloniaje español a principios del siglo pasado, pero no se liberaron de la explotación. Los terratenientes feudales asumieron la autoridad de los gobernantes españoles, los indios continuaron en penosa servidumbre, el hombre latinoamericano en una u otra forma siguió esclavo y las mínimas esperanzas de los pueblos sucumbieron bajo el poder de las oligarquías y la coyunda del capital extranjero. Esta ha sido la verdad de América, con uno u otro matiz, con alguna que otra vertiente. Hoy América Latina yace bajo un imperialismo mucho más feroz, más poderoso y más despiadado que el imperio colonial español.

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Y ante la realidad objetiva e históricamente inexorable de la revolución latinoamericana, ¿cuál es la actitud del imperialismo yanqui? Disponerse a librar una guerra colonial con los pueblos de América Latina; crear el aparato de fuerza, los pretextos políticos y los instrumentos seudolegales suscritos con los representantes de las oligarquías reaccionarias para reprimir a sangre y fuego la lucha de los pueblos latinoamericanos. La intervención del gobierno de Estados Unidos en la política interna de los países de América Latina ha ido siendo cada vez más abierta y desenfrenada. La Junta Interamericana de Defensa, por ejemplo, ha sido y es el nido donde se incuban los oficiales más reaccionarios y pro yanquis de los ejércitos latinoamericanos, utilizados después como instrumentos golpistas al servicio de los monopolios. Las misiones militares norteamericanas en América Latina constituyen un aparato de espionaje permanente en cada nación, vinculado estrechamente a la Agencia Central de Inteligencia, inculcando a los oficiales los sentimientos más reaccionarios y tratando de convertir los ejércitos en instrumentos de sus intereses políticos y económicos. Actualmente, en la zona del Canal de Panamá, el alto mando norteamericano ha organizado cursos especiales de entrenamiento para oficiales latinoamericanos, de lucha contra guerrillas revolucionarias, dirigidos a reprimir la acción armada de las masas campesinas contra la explotación feudal a que están sometidas. En los propios Estados Unidos, la Agencia Central de Inteligencia ha organizado escuelas especiales para entrenar agentes latinoamericanos en las más sutiles formas de asesinato, y es política acordada por los servicios militares yanquis la liquidación física de los dirigentes antiimperialistas. Es notorio que las embajadas yanquis en distintos países de América Latina están organizando, instruyendo y equipando bandas fascistas para sembrar el terror y agredir las organizaciones obreras, estudiantiles e intelectuales. Esas bandas, donde reclutan a los hijos de la oligarquía, a lumpen y gente de la peor calaña

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moral, han perpetrado ya una serie de actos agresivos contra los movimientos de las masas. Nada más evidente e inequívoco de los propósitos del imperialismo que su conducta en los recientes sucesos de Santo Domingo. Sin ningún tipo de justificación, sin mediar siquiera relaciones diplomáticas con esa república, Estados Unidos, después de situar sus barcos de guerra frente a la capital dominicana, declararon, con su habitual insolencia, que si el gobierno de Balaguer solicitaba ayuda militar, desembarcarían sus tropas en Santo Domingo contra la insurgencia del pueblo dominicano. Que el poder de Balaguer fuera absolutamente espurio, que cada pueblo soberano de América deba tener derecho a resolver sus problemas internos sin intervención extranjera, que existan normas internacionales y una opinión mundial, que incluso existiera una OEA, no contaba para nada en las consideraciones de Estados Unidos. Lo que sí contaban eran sus designios de impedir la revolución dominicana, la reimplantación de los odiosos desembarcos de su infantería de marina; sin más base ni requisito para fundamentar ese nuevo concepto filibustero del derecho, que la simple solicitud de un gobernante tiránico, ilegítimo y en crisis. Lo que esto significa no debe escapar a los pueblos. En América Latina hay sobrados gobernantes de ese tipo, dispuestos a utilizar las tropas yanquis contra sus respectivos pueblos cuando se vean en crisis. Esta política declarada del imperialismo norteamericano, de enviar soldados a combatir el movimiento revolucionario en cualquier país de América Latina, es decir, a matar obreros, estudiantes, campesinos, a hombres y mujeres latinoamericanos, no tiene otro objetivo que el de seguir manteniendo sus intereses monopolistas y los privilegios de la oligarquía traidora que los apoya. Ahora se puede ver con toda claridad que los pactos militares suscritos por el gobierno de Estados Unidos con gobiernos latinoamericanos —pactos secretos muchas veces y siempre a espaldas de los pueblos— invocando hipotéticos peligros exteriores que nadie vio nunca por ninguna parte, tenían el único y exclusivo objetivo

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de prevenir la lucha de los pueblos; eran pactos contra los pueblos, contra el único peligro: el peligro interior del movimiento de liberación que pusiera en riesgo los intereses yanquis. No sin razón los pueblos se preguntaban: ¿Por qué tantos convenios militares? ¿Para qué los envíos de armas que, si técnicamente son inadecuadas para una guerra moderna, son en cambio eficaces para aplastar huelgas, reprimir manifestaciones populares y ensangrentar el país? ¿Para qué las misiones militares, el Pacto de Río de Janeiro y las mil y una conferencias internacionales? Desde que culminó la Segunda Guerra Mundial, las naciones de América Latina se han ido depauperando cada vez más; sus exportaciones tienen cada vez menos valor; sus importaciones precios más altos; el ingreso per cápita disminuye; los pavorosos porcentajes de mortalidad infantil no decrecen; el número de analfabetos es superior; los pueblos carecen de trabajo, de tierras, de viviendas adecuadas, de escuelas, de hospitales, de vías de comunicación y de medios de vida. En cambio, las inversiones norteamericanas sobrepasan los 10.000 millones de dólares. América Latina es, además, abastecedora de materias primas baratas y compradora de artículos elaborados caros. Como los primeros conquistadores españoles, que cambiaban a los indios espejos y baratijas por oro y plata, así comercia con América Latina Estados Unidos. Conservar ese torrente de riqueza, apoderarse cada vez más de los recursos de América y explotar a sus pueblos sufridos: he ahí lo que se ocultaba tras los pactos militares, las misiones castrenses y los cabildeos diplomáticos de Washington. Esta política de paulatino estrangulamiento de la soberanía de las naciones latinoamericanas, y de manos libres para intervenir en sus asuntos internos, tuvo su punto culminante en la última reunión de cancilleres. En Punta del Este el imperialismo yanqui reunió a los cancilleres, para arrancarles mediante presión política y chantaje económico sin precedentes, con la complicidad de un grupo de los más desprestigiados gobernantes de este continente, la renuncia a la soberanía nacional de nuestros pueblos y la consagración del odiado derecho de intervención yanqui en los asuntos

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internos de América; el sometimiento de los pueblos a la voluntad omnímoda de Estados Unidos de Norteamérica, contra la cual lucharon todos los próceres, desde Bolívar hasta Sandino. Y no se ocultaron ni el gobierno de Estados Unidos, ni los representantes de las oligarquías explotadoras, ni la gran prensa reaccionaria vendida a los monopolios y a los señores feudales, para demandar abiertamente acuerdos que equivalen a la supresión formal del derecho de autodeterminación de nuestros pueblos, borrarlo de un plumazo, en la conjura más infame que recuerda la historia de este continente. A puertas cerradas, entre conciliábulos repugnantes donde el ministro yanqui de colonias dedicó días enteros a vencer la resistencia y los escrúpulos de algunos cancilleres, poniendo en juego los millones de la tesorería yanqui en una indisimulada compraventa de votos, un puñado de representantes de las oligarquías de países que en conjunto apenas suman un tercio de la población del continente, impuso acuerdos que sirven en bandeja de plata al amo yanqui la cabeza de un principio que costó toda la sangre de nuestros pueblos desde las guerras de independencia. El carácter pírrico de tan tristes y fraudulentos logros del imperialismo, de su fracaso moral, la unanimidad rota y el escándalo universal, no disminuyen la gravedad que entraña para los pueblos de América Latina los acuerdos que impusieron a ese precio. En aquel cónclave inmoral, la voz titánica de Cuba se elevó sin debilidad ni miedo para acusar ante todos los pueblos de América y del mundo el monstruoso atentado, y defender virilmente, y con dignidad que constará en los anales de la historia, no sólo el derecho de Cuba, sino el derecho desamparado de todas las naciones hermanas del continente americano. [Aplausos.] La palabra de Cuba no podía tener eco en aquella mayoría amaestrada, pero tampoco podía tener respuesta; sólo cabía el silencio impotente ante sus demoledores argumentos, ante la diafanidad y valentía de sus palabras. Pero Cuba no habló para los cancilleres, Cuba habló para los pueblos y para la historia, donde sus palabras tendrán eco y respuestas. [Aplausos.]

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En Punta del Este se libró una gran batalla ideológica entre la Revolución Cubana y el imperialismo yanqui. ¿Qué representaba allí, por quién habló cada uno de ellos? Cuba representó los pueblos; Estados Unidos representó los monopolios. Cuba habló por las masas explotadas de América; Estados Unidos por los intereses oligárquicos explotadores e imperialistas. Cuba por la soberanía; Estados Unidos por la intervención. Cuba por la nacionalización de las empresas extranjeras; Estados Unidos por nuevas inversiones de capital foráneo. Cuba por la cultura; Estados Unidos por la ignorancia. Cuba por la reforma agraria; Estados Unidos por el latifundio. Cuba por la industrialización de América; Estados Unidos por el subdesarrollo. Cuba por el trabajo creador; Estados Unidos por el sabotaje y el terror contrarrevolucionario que practican sus agentes, la destrucción de cañaverales y fábricas, los bombardeos de sus aviones piratas contra el trabajo de un pueblo pacífico. Cuba por los alfabetizadores asesinados; [aplausos] Estados Unidos por los asesinos. Cuba por el pan; Estados Unidos por el hambre. Cuba por la igualdad; Estados Unidos por el privilegio y la discriminación. Cuba por la verdad; [aplausos] Estados Unidos por la mentira. Cuba por la liberación; Estados Unidos por la opresión. Cuba por el porvenir luminoso de la humanidad; Estados Unidos por el pasado sin esperanza. Cuba por los héroes que cayeron en Girón para salvar la patria del dominio extranjero; [aplausos y exclamaciones de: “¡Fidel, seguro, a los yanquis dales duro!”] Estados Unidos por los mercenarios y traidores que sirven al extranjero contra su patria. [Abucheos.] Cuba por la paz entre los pueblos; Estados Unidos por la agresión y la guerra. Cuba por el socialismo; [aplausos prolongados] Estados Unidos por el capitalismo. Los acuerdos obtenidos por Estados Unidos con métodos tan bochornosos, que el mundo entero critica, no restan sino que acrecientan la moral y la razón de Cuba; demuestran el entreguismo y la traición de las oligarquías a los intereses nacionales y enseñan a los pueblos el camino de la liberación; revelan la podredumbre de las clases explotadoras, en cuyo nombre hablaron sus representantes en Punta del Este. La

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OEA quedó desenmascarada como lo que es: un ministerio de colonias yanquis, una alianza militar, un aparato de represión contra el movimiento de liberación de los pueblos latinoamericanos. Cuba ha vivido tres años de Revolución bajo incesante hostigamiento de intervención yanqui en nuestros asuntos internos. Aviones piratas, procedentes de Estados Unidos, lanzando materias inflamables, han quemado millones de arrobas de caña; actos de sabotaje internacional perpetrados por agentes yanquis, como la explosión del vapor La Coubre, han costado decenas de vidas cubanas; miles de armas norteamericanas de todo tipo han sido lanzadas en paracaídas por los servicios militares de Estados Unidos sobre nuestro territorio para promover la subversión; cientos de toneladas de materiales explosivos y máquinas infernales han sido desembarcados subrepticiamente en nuestras costas por lanchas norteamericanas para promover el sabotaje y el terrorismo; un obrero cubano fue torturado en la base naval de Guantánamo y privado de la vida sin proceso previo ni explicación posterior alguna; [abucheos] nuestra cuota azucarera fue suprimida abruptamente, y proclamado el embargo de piezas y materias primas para fábricas y maquinarias de construcción norteamericana para arruinar nuestra economía; barcos artillados y aviones de bombardeo, procedentes de bases preparadas por el gobierno de Estados Unidos, han atacado sorpresivamente puertos e instalaciones cubanas; tropas mercenarias, organizadas y entrenadas en países de América Central por el propio gobierno, han invadido en son de guerra nuestro territorio, escoltadas por barcos de la flota yanqui y con apoyo aéreo desde bases exteriores, provocando la pérdida de numerosas vidas y la destrucción de bienes materiales; contrarrevolucionarios cubanos son instruidos en el ejército de Estados Unidos y nuevos planes de agresión se realizan contra Cuba. Todo eso ha estado ocurriendo durante tres años incesantemente, a la vista de todo el continente, y la OEA no se entera. Los cancilleres se reúnen en Punta del Este, y no amonestan siquiera al gobierno de Estados Unidos ni a los gobiernos que son cómplices materiales de esas agresiones. Expulsan a Cuba, el país latinoamericano víctima, el país agredido.

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Estados Unidos tiene pactos militares con países de todos los continentes; bloques militares con cuanto gobierno fascista, militarista y reaccionario hay en el mundo: la OTAN, la SEATO y la CENTO, a los cuales hay que agregar ahora la OEA; interviene en Lao, en Viet Nam, en Corea, en Formosa, en Berlín; envía abiertamente barcos a Santo Domingo para imponer su ley, su voluntad, y anuncia su propósito de usar sus aliados de la OTAN para bloquear el comercio con Cuba, y la OEA no se entera. Se reúnen los cancilleres y expulsan a Cuba, que no tiene pactos militares con ningún país. Así, el gobierno que organiza la subversión en todo el mundo y forja alianzas militares en cuatro continentes hace expulsar a Cuba, acusándola nada menos que de subversión de vinculaciones extracontinentales. Cuba, el país latinoamericano que ha convertido en dueños de las tierras a más de 100.000 pequeños agricultores, [aplausos] asegurado empleo todo el año en granjas y cooperativas a todos los obreros agrícolas, transformado los cuarteles en escuelas, [aplausos] concedido 60.000 becas a estudiantes universitarios, secundarios y tecnológicos, creado aulas para la totalidad de la población infantil, liquidado totalmente el analfabetismo, [aplausos] cuadruplicado los servicios médicos, nacionalizado las empresas monopolistas, [aplausos] suprimido el abusivo sistema que convertía la vivienda en un medio de explotación para el pueblo, eliminado virtualmente el desempleo, suprimido la discriminación por motivo de raza o sexo, [aplausos] barrido el juego, el vicio y la corrupción administrativa, [aplausos] armado al pueblo, [aplausos] hecho realidad viva el disfrute de los derechos humanos al librar al hombre y a la mujer de la explotación, la incultura y la desigualdad social; [aplausos] que se ha liberado de todo tutelaje extranjero, adquirido plena soberanía y establecido las bases para el desarrollo de su economía a fin de no ser más país monoproductor y exportador de materias primas, es expulsada de la Organización de Estados Americanos por gobiernos que no han logrado para sus pueblos ni una sola de estas reivindicaciones. [Aplausos.]

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¿Cómo podrán justificar su conducta ante los pueblos de América y del mundo? ¿Cómo podrán negar que en su concepto la política de tierra, de pan, de trabajo, de salud, de libertad, de igualdad y de cultura, de desarrollo acelerado de la economía, de dignidad nacional, de plena autodeterminación y soberanía, es incompatible con el hemisferio? Los pueblos piensan muy distinto. Los pueblos piensan que lo único incompatible con el destino de América Latina es la miseria, la explotación feudal, el analfabetismo, los salarios de hambre, el desempleo, la política de represión contra las masas obreras, campesinas y estudiantiles, la discriminación de la mujer, del negro, del indio, del mestizo, la opresión de las oligarquías, el saqueo de sus riquezas por los monopolios yanquis, la asfixia moral de sus intelectuales y artistas, la ruina de sus pequeños productores por la competencia extranjera, el subdesarrollo económico, los pueblos sin caminos, sin hospitales, sin viviendas, sin escuelas, sin industrias, el sometimiento al imperialismo, la renuncia a la soberanía nacional y la traición a la patria. ¿Cómo podrán hacer entender su conducta, la actitud condenatoria para con Cuba, los imperialistas? ¿Con qué palabras les van a hablar y con qué sentimiento, a quienes han ignorado, aunque sí explotado, por tan largo tiempo? Quienes estudian los problemas de América, suelen preguntar qué país, quiénes han enfocado con corrección la situación de los indigentes, de los pobres, de los indios, de los negros, de la infancia desvalida, esa inmensa infancia de 30 millones en 1950 —que será de 50 millones dentro de ocho años más. Sí, ¿quiénes, qué país? Treinta y dos millones de indios vertebran —tanto como la misma Cordillera de los Andes— el continente americano entero. Claro que para quienes lo han considerado casi como una cosa, más que como una persona, esa humanidad no cuenta, no contaba y creían que nunca contaría. Como suponía, no obstante, una fuerza ciega de trabajo, debía ser utilizada, como se utiliza una yunta de bueyes o un tractor.

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¿Cómo podrá creerse en ningún beneficio, en ninguna alianza para el progreso, con el imperialismo; bajo qué juramento, si bajo su santa protección, sus matanzas, sus persecuciones aun viven los indígenas del sur del continente, como los de la Patagonia, en toldos, como vivían sus antepasados a la venida de los descubridores, casi quinientos años atrás; donde los que fueron grandes razas que poblaron el norte argentino, Paraguay y Bolivia, como los guaraníes, que han sido diezmados ferozmente, como quien caza animales y a quienes se les han enterrado en los interiores de las selvas; donde a esa reserva autóctona, que pudo servir de base a una gran civilización americana —y cuya extinción se la apresura por instantes— y a la que se le ha empujado América adentro a través de los esteros paraguayos y los altiplanos bolivianos, tristes, rudimentarios, razas melancólicas, embrutecidas por el alcohol y los narcóticos, a los que se acogen para por lo menos sobrevivir en las infrahumanas condiciones (no sólo de alimentación) en que viven; donde una cadena de manos se estira —casi inútilmente, todavía—, se viene estirando por siglos inútilmente, por sobre los lomos de la Cordillera, sus faldas, a lo largo de los grandes ríos y por entre las sombras de los bosques, para unir sus miserias con los demás que perecen lentamente, las tribus brasileñas y las del norte del continente y sus costas, hasta alcanzar a los 100 000 motilones de Venezuela, en el más increíble atraso y salvajemente confinados en las selvas amazónicas o las sierras de Perijá, a los solitarios vapichanas que en las tierras calientes de las Guayanas esperan su final, ya casi perdidos definitivamente para la suerte de los humanos? Sí, a todos estos 32 millones de indios que se extienden desde la frontera con Estados Unidos hasta los confines del hemisferio del Sur y 45 millones de mestizos, que en gran parte poco difieren de los indios; a todos estos indígenas, a este formidable caudal de trabajo, de derechos pisoteados, sí, ¿qué les puede ofrecer el imperialismo? ¿Cómo podrán creer estos ignorados en ningún beneficio que venga de tan sangrientas manos? Tribus enteras que aún viven desnudas; otras que se las suponen antropófagas; otras que, en el primer contacto con la civilización conquistadora, mueren como

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insectos; otras que se las destierra, es decir, se las echa de sus tierras, se las empuja hasta volcarlas en los bosques o en las montañas o en las profundidades de los llanos en donde no llega ni el menor átomo de cultura, de luz, de pan, ni de nada. ¿En qué “alianza” —como no sea en una para su más rápida muerte— van a creer estas razas indígenas apaleadas por siglos, muertas a tiros para ocupar sus tierras, muertas a palos por miles, por no trabajar más rápido en sus servicios de explotación, por el imperialismo? ¿Y al negro? ¿Qué “alianza” les puede brindar el sistema de los linchamientos y la preterición brutal del negro de Estados Unidos, a los quince millones de negros y catorce millones de mulatos latinoamericanos que saben con horror y cólera que sus hermanos del Norte no pueden montar en los mismos vehículos que sus compatriotas blancos, ni asistir a las mismas escuelas, ni siquiera morir en los mismos hospitales? ¿Cómo han de creer en este imperialismo, en sus beneficios, en sus “alianzas” (como no sea para lincharlos y explotarlos como esclavos) estos núcleos étnicos preteridos; esas masas, que no han podido gozar ni medianamente de ningún beneficio cultural, social o profesional; que aún en donde son mayorías, o forman millones, son maltratados por los imperialistas disfrazados de Ku-Klux-Klan; son aherrojados a las barriadas más insalubres, a las casas colectivas menos confortables, hechas por ellos; empujados a los oficios más innobles, a los trabajos más duros y a las profesiones menos lucrativas, que no supongan contacto con las universidades, las altas academias o escuelas particulares? ¿Qué Alianza para el progreso puede servir de estímulo a esos ciento siete millones de hombres y mujeres de nuestra América, médula del trabajo en ciudades y campos, cuya piel oscura —negra, mestiza, mulata, india— inspira desprecio a los nuevos colonizadores? ¿Cómo van a confiar en la supuesta alianza los que en Panamá han visto con mal contenida impotencia que hay un salario para el yanqui y otro salario para el panameño, que ellos consideran raza inferior?

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¿Qué pueden esperar los obreros con sus jornales de hambre, los trabajos más rudos, las condiciones más miserables, la desnutrición, las enfermedades y todos los males que incuba la miseria? ¿Qué les puede decir, qué palabras, qué beneficios podrán ofrecerles los imperialistas a los mineros del cobre, del estaño, del hierro, del carbón, que dejan sus pulmones a beneficio de dueños lejanos e inclementes; a los padres e hijos de los maderales, de los cauchales, de los hierbales, de las plantaciones fruteras, de los ingenios de café y de azúcar, de los peones en las pampas y en los llanos que amasan con su salud y con sus vidas la fortuna de los explotadores? ¿Qué pueden esperar estas masas inmensas que producen las riquezas, que crean los valores, que ayudan a parir un nuevo mundo en todas partes; qué pueden esperar del imperialismo, esa boca insaciable, esa mano insaciable, sin otro horizonte inmediato que la miseria, el desamparo más absoluto, la muerte fría y sin historia al fin? ¿Qué puede esperar esta clase, que ha cambiado el curso de la historia en otras partes del mundo, que ha revolucionado al mundo, que es vanguardia de todos los humildes y explotados, qué puede esperar del imperialismo, su más irreconciliable enemigo? ¿Qué puede ofrecer el imperialismo, qué clase de beneficio, qué suerte de vida mejor y más justa, qué motivo, qué aliciente, qué interés para superarse, para lograr trascender sus sencillos y primarios escalones, a maestros, a profesores, a profesionales, a intelectuales, a los poetas y a los artistas; a los que cuidan celosamente las generaciones de niños y jóvenes para que el imperialismo se cebe luego en ellos; a quienes viven sueldos humillantes en la mayoría de los países; a los que sufren las limitaciones de su expresión política y social en casi todas partes; que no sobrepasan, en sus posibilidades económicas, más que la simple línea de sus precarios recursos y compensaciones, enterrados en una vida gris y sin horizontes que acaba en una jubilación que entonces ya no cubre ni la mitad de los

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gastos? ¿Qué “beneficios” o “alianzas” podrá ofrecerles el imperialismo, que no sea las que redunden en su total provecho? Si les crea fuentes de ayuda a sus profesiones, a sus artes, a sus publicaciones, es siempre en el bien entendido de que sus producciones deberán reflejar sus intereses, sus objetivos, sus “nadas”. Las novelas que traten de reflejar la realidad del mundo de sus aventuras rapaces; los poemas que quieran traducir protestas por su avasallamiento, por su injerencia en la vida, en la mente, en las vísceras de sus países y pueblos; las artes combativas que pretendan apresar en sus expresiones las formas y el contenido de su agresión y constante presión sobre todo lo que vive y alienta progresivamente; todo lo que es revolucionario, lo que enseña, lo que trata de guiar, lleno de luz y de conciencia, de claridad y de belleza, a los hombres y a los pueblos a mejores destinos, hacia más altas cumbres del pensamiento, de la vida y de la justicia, encuentra la reprobación más encarnizada del imperialismo; encuentra la valla, la condena, la persecución maccarthista. Sus prensas se les cierran; su nombre es borrado de las columnas y se le aplica la losa del silencio más atroz, que es, entonces —una contradicción más del imperialismo—, cuando el escritor, el poeta, el pintor, el escultor, el creador en cualquier material, el científico, empiezan a vivir de verdad, a vivir en la lengua del pueblo, en el corazón de millones de hombres del mundo. El imperialismo todo lo trastrueca, lo deforma, lo canaliza por sus vertientes, para su provecho, hacia la multiplicación de su dólar, comprando palabras, o cuadros, o mudez, o transformando en silencio la expresión de los revolucionarios, de los hombres progresistas, de los que luchan por el pueblo y sus problemas. No podíamos olvidar en este triste cuadro la infancia desvalida, desatendida; la infancia sin porvenir de América. América, que es un continente de natalidad elevada, tiene también una mortalidad elevada. La mortalidad de niños de menos de un año en 11 países ascendía hace pocos años a 125 por 1.000, y en otros 17, a 90 niños.

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En 102 países del mundo, en cambio, esa tasa alcanza a 51. En América, pues, se mueren tristemente, desatendidamente, 74 niños de cada 1.000 en el primer año de su nacimiento. Hay países latinoamericanos en los que esa tasa alcanza, en algunos lugares, a 300 por 1.000; miles y miles de niños hasta los siete años mueren en América de enfermedades increíbles: diarreas, pulmonías, desnutrición, hambre; miles y miles de otras enfermedades sin atención en los hospitales, sin medicinas; miles y miles ambulan, heridos de cretinismo endémico, paludismo, tracoma y otros males producidos por las contaminaciones, la falta de agua y otras necesidades. Males de esta naturaleza son una cadena en los países americanos en donde agonizan millares y millares de niños, hijos de parias, hijos de pobres y de pequeñoburgueses con vida dura y precarios medios. Los datos, que serán redundantes, son de escalofrío. Cualquier publicación oficial de los organismos internacionales los reúne por cientos. En los aspectos educacionales, indigna pensar el nivel de incultura que padece esta América. Mientras que Estados Unidos logra un nivel de ocho y nueve años de escolaridad en la población de 19 años de edad en adelante, América Latina, saqueada y esquilmada por ellos, tiene menos de un año escolar aprobado como nivel, en esas mismas edades. E indigna más aún cuando sabemos que de los niños entre 5 y 14 años solamente están matriculados en algunos países un 20%, y en los de más alto nivel, el 60%. Es decir que más de la mitad de la infancia de América Latina no concurre a la escuela. Pero el dolor sigue creciendo cuando comprobamos que la matrícula de los tres primeros grados comprenden más del 80% de los matriculados; y que en el grado sexto, la matrícula fluctúa apenas entre 6 y 22 alumnos de cada 100 que comenzaron en el primero. Hasta en los países que creen haber atendido a su infancia, ese porcentaje de pérdida escolar entre el primero y el sexto grados es del 73% como promedio. En Cuba, antes de la Revolución, era del 74%. En la Colombia de la “democracia representativa” es del 78%. Y si se fija la vista en el campo sólo el 1% de los

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niños llega, en el mejor de los casos, al quinto grado de enseñanza. Cuando se investiga este desastre de ausentismo escolar, una causa es la que lo explica: la economía de miseria, falta de escuelas, falta de maestros, falta de recursos familiares, trabajo infantil. En definitiva, el imperialismo y su obra de opresión y retraso. El resumen de esta pesadilla que ha vivido América, de un extremo a otro, es que en este continente de casi 200 millones de seres humanos, formado en sus dos terceras partes por los indios, los mestizos y los negros, por los “discriminados”, en este continente de semicolonias, mueren de hambre, de enfermedades curables o vejez prematura, alrededor de cuatro personas por minuto, de 5.500 al día, de 2 millones por año, de 10 millones cada cinco años. Esas muertes podrían ser evitadas fácilmente, pero, sin embargo, se producen. Las dos terceras partes de la población latinoamericana vive poco y vive bajo la permanente amenaza de muerte. Holocausto de vidas que en 15 años ha ocasionado dos veces más muertes que la guerra de 1914, y continúa. Mientras tanto, de América Latina fluye hacia Estados Unidos un torrente continuo de dinero: unos 4.000 dólares por minuto, 5 millones por día, 2.000 millones por año, 10.000 millones cada cinco años. Por cada 1.000 dólares que se nos van, nos queda un muerto. ¡Mil dólares por muerto: ése es el precio de lo que se llama imperialismo! ¡Mil dólares por muerto, cuatro veces por minuto! Mas a pesar de esta realidad americana, ¿para qué se reunieron en Punta del Este? ¿Acaso para llevar una sola gota de alivio a estos males? ¡No! Los pueblos saben que en Punta del Este los cancilleres que expulsaron a Cuba se reunieron para renunciar a la soberanía nacional; que allí el gobierno de Estados Unidos fue a sentar las bases no sólo para la agresión a Cuba, sino para intervenir en cualquier país de América contra el movimiento liberador de los pueblos; que Estados Unidos prepara a la América Latina un drama sangriento; que las oligarquías explotadoras, lo mismo que ahora renuncian al principio de la soberanía, no

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vacilarán en solicitar la intervención de las tropas yanquis contra sus propios pueblos, y que con ese fin la delegación norteamericana propuso un comité de vigilancia contra la subversión en la Junta Interamericana de Defensa, con facultades ejecutivas, y la adopción de medidas colectivas. Subversión para los imperialistas yanquis es la lucha de los pueblos hambrientos por el pan, la lucha de los pueblos contra la explotación imperialista. Comité de vigilancia en la Junta Interamericana de Defensa con facultades ejecutivas, significa fuerza de represión continental contra los pueblos a las órdenes del Pentágono. Medidas colectivas significan desembarcos de infantes de marina yanquis en cualquier país de América. Frente a la acusación de que Cuba quiere exportar su revolución, respondemos: las revoluciones no se exportan, las hacen los pueblos. [Aplausos.] Lo que Cuba puede dar a los pueblos, y ha dado ya, es su ejemplo. [Aplausos.] ¿Y qué enseña la Revolución Cubana? Que la revolución es posible, que los pueblos pueden hacerla, [aplausos] que en el mundo contemporáneo no hay fuerzas capaces de impedir el movimiento de liberación de los pueblos. Nuestro triunfo no habría sido jamás factible si la revolución misma no hubiese estado inexorablemente destinada a surgir de las condiciones existentes en nuestra realidad económico-social, realidad que existe en grado mayor aún en un buen número de países de América Latina. Ocurre inevitablemente que en las naciones donde es más fuerte el control de los monopolios yanquis, más despiadada la explotación de la oligarquía y más insoportable la situación de las masas obreras y campesinas, el poder político se muestra más férreo, los estados de sitio se vuelven habituales, se reprime por la fuerza toda manifestación de descontento de las masas, y el cauce democrático se cierra por completo, revelándose con más evidencia que nunca el carácter de brutal dictadura que asume el poder de las clases dominantes. Es entonces cuando se hace inevitable el estallido revolucionario de los pueblos.

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Y si bien es cierto que en los países subdesarrollados de América la clase obrera es en general relativamente pequeña, hay una clase social que, por las condiciones subhumanas en que vive, constituye una fuerza potencial que, dirigida por los obreros y los intelectuales revolucionarios, tiene una importancia decisiva en la lucha por la liberación nacional: los campesinos. [Aplausos.] En nuestros países se juntan las circunstancias de una industria subdesarrollada con un régimen agrario de carácter feudal. Es por eso que con todo lo dura que son las condiciones de vida de los obreros urbanos, la población rural vive aún en más horribles condiciones de opresión y explotación; pero es también, salvo excepciones, el sector absolutamente mayoritario en proporciones que a veces sobrepasa el 70% de las poblaciones latinoamericanas. Descontando los terratenientes, que muchas veces residen en las ciudades, el resto de esa gran masa libra su sustento trabajando como peones en las haciendas por salarios misérrimos, o labran la tierra en condiciones de explotación que nada tienen que envidiar a la Edad Media. Estas circunstancias son las que determinan que en América Latina la población pobre del campo constituya una tremenda fuerza revolucionaria potencial. Los ejércitos, estructurados y equipados para la guerra convencional, que son la fuerza en que se sustenta el poder de las clases explotadoras, cuando tiene que enfrentarse a la lucha irregular de los campesinos en el escenario natural de estos, resultan absolutamente impotentes; pierden 10 hombres por cada combatiente revolucionario que cae, y la desmoralización cunde rápidamente en ellos al tener que enfrentarse a un enemigo visible e invencible que no lo le ofrece ocasión de lucir sus tácticas de academia y sus fanfarrias de guerra, de las que tanto alarde hacen para reprimir a los obreros y a los estudiantes en las ciudades. La lucha inicial de reducidos núcleos combatientes, se nutre incesantemente de nuevas fuerzas, el movimiento de masas comienza a desatarse, el viejo orden se resquebraja poco a poco en mil pedazos, y es entonces

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el momento en que la clase obrera y las masa urbanas deciden la batalla. ¿Qué es lo que desde el comienzo mismo de la lucha de esos primeros núcleos los hace invencibles, independientemente del número, el poder y los recursos de sus enemigos? El apoyo del pueblo. Y con ese apoyo de las masas contarán en grado cada vez mayor. Pero el campesinado es una clase que, por el estado de incultura en que lo mantienen y el aislamiento en que vive, necesita la dirección revolucionaria y política de la clase obrera y los intelectuales revolucionarios, sin la cual no podría por sí sola lanzarse a la lucha y conquistar la victoria. [Aplausos.] En las actuales condiciones históricas de América Latina, la burguesía nacional no puede encabezar la lucha antifeudal y antiimperialista. La experiencia demuestra que, en nuestras naciones, esa clase, aun cuando sus intereses son contradictorios con los del imperialismo yanqui, ha sido incapaz de enfrentarse a este, paralizada por el miedo a la revolución social y asustada por el clamor de las masas explotadas. Situadas ante el dilema imperialismo o revolución, sólo sus capas más progresistas estarán con el pueblo. La actual correlación mundial de fuerzas, y el movimiento universal de liberación de los pueblos coloniales y dependientes, señalan a la clase obrera y a los intelectuales revolucionarios de América Latina su verdadero papel, que es el de situarse resueltamente a la vanguardia de la lucha contra el imperialismo y el feudalismo. [Aplausos.] El imperialismo, utilizando los grandes monopolios cinematográficos, sus agencias cablegráficas, sus revistas, libros y periódicos reaccionarios, acude a las mentiras más sutiles para sembrar el divisionismo, e inculcar entre la gente más ignorante el miedo y la superstición a las ideas revolucionarias, que sólo a los intereses de los poderosos explotadores y a sus seculares privilegios pueden y deben asustar. El divisionismo —producto de toda clase de prejuicios, ideas falsas y mentiras—, el sectarismo, el dogmatismo, la falta de amplitud para analizar el papel

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que corresponde a cada capa social, a sus partidos, organizaciones y dirigentes, dificultan la unidad de acción imprescindible entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros pueblos. Son vicios de crecimiento, enfermedades de la infancia del movimiento revolucionario que deben quedar atrás. En la lucha antiimperialista y antifeudal es posible vertebrar la inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación que unan el esfuerzo de la clase obrera, los campesinos, los trabajadores intelectuales, la pequeña burguesía y las capas más progresistas de la burguesía nacional. Estos sectores comprenden la inmensa mayoría de la población, y aglutinan grandes fuerzas sociales capaces de barrer el dominio imperialista y la reacción feudal. En ese amplio movimiento pueden y deben luchar juntos, por el bien de sus naciones, por el bien de sus pueblos y por el bien de América, desde el viejo militante marxista, hasta el católico sincero que no tenga nada que ver con los monopolios yanquis y los señores feudales de la tierra. [Aplausos.] Ese movimiento podría arrastrar consigo a los elementos progresistas de las fuerzas armadas, humillados también por las misiones militares yanquis, la traición a los intereses nacionales de las oligarquías feudales y la inmolación de la soberanía nacional a los dictados de Washington. Allí donde están cerrados los caminos de los pueblos, donde la represión de los obreros y campesinos es feroz, donde es más fuerte el dominio de los monopolios yanquis, lo primero y más importantes es comprender que no es justo ni es correcto entretener a los pueblos con la vana y acomodaticia ilusión de arrancar, por vías legales que no existen ni existirán, a las clases dominantes, atrincheradas en todas las posiciones del Estado, monopolizadoras de la instrucción, dueñas de todos los vehículos de divulgación y poseedoras de infinitos recursos financieros, un poder que los monopolios y las oligarquías defenderán a sangre y fuego con la fuerza de sus policías y de sus ejércitos. El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. [Aplausos.] Se sabe que en América y en el mundo la

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revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo. [Aplausos.] El papel de Job no cuadra con el de un revolucionario. Cada año que se acelere la liberación de América, significará millones de niños que se salven para la vida, millones de inteligencias que se salven para la cultura, infinitos caudales de dolor que se ahorrarían los pueblos. Aun cuando los imperialistas yanquis preparen para América un drama de sangre, no lograrán aplastar la lucha de los pueblos, concitarán contra ellos el odio universal, y será también el drama que marque el ocaso de su voraz y cavernícola sistema. [Aplausos.] Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de 200 millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino, y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo entero. [Aplausos.] Con lo grande que fue la epopeya de la independencia de América Latina, con lo heroica que fue aquella lucha, a la generación de latinoamericanos de hoy les ha tocado una epopeya mayor y más decisiva todavía para la humanidad. Porque aquella lucha fue para librarse del poder colonial español, de una España decadente, invadida por los ejércitos de Napoleón. Hoy les toca la lucha de liberación frente a la metrópoli imperial más poderosa del mundo, frente a la fuerza más importante del sistema imperialista mundial, y para prestarle a la humanidad un servicio todavía más grande del que le prestaron nuestros antepasados. Pero esta lucha, más que aquella, la harán las masas, la harán los pueblos; [aplausos] los pueblos van a jugar un papel mucho más importante que entonces; los hombres, los dirigentes, importan e importarán en esta lucha menos de lo que importaron en aquella. Esta epopeya que tenemos delante la van a escribir las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra, de obreros explotados; la van a escribir las masas progresistas, los intelectuales honestos y brillantes que

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tanto abundan en nuestras sufridas tierras de América Latina. [Aplausos.] Lucha de masas y de ideas; epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos maltratados y despreciados por el imperialismo, nuestros pueblos desconocidos hasta hoy, que ya empiezan a quitarle el sueño. Nos consideraba rebaño impotente y sumiso, y ya se empieza a asustar de ese rebaño; rebaño gigante de 200 millones de latinoamericanos en los que advierte ya a sus sepultureros el capital monopolista yanqui. [Aplausos.] Con esta humanidad trabajadora, con estos explotados infrahumanos, paupérrimos, manejados por los métodos de fuete y mayoral, no se ha contado o se ha contado poco. Desde los albores de la independencia sus destinos han sido los mismos: indios, gauchos, mestizos, zambos, cuarterones, blancos sin bienes ni rentas, toda esa masa humana que se formó en las filas de la “patria” que nunca disfrutó, que cayó por millones, que fue despedazada, que ganó la independencia de su metrópoli para la burguesía; ésa, que fue desterrada de los repartos, siguió ocupando el último escalafón de los beneficios sociales, siguió muriendo de hambre, de enfermedades curables, de desatención, porque para ella nunca alcanzaron los bienes salvadores: el simple pan, la cama de un hospital, la medicina que salva, la mano que ayuda. Pero la hora de su reivindicación, la hora que ella misma se ha elegido, la vienen señalando con precisión ahora también de un extremo a otro del continente. Ahora, esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad, o en el tráfico de las ciudades, o en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de razones, con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi 500 años burlados por unos y por otros. Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con

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los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. [Aplausos.] Ya se les ve por los caminos, un día y otro, a pie, en marchas sin término, de cientos de kilómetros, para llegar hasta los “olimpos” gobernantes a recabar sus derechos. Ya se les ve, armados de piedras, de palos, de machetes, de un lado y otro, cada día, ocupando las tierras, fincando sus garfios en la tierra que les pertenece y defendiéndola con su vida; se les ve llevando sus cartelones, sus banderas, sus consignas, haciéndolas correr en el viento por entre las montañas o a lo largo de los llanos. Y esa ola de estremecido rencor, de justicias reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase, porque esa ola la forman los más, los mayoritarios en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la historia, y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron. Porque esta gran humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. [Aplausos.] ¡Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia! [Aplausos prolongados.] ¡Patria o muerte! ¡Venceremos! El pueblo de Cuba La Habana, Cuba. Territorio Libre de América Febrero 4 de 1962

La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba resuelve que esta Declaración sea conocida como Segunda Declaración de La Habana, trasladada a los principales idiomas y distribuida en todo el mundo. Acuerda, asimismo, solicitar de todos 281


los amigos de la Revolución Cubana en América Latina que sea difundida ampliamente entre las masas obreras, campesinas, estudiantiles e intelectuales de los pueblos hermanos de este continente. [Aplausos.] Se somete a la aprobación del pueblo esta Declaración y se solicita que todos los ciudadanos que estén de acuerdo levanten la mano. [La multitud levanta las manos con una ovación prolongada y cantan el himno nacional cubano y la internacional.] Queda aprobada por el pueblo de Cuba la Segunda Declaración de La Habana, y se da por terminada esta asamblea. ¡Patria o muerte! ¡Venceremos!

El triunfo de la revolución es: ¡Victoria popular!

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Una revolución sólo puede ser hija de la cultura y las ideas Discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela. Caracas, 3 de febrero de 1999

Breve prólogo del autor Para los que tengan la amabilidad y la paciencia de leer este material.

Las niñas y los niños cubanos conocen muy bien la vida y obra de los líderes de la revolución.

Este discurso, pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, tiene para mí un significado especial. Lo pronuncié hace apenas mes y medio, el 3 de febrero de 1999. No sé cuántos mortales habrán pasado por una experiencia tan singular y única como la que viví aquella tarde. Un nuevo y joven Presidente, tras espectacular victoria política y apoyado por un mar de pueblo, había tomado posesión de su cargo apenas 24 horas antes. Con motivo de la visita que por tal causa realicé a ese país, entre otros muchos invitados, las autoridades y los estudiantes de la mencionada universidad se empeñaron en que yo ofreciera lo


que se ha dado en llamar una conferencia magistral, cuyo sólo calificativo suscita rubor y angustia, en especial a los que no somos académicos ni hemos aprendido otra cosa que el modesto oficio de usar la palabra para trasmitir en forma y estilo propios lo que pensamos. Vencida mi sempiterna resistencia a tales aventuras, accedí al compromiso, siempre riesgoso y siempre delicado para quien, en su carácter de invitado oficial, visita un país en plena efervescencia política. Me obligaba además irremisiblemente la solidaridad hacia Cuba, siempre invariable, de los que me invitaban a la conferencia. Había estado ya una vez allí y siempre lo recordaba. Sentía como si fuera a encontrarme con las mismas personas. Algo súbitamente recordado sólo cuando estaba a punto de partir hacia el recinto universitario, vino a mi mente: el tiempo pasa y no nos damos cuenta. Cuarenta años y diez días exactamente habían transcurrido desde que tuve el privilegio de hablarles a los estudiantes en aquella misma imponente Aula Magna de la combativa y prestigiosa universidad venezolana el 24 de enero de 1959. Un día antes, el 23 de enero de ese año, había llegado a Venezuela. Se conmemoraba el primer aniversario del triunfo popular contra un gobierno militar autoritario. Hacía sólo tres semanas de nuestro propio triunfo revolucionario el primero de enero de 1959. Una enorme multitud me esperó en el aeropuerto y me asediaba por todas partes durante los días que 286

allí estuve. En nada se diferenciaba de la experiencia vivida en mi propia patria. Trato de recordar con la mayor exactitud posible qué estaba ocurriendo dentro de mí. ¡Cuántas ideas, sentimientos, emociones surgidas de la mente y el corazón, se entremezclaban! De aquel torbellino de recuerdos, puedo confiar más en la lógica que en la memoria. Tenía entonces 32 años. Habíamos vencido en 24 meses y 13 días una fuerza de 80 mil hombres a partir de siete fusiles, reunidos con posterioridad al gran revés sufrido por nuestro pequeño destacamento de 82 hombres, tres días después de nuestro desembarco, el 2 de diciembre de 1956. Llenos de ideas y de sueños, pero sumamente inexpertos todavía, participamos aquel 23 de enero en un gigantesco acto que tuvo lugar en la plaza de El Silencio. Al día siguiente, visitamos la universidad nacional, bastión tradicional de la inteligencia, la rebeldía y la lucha del pueblo venezolano. Yo mismo me sentía todavía como un estudiante recién salido de las aulas universitarias hacía apenas ocho años, de los cuales casi siete los había invertido, desde el traicionero golpe de estado del 10 de marzo de 1952, en la preparación de la rebelión armada, la prisión, el exilio, el regreso y la guerra victoriosa, sin haber perdido nunca el contacto con los estudiantes de nuestro más alto centro docente. De la liberación de los pueblos oprimidos de nuestra América hablé en aquella ocasión a los profesores y estudiantes. Ahora volvía con la misma 287


fiebre revolucionaria de entonces, y la experiencia acumulada durante 40 años de épica lucha librada por nuestro pueblo contra la potencia más poderosa y egoísta que ha existido jamás.

más espacio. Insistí en la conveniencia de hacerlo bajo techo, en el Aula Magna, como el lugar más idóneo a mi juicio para el intercambio y la reflexión.

Sin embargo, un gran desafío se presentaba ante mí. Los profesores y estudiantes eran otros; Venezuela, otra; el mundo, otro. ¿Cómo pensarían aquellos jóvenes? ¿Cuáles serían sus actuales inquietudes? ¿Hasta qué punto compartían o discrepaban del actual proceso? ¿En qué grado estaban conscientes de la situación objetiva del mundo y de su propio país? Había aceptado la amable y amistosa invitación tan pronto llegué a Venezuela, dos días antes. Ni un mínimo de tiempo tuve para informarme debidamente. ¿Qué les interesaba? ¿De qué les hablaría? ¿Con qué grado de libertad podía hacerlo un invitado al cambio de gobierno, obligado como estaba, por el más elemental sentido del respeto a la soberanía y al orgullo del país que inició nuestras luchas independentistas, a no inmiscuirme en sus asuntos internos? ¿Cómo podrían ser interpretadas mis palabras en los más disímiles medios sociales, instituciones y partidos políticos? Sin embargo, no tenía otra alternativa que hablarles, y debía hacerlo con toda honestidad.

Al llegar al campus, vi miles de sillas en diversos espacios abiertos, repletos de estudiantes, frente a pantallas gigantescas, que deseaban presenciar la conferencia. Los 2.800 asientos del Aula Magna estaban ocupados. Comenzó la difícil prueba. Les hablé con toda franqueza y, a la vez, con absoluto respeto a las normas por las que consideraba mi deber regirme. Expresé, en síntesis, mis ideas esenciales: lo que pienso de la globalización neoliberal; lo absolutamente insostenible, social y ecológicamente, del orden económico impuesto a la humanidad; el origen de éste, diseñado para los intereses del imperialismo e impulsado por el avance de las fuerzas productivas y el desarrollo acelerado de la ciencia y la técnica; su carácter temporal y su desaparición inevitable por ley de la historia; la estafa al mundo y los inconcebibles privilegios usurpados por Estados Unidos; énfasis especial en el valor de las ideas; desmoralización e incertidumbre de los teóricos del sistema; tácticas y estrategias de lucha; curso probable de los acontecimientos; confianza plena en la capacidad humana para sobrevivir.

Con algunos datos en la memoria, cuatro o cinco hojas de referencias que inevitablemente debían ser transcritas para citarlas con exactitud, y tres o cuatro ideas básicas, me dirigí resueltamente al encuentro con los estudiantes. Me habían pedido realizar el acto en campo abierto para disponer de

Salpicada de anécdotas, historias, referencias microautobiográficas que iban surgiendo espontáneamente en el curso de las reflexiones, ésa fue la nada magistral conferencia con que respondí a lo que se me solicitó. Les expuse, con el calor y la devoción de siempre, y una convicción más profunda

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que nunca, las ideas que sostengo con frío y reflexivo fanatismo. Como combatiente que no cesó un minuto de luchar, en un prolongado período que transcurrió desde 1959 a 1999, había tenido el raro privilegio de reunirme en una Universidad histórica y prestigiosa con dos generaciones distintas de estudiantes en dos mundos radicalmente diferentes. Ambas veces me recibieron con el mismo calor y respeto. Uno podía estar ya curtido por todas las emociones vividas, pero no lo estaba. Las horas habían transcurrido. Les prometí al final que dentro de cuarenta años, cuando nos volviéramos a reunir, sería más breve. De la entusiasta y combativa multitud, muchos permanecieron en sus puestos con interés y atención hasta el final. Algunos se marcharon, tal vez era ya demasiado tarde. No olvidaré jamás aquel encuentro.

Fidel Castro Ruz 18 de marzo de 1999

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En el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, Caracas


No traigo un discurso escrito, desgraciadamente, [risas] pero traje algunos apuntes que me parecía conveniente para precisar bien, y, a pesar de todo, qué desgracia, [risas] descubro que me faltaba un folleto, que con mucho cuidado leí, subrayé, apunté y se quedó en el hotel. [Risas y aplausos.] Lo mandé a buscar, espero que aparezca, porque el otro, que es una copia, no está subrayado.

Multitudinaria concentración celebra la revolución en Cuba, al fondo el yate Granma

Por lo menos tengo que dirigirme formalmente a nuestro público, ¿no? [Risas.] No voy a hacer una larga lista de la excelente y numerosa categoría de amigos que tenemos aquí. [Alguien del público dice: “¡Aquí no oímos!”] Mira, no me alcanza la voz para llegar, [risas y aplausos] porque si grito… Yo creía que tenían unos mejores micrófonos aquí. [Risas.] ¿Cuáles son los que no oyen por allá? Que levanten la mano. [Levantan la mano.] Si no se arregla esto, los podemos invitar a que se sienten por aquí o en algún lugar donde puedan oír. [Aplausos.] Voy a procurar acercarme más todavía a este pequeño micrófono, ¿no?, pero permítanme comenzar como es debido. Queridos amigas y amigos. [Aplausos.]

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Iba a decirles que hoy 3 de febrero se cumplen 40 años y 10 días de mi visita a esta universidad, donde nos reunimos en este mismo sitio. Un poco de emoción, como ustedes comprenderán, y sin el melodramatismo de algunas novelas actuales, [risas] debo experimentar ante el hecho inimaginable en aquel tiempo de que algún día, después de tantos años, regresaría a este sitio. Hace unas semanas, en Santiago de Cuba, el primero de enero de 1999, conmemorando el 40 aniversario del triunfo de la Revolución, desde el mismo balcón, del mismo edificio donde hablé aquella vez, el primero de enero de 1959, reflexionaba con el público reunido allí, que el pueblo de hoy no era el mismo pueblo de entonces, porque de los 11 millones de compatriotas que somos en la actualidad, 7.190.000 habían nacido después de aquel día. Que eran dos pueblos diferentes, y, sin embargo, a la vez, el mismo pueblo eterno de Cuba. Les recordaba igualmente que los que entonces tenían 50 años, en su inmensa mayoría ya no se encontraban entre nosotros, y los que eran niños tenían ya más de 40 años. Vean cuántos cambios, cuántas diferencias, y qué particular sentido tenía para nosotros pensar que allí teníamos al pueblo que comenzó una revolución profunda cuando era prácticamente analfabeto, cuando un 30% de los adultos no sabían leer ni escribir y cuando quizás un 50% adicional no hubiese llegado al quinto grado. Tal vez menos; 294

hicimos un cálculo de que entonces, con una población de casi 7 millones de habitantes, aquellos que habían rebasado el quinto grado posiblemente no ascendían a más de 250.000 personas, y hoy sólo los graduados universitarios ascendían a 600.000, y entre profesores y maestros la cifra alcanzaba casi 300.000. Les decía a mis compatriotas, en honor del pueblo que había alcanzado su primer gran triunfo hacía 40 años, a pesar de su enorme retraso educacional, que había sido capaz de llevar a cabo y defender una extraordinaria proeza revolucionaria. Algo más: es posible que por debajo del nivel de educación estuviera incluso su nivel de cultura política. Eran los tiempos del anticomunismo feroz, de los años finales del macartismo, en que por todos los medios posibles aquel vecino poderoso e imperial había tratado de inculcarle a nuestro noble pueblo todas las mentiras y prejuicios posibles, de modo tal que muchas veces me encontraba con un ciudadano común y le hacía una serie de preguntas. Si le parecía que debíamos hacer una reforma agraria; si no sería justo que las familias fueran un día dueñas de sus viviendas, por las cuales a veces pagaban a los grandes casatenientes hasta la mitad de sus salarios; si no le parecía correcto que todos aquellos bancos donde estaba depositado el dinero de los ciudadanos, en vez de ser propiedad de instituciones privadas, fueran propiedad del pueblo para financiar con aquellos recursos el desarrollo del país; si aquellas grandes fábricas, extranjeras en su gran mayoría y algunas también nacionales, 295


fueran del pueblo y produjeran en beneficio del pueblo; así por el estilo, le podía preguntar diez cosas, quince cosas similares y estaba absolutamente de acuerdo: “Sí, sería excelente”. En esencia, si todos aquellos grandes almacenes comerciales y todos los jugosos negocios que enriquecían únicamente a sus privilegiados dueños fueran del pueblo y para enriquecer al pueblo, ¿estarías de acuerdo? “Sí, sí”, respondía de inmediato. Estaba de acuerdo ciento por ciento con cada una de aquellas sencillas propuestas. Y de repente le preguntaba entonces: ¿Estarías de acuerdo con el socialismo? [Aplausos.] Respuesta: “¿Socialismo? No, no, no, con el socialismo no”. Eran tales los prejuicios... Esto ya sin hablar del comunismo, que era una palabra mucho más aterrorizante. Fueron las leyes revolucionarias las que más contribuyeron a crear en nuestro país una conciencia socialista, y fue ese mismo pueblo, inicialmente analfabeto o semianalfabeto, que tuvo que empezar por enseñar a leer y a escribir a muchos de sus hijos, el que por puros sentimientos de amor a la libertad y anhelo de justicia derrocó la tiranía y llevó a cabo y defendió con heroísmo la más profunda revolución social en este hemisferio.

tenían 80 años. Después se realizaron los cursos de seguimiento y se dieron los pasos necesarios, en incesante esfuerzo para alcanzar lo que tenemos hoy. Una revolución sólo puede ser hija de la cultura y las ideas. Ningún pueblo se hace revolucionario por la fuerza. Quienes siembran ideas no necesitan jamás reprimir al pueblo. Las armas, en manos de ese mismo pueblo, son para luchar contra los que desde el exterior intenten arrebatarle sus conquistas. Perdónenme que haya hablado de este tema, porque no vine aquí a predicar sobre socialismo ni sobre comunismo —no quiero que nadie me malinterprete—, ni vine aquí a proponer leyes radicales ni cosas parecidas; simplemente reflexionaba sobre la experiencia vivida, que nos demostró cuánto valían las ideas, cuánto valía la fe en el hombre, cuánto valía la confianza en los pueblos, lo cual es sumamente importante en una época en que la humanidad se enfrenta a tiempos tan complicados y difíciles.

Apenas dos años después del triunfo, en 1961, logramos alfabetizar alrededor de un millón de personas, con el apoyo de jóvenes estudiantes que se convirtieron en maestros; fueron a los campos, a las montañas, a los lugares más apartados, y allí enseñaron a leer y a escribir hasta a personas que

Desde luego que el día primero de enero de este año en Santiago de Cuba fue justo reconocer, de manera muy especial, que aquella Revolución que había logrado resistir 40 años, que había logrado cumplir ese aniversario sin plegar sus banderas, sin rendirse, era obra fundamentalmente de aquel pueblo que estaba allí, de jóvenes y de hombres y mujeres maduros, que se educaron con la Revolución y fueron capaces de realizar la proeza, escribiendo páginas de noble y merecida gloria para nuestra patria y nuestros hermanos de América.

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Gracias al esfuerzo, podríamos decir, de tres generaciones de cubanos, se obró esa especie de milagro, frente a la potencia más poderosa, al imperio más grande que haya existido jamás en la historia humana, de que el pequeño país pasase una prueba tan dura y saliera victorioso. Especial reconocimiento, aún mayor, lo tuvimos para aquellos compatriotas que en los últimos diez años, si queremos con exactitud, en los últimos ocho años, habían sido capaces de resistir el doble bloqueo cuando el campo socialista se derrumba, la URSS se desintegra y aquel vecino quedó como única superpotencia en un mundo unipolar, sin rival en el terreno político, económico, militar, tecnológico y cultural. No estoy calificando la cultura, estoy calificando el poder inmenso con que quieren imponer su cultura al resto del mundo. [Aplausos.] No pudo vencer a un pueblo unido, a un pueblo armado de ideas justas, a un pueblo poseedor de una gran conciencia política, porque a eso le damos nosotros la mayor importancia. Resistimos todo lo que hemos resistido y estamos dispuestos a resistir todo el tiempo que haga falta resistir, [aplausos] por las semillas que se habían sembrado a lo largo de aquellas décadas, por las ideas y las conciencias que se desarrollaron en ese tiempo. Fue nuestra mejor arma y nuestra principal arma, y lo será siempre, aun en la época nuclear. Y ya que la menciono, hasta experiencias relacionadas con armas de ese tipo tuvimos, porque en determinado momento quién sabe cuántas bombas y cuántos 298

cohetes nucleares estaban apuntando contra nuestra pequeña isla en la famosa crisis de octubre de 1962. Aun en la época de las armas inteligentes, a pesar de que de vez en cuando se equivoquen y den a 100 o a 200 kilómetros del blanco hacia donde estaban dirigidas, [risas] pero con un determinado nivel de precisión, siempre la inteligencia del hombre será superior a cualquiera de esas armas sofisticadas. [Aplausos y exclamaciones.] Se convierte en una cuestión de conceptos cómo hay que luchar, la doctrina de la defensa de nuestro país que hoy se siente más fuerte, porque ha tenido que perfeccionar esos conceptos y hemos llegado a la idea de que al final, un final para los invasores, la lucha sería cuerpo a cuerpo, de hombre a hombre y de mujer a invasor, sea hombre o mujer. [Aplausos prolongados.] Una batalla más difícil ha sido necesario librar y habrá que seguir librando contra ese poderosísimo imperio, es la lucha ideológica que incesantemente ha tenido lugar y que ellos arreciaron con todos sus recursos mucho más después del derrumbe del campo socialista cuando nosotros decidimos, firmemente confiados en nuestras ideas, seguir adelante; algo más, seguir solos adelante; y cuando digo solos pienso en entidades estatales, sin olvidar nunca el inmenso e invencible apoyo solidario de los pueblos que siempre nos acompañó, y por ello nos sentimos más obligados a luchar. [Aplausos.] Hemos cumplido honrosas misiones internacionalistas. Más de 500.000 compatriotas nuestros 299


han participado en duras y difíciles misiones de ese carácter, hijos de aquel pueblo que no sabía leer ni escribir y alcanzó ese grado tan alto de conciencia como para ser capaz de derramar sudor y hasta su propia sangre por otros pueblos; en dos palabras, por cualquier pueblo del mundo. [Aplausos.] A partir de la etapa de período especial que se iniciaba, dijimos: “Nuestro primer deber internacionalista en este momento es defender esta trinchera”, la trinchera de la que habló Martí, en las últimas palabras que escribió la víspera de su muerte, cuando dijo que en silencio había tenido que ser el objetivo fundamental de su lucha, porque Martí no sólo era muy martiano, sino que era aún más bolivariano que martiano, [aplausos] y ese objetivo que se trazó, según sus palabras textuales, era “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”. [Aplausos.] Fue su testamento político, cuando confiesa el anhelo de su vida: evitar la caída de aquella primera trinchera que tantas veces quisieron ocupar los vecinos del Norte y que aún está y estará allí, con un pueblo dispuesto a luchar hasta la muerte para impedir que caiga esa trinchera de América; [aplausos] un pueblo que sería capaz de defender, incluso, la última, porque quien defiende la última trinchera y no permite que nadie se apodere de ella, desde ese mismo instante ha comenzado a obtener la victoria. [Aplausos.] 300

Compañeras y compañeros —permítanme que les llame así—, aquí en este momento somos eso, y creo que también aquí, en este momento, estamos defendiendo una trinchera, [aplausos] y trincheras de ideas, excúsenme por acudir una vez más a Martí, como dijo él, valen más que trincheras de piedra. [Aplausos.] De ideas hay que hablar aquí, y vuelvo a lo que decía, que muchas cosas han pasado en estos 40 años; pero lo más trascendental es que un mundo ha cambiado. No es este mundo de hoy en el que me dirijo a ustedes, los que aquel día no habían nacido y muchos estaban muy lejos de nacer, en nada parecido al de entonces. Traté de buscar un periódico para ver si había alguna nota de aquel acto en la universidad. Afortunadamente sí conservamos el discurso completo de la Plaza del Silencio. Con aquella fiebre revolucionaria con que bajamos de las montañas, hacía apenas unos días, estábamos hablando de los procesos de liberación en América Latina y poniendo el acento principal en la liberación del pueblo dominicano de las garras de Trujillo. Creo que aquel tema ocupó casi todo el tiempo, o una parte del tiempo de aquel encuentro, con un enorme entusiasmo por parte de todos. Hoy aquí no se podría hablar de un tema como ése. Es que hoy no existe un pueblo por liberar, hoy no existe un pueblo por salvar; hoy hay un mundo, hoy hay una humanidad por liberar y por salvar, [aplausos] y ésa no es la tarea nuestra, es la tarea de ustedes. [Aplausos.] 301


Entonces, no existía un mundo unipolar, una superpotencia hegemónica, única; hoy tenemos al mundo y a la humanidad bajo el dominio de una enorme superpotencia, y aun así estamos convencidos de que ganaremos la batalla, [aplausos] sin optimismo panglossiano —creo que ésa es una palabra que los escritores a veces usan—, [risas] sino porque uno tiene la seguridad de que si suelta esta libreta [la muestra] en cuestión de segundos va a caer; de que si no existiera esta mesa, esta libreta estaría en el suelo, y está desapareciendo la mesa sobre la cual se asienta, objetivamente, esa poderosa superpotencia que rige al mundo unipolar. [Aplausos.] Son razones objetivas, y estoy seguro de que la humanidad pondrá toda la parte subjetiva indispensable. Para ello lo que necesita no son armas nucleares ni grandes guerras; lo que necesita son ideas. [Aplausos.] Y lo digo en nombre de ese pequeño país que mencionábamos antes que ha sostenido la lucha firmemente, sin vacilación alguna, durante 40 años. [Aplausos.] Ustedes decían, invocando —para embarazo mío— el nombre por el cual se me conoce —me refiero al nombre de Fidel, porque yo no tengo otro título realmente; comprendo que el protocolo obligue a llamar Excelentísimo Señor Presidente, tales y más cuales cosas—, [aplausos y exclamaciones de: “¡Fidel, Fidel!” ] y cuando los escuché a ustedes repetir aquello de “Fidel, Fidel, ¿qué tiene Fidel que los americanos no pueden con él?” [exclamaciones de: “Fidel, Fidel, ¿qué tiene Fidel que los america302

nos no pueden con él?”], entonces se me ocurrió y me dirigí a mi vecino de la derecha —quiero decir de la derecha geográfica, ¿no?—, [risas y exclamaciones] algunos están haciendo señas por ahí que no entiendo, pero dije que aquí estamos todos en la misma unidad de combate—, [aplausos] y se me ocurrió decirle: ¡Caramba!, realmente lo que debía preguntarse es: ¿Qué tienen los americanos que no pueden con él? [Risas y aplausos], y si en vez de “él” dicen: ¿Qué tienen los americanos que no pueden con Cuba?, sería más justo. [Aplausos.] Sé que hay que usar palabras para simbolizar ideas. Así es como yo lo entiendo siempre, no me atribuyo jamás ni me puedo atribuir tales méritos. [Exclamaciones de: “¡Viva Fidel!” ] Sí, todos tenemos esperanzas de vivir, ¡todos!, [aplausos] en las ideas por las que luchamos y con la convicción de que los que vienen detrás de nosotros serán capaces de llevarlas a cabo; aunque ha de ser —no debe ocultarse— más difícil la tarea de ustedes que la que a nosotros correspondió. Les decía que estamos viviendo en un mundo muy diferente. Es lo primero que tenemos el deber de comprender; ya explicaba determinadas características políticas. Además, se trata de un mundo globalizado, realmente globalizado, un mundo dominado por la ideología, las normas y los principios de la globalización neoliberal. La globalización no es, a nuestro juicio, un capricho de nadie, no es, siquiera, un invento de alguien. La globalización es una ley histórica, es una 303


consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas —y excúsenme por emplear esa frase, que todavía quizás asuste a algunos por su autor—, un producto del desarrollo de la ciencia y de la técnica en grado tal, que aun el autor de la frase, Carlos Marx [aplausos], que tenía una gran confianza en el talento humano, posiblemente no fue capaz de imaginar. Hay algunas otras cosas que me recuerdan ideas básicas de aquel pensador entre los grandes pensadores. Es que a la mente le viene a uno la idea de que, incluso, lo que concibió como ideal para la sociedad humana, no podría ser realidad jamás —y se ve cada vez con mayor claridad— si no tuviera lugar en un mundo globalizado. Ni por un segundo se le ocurrió pensar que en la pequeñísima islita de Cuba —para citar un ejemplo— pudiera intentarse una sociedad socialista, o la construcción del socialismo, mucho menos al lado de tan poderoso vecino capitalista. Bueno, sí, lo hemos intentado; algo más, lo hemos hecho y lo hemos podido defender. Y hemos conocido también 40 años de bloqueo, amenazas, agresiones, sufrimientos. Hoy, como estamos en solitario, toda la propaganda, los medios de divulgación masiva, que controlan en el mundo, Estados Unidos los encamina en su guerra política e ideológica contra nuestro proceso revolucionario, de la misma forma que su inmenso poder en todos los campos, principalmente en el campo económico, y su influencia política internacional lo emplea en su guerra económica contra Cuba. 304

Se dice bloqueo, pero bloqueo no significa nada. Ojalá lo que tuviéramos fuera un bloqueo económico: lo que nuestro país ha venido soportando durante mucho tiempo es una verdadera guerra económica. ¿Lo demuestro? Vayan a cualquier lugar del mundo, a una fábrica de una empresa norteamericana a comprar una gorra o un pañuelo para exportar a Cuba, aunque la produzcan los ciudadanos del país en cuestión y las materias primas sean originarias del propio país, el gobierno de Estados Unidos, a miles de millas de distancia, les prohíbe vender la gorra o vender el pañuelo. ¿Es eso bloqueo o guerra económica? ¿Quieren un ejemplo adicional? Si por casualidad alguno de ustedes se gana la lotería —no sé si aquí hay lotería— o se encuentra un tesoro —eso es posible—, y dice que va a construir una pequeña fábrica en Cuba, es seguro que tendrá rápidamente la visita de un funcionario importante de la Embajada norteamericana y hasta del propio embajador norteamericano para tratar de persuadirlo, presionarlo o amenazarlo con represalias para que no invierta ese tesorito en una pequeña fábrica en Cuba. ¿Es bloqueo o guerra económica? Tampoco permiten que vendan a Cuba un medicamento, aunque ese medicamento sea indispensable para salvar una vida, y no son pocos los ejemplos que hemos tenido de casos semejantes. Hemos resistido esa guerra, y, como en toda batalla, lo mismo sea militar que política o ideológica, hay bajas. Existen los que pueden ser confun305


didos, y lo son, o reblandecidos, o debilitados con la mezcla de las dificultades económicas, las privaciones materiales, la exhibición del lujo de las sociedades de consumo y las podridas ideas bien edulcoradas sobre las fabulosas ventajas de su sistema económico, a partir del mezquino criterio de que el hombre es un animalito que sólo se mueve cuando le ponen delante una zanahoria o lo golpean con un látigo. Sobre esa base ellos apoyan toda su estrategia ideológica, podríamos decir. Hay bajas, pero también, como en todas las batallas y en todas las luchas, en otros se desarrolla la experiencia, se hacen más veteranos los combatientes, multiplican sus cualidades y permiten mantener y elevar la moral y la fuerza necesaria para seguir luchando. La batalla de las ideas la estamos ganando; [aplausos] sin embargo, el campo de batalla no es nuestra sola islita, aunque en la islita hay que luchar. El campo de batalla hoy es el mundo, está en todas partes, en todos los continentes, en todas las instituciones, en todas las tribunas. Eso es lo bueno que tiene la batalla globalizada. [Risas y aplausos.] Hay que defender la pequeña islita, y a la vez combatir a todo lo largo y ancho del inmenso mundo que ellos dominan o pretenden dominar. En muchos campos lo dominan casi de manera total; pero no en todos los campos, ni de forma igual, ni en absolutamente todos los países. Ellos descubrieron armas muy inteligentes; pero los revolucionarios descubrimos un arma más 306

poderosa, ¡mucho más poderosa!: que el hombre piensa y siente. [Aplausos.] Nos lo enseña el mundo, nos lo enseñan las innumerables misiones internacionalistas que en un terreno u otro hemos cumplido en el mundo. Bastaría señalar una sola cifra: 26.000 médicos cubanos han participado en ellas; al país que le habían dejado sólo 3.000 de los 6.000 con que contaba al triunfo de la Revolución, muchos sin empleo, pero siempre deseando emigrar para obtener tales ingresos y tales salarios; de los 3.000 que nos dejaron, de tal forma la Revolución fue capaz de multiplicarlos, y de ir formando médicos y más médicos de los que empezaron a estudiar en el primer grado o en el segundo grado, en las escuelas que de inmediato en todo el país fueron creadas, y tal su espíritu de sacrificio y solidaridad, que 26.000 de ellos han cumplido misiones internacionalistas, [aplausos] del mismo modo como ya indiqué que cientos de miles de compatriotas han actuado como profesionales, educadores, constructores y combatientes. Sí, combatientes, y lo decimos con orgullo, [aplausos] porque combatir contra los soldados fascistas y racistas del apartheid, e incluso contribuir a la victoria de los pueblos de África que veían en aquel sistema su mayor afrenta, es y será siempre un motivo de orgullo. [Aplausos.] Pero en ese esfuerzo ignorado, muy ignorado, hemos aprendido mucho de los pueblos; hemos aprendido a conocer los pueblos y sus cualidades extraordinarias, y, entre otras cosas, hemos aprendido no sólo a través de ideas abstractas, sino de la vida 307


práctica y cotidiana, que no todos los hombres somos iguales en nuestros rasgos físicos, pero todos los hombres somos iguales en cuanto a talento, sentimientos y las demás virtudes necesarias para demostrar que en la capacidad moral, social, intelectual y humana todos somos genéticamente iguales. [Aplausos.] Ese ha sido el gran error de muchos que se creyeron raza superior. La vida nos ha enseñado, les decía, muchas cosas, y eso es lo que alimenta nuestra fe en los pueblos, nuestra fe en los hombres. No lo leímos en un pequeño libro; lo hemos vivido, hemos tenido el privilegio de vivirlo. [Aplausos.] Yo me he extendido un poco en estas primeras ideas, al calor del folleto que se extravió y de los problemas del micrófono, [risas] por eso tendré que ser más breve en otros temas. Sí, es mi deber ser más breve, entre otras cosas, por interés personal: después tengo que revisar qué fue lo que dije aquí, [risas] ver si me faltó una coma, un punto, si un dato estaba equivocado. Y les digo que realmente por cada hora de discurso hablado, que puede parecer muy fácil, hacen falta dos y tres horas de revisión, volver a ver. Puede faltar una palabra. Jamás suprimo una idea que haya expresado, pero sí a veces hay que completarla o añadir un concepto complementario, porque no es lo mismo el lenguaje hablado que el lenguaje escrito. Si yo señalo para mi vecino, el que lea eso en un periódico no entiende nada, [risas] o no se entiende casi nada; el lenguaje escrito nada 308

más tiene los signos de admiración y las comillas, [risas] ni el tono, ni las manos, ni el alma que se pone en las cosas pueden transmitirse por escrito. Yo he tenido necesidad de descubrir esa diferencia. Y ahora nos cuidamos mucho de transcribir las cosas y revisarlas, porque los temas que se discuten tienen trascendencia, objetivamente, tienen importancia, y, además, porque hay que tener un cuidado en infinidad de cosas que ustedes no se lo imaginan. En determinado momento, cuando pensaba en el acto que iba a tener con ustedes a las cinco de la tarde, me preguntaba: ¿De qué les hablo a los estudiantes? [Aplausos.] No puedo mencionar nombres, salvo excepciones; no puedo apenas mencionar países, porque a veces, cuando señalo algo con la mejor buena fe del mundo y como ilustración de una idea, corro el riesgo de que inmediatamente saquen del contexto lo que dije, lo trasmitan por el mundo y crearnos un montón de problemas diplomáticos. [Aplausos.] Y como tenemos que trabajar unidos en esta lucha global, no se le puede facilitar al enemigo y a sus bien diseñados y eficientes mecanismos de propaganda la realización de su constante tarea de crear confusión y desinformación, que ya es bastante la que han creado, pero no suficiente, ¿comprenden? No suficiente. [Risas.] Tiene uno que limitarse mucho por esas razones, y por ello les pido perdón. No hará falta explicar aquí mucho lo que es neoliberalismo. ¿Cómo sintetizar? Bueno, yo diría, 309


por ejemplo, algo: la globalización neoliberal quiere convertir a todos los países, especialmente a todos nuestros países, en propiedades privadas. ¿Qué nos dejarán a partir de sus enormes recursos financieros?, ya que ellos no sólo han acumulado inmensas riquezas saqueando y explotando al mundo, sino, incluso, obrando el milagro al que aspiraron los alquimistas de la edad media, convertir el papel en oro, a la vez que fueron capaces de convertir el oro en papel. [Risas.] Y con eso lo compran todo, todo menos las almas, menos —para decirlo con más corrección— la inmensa mayoría de las almas. Compran recursos naturales, fábricas, sistemas completos de comunicaciones, servicios, etcétera, etcétera, etcétera. Hasta tierras están comprando por el mundo, pensando que como son más baratas que en sus propios países es una buena inversión para el futuro. Me pregunto: ¿Qué nos quieren dejar después de convertirnos prácticamente en ciudadanos de segunda clase, parias —sería mejor decir— en nuestros propios países? Quieren convertir al mundo en una gigantesca zona franca —quizás se vea todavía más claro así—, porque, ¿qué es una zona franca? Un lugar con características especiales, donde no se pagan impuestos, se traen materias primas, partes, componentes, los ensamblan, o producen variadas mercancías, sobre todo en aquellas ramas que requieren abundante mano de obra barata, por la cual muchas veces pagan no más del 5% del salario que pagan en sus países, y lo único que nos dejan son esos menguados salarios. 310

Algo más triste: He visto cómo han puesto a competir a muchos de nuestros países, viendo quiénes les dan más facilidades y más exenciones de impuestos para invertir; han puesto a competir a los países del Tercer Mundo por las inversiones y las zonas francas. Hay países —los conozco— en tal situación de pobreza y desempleo, que han tenido que establecer hasta decenas de zonas francas como opción preferible, dentro del orden mundial establecido, a la de no tener siquiera las fábricas de las zonas francas, que dan un empleo con determinada remuneración, aunque alcance solo el 7%, el 6%, el 5% o menos del salario que tendrían que pagar los propietarios de esas fábricas en sus países de origen. Eso lo planteamos en la Organización Mundial del Comercio, en Ginebra, hace algunos meses. Nos quieren convertir en una inmensa zona franca, sí, en eso; con su dinero y sus tecnologías lo irán comprando todo. Ya veremos cuántas líneas aéreas quedan como propiedades nacionales, cuántas líneas de transporte marítimo, cuántos servicios permanecerán como propiedades del pueblo o de la nación. Es el porvenir que nos está ofreciendo la globalización neoliberal no vayan a creer que sólo a los trabajadores, sino, incluso, a los empresarios nacionales, a los pequeños y medianos propietarios que tendrán que competir con las tecnologías de las transnacionales, sus equipos sofisticados, sus redes mundiales de distribución y buscar mercados, sin 311


contar con los abundantes créditos comerciales que sus poderosos competidores pueden utilizar para vender sus productos. Podemos nosotros disponer en Cuba de una magnífica fábrica, digamos, de refrigeradores. Tenemos una, pero no es magnífica, y está lejos de ser la más moderna del mundo. Nos viene muy bien allí, desde luego, con el calor creciente que tenemos en el trópico. Supongamos que otros países del Tercer Mundo produzcan refrigeradores de aceptable calidad e incluso menor costo. Sus poderosas competidoras renuevan constantemente el diseño, invierten fabulosas sumas en prestigiar sus marcas, fabrican en muchas zonas francas con bajos salarios, o en cualquier sitio, exentas de impuestos, abundante capital o mecanismos financieros para otorgar créditos que se amortizan en un año, en dos, en tres o los que sean, mercados saturados de objetos electrodomésticos que son fruto de la anarquía y el caos en la distribución de los capitales de inversión a nivel mundial, bajo la consigna generalizada de crecer y desarrollarse a base de exportaciones como aconseja el FMI, ¿qué espacio queda para las industrias nacionales, a quiénes y cómo van a exportar? ¿Dónde están los consumidores potenciales entre los miles de millones de pobres, hambrientos y desempleados que habitan gran parte de nuestro planeta? ¿Habrá que esperar a que todos ellos puedan adquirir un refrigerador, un televisor, un teléfono, aire acondicionado, automóvil, electricidad, combustible, una computadora, una casa, un garaje, un subsidio contra el desempleo, acciones en la bolsa y una pensión 312

asegurada? ¿Es ése el camino del desarrollo, como nos afirman millones de veces por todos los medios posibles? ¿Qué quedará del mercado interno si se les impone la reducción acelerada de las tarifas aduanales, fuente además importante de los ingresos presupuestarios de muchos países del Tercer Mundo? Los teóricos del neoliberalismo no han podido resolver, por ejemplo, el grave problema del desempleo en la inmensa mayoría de los países ricos, menos aún en los que están por desarrollar, y no le encontrarán jamás solución bajo tan absurda concepción. Es una inmensa contradicción del sistema que mientras más invierten y más se tecnifican, más gente lanzan a la calle sin empleo. La productividad del trabajo; los equipos más sofisticados, nacidos del talento humano, que multiplican las riquezas materiales y a la vez la miseria y los despidos, ¿de qué le sirven a la humanidad? ¿Acaso para reducir las horas de trabajo, disponer de más tiempo para el descanso, la recreación, el deporte, la superación cultural y científica? Imposible, las sacrosantas leyes del mercado y los principios cada vez más imaginarios que reales de la competencia en un mundo transnacionalizado y megafusionado cada día más no lo admiten bajo ningún concepto. En todo caso, ¿quiénes compiten y entre quiénes compiten? Gigantes contra gigantes que tienden a la fusión y al monopolio. No existe sitio alguno ni rincón del mundo para los demás supuestos actores de la competencia. Para los países ricos, industrias de punta; para los trabajadores del Tercer Mundo, confeccionar 313


pantalones de vaquero, pulóveres, prendas de vestir, calzado; sembrar flores, frutas exóticas y otros productos de creciente demanda en las sociedades industrializadas, porque no los pueden cultivar allí, aunque sabemos que en Estados Unidos, por ejemplo, cultivan hasta la mariguana en invernaderos. [risas y aplausos.] o en el patio de las casas y que el valor de la mariguana que producen es superior al de toda su producción de maíz, a pesar de ser el mayor productor de maíz del mundo. [Risas.] Al fin y al cabo, sus laboratorios son o terminarán siendo los mayores productores de estupefacientes del planeta, por ahora bajo la etiqueta de sedantes, antidepresivos y otros renglones de píldoras y productos que los jóvenes han aprendido a combinar y mezclar de muy variadas formas. En el feliz mundo desarrollado los trabajos duros de la agricultura, como recoger tomates, para lo cual no se ha inventado todavía una máquina perfecta, el robot que vaya y los escoja según grado de madurez, tamaño y otras características, limpiar calles, y otras tareas ingratas que en las sociedades de consumo nadie quiere realizar, ¿cómo se resuelven? ¡Ah!, para eso están los inmigrantes del Tercer Mundo. Ellos ese tipo de trabajos no lo realizan. Y para los que quedamos convertidos en extranjeros dentro de nuestras propias fronteras, ya lo dije, confeccionar pitusas y cosas por el estilo, pero nos ponen, en virtud de sus “maravillosas” leyes económicas, a producir tantos pantalones como 314

si el mundo contara ya con 40.000 millones de habitantes y cada uno de ellos tuviera el dinero suficiente para comprarse el pantaloncito de vaquero, que no estoy criticando, les queda muy bien a los jóvenes y mejor todavía a las jóvenes. [Risas y aplausos.] No, no estoy criticando la prenda. Estoy criticando el trabajo que quieren dejar para nosotros, que no tiene nada que ver en lo absoluto con la alta tecnología. De modo que sobrarán nuestras universidades o quedarán para producir a bajo costo personal técnico para el mundo desarrollado. Habrán leído en estos días en la prensa que Estados Unidos, en vista de las necesidades de sus industrias de computación, electrónica, etcétera, etcétera, se propone adquirir en el mercado internacional, dígase mejor el Tercer Mundo, y conceder visas a 200.000 trabajadores muy calificados para sus industrias de punta. Así que cuídense ustedes, porque están buscando gente capacitada [risas], esta vez no para recoger tomates. Como ellos no están demasiado alfabetizados, y muchos lo comprueban cuando confunden Brasil con Bolivia, o Bolivia con Brasil [risas y aplausos]; o cuando se hacen encuestas y no conocen ni siquiera muchas cosas de los propios Estados Unidos, ni saben si un país latinoamericano del que han oído hablar está en África, o en Europa —y no estoy exagerando— [risas y aplausos]; no tienen todas las lumbreras, o los bien calificados trabajadores para sus industrias de punta, vienen a nuestro mundo y reclutan a unos cuantos que después se pierden para siempre. 315


¿Dónde están los mejores científicos de nuestros países? ¿En qué laboratorios? ¿Qué país nuestro tiene laboratorios para todos los científicos que podría formar? ¿Cuánto le podemos pagar a ese científico y cuánto le pueden pagar ellos? ¿Dónde están? Yo conozco a muchos latinoamericanos eminentes que están allá. ¿Quién los formó? ¡Ah!, Venezuela, Guatemala, Brasil, Argentina, cualquier país latinoamericano; pero no tienen posibilidades en su propia patria. Los países industrializados tienen el monopolio de los laboratorios, del dinero, los contratan y se los arrebatan a las naciones pobres; pero no sólo científicos, también deportistas. No, ellos quisieran comprar a nuestros peloteros como se subastaban antes los esclavos en una tarima de ésas, qué sé yo cómo las llaman. [Risas y aplausos.] Son pérfidos. Como siempre hay algún alma que pueda ser tentada —eso lo dice la Biblia, y entre los primeros seres humanos, que se suponía que debían ser los mejores, ¿no?, porque no tendrían tanta malicia, ni conocían las sociedades de consumo, ni existía el dólar [risas]—, de repente, hasta a un atleta que no es de primerísima categoría, le pagan unos cuantos millones, cuatro, cinco o seis, le hacen una publicidad enorme y, como parece que son tan malos los bateadores de las Grandes Ligas, obtienen algunos éxitos. No tengo ninguna intención de ofender a atletas profesionales norteamericanos; son gente que trabaja y labora duro, muy estimulados. Mercancías que también se compran y venden en el mercado, aunque a un alto precio, pero deben tener 316

algunas debilidades en el entrenamiento, porque importan de contrabando algunos pitchers cubanos, por ejemplo, que pueden estar en primera, segunda o tercera categoría, o un shortstop, una tercera base, llegan allí y el pitcher poncha a los mejores bateadores, y el shortstop no deja pasar una bola. [Aplausos y exclamaciones.] Casi casi seríamos ricos si hacemos una subasta de peloteros cubanos. [Risas y aplausos.] Ya no quieren pagar peloteros norteamericanos, porque les cuestan muy caro. Han organizado academias en nuestros países para formarlos a muy bajo costo y pagarles menos salarios, aunque un salario todavía de millones al año. Unido a eso, toda la propaganda de la televisión, más unos automóviles que llegan de aquí hasta allá [señala], más unas bellísimas mujeres de todas las etnias, asociadas a la publicidad de los automóviles [risas], y el resto de la propaganda comercial que ustedes ven en algunas revistas de la chismografía y el consumismo, pueden tentar a más de un compatriota nuestro. En Cuba no gastamos papel ni recurso alguno en tales frivolidades publicitarias. Las muy pocas veces que veo por necesidad la televisión norteamericana apenas la puedo soportar, porque cada tres minutos la paran para incluir un anuncio comercial, exhibir a un hombre haciendo ejercicios en una bicicleta estática, que es lo más aburrido que hay en el mundo. [Aplausos y exclamaciones.] No digo que sea malo, digo que es aburrido. Paran, interrumpen cualquier programa, hasta los seriales melodramáticos en sus instantes más sublimes de amor. [Risas.] 317


A Cuba llegan algunos melodramas del exterior, no lo niego, porque nosotros no hemos sido capaces de producir los necesarios, y algunos de los que se producen en países de América Latina seducen de tal forma a nuestro público que hasta paran el trabajo. De América Latina nos llegan también a veces buenos materiales fílmicos; pero casi todo lo que circula por el mundo es de pura manufactura yanqui, cultura enlatada. En nuestro país, realmente, el poco papel de que disponemos lo dedicamos a libros de textos y a nuestros pocos periódicos con pocas páginas. No podemos emplear recursos en hacer esa revista de papel suave, especial —no sé cómo se llama—, con muchas ilustraciones, que leen los pordioseros en las calles de cualquiera de nuestras capitales, anunciándoles ese lujoso automóvil con sus acompañantes femeninas, y hasta un yate, o cosas por el estilo, ¿no? [Risas.] Así van envenenando a la gente con esa propaganda, de modo que hasta los pordioseros son influenciados de forma cruel y puestos a soñar con el cielo, imposible para ellos, que el capitalismo ofrece. En nuestro país —les digo— nos dedicamos a otras cosas; pero ellos influyen, desde luego, con la imagen de un tipo de sociedad que además de enajenante, desigual e injusta, es insostenible económica, social y ecológicamente.

automóviles aquí, parece que no hay ya más remedio, son muchas las avenidas y largas las distancias. No estoy criticando, es la advertencia que hago sobre un modelo imposible de aplicar al mundo que está por desarrollar. [Risas.] Ellos me van a comprender bien, porque Caracas ya no da tampoco para muchos más automóviles. Van a tener que hacer avenidas de tres y cuatro pisos [risas], ¿saben? Me imagino que si en China hicieran eso, los 100 millones de hectáreas de que disponen para producir alimentos, se convierten en autopistas, garajes, parqueos de automóviles y no quedaría dónde cultivar un grano de arroz. Es loco, incluso, caótico y absurdo, el modelo de consumo que le están imponiendo al mundo. [Aplausos.] No pretendo que este planeta sea un convento de monjes cartujos, [risas] pero sí pienso que este planeta no tiene otra alternativa que definir cuáles deben ser los patrones o modelos de consumo alcanzables y asequibles, en los cuales debe ser educada la humanidad.

Suelo citar el ejemplo de que si el modelo de consumo es que cada ciudadano de Bangladesh, la India, Indonesia, Paquistán o China tenga un automóvil en cada casa —y me perdonan los que tienen

Cada vez son menos los que leen un libro. ¿Y por qué privar al ser humano del placer de leer un libro, por ejemplo, y de otros muchos en el terreno de la cultura y la recreación, en el ámbito de un enriquecimiento no sólo material sino también espiritual? No estoy pensando en hombres trabajando, como en la época de Engels, 14 ó 15 horas diarias. Estoy pensando en hombres trabajando cuatro horas. Si la tecnología lo permite, entonces, ¿para qué

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hacerlo durante ocho? Lo más lógico y elemental es que mientras más productividad, menos esfuerzo físico o mental, menos desempleo y más tiempo libre debe tener el hombre. [Aplausos.] Llamemos hombre libre a aquel que no tiene que trabajar toda la semana, incluidos sábado, domingo y doble turno, porque no le alcanza el dinero, y corriendo velozmente a todas horas, en un metro o en un ómnibus por las grandes ciudades. ¿A quién le van a hacer la historia de que ese hombre es libre? [Aplausos.] Si las computadoras y máquinas automáticas pueden obrar milagros en la creación de bienes materiales y servicios, ¿por qué el hombre no se podría servir de la ciencia que ha creado con su inteligencia para el bienestar humano? ¿Por qué debido exclusivamente a razones comerciales, ganancias e intereses de elites superprivilegiadas y poderosas, bajo el imperio de leyes económicas caóticas e instituciones que no son eternas, ni lo fueron ni lo serán nunca, como las famosas leyes del mercado convertido en objeto de idolatría, en palabra sacrosanta que a todas horas se menciona, todos los días, el hombre de hoy tiene que soportar hambre, desempleo, muerte prematura, enfermedades curables, ignorancia, incultura y todo tipo de calamidades humanas y sociales, si pudieran crearse todas las riquezas necesarias para satisfacer necesidades humanas razonables que sean compatibles con la preservación de la naturaleza y la vida en nuestro planeta? Hay que meditar, 320

hay que definir. Desde luego, parece elementalmente razonable que el hombre disponga de alimentación, salud, techo, vestido, educación, transporte racional adecuado, sostenible y seguro, cultura, recreación, amplia variedad de opciones para su vida y mil cosas más que pudieran ser asequibles al ser humano, y no por supuesto un jet particular y un yate para cada uno de los 9.500 millones de seres humanos que en no más de 50 años estarán habitando el mundo. Han deformado la mente humana. Menos mal que en la época del Edén y del arca de Noé que nos narra el Antiguo Testamento no existían esas cosas, me imagino que vivían un poco más tranquilos. [Risas.] Bueno, si tuvieron un diluvio, también nosotros lo tenemos con harta frecuencia. Vean lo que acaba de pasar en Centroamérica, y con los cambios de clima nadie sabe si terminaremos comprando, adquiriendo o haciendo colas a la entrada de un arca. [Risas.] Es así, han inculcado todo eso a la gente; han enajenado a millones, a decenas de millones y a cientos de millones de personas, y las hacen sufrir tanto más cuanto menos son capaces de satisfacer sus necesidades elementales, porque no tienen siquiera el médico ni tienen la escuela. Mencioné la fórmula anárquica, irracional y caótica impuesta por el neoliberalismo: Invertir cientos de miles de millones sin orden ni concierto alguno; decenas de millones de trabajadores produciendo las mismas cosas: televisores, componentes 321


de computadoras, clip o chips, como se llamen [risas], infinidad de artículos y objetos, incluidos montones de automóviles. Todos haciendo lo mismo. Han creado el doble de capacidad necesaria para producir automóviles. ¿Qué clientes para los automóviles? Están en África, en América Latina y en otros muchos lugares del mundo, sólo que no tienen un centavo para adquirirlos, ni gasolina, ni autopistas, ni talleres, que acabarían arruinando aún más los países del Tercer Mundo, despilfarrando recursos que requiere el desarrollo social y destruyendo aún más la naturaleza. Creando en los países industrializados patrones de consumo insostenibles y sembrando sueños imposibles en el resto del planeta, el sistema capitalista desarrollado ha ocasionado ya un gran daño a la humanidad. Ha envenenado la atmósfera y agotado enormes recursos naturales no renovables, de los cuales la especie humana va a tener gran necesidad en el futuro. No se imaginen, por favor, que estoy concibiendo un mundo idealista, imposible, absurdo. Estoy tratando de meditar sobre lo que puede ser un mundo real y un hombre más feliz. No habría que mencionar una mercancía, bastaría mencionar un concepto: la desigualdad hace ya infeliz al 80% de los habitantes de la Tierra, y no es más que un concepto. Hay que buscar conceptos y hay que tener ideas que permitan un mundo viable, un mundo sostenible, un mundo mejor.

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A mí me sirve de entretenimiento lo que escriben muchos de los teóricos del neoliberalismo y de la globalización neoliberal. Realmente, tengo poco tiempo de ir al cine, casi nunca; de ver casetes, aunque sean buenos, hay algunos buenos, me pongo a leer artículos de estos señores para divertirme, [risas] sus analistas, sus comentaristas más agudos, más sabios, los veo envueltos en una cantidad de contradicciones, de confusión, incluso desesperación, queriendo cuadrar el círculo; debe ser para ellos algo terrible. [Aplausos.] Recuerdo que una vez me enseñaron una figurita que era cuadrada, tenía dos rayas arriba así, una en el medio y otra hacia abajo. [Señala.] La cuestión era pasarla con el lápiz sin levantarlo una sola vez. Ni se sabe el tiempo que perdí [risas] en tratar de hacerlo, en vez de hacer la tarea, estudiar matemática, lenguaje y otras cosas, porque cuando no existían los jugueticos esos que inventó la industria para entretener a los muchachos durante las clases y para que saquen suspenso en la escuela, ya desde mi época inventábamos nosotros mismos cosas en las que perdíamos bastante tiempo. Pero me divierto, gozo, disfruto, al menos les agradezco eso; [risas y aplausos] pero también les agradezco lo que me enseñan. ¿Y saben quiénes son los que más feliz me hacen en sus artículos y análisis? ¡Ah!, los más conservadores, los que no quieren ni oír hablar del Estado, ¡ni siquiera mencionarlo! Los que anhelan un banco central en la Luna, [risas] para que a ningún humano se le ocurra andar rebajando o subiendo intereses. Es increíble. 323


Esos son los que más feliz me hacen, porque cuando ellos dicen algunas cosas, yo pienso: ¿Me habré equivocado, este artículo no lo habrá escrito un extremista de izquierda, un radical? [Risas.] ¿Pero qué es esto?, al ver a Soros escribiendo libro tras libro. Y el último, sí, lo tuve que leer también, no me quedó más remedio, porque dije: Bueno, éste es teórico; pero, además, es académico, y adicionalmente tiene no sé cuántos miles de millones resultado de operaciones especulativas. Este hombre debe saber de eso, los mecanismos, los trucos. Pero el título: Crisis del capitalismo global, fue el nombre que le puso, es todo un poema; lo dice con gran seriedad [risas], y al parecer con una convicción tal que entonces me digo: ¡Caramba, parece que no soy el único loco en este mundo! [Risas y aplausos.] De los que expresan inquietudes similares hay cantidad, yo les presto aún más atención que a los adversarios del orden económico mundial existente. El de izquierda va a querer demostrar de todas formas que eso va abajo. [Risas.] Es lógico, es su deber, y, además, tiene razón; [risas] pero el otro no desea eso de ninguna manera. Ante catástrofes, crisis, amenazas de todas clases, se desesperan y escriben muchas cosas. Están desconcertados, es lo menos que puede decirse; han perdido la fe en sus doctrinas. Entonces, los que decidimos resistir en solitario, y ya no hablo de la soledad geográfica, sino casi de la soledad en el campo de las ideas, porque los desastres traen consecuencias, escepticismos que son multiplicados por la experta y poderosa 324

maquinaria publicitaria del imperio y sus aliados; todo eso trae pesimismo en mucha gente, confusión, no tienen todos los elementos de juicio para analizar situaciones con una perspectiva histórica y se desalientan. ¡Ah!, qué amargos eran aquellos días, aquellos primeros días, y desde antes de los primeros días, cuando vimos a mucha gente cambiar de camisa por aquí y por allá, realmente —y no estoy criticando a nadie, estoy criticando a las camisas. [Risas y aplausos.] ¡Ah!, en qué brevísimo tiempo hemos visto cómo todo cambia, y aquellas ilusiones han ido quedando atrás, han durado menos —como se dice en Cuba y no sé si aquí también— que un merengue en la puerta de una escuela. [Risas.] Allá, en la antigua URSS, llegaron con sus recetas neoliberales y de mercado y han ocasionado destrozos increíbles, ¡verdaderamente increíbles!, desgajado naciones, desarticulado federaciones de repúblicas, económica y políticamente; han reducido las perspectivas de vida, en algunas de ellas 14 y 15 años; han multiplicado la mortalidad infantil tres o cuatro veces; han creado problemas sociales y económicos que ni siquiera un Dante resucitado sería capaz de imaginar. Es realmente triste, y aquellos que procuramos estar lo más informados posible de lo que está ocurriendo en todas partes —y no nos queda más remedio que saberlo o estaremos desorientados, saberlo en un mayor o menor grado, con mayor o menor profundidad—, tenemos una idea, a nuestro 325


juicio, bastante clara de los desastres que el dios del mercado, sus leyes y sus principios, y las recetas del Fondo Monetario Internacional y demás instituciones neocolonizadoras o recolonizadoras del planeta, recomendadas e impuestas prácticamente a todos los países, han ocasionado; al extremo de que, incluso, a países ricos como los de Europa los obligan a unirse y buscar una moneda para que hombres tan expertos como Soros no echen al suelo hasta la libra esterlina, otrora no lejana reina de los medios de intercambio, arma y símbolo del imperio dominante y dueño de la moneda de reserva del mundo, todos esos privilegios que hoy posee Estados Unidos. Los ingleses tuvieron que pasar por la humillación de ver en el suelo su libra esterlina. Lo mismo hicieron con la peseta española, el franco francés, la lira italiana; jugaban apoyados en el grueso poderío de sus miles de millones, porque los especuladores son jugadores que apuestan con las cartas marcadas. Ellos tienen toda la información, los más expertos economistas, premios Nobel, como los de esa famosa compañía que era la más prestigiosa de Estados Unidos, llamada Administración de Capitales a Largo Plazo. En inglés creo que se dice Long-Term Capital Management —ustedes me perdonan mi “excelente” pronunciación inglesa—, [risas] prefiero el título en español, pero está reconocido ya en todas partes por su nombre materno, casi está castellanizado. Con un fondo que sumaba 4.500 millones de dólares, movilizó 120.000 millones para utilizarlos en operaciones especulativas. 326

Contaba en su nómina con dos premios Nobel y los más expertos programadores de computación, y vean, se equivocaron los ilustres caballeros, porque están pasando tantas cosas raras que con algunas de ellas no contaron: si la diferencia entre los bonos del tesoro a 30 años y a 29 años estaba un poco más amplia de lo razonable, inmediatamente todas las computadoras y los nobeles decidieron que había que comprar de estos tanto y vender a futuro de los otros más tanto. Pero resulta que tuvieron problemas con la crisis desatada, que tampoco esperaban, creían que habían descubierto ya el milagro de un capitalismo creciente, creciente y creciente, sin una sola crisis jamás… ¡Suerte que no se les ocurrió eso hace dos mil o tres mil años! Hemos tenido suerte que Colón tardara en descubrir este hemisferio [risas] y que comprobara que la Tierra era redonda y se retrasaran igualmente otros adelantos económicos, sociales y científicos, donde asentó sus raíces tal sistema, precisamente inseparable de las crisis, porque tal vez no habría ya seres humanos en este planeta. Es posible que ya no quedara nada de nada. Se equivocaron y perdieron los de la LongTerm, como se les llama familiarmente. Bueno, un desastre, tuvieron que ir a rescatarla violando todas las normas éticas, morales y financieras impuestas por Estados Unidos al mundo, y tuvo que ir el presidente de la Reserva Federal a declarar en el Senado que si no salvaba aquel fondo, se produciría inevitablemente una catástrofe económica en Estados Unidos y en el resto del mundo. 327


Otra pregunta más: ¿Qué economía es ésta que hoy impera, en la cual tres o cuatro multimillonarios —y no de los grandes, no Bill Gates y otros parecidos, no; Bill Gates posee como quince veces el capital inicial de que disponía la Long-Term, con el cual esta movilizó enormes sumas de los ahorristas, recibiendo préstamos de más de 50 bancos— pueden producir una catásfrofe económica en Estados Unidos y en el mundo? ¡Ah!, se hunde la economía internacional si no hubiese sido rescatada, y lo declara uno de los tipos más competentes, más inteligentes que tiene Estados Unidos, el presidente del Sistema de la Reserva Federal. Este distinguido señor sabe más de cuatro cosas, lo que ocurre es que no las dice todas, porque parte del método consiste en la falta total de transparencia y fuertes dosis de calmante cada vez que hay pánico, palabritas dulces y alentadoras: “todo está muy bien, la economía marcha excelentemente”, etcétera; es la técnica reconocida y aplicada sin falta. Pero el presidente de la Reserva Federal tuvo que reconocer ante el Senado de Estados Unidos que venía una catástrofe si no hacía lo que hizo. Esas son las bases de la globalización neoliberal. Cuenten una menos, pueden restar otras 20 de su endeble andamiaje, no se preocupen. ¡Lo que han creado es insostenible!, pero están haciendo sufrir a mucha gente en muchas partes del mundo; se han arruinado naciones enteras con las fórmulas del Fondo Monetario Internacional, y siguen arruinando países, no tienen manera de evitar que se arruinen, siguen haciendo disparates y en las 328

bolsas el precio de las acciones lo han inflado y lo siguen inflando hasta lo infinito. En las bolsas de valores de Estados Unidos, más de un tercio de los ahorros de las familias norteamericanas y el 50% de los fondos de pensiones están invertidos en acciones; calculen una catástrofe como la de 1929 cuando sólo un 5% tenía sus ahorros invertidos en esos valores bursátiles. Pasan un gran susto hoy, dan veinte carreras, eso lo hicieron después de la crisis de agosto pasado en Rusia, cuyo peso en el producto bruto mundial es sólo 2%, hizo bajar más de 500 puntos en un día al Dow-Jones, índice estrella de la Bolsa de Nueva York; 512 puntos exactamente, y se armó el correcorre. La verdad es que lo que podemos decir de los dirigentes de este sistema imperante es que se pasan el día corriendo por el mundo entre bancos, instituciones, [risas] y cuando vieron lo que pasó en Rusia, se produjo una olimpiada de campo y pista, se reunieron con el Consejo de Relaciones Exteriores, que radica en Nueva York; Clinton pronuncia un discurso diciendo que el peligro no es la inflación, sino la recesión, y en unos días, en unas horas, prácticamente, dieron un giro de 180 grados, y de la idea de elevar la tasa de interés, lo que hicieron fue rebajarla. Reunieron a todos los directores de bancos centrales en Washington, el 5 y 6 de octubre pasados, pronunciaron discursos, les hicieron no se sabe cuántas críticas al Fondo Monetario, acordaron supuestas medidas para ver cómo aliviaban el peligro.

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Pocos días más tarde el gobierno de Estados Unidos reunió al Grupo de los 7, que decidió aportar 90.000 millones de dólares para que la crisis no se extendiera por Brasil y, a través de Brasil, a toda Suramérica, tratando de evitar que la candela alcanzara las propias bolsas superinfladas de Estados Unidos, ya que basta un alfiler, un pequeño agujerito, para que el globo se desinfle. Vean los riesgos que amenazan la globalización neoliberal. Hicieron todo eso, y cuando, incluso, algunos de nosotros, yo mismo pensaba, lo había dicho: “Tienen recursos, tienen posibilidades de maniobra para posponer un tiempito la gran crisis”, posponerla, no al final evitarla, meditaba sobre el problema y dije: Parece que lo han logrado, con todas las medidas adoptadas o impuestas: la baja de la tasa de interés, los 90.000 millones para apoyar al Fondo, que ya no tenía fondos, [risas] los pasos de Japón para enfrentar la crisis bancaria, el anuncio brasileño de fuertes medidas económicas, el anuncio oportuno de que la economía norteamericana había crecido más de lo previsto en el tercer trimestre. Parecía que aguantaban la cosa, y ahora, hace sólo unos días, nos sorprendemos todos de nuevo con las noticias que llegan de Brasil sobre la situación económica que se ha creado, algo que nos duele realmente mucho, por razones asociadas a esta misma cuestión, al esfuerzo necesario de nuestros pueblos para unir fuerzas y librar la dura lucha que nos espera, ya que sería sumamente negativa para América Latina una crisis destructora en Brasil. 330

En este momento, a pesar de todo lo que hicieron, están los brasileños enfrentando una situación económica complicada, cuando ya Estados Unidos y los organismos financieros internacionales habían utilizado una buena parte de sus recetas y cartuchos. Transcurridos los primeros meses del gran susto, ahora exigen nuevas condiciones y parecen más indiferentes a la suerte de Brasil. A Rusia la pretenden mantener al borde de un abismo. No es un país pequeño, es un país que tiene la mayor extensión territorial del mundo y 146 millones de habitantes, miles de armas nucleares, donde una explosión social, un conflicto interno o cualquier cosa pueden causar terribles daños. Son tan locos y tan irresponsables estos señores que dirigen la economía mundial, que después de hundir al país con sus recetas, no se les ocurre siquiera utilizar un poco de esos papeles que han impreso —porque es lo que vienen a ser los bonos de la tesorería donde los especuladores asustados se refugian ante cualquier riesgo comprando bonos del tesoro de Estados Unidos—, no se les ocurre emplear un poco de los 90.000 millones de apoyo al Fondo, para evitar una catástrofe económica o política en Rusia. Lo que se les ocurre es exigirle un montón de condiciones imposibles de aplicar. Le exigen que baje presupuestos que están ya por debajo del límite indispensable, le exigen la libre conversión, el pago inmediato de elevadas deudas, todos aquellos requisitos que acaban con las reservas que 331


puedan quedarle a cualquier país. No piensan, no escarmientan; pretenden mantenerla en situación precaria, al borde de un abismo, con ayuda humanitaria, exigiendo condiciones y creando peligros realmente serios. Ni está resuelto el problema de Rusia, país al que hundieron con sus asesores y sus fórmulas, ni han resuelto el de Brasil, un problema que estaban muy interesados en resolver, porque les podía tocar muy de cerca; de modo que a mí me parecía, por ejemplo, que era la última trinchera que les quedaba a las bolsas de Estados Unidos. Pasaron el gran susto; con algunas de las medidas mencionadas estabilizaron un poco las mismas, se desató de nuevo la compra y venta de acciones y están otra vez en una carrera hacia el espacio, creando las condiciones de una mayor crisis, y relativamente pronto, ni se sabe de qué consecuencias para la economía y la sociedad norteamericanas. No es posible imaginar qué pasaría si ocurriera allí un 29, ellos creen que riesgos de crisis como la del 29 los tienen resueltos y resulta que no tienen resuelto nada. No han podido ni evitar la crisis brasileña, y, en consecuencia, le pueden hacer un daño a todo el proceso de integración de Suramérica, a todo el proceso de integración latinoamericano y a los intereses de todos nuestros países. Por eso hablaba de la mala noticia recién llegada. Pero todo tiene su causa, su explicación y, a fuerza de atender y observar lo que piensan, lo que

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dicen, lo que hacen, se llega a adivinar, realmente, qué tienen escondido en la cabeza. Con esta gente lo esencial no es creer lo que están diciendo, sino, a partir de lo que están diciendo, penetrar en su cerebro —con el menor trauma posible, los pobrecitos, para no hacerles daño— [risas] y saber lo que están pensando, saber lo que no han dicho y por qué no lo han dicho. Así se comportan. Por eso es realmente algo de profundo interés, aliento reflexivo y reafirmación de convicciones para nosotros, que vivimos aquellos días de que hablaba de la incertidumbre, de la amargura, de la pérdida de fe de no pocos hombres de ideas progresistas, ver ahora cómo muchas verdades se van abriendo paso, mucha gente va pensando más profundamente, y que aquellos que se vanagloriaban del fin de la historia y el triunfo definitivo de sus anacrónicas y egoístas concepciones están hoy en declive y en una desmoralización inocultable. Estos ocho años —digamos, desde 1991, es decir, desde que se derrumbó la URSS hasta ahora— fueron para nosotros años duros en todos los sentidos, pero en este sentido también, en el orden de las ideas, de los conceptos; y ahora vemos cómo los superpoderosos que creían haber creado un sistema y hasta un imperio para mil años, comienzan a percatarse de que los cimientos de ese imperio y de ese sistema, de ese orden, se están derrumbando.

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¿Qué nos han dejado, ese capitalismo global, o esa globalización capitalista neoliberal? No sólo a partir de este que conocemos, sino desde la raíz misma, el capitalismo aquel del que nació el que actualmente impera, progresista ayer, reaccionario e insostenible hoy, a través de un proceso que muchos de ustedes, historiadores, y aun quienes no lo sean, como los estudiantes de economía, deben saberlo; con una historia de 250 a 300 años, cuyo teórico fundamental publica su libro en 1776, el mismo año de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, Adam Smith, tan conocido por todos. Un gran talento, sin duda una gran inteligencia, no pienso que un gran pecador, un culpable, un bandido; era un estudioso de aquel sistema económico que había nacido en Europa y estaba en pleno auge, que reflexionó, investigó y expuso los cimientos teóricos del capitalismo; el capitalismo de aquella época, porque el de ahora ni siquiera lo podía imaginar Adam Smith. En aquella época de diminutos talleres y pequeñas fábricas, él sostenía que la motivación fundamental en la actividad económica era el interés individual y que su búsqueda privada y competitiva constituía la fuente máxima del bien público. No había que apelar al humanitarismo del hombre, sino a su amor a sí mismo. La propiedad y la dirección personal era la única forma compatible con aquel mundo de pequeñas industrias que Adam Smith conoció. No pudo siquiera ver las grandes fábricas y las impresionantes masas de trabajadores que surgieron 334

después a fines del propio siglo XVIII. Mucho menos imaginar las gigantescas corporaciones y empresas transnacionales modernas con millones de acciones, donde los que administran son ejecutivos profesionales que nada tienen que ver con la propiedad de las mismas, limitándose de vez en cuando a rendir cuenta a los accionistas. Ellos son los que deciden qué dividendos se pagan, cuánto y dónde se invierte. Estas formas de propiedad, dirección y disfrute de las riquezas nada tienen que ver con el mundo que él conoció. Pero el sistema continuó desarrollándose y tomó considerable impulso con la Revolución Industrial inglesa, nació la clase obrera y surgió quien, a mi juicio, fue el más grande pensador —con respeto de cualquier criterio— en el terreno económico y también político, Carlos Marx. Nadie, incluso, llegó a conocer más sobre las leyes y los principios del sistema capitalista que Marx. Angustiados por la crisis actual, no son pocos los miembros de la élite capitalista que leen a Marx, buscando diagnósticos y posibles remedios a sus males de hoy. Con él había surgido la concepción socialista como antítesis del capitalismo. La lucha entre estas ideas que simbolizaron ambos pensadores ha perdurado durante mucho tiempo y todavía perdura. El capitalismo original continuó desarrollándose bajo los principios de su teórico más ilustre, hasta llegar —pudiéramos decir— a la Primera Guerra Mundial.

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Ya antes de la Primera Guerra Mundial había un cierto nivel de globalización, existía el patrón oro en el sistema monetario internacional. Vino después la gran crisis de 1929 y la gran recesión que duró más de 10 años. Surge entonces con gran fuerza otro pensador, de los cuatro pilares del pensamiento económico con su enorme trascendencia política en los últimos tres siglos, con el sello indeleble de cada uno de ellos, John Maynard Keynes, de ideas avanzadas en aquella época —no como las de Marx ni mucho menos, aunque bastante respetuoso de Marx, coincidente con él en algunos conceptos—, y elabora las fórmulas que sacan a Estados Unidos de la gran depresión. No solo él, desde luego; había un grupo de académicos bastante coincidentes e influidos por él. En aquella época casi no había economistas, ni les hacían mucho caso, no sé si para bien o para mal, depende de cuál. [Risas.] Pero ya comenzaron a surgir grupos bien preparados, con mucha información estadística, que hacían estudios profundos, y durante el gobierno de Roosevelt, en un país agotado y angustiado por una interminable recesión, muchos de ellos fueron destacados miembros del gabinete o de otras instituciones, y las teorías de Keynes ayudaron a sacar al capitalismo de la peor crisis que había conocido.

hasta que vino el señor Nixon y el gran imperio nos estafó a todos. [Risas.] Ustedes pueden que se pregunten, con razón, por qué les estoy hablando de esto. He mencionado a estos personajes, aunque me falta aun el cuarto, porque para nosotros es muy importante tratar de conocer bien la historia del sistema que en este instante rige al mundo, su anatomía, sus principios, su evolución, sus experiencias, para comprender cabalmente que aquella criatura, que vino al mundo hace alrededor de tres siglos, está llegando a sus etapas finales. [Aplausos.] Conviene saberlo y casi casi hay que hacerle la autopsia antes de que termine de fallecer, no vaya a ser que con él vayamos a fallecer muchos y, si se tarda un poquito más de la cuenta, vayamos a desaparecer todos. [Risas y aplausos.] Mencioné el patrón oro, porque desempeñó un papel muy importante en los problemas que ahora estamos afrontando. Ya próximo a finalizar la Segunda Guerra Mundial se intentaba establecer una institución que regulara e impulsara el comercio mundial; había realmente una desastrosa situación económica, consecuencia de aquella larga, destructiva y sangrienta guerra; es cuando surge el famoso y conocido acuerdo de Bretton Woods elaborado por algunos países, entre ellos los más influyentes y los más ricos.

Hubo una suspensión temporal del patrón oro que luego fue restablecido de nuevo por Roosevelt, si mal no recuerdo, en 1934. Sé que se mantuvo hasta 1971; 37 años ininterrumpidos creo que duró,

Ya el más rico de todos era Estados Unidos, que en ese momento acumulaba el 80% del oro existente en el mundo, y ellos establecieron una

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moneda de cambio fija sobre la base del oro, el patrón oro-dólar, se pudiera llamar así, porque combinaron el oro con el billete norteamericano que se convirtió en la moneda de reserva internacional. Eso le dio un enorme poder y un especial privilegio a Estados Unidos, que lo ha estado usando hasta ahora en favor de sus propios intereses; le dio el poder de manejar la economía mundial, establecer las reglas, dominar en el Fondo Monetario, donde hace falta un 85% de los votos para tomar algún acuerdo, y con el 17,5% ellos pueden bloquear cualquier decisión de esa institución, y, por tanto, dominan, son prácticamente dueños del Fondo Monetario, dicen la última palabra y han logrado imponer el orden económico mundial que estamos padeciendo. Pero antes Nixon hizo su trampa: tenían inicialmente 30.000 millones de dólares en oro, cuyo precio mantenían mediante un estricto control del mercado a 35 dólares la llamada onza troy. Pronto comenzaron a hacer gastos sin impuestos, guerras sin impuestos, en la aventura de Viet Nam gastaron más de 500.000 millones de dólares, se les estaba acabando el oro, les quedaban 10.000 millones y al paso que iban se les iba a acabar todo, y en un discurso —creo que fue el 17 de agosto de 1971— declara paladinamente que suspendía la conversión del billete norteamericano en oro. Ellos, mediante un control riguroso del mercado, como ya dije, mantenían un precio fijo para el oro: el ya mencionado de 35 dólares la onza; si había oferta excesiva de oro, compraban; total, no les costaba nada, entregaban los billetes aquellos 338

y recogían el oro, evitando que el precio bajara. Si había demanda excesiva de oro amenazando elevar el precio, hacían lo contrario: vendían oro de sus cuantiosas reservas para abaratarlo. Muchos países apoyaban sus monedas con reservas en oro o en billetes norteamericanos. Había, al menos, un sistema monetario relativamente estable para el intercambio comercial. Desde el momento en que Nixon, estafando a todo el mundo, a todo el que tenía un billete de ésos —y el mundo tenía cientos de miles de millones como reservas en sus bancos centrales—, les dice a todos que ya no tendrían derecho a recibir en oro físico el valor que tenía cada billete norteamericano, lo hace unilateralmente, por decreto presidencial o no sé qué forma jurídica, no era ni siquiera una decisión del Congreso, suspende así el más sagrado compromiso contraído mediante un tratado internacional. Se quedaron con el oro. Después subió el precio. El oro que les quedaba por valor de 10.000 millones de dólares llegó a valer mucho más que los 30.000 millones que tenían inicialmente en oro físico; se quedaron además con todos los privilegios del sistema, el valor de sus bonos del tesoro, de sus billetes, que continuaron obligadamente como moneda de reserva en los bancos centrales de los países, que a ellos les costó todo lo que tuvieron que exportar para recibirlos y a Estados Unidos sólo el gasto de imprimirlos. Adquirieron así un poder económico todavía mayor; en cambio, comenzaron a desestabilizar al 339


mundo. ¿Cómo? Las demás monedas entraron en una etapa de oscilación, su valor variaba todos los días, se desata la especulación monetaria, operaciones especulativas de compra y venta de monedas, que alcanzan hoy magnitudes colosales, basadas en la constante fluctuación de sus valores. Un nuevo fenómeno había surgido y se ha hecho ya incontenible. La especulación con las monedas, que hace sólo 14 años alcanzaba 150.000 millones de dólares anuales, hoy alcanza más de un millón de millones cada día. Fíjense, no utilizo la palabra billón, porque hay un enredo armado entre el billón inglés y el español. [Risas.] El primero equivale a 1.000 millones; el segundo a un millón de millones. A esta cifra la llaman en Estados Unidos trillón. Acaba de surgir el millardo, que también significa 1.000 millones, para tratar de entenderse en una verdadera torre de Babel de cifras y números, que da lugar a numerosas confusiones y errores de traducción y comprensión. Dije, y repito para que quede bien claro, que las operaciones especulativas con las monedas alcanzan ya más de un millón de millones de dólares cada día. Ha crecido dos mil veces en 14 años, y la base de eso está en la medida que tomó Estados Unidos en 1971, que puso todas las monedas a fluctuar, dentro de ciertos límites o a fluctuar libremente. Ahora tenemos, por tanto, el capitalismo con este nuevo fenómeno, que ni siquiera en un día de la peor pesadilla de Adam Smith le pudo pasar por la mente, [risas] cuando escribió su libro sobre la riqueza de las naciones. 340

Surgieron igualmente otros nuevos e incontrolables fenómenos —uno que ya mencioné—, los fondos de cobertura. Sí, de esos hay cientos o miles. Calculen lo que debe estar pasando por ahí y piensen lo que significa que el presidente de la Reserva de Estados Unidos haya dicho que uno de ellos podía haber creado una catástrofe económica en Estados Unidos y en el mundo. El sabe bien, él debe conocer con precisión la realidad. Se adivina por determinados artículos de algunas revistas conservadoras, porque éstos saben, necesitan a veces decir algo para apoyar su argumentación, pero tratan de ser sumamente discretos; ya no hay, sin embargo, tanta gente boba en el mundo [risas] y no es difícil darse cuenta de lo que no quisieron divulgar. Una frase de una muy conocida revista británica, criticando la medida de Greenspan por lo que hizo con el famoso fondo, es interesante, dijo más o menos: Tal vez Greenspan tenía alguna información adicional. Usó, realmente, una frase que no puedo recordar ahora con exactitud, más sutil todavía, pero se podía percibir en esa revista, que no anda diciendo cosas de más y es bien experta, que sabía más que lo que decía, y que aunque no compartía la decisión sabía bien por qué el presidente de la Reserva dijo: “Hay que salvar este fondo”; es incuestionable que tanto la revista como Greenspan conocían por qué éste pensaba que podía producirse una cadena de quiebras de importantes bancos en centros estratégicos. La cuarta personalidad que ha dejado una huella inconfundible en la última etapa del desarrollo del 341


pensamiento económico capitalista es Milton Friedman, padre del monetarismo estricto que hoy aplican muchos países del mundo y que de modo especial el Fondo Monetario Internacional defiende, último recurso contra el fenómeno de la inflación que resurgió con extraordinaria fuerza después de Keynes. Hay hoy de todo: depresión en unos países, inflación en otros, recetas y medidas que desestabilizan a los gobiernos. Todos en el mundo comprenden ya que el Fondo Monetario Internacional a todo país que ayuda, a todo país al que pretende ayudar, lo hunde económicamente y lo desestabiliza políticamente. Nunca pudo decirse mejor que las ayudas del Fondo Monetario Internacional son el beso del diablo. [Aplausos.]

renovables; contaminación de la atmósfera, de los mantos freáticos, de los ríos y los mares; cambios de clima de impredecibles y ya visibles consecuencias. En el último siglo, más de 1.000 millones de hectáreas de bosques vírgenes han desaparecido y una superficie similar se ha convertido en desiertos o en tierras degradadas. Hace 30 años casi nadie mencionaba este tema; hoy es cuestión vital para nuestra especie. No quiero mencionar más cifras. Creo que estos datos sirven para calificar un sistema que pretende la excelencia, otorgarle 100 puntos, 90, 80, 50, 25 ó tal vez menos 25. Todo es posible de demostrar de manera muy sencilla, sus desastrosos resultados pueden conceptuarse como verdades evidentes.

Permítanme señalar algunos hechos que deseo queden en la mente de ustedes, que responden a la pregunta que me hice cuando dije: ¿Qué nos ha dejado el capitalismo y la globalización neoliberal? Después de 300 años de capitalismo, el mundo cuenta con 800 millones de hambrientos, ahora, en este momento; 1.000 millones de analfabetos; 4.000 millones de pobres; 250 millones de niños que trabajan regularmente,130 millones sin acceso alguno a la educación, 100 millones que viven en la calle, 11 millones menores de cinco años, que mueren cada año por desnutrición, pobreza y enfermedades prevenibles o curables; crecimiento constante de las diferencias entre ricos y pobres, dentro de los países y entre los países; destrucción despiadada y casi irreversible de la naturaleza; despilfarro y agotamiento acelerado de importantes recursos no

Frente a esto, muchos se preguntan, ¿qué hacer? Bueno, los europeos han inventado su receta, se están uniendo, han hablado de una moneda única, la han aprobado, está ya en proceso de aplicación, con grandes simpatías de Estados Unidos, según declaran los voceros de este país, tan grandes como hipócritas [risas], porque todos sabemos que lo que quieren es que se hunda totalmente el euro, mientras afirman: “Magnífica cosa, está muy bien el euro. Es una excelente idea”. Bien, ésa es Europa, rica, desarrollada, con un producto bruto per cápita anual en algunos países de 20.000 dólares, en otros alcanza 25.000 ó 30.000. Compárenlos con países de nuestro mundo que tienen 500, 600 ó 1.000.

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¿Qué hacemos nosotros? Es una pregunta que tenemos que hacernos, dentro de este cuadro,


en un momento en que nos quieren tragar. No le quepa duda a nadie de que nos quieren tragar, y no debemos esperar que haya otro milagro como aquel en que sacaron a un profeta del vientre de una ballena, [risas] porque si la ballena que tenemos al lado nos traga, nos va a digerir, realmente, completos, a toda velocidad. Sí, este es nuestro hemisferio, y estamos hablando aquí, nada menos que en Venezuela, nada menos que en la tierra gloriosa donde nació Bolívar, donde soñó Bolívar [aplausos], donde concibió la unidad de nuestros países y trabajó por ella, cuando un caballo tardaba tres meses en ir desde Caracas hasta Lima y no había teléfonos celulares, ni aviones, ni carreteras, ni computadoras, nada de eso, y, sin embargo, concibió, vio ya el peligro de lo que podían significar aquellos, que eran unas pocas colonias recién independizadas en el norte lejano; previó, fue profeta. “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad”, dijo un día; lanzó la idea de la unidad de nuestros pueblos y luchó por ella hasta su muerte. Si entonces podía ser un sueño, hoy es una necesidad vital. [Aplausos.]

su parte, en el Lejano Oriente, constituye una inmensa nación; Japón, un poderoso país industrial. Como pienso que la globalización es un proceso irreversible y que el problema no está en la globalización, sino en el tipo de globalización, es por lo que me parece que en este difícil y duro camino, para el cual no disponen los pueblos, realmente, de mucho tiempo, desde mi punto de vista, tendrán que producirse uniones, acuerdos, integraciones regionales, y los latinoamericanos casi casi son los que más tienen que apurarse en la lucha por la integración; pero ya no solo de América Latina, sino de América Latina y el Caribe. [Aplausos.] Ahí están nuestros hermanos de lengua anglófona del Caribe, los países del Caricom, pequeñitos, llevan apenas unos años de independencia y se han portado con una dignidad impresionante.

¿Cómo, a nuestro juicio, pueden ir saliendo las soluciones? Son difíciles, bien difíciles. Los europeos, como dije, han trazado sus pautas y están en fuerte competencia con nuestro vecino del Norte, eso es clarísimo, fortísima y creciente competencia; Estados Unidos no quiere que nadie interfiera sus intereses en este que considera su hemisferio, lo quieren absolutamente todo para ellos. China, por

Lo digo por la conducta que han tenido con Cuba. Cuando todo el mundo en América Latina, por presiones de Estados Unidos, rompió con nuestro país, absolutamente todos, con excepción de México, fueron los caribeños al cabo de los años los que abrieron brecha, junto a Torrijos, y lucharon por romper el aislamiento de Cuba, hasta este momento en que Cuba tiene ya relaciones con la inmensa mayoría de los países latinoamericanos y del Caribe. [Aplausos.] Los conocemos y los apreciamos, no pueden quedar en el olvido, no pueden quedar en manos de la OMC y sus acuerdos; no pueden quedar a merced de empresas transnacionales norteamericanas del banano, tratando de arrancarles las pequeñas preferencias que tanto necesitan.

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Este mundo no se puede arreglar haciendo tablas rasas, ese es el método yanqui, arrancarlo todo de raíz. Varios de esos países viven de sus plantaciones, producen sólo el 1% del banano que se comercia, máximo el 2%, no es nada, y el gobierno de Estados Unidos, para proteger a una transnacional norteamericana que posee plantaciones en Centroamérica, interpuso un recurso ante la OMC, y además lo ganó. Ahora están los caribeños muy preocupados, porque les quitan las preferencias por esas vías y porque les tratan de liquidar la Convención de Lomé, en virtud de la cual disfrutan de algunas consideraciones mínimas, como ex colonias y países desesperadamente necesitados de recursos para el desarrollo, que es injusto arrebatarles. No se puede tratar igual a todos los países, con muy distintos niveles de desarrollo. No se pueden ignorar las desigualdades. No se puede aplicar una receta para todos. No se puede imponer una sola vía. Y de nada valen fórmulas para regular y desarrollar las relaciones económicas internacionales si es para beneficiar exclusivamente a los más ricos y poderosos. Tanto el Fondo Monetario como la OMC quieren hacer tabla rasa con todo.

lo tenían casi totalmente elaborado, hasta que una organización no gubernamental se hizo con una copia del proyecto, la sacó por Internet, se divulgó por el mundo, se produjo un escándalo en Francia, que rechazó el proyecto de acuerdo, rechazaron aquel acuerdo —al parecer no le habían prestado mucha atención a lo que se estaba cocinando en la OCDE— , después creo que también los australianos hicieron lo mismo, y fue abajo el proyecto elaborado con tanto secreto. Así se proyectan y elaboran importantes y decisivos tratados internacionales. Después lo ponen sobre una mesa, el que quiera suscribirlo que lo suscriba y el que no, ya sabe lo que le pasa. [Risas.] No discutieron una palabra con los países que tenían que aplicar tales ineludibles normas. Así se nos trata. Así se manejan los intereses más vitales de nuestros pueblos.

La OCDE, club exclusivo de los ricos, estaba elaborando, prácticamente en secreto, un acuerdo multilateral de inversiones con carácter supranacional, para establecer las leyes relacionadas con las inversiones extranjeras. Digamos, una especie de Helms-Burton a nivel mundial. Y calladitos, ya

Van a seguir. Tendremos que estar con ojos muy abiertos y siempre alertas con relación a esas instituciones. Hay que decir que nos estaban haciendo una gran trampa, se ha impedido por el momento; pero seguirán inventándose cosas que harían más difíciles todavía nuestras condiciones de vida. Ya no se trataba sólo de ponernos a competir a todos y todo el mundo haciendo desesperadas concesiones en todos los terrenos; con el Acuerdo Multilateral de Inversiones se buscaba invertir en las condiciones que les dé la gana, respetando, si quieren, el medio ambiente o envenenando todos los ríos de cualquier país, destruyendo la naturaleza, sin que nadie les

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pueda exigir nada. Sin embargo, en la OMC los países del Tercer Mundo somos mayoría y podemos luchar por nuestros intereses, si logramos evitar que nos engañen y nos dividan. Cuba no pudo ser excluida porque estaba en ella desde que se fundó. A los chinos no los quieren dejar entrar, por lo menos les hacen una resistencia tremenda. [Risas.] Los chinos realizan grandes esfuerzos por entrar en la OMC, porque a un país que no pertenezca a esa institución le pueden aplicar un arancel de 1.000 por ciento y bloquear totalmente sus exportaciones. Los países más ricos establecen las reglas y requisitos que más les convienen. ¿Qué les conviene? ¿A qué aspiran? A que un día no haya tarifas arancelarias, esto se añade al sueño de que sus inversiones no paguen impuestos al fisco nacional, o disfruten un montón de años libres de impuestos, mediante concesiones leoninas arrancadas a un mundo subdesarrollado, sediento de inversiones: libre derecho de hacer lo que les dé la gana en nuestros países con sus inversiones sin restricción alguna; libre circulación de capitales y mercancías en todo el mundo, excluida, por supuesto, esa mercancía que se llama hombre del Tercer Mundo, el esclavo moderno, la mano de obra barata, que tanto abunda en nuestro planeta, que inunda las zonas francas en su propia tierra o barre calles, recoge productos hortícolas, y realiza los trabajos más penosos y peor pagados cuando es admitido legal o ilegalmente en antiguas metrópolis y sociedades de consumo.

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Ese es el tipo de capitalismo global que nos quieren imponer. Nuestros países, repletos de zonas francas, no tendrían otro ingreso que el magro salario de los que tengan el privilegio de encontrar empleo, mientras un montón de multimillonarios acumulan fortunas y fortunas que no se sabe siquiera hasta adónde van a llegar. El hecho de que un ciudadano norteamericano, por talentoso y sabio que sea en materias técnicas y de negocios, posea una fortuna de 64 000 millones de dólares equivalente al ingreso anual de más de 150 millones de personas que viven en los países más pobres, no deja de ser algo asombrosamente desigual e injusto; que ese capital se haya acumulado en unos pocos años, porque cada tres o cuatro se haya estado duplicando el valor de las acciones de las grandes empresas norteamericanas, en virtud del juego de las operaciones bursátiles que inflan el precio de los activos hasta el infinito, demuestra una realidad que no puede ser calificada de racional, sostenible y soportable. Alguien paga todo eso: el mundo, las cifras siderales de pobres y hambrientos, enfermos, analfabetos y explotados que pueblan nuestra Tierra. ¿Qué año 2000 vamos a celebrar nosotros, y en qué clase de nuevo siglo vamos a vivir? Aparte de que el 31 de diciembre no se acaba este siglo. La gente se ha autoengañado porque quiere, ya que realmente el último año de este siglo es el 2000 y no 1999. [Aplausos.] Sin embargo, habrá fiestas, y entonces creo que algunos deben estar muy contentos de celebrar, de

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modo especial, el 31 de diciembre de 1999 y el 31 de diciembre del año 2000, y los que venden turrones, bebidas, regalos de Navidad, Santa Claus y todas esas cosas van a hacer enormes negocios con dos años de fin de siglo en vez de uno. [Risas.] Francia venderá más champaña que nunca. Yo estoy tranquilo. Ya este que nos condujo a 1999 lo tuve que pasar escribiendo un discurso, lo que tiene ciertas ventajas, porque no le entra a uno la tentación de abordar argumentos y temas adicionales, y se rige estrictamente por lo que se ha prometido a sí mismo. En eso estaba yo a las 12:00 de la noche de este 31 de diciembre; pero estaba contento, íbamos a cumplir 40 años de una revolución que no pudieron vencer. [Aplausos prolongados.] Estaba realmente feliz, para qué les voy a contar otra cosa. El mundo esperará el siglo XXI con unos individuos viviendo bajo los puentes de Nueva York, envueltos en papeles mientras otros amasan fortunas gigantescas. Hay muchos megamillonarios en ese país, pero son incomparablemente más los que viven debajo de los puentes, en los umbrales de las edificaciones o en viviendas precarias; existe pobreza crítica para millones de personas en los propios Estados Unidos, que no puede enorgullecer a los fanáticos defensores del orden económico impuesto a la humanidad. Hace unos días estuve conversando con una delegación norteamericana que nos visitó en Cuba, personas realmente informadas, amistosas y destacadas —en ese grupo había religiosos y también 350

El Comandante Fidel con algunos “pioneros”.


científicos—, las que me contaron que en el Bronx estaban promoviendo la construcción de un hospital pediátrico. Les digo: “¿En el Bronx no hay un solo hospital pediátrico?”. Dicen: “No”. “¿Y cuántos niños tiene el Bronx?”, les pregunto. Contestan: “Cuatrocientos mil niños”. De modo que hay 400.000 niños allí, en una ciudad como Nueva York, muchos de ellos de origen puertorriqueño, hispanos en general, y negros, que no tienen un hospital pediátrico. Pero me dijeron algo más: “Hay 11 millones de niños norteamericanos que no tienen asegurada la asistencia médica”. Vean, se trata en general de niños negros, mestizos, indios o hijos de inmigrantes de origen hispano. No vayan a creer que en aquella sociedad la discriminación se origina sólo por el color de la piel, no, no, no; sean trigueños o rubios, las damas o los caballeros, muchas veces son despreciados, simplemente por ser latinoamericanos. [Aplausos.]

El comandante Fidel en una de sus reflexiones.

Alguna vez pasé por aquel país, alguna vez me senté en alguna cafetería, o me alojé en esos moteles situados a la orilla de las carreteras, y percibí en más de una ocasión el trato despectivo; casi se sentían rabiosos cuando un latino llegaba allí. Recibía la impresión de una sociedad que albergaba mucho odio. Los 11 millones de niños sin servicios médicos garantizados pertenecen, en gran parte, a esas minorías que residen en Estados Unidos. Son los que tienen índices de mortalidad infantil más elevados. 353


Yo les pregunté cuánto era en el Bronx, y me dijeron que creían que era alrededor de 20 ó 21 en el primer año de vida; que hay otros lugares peores —en Washington mismo no sé cuánto había—, y en áreas de inmigrantes hispanos mueren 30 o treinta y tantos. Eso no es parejo. Ellos tienen mayor mortalidad infantil que Cuba. El país bloqueado, al que le hacen la guerra y al que le robaron 3.000 médicos, tiene hoy una mortalidad infantil de sólo 7,1 por cada 1.000 nacidos vivos en el primer año de vida. [Aplausos.] Son mejores nuestros índices, y es muy similar el nivel en todo el país; algunas provincias tienen 6, y no es la capital precisamente; otras pueden tener 8, pero está dentro de ese rango, dos o tres puntos de diferencia con la media nacional, porque existe una medicina realmente extendida a todos los sectores sociales y regiones. Desde que comenzó el período especial, en estos ocho terribles años, pudimos sin embargo reducirla de 10 a 7,1 que fue la de 1998. [Aplausos.] Una reducción de casi el 30%, a pesar, debo decirles, de que, cuando entramos en esa difícil prueba, al derrumbarse el campo socialista, y la URSS especialmente, con los que teníamos la mayor parte de nuestro comercio, mientras por otro lado se arreciaba la guerra económica de Estados Unidos contra Cuba, en 1993, por ejemplo, por muchos esfuerzos que hicimos, de casi 3.000 calorías diarias per cápita que consumía nuestra población se había reducido a 1.863, y de unos 75 gramos de proteína diarios de origen vegetal o animal se redujo 354

a 46 gramos, aproximadamente. ¡Ah!, pero quedó garantizado a toda costa, entre otras cosas esenciales, el litro de leche, y bien barato, subsidiado, para todos los niños hasta los siete años de edad. [Aplausos.] Nos las hemos arreglado para apoyar a los más vulnerables; si hay una sequía fuerte u otra catástrofe natural, proteger a todos, pero especialmente a los niños y a las personas de más edad, buscar de donde sea algunos recursos. Entre los avances que ha tenido nuestra Revolución, en pleno período especial, ha estado crear un conjunto de nuevos centros científicos de gran importancia. Produce nuestro país el 90% de los medicamentos que consume, aunque tiene que importar determinadas materias primas y traerlas desde lugares distantes. Tenemos escaseces de medicamentos, no lo niego, pero se ha hecho el máximo para que los más esenciales no falten nunca, una reserva central, por si un día falla alguno o se pierde, y estamos tratando de hacer una segunda. Son medidas, porque hay que prever, proteger a los que puedan tener más problemas. Desde luego, también es posible recibir medicamentos enviados por familiares desde el exterior, damos todas las facilidades, no se cobra absolutamente nada, no hay ninguna tarifa que pagar por eso; pero no dejamos de realizar los mayores esfuerzos para que el Estado pueda garantizarle a toda nuestra población esos recursos.

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A pesar de la referida reducción en los alimentos, pudimos rebajar el índice de mortalidad infantil, como les dije, un 30%; pudimos mantener e incluso elevar la perspectiva de vida; por otro lado, no se cerró una escuela; [aplausos] no se canceló una sola plaza de maestro, por el contrario, están abiertas las facultades de pedagogía para todos los que quieran matricularse. [Aplausos.] Debo advertir, para que no se vaya a producir alguna confusión, que no hemos podido hacer lo mismo en todas las carreras. En medicina tuvimos que establecer ya ciertos límites, pero buscando todavía más preparación, más calidad en los que ingresaban, porque graduamos a muchos médicos en nuestra pelea contra el vecino y les dimos autorización incluso para emigrar si así lo deseaban. Librando la batalla llegamos a crear 21 facultades universitarias de medicina. [Aplausos.] Ahora mismo, les estamos ofreciendo 1.000 becas a jóvenes centroamericanos para que se formen como médicos en nuestro país [aplausos] y 500 adicionales cada año durante 10 años; estamos creando una facultad latinoamericana de medicina. [Aplausos y exclamaciones.] Con las reducciones que hemos hecho en los gastos, incluso, de la defensa, a pesar de los peligros que nos acechan, los edificios de una excelente escuela de formadores de capitanes y técnicos navales, militares y civiles, que pasa a otra instalación, serán destinados a la nueva facultad de medicina que en marzo estará lista, y los primeros estudiantes centroamericanos estarán llegando para un curso de seis meses de preparación 356

premédica, a fin de refrescar conocimientos y evitar mortandad académica. En septiembre, estarán estudiando su primer año de medicina más de 1.000 jóvenes de Centroamérica. [Aplausos.] No sé si haga falta añadir que de forma absolutamente gratuita. [Aplausos.] Tal vez, y no lo tomen como un comercial a favor de Cuba, sino que está relacionado con las ideas que estoy planteando de lo que puede hacerse con muy poco, deba decirles que les ofrecimos 2.000 médicos a los países centroamericanos afectados por el huracán Match; [aplausos] y hemos planteado que nuestro personal médico está listo, que si algún país desarrollado o varios —y ha habido determinadas respuestas— suministraban los medicamentos, podríamos salvar en Centroamérica todos los años, fíjense, ¡todos los años!, tantas vidas como las que se perdieron con el huracán, suponiendo que el huracán hubiese costado no menos de 30.000 vidas, como se dijo, y que de las que se salvarían alrededor de 25.000 serían niños. Tenemos los cálculos y muchas veces cuestan centavos los medicamentos para salvar a un niño; lo que vale algo que no se puede pagar a ningún precio es el médico formado con una conciencia que lo lleva a trabajar en las montañas, [aplausos] en los lugares más apartados, en las zonas pantanosas, llenas de cuantos insectos puede haber, víboras, mosquitos y algunas enfermedades que no existen en nuestro país, y ninguno vacila. La inmensa mayoría de los médicos se han ofrecido voluntarios para la tarea, los tenemos listos, y hay 357


ya en este momento alrededor de 400 trabajando en Centroamérica; y en Haití, al cual le hicimos el mismo ofrecimiento después del huracán Georges, ya se encuentran alrededor de 250 médicos. En Haití el porcentaje de vidas salvables es mayor, porque la mortalidad infantil en los primeros años de vida es de 130 ó 132; es decir que reduciéndola a 35 —y en nuestro país se sabe de memoria cómo hacerlo— se estarían salvando alrededor de 100 niños por cada 1.000 nacidos vivos cada año. Por eso el potencial es mayor. Su población es de 7 millones y medio de habitantes, un número muy elevado de nacimientos, y, por lo tanto, un médico allí salva más vidas. En Centroamérica el índice promedio en los países afectados por el huracán está entre 50 y 60, es casi la mitad del potencial de vidas salvables. Les advierto que hicimos estos cálculos conservadoramente, hay una reserva por encima de las cifras mencionadas y un planteamiento: no queremos a nuestros médicos en las ciudades, no los queremos sobre el asfalto, porque no deseamos que ningún médico, en ninguno de esos países, se sienta afectado de alguna forma por la presencia de los médicos cubanos, porque estos van a prestar servicios en aquellos lugares donde no haya ningún médico y donde no quiera ir ninguno. Al contrario, hemos planteado las mejores relaciones con los médicos nacionales, la cooperación con ellos; sea un médico privado o no, si tienen que verle un caso de su interés que lo vean.

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Hemos planteado que es indispensable la colaboración con los médicos y también la colaboración con todos los sectores. Allí nuestros médicos no van a predicar ideas políticas, van a cumplir una misión humana, es su tarea. También la cooperación con sacerdotes y pastores, pues hay muchos de ellos desempeñando su misión en apartados lugares; algunos de nuestros primeros médicos fueron a parar a las instalaciones de alguna parroquia. Así, en realidad, están trabajando coordinadamente, nos place mucho; en lugares intrincados, donde hay indios que hablan su idioma con un gran sentido de la dignidad, y campesinos que viven en aldeas, donde es más fácil el trabajo que en la propia Cuba, porque en nuestro país viven aislados en las montañas, y el médico debe visitarlos periódicamente, por norma, tiene que caminar mucho. Una aldea, en cambio, puede ser recorrida tres veces en un día. Se está llevando a cabo un programa allí que es una prueba muy elocuente de cuánto puede hacerse con un mínimo de recursos materiales, y lo más importante —eso no lo saben aquellos caballeros, los señores que dirigen las instituciones financieras que he mencionado— es que hay un capital que vale mucho más que todos sus millones, el capital humano. [Aplausos.] Cualquier día me encuentro con algunos de esos auxiliares de Bill Gates, que es campeón de computación, y le hago una pregunta: ¿Usted podría averiguar cuántos norteamericanos han prestado servicios en el exterior desde que se crearon 359


los Cuerpos de Paz? Para saber si por casualidad son más que el número de cubanos que lo ha hecho, como fruto del espíritu generoso y solidario de esa isla y ese pueblo tan calumniado, tan ignorado, al que se le hace la guerra que no se les hizo a los fascistas del apartheid —me refiero a la guerra económica. Conozco a norteamericanos que son gente decente, altruista, los conozco, y es un mérito muy grande que allí, donde el sistema no siembra más que el egoísmo y el veneno del individualismo, haya mucha gente altruista, por una razón o por otra; a esos norteamericanos los respeto. He conocido a algunos de los que han estado en esos Cuerpos de Paz; pero estoy seguro de que ellos no podrían movilizar, desde que se crearon, los que pudo movilizar Cuba. Cuando en Nicaragua nos solicitaron una vez 1.000 maestros —después fueron un poco más—, pedimos voluntarios y se ofrecieron 30.000, y cuando las bandas de la guerra sucia contra los sandinistas, organizadas y suministradas por Estados Unidos, asesinaron a algunos de nuestros maestros —que no estaban en las ciudades, sino en los lugares más apartados de los campos y viviendo en las condiciones en que vivían los campesinos—, entonces se ofrecieron 100.000. [Aplausos.] ¡Eso es lo que quiero decir! Y añado que la mayoría de los que fueron eran mujeres, porque es mayoritario el número de mujeres en esa profesión. [Aplausos.]

fueron capaces de ir o estuvieron dispuestos a ir a esos lugares tantos compatriotas nuestros, se demostró que la conciencia y la idea de la solidaridad y del internacionalismo pueden llegar a ser masivas. [Aplausos.] Completo la idea. Ya les dije que nos llevaron la mitad de los médicos y más de la mitad de los profesores de la única facultad de medicina que había en Cuba. Aceptamos el desafío, no hay nada como el desafío, y hoy Cuba tiene 64.000 médicos, un médico cada 176 habitantes, [aplausos] el doble de médicos per cápita que el más industrializado de todos los países del Primer Mundo. Y lo que no les dije es que desde que comenzó el período especial hasta hoy hemos incorporado 25.000 nuevos médicos a las instituciones de salud y fundamentalmente a las comunidades de todo el país en ciudades, campos, llanos y montañas. ¡Eso se llama capital humano!

Por eso hablo de ideas, por eso hablo de conciencias, por eso creo en lo que digo, por eso creo en el hombre, porque cuando tan masivamente

Al hombre es mucho más fácil conquistarlo que comprarlo; [aplausos] es mucho más fácil conquistarlo, afortunadamente, porque la administración de Estados Unidos, con su llamada flexibilización del bloqueo, que constituye un verdadero engaño para el mundo, lo que ha planteado prácticamente es que cada norteamericano compre a un cubano. [Risas.] Digo: Bueno, vamos a aumentar de precio, [risas] porque hay 27 norteamericanos para cada cubano. A este gobierno, después de haber hecho contra nuestro país todo lo que ha hecho, endureciendo su guerra económica bajo la presión de la extrema derecha, se le ocurrió la última idea:

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ver cómo nos compra uno por uno; [risas] pero ya no al ministro o a otro dirigente administrativo o político, sino al ciudadano común y corriente, dándole permiso a cualquier norteamericano —claro, siempre aprobado previamente por ellos—, para enviar alguna remesa de dinero a un cubano, aun cuando no tenga parentesco alguno con él. Digo: muy bien, ahora ya sabemos que valemos algo por lo menos, [risas] porque hay gente que quiere pagar algo por nosotros, un gobierno riquísimo que lanza la consigna de comprarnos. Hay 4.000 millones de pobres en el mundo y no pagan ni un centavo por alguno de ellos. [Risas y aplausos.] Han elevado nuestra cotización en el mercado. Les cuento esto porque estamos extendiendo nuestro programa de asistencia médica a Suriname, que ya solicitó más de 60 médicos. Hasta en una región de Canadá, una provincia autónoma, sus autoridades nos solicitaron médicos. Dicen: es que no los encontramos aquí para prestar servicios en el círculo polar ártico no quieren venir. Les dijimos inmediatamente: Sí. Discutan con su gobierno, porque eso es asunto suyo. Claro, ya tendrían que ir en otras condiciones, por supuesto, no por negocio, sino por una elemental lógica tratándose de un país industrializado; sus servicios serían razonables aunque modestamente remunerados, ya que no es el interés económico lo que mueve nuestra conducta, sino un sincero deseo de cooperación internacional en el campo de la salud donde disponemos de los recursos humanos suficientes.

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Si el dirigente canadiense logra vencer los obstáculos para que vayan los médicos, vamos a tener médicos cubanos desde la selva del Amazonas hasta el Círculo Polar Ártico. [Aplausos.] Mas nuestro esfuerzo se concentra en el Tercer Mundo; les pagamos a nuestros médicos el modesto salario que reciben en nuestro país. Es bueno, nos alegramos, los médicos están muy contentos de esta tarea; poseen una elevada moral y gran tradición internacionalista. De otros lugares ya nos han estado solicitando cooperación. Así la idea que surgió para ayudar a Haití y siguió por Centroamérica, ahora nos damos cuenta de que se va extendiendo por Latinoamérica y el Caribe. No tenemos dinero, pero tenemos capital humano. [Aplausos.] No lo tomen por una jactancia, pero tendrían que reunir todos los médicos de Estados Unidos, no sé cuántos son, para ver si consiguen 2.000 voluntarios dispuestos a marchar a los pantanos, montañas y lugares inhóspitos donde van los médicos nuestros. Valdría la pena una pruebita para verlo, aunque sé que hay médicos altruistas también allí, no lo niego; pero reunir 2.000, salir de aquel nivel de vida de la sociedad de consumo e ir a parar a un pantano de la Mosquitia que ni los conquistadores españoles soportaban, que ya es mucho decir, [risas y aplausos] tal vez no puedan lograrlo. Allí están, sin embargo, los médicos cubanos: capital humano.

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Si de cada tres médicos sacamos uno, el programa que les hemos ofrecido a Haití y a Centroamérica lo podríamos ofrecer a todo el resto de América Latina donde existan condiciones parecidas, a todos los lugares donde mueran niños y mueran personas adultas porque no tienen asistencia médica, y donde no vaya nadie. Lo hemos planteado; lleva ese camino, por lo que veo, pero nuestro país puede dar respuesta. ¡Vean qué capital humano se puede acumular! ¿Cuántas vidas pueden salvarse? Nosotros hemos planteado y propuesto públicamente la idea de concertarnos los países de nuestra región para salvar un millón de vidas todos los años, entre ellas las de cientos de miles de niños. Hasta puede calcularse con precisión cuánto cuesta salvar el millón de vidas, y las de los niños son las que menos cuestan, porque ya cuando tenemos algunos años necesitamos utilizar más placas radiológicas, análisis de laboratorios, comprar más medicamentos y todo eso; los muchachos sobreviven casi solos cuando han rebasado los primeros años, a veces una vacuna que vale centavos salva una vida; la misma de la poliomielitis es una prueba. Hemos hecho ese planteamiento de que un millón de vidas pueden salvarse cada año con un poco de dinero, de ese que se despilfarra en gastos suntuarios a montones, y que los médicos están disponibles. Pueden sobrar todos los medicamentos de Europa y no salvan el millón de vidas si no existen los 15.000 ó 20.000 médicos que harían falta para llevar a cabo un programa como ése. 364

Les hablo de esto, hay que razonarlo, para que conozcan qué es hoy Cuba, por qué es así Cuba y cuáles son las normas que prevalecen en Cuba, tan miserablemente calumniada en lo que se refiere a derechos humanos; el país donde en 40 años de Revolución no ha habido jamás un desaparecido, donde no ha habido jamás un torturado, [aplausos] donde no existen escuadrones de la muerte ni se ha producido un solo asesinato político o cosas parecidas; como no hay ancianos desamparados, niños abandonados por las calles o sin aulas ni maestros, ni persona alguna olvidada ni abandonada a su suerte. Sabemos bien lo que ha ocurrido en algunos lugares donde llegaron nuestros vecinos del Norte, como los que organizaron en Centroamérica el derrocamiento del gobierno de uno de los países más importantes de la región el año 1954, allí se instalaron sus asesores con sus manuales de torturas, de represión y de muerte; durante muchos años la categoría de presos no existía, no se conocía, sólo muertos y desaparecidos. ¡Cien mil desaparecidos en un solo país!, más 50.000 muertos adicionales. Podríamos agregar lo ocurrido en otros numerosos países con las torturas, los asesinatos, los desaparecidos, las reiteradas intervenciones militares norteamericanas con cualquier pretexto o sin pretexto alguno. Ellos no se acuerdan, de eso no hablan, han perdido la memoria; nosotros, ante la experiencia terrible vivida por los pueblos de nuestra América, les lanzamos el reto, vamos a demostrar con hechos, con realidades, quiénes tienen un sentido humano de la vida, quiénes tienen verdaderos 365


sentimientos humanitarios, y quiénes son capaces de hacer algo por el hombre y no mentiras, consignas, desinformación, hipocresía, engaño y todo lo que han estado haciendo en nuestra región a lo largo de este siglo. [Aplausos.] Sé que ustedes no necesitan que yo les aclare esto, pero ya que abordé el tema siento el deber de decirlo, porque cuántas veces se habrán encontrado con personas desinformadas, creyendo aunque sea una parte de las toneladas de mentiras y de calumnias que han lanzado contra nuestro país, para golpearnos, para reblandecernos, para aislarnos, para dividirnos. ¡No han logrado dividirnos ni lo lograrán! [Aplausos.] Les he dicho estas cosas, así, con la mayor intimidad. No podía venir a hablarles como en 1959 de organizar una expedición para resolver los problemas en un país vecino; [risas] sabemos muy bien que hoy ningún país solo puede, por sí mismo, resolver sus problemas; es la realidad en este mundo globalizado. Aquí se puede decir: nos salvamos todos o nos hundimos todos. [Aplausos.] Martí dijo: “Patria es humanidad”, una de las más extraordinarias frases que pronunció. Nosotros tenemos que pensar así, ¡patria es humanidad! Recuerdo en la historia de Cuba el caso de un oficial español que durante la Guerra de los Diez Años, la primera contienda por la independencia de Cuba, cuando el gobierno español fusiló ocho inocentes estudiantes de medicina, acusándolos de que habían profanado la tumba de un extremista 366

de derecha, en gesto imperecedero de indignación y protesta quebró su espada y exclamó: “Antes que la patria, está la humanidad”. [Aplausos.] Claro, que hay partes de esa humanidad más cercanas y otras más lejanas. Cuando hablamos de humanidad, pensamos, en primer término, en nuestros hermanos latinoamericanos y caribeños, a los que no olvidamos nunca, [aplausos], y después, en cuanto al resto de esa humanidad que habita nuestro planeta, tendremos que aprender ese concepto, esos principios —no sólo aprenderlos, sino sentirlos y practicarlos— contenidos en la frase de Martí. Primero, tenemos el deber de unirnos los pueblos latinoamericanos sin perder un minuto; los africanos tratan de lograrlo; los del sudeste asiático tienen la ASEAN y buscan formas de integración económica, y Europa lo hace aceleradamente. Es decir, en las distintas regiones del mundo habrá uniones subregionales y regionales. Bolívar soñaba con una unión regional amplia, desde México hasta Argentina. Como ustedes saben, el Congreso Anfictiónico fue saboteado por los caballeros del Norte, que además se opusieron a la idea bolivariana de enviar una expedición al mando de Sucre para liberar a la isla de Cuba, algo indispensable para eliminar todo riesgo de amenaza y contraataque de la temible y tenaz metrópoli española; así que no fuimos olvidados en la historia de Venezuela. [Aplausos.] Hoy, que alcanzamos liberarla del dominio de una potencia mucho más poderosa, nuestro deber más sagrado es defenderla en aras de los

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intereses y la propia seguridad de nuestros hermanos de este hemisferio. Está claro que hay que trabajar en diversas formas de cooperación e integración posible, paso a paso, pero pasos rápidos, si es que queremos sobrevivir como entidad regional, que posee la misma cultura, idioma, tantas cosas en común, como no posee Europa; porque no sé cómo se entenderá un italiano con un austriaco, [risas] o con un finlandés, un alemán con un belga o un portugués, y ya han creado, sin embargo, la Unión Europea y avanzan rápidamente hacia una mayor integración económica y la total unión monetaria. ¿Por qué considerarnos incapaces de ir pensando, por lo menos, en fórmulas de ese tipo? ¿Por qué no alentar todas las tendencias unitarias e integracionistas en todos los países de nuestro idioma, de nuestra cultura, de nuestras creencias, de nuestra sangre mestiza, que corre por las venas de la inmensa mayoría? Y cuando no existe el mestizaje en la sangre, tiene que existir el mestizaje en el alma. [Aplausos.] ¿Qué eran aquellos que libraron la batalla de Ayacucho? Llaneros y caraqueños, venezolanos de oriente y de occidente, colombianos, peruanos y ecuatorianos, unidos fueron capaces de hacer lo que hicieron. No faltó la inolvidable cooperación de argentinos y chilenos. Nuestro mayor pecado es haber perdido después casi 200 años. Dentro de once años se cumple precisamente el 200 aniversario de la proclamación de independencia de Venezuela y después, sucesivamente, la 368

de los demás países. ¡Casi doscientos años! ¿Qué hemos hecho en esos 200 años, divididos, fragmentados, balcanizados, sometidos? Es más fácil dominar a los siete enanitos que dominar a un boxeador, digamos, aunque sea de peso ligero. [Risas.] Ellos han querido conservarnos como vecinos enanos y divididos para mantenernos dominados. Hablaba de la necesidad de unidad no sólo de Suramérica, sino de Centroamérica y del Caribe, y es un momento especial para afirmarlo, a la luz de lo que está ocurriendo en Venezuela. Han querido dividirnos. La gran potencia del Norte lo que quiere es ALCA y nada más; Acuerdo de Libre Comercio y fast-track —“fast-track” quiere decir ‘rápido’, tengo entendido, ¿no? Paso rápido. Sí, también estoy recomendando un fast-track para nosotros, paso rápido para unirnos. [Aplausos.] La respuesta. [Aplausos.] A Brasil hay que apoyarlo, alentarlo. Es que nosotros sabemos muy bien que a Estados Unidos no le agrada nada que exista ni siquiera un Mercosur; esta unión constituye un embrión importante de unidad más amplia y puede crecer. Hay ya otros países vecinos que no están muy lejos de acercarse al Mercosur. Nosotros lo concebimos como una unión subregional, como un paso para una unión regional, primero de Suramérica, y después otro paso, y lo más rápido posible, para que abarque también al Caribe y Centroamérica. Pensamos en la necesidad de avanzar en los contactos, la concepción, la concertación y cuantos 369


pasos prácticos se puedan ir dando en esa dirección, antes de permitirnos el lujo de entrar a considerar la creación de una moneda común. Elaborar ideas y conceptos es, a nuestro juicio, en ese terreno, lo más que podemos hacer en lo inmediato. Mientras tanto, evitar a toda costa el suicidio político y económico de sustituir nuestras monedas nacionales por la moneda norteamericana, cualesquiera que fuesen las dificultades y fluctuaciones que nos haya impuesto el orden económico actual. Eso significaría simple y llanamente la anexión de América Latina a Estados Unidos. Dejaríamos de ser considerados como naciones independientes y renunciaríamos a toda posibilidad de participar en la conformación del mundo del futuro. Unirnos, reunir y ampliar fuerzas es ineludible en las actuales circunstancias. Ahora tendrá lugar la reunión de los Estados de la cuenca del Caribe, en el mes de abril, en República Dominicana; después, casi de inmediato, reunión en Río de Janeiro con la Unión Europea. Tenemos determinados intereses comunes con los europeos, cosas que les interesan a ellos de nosotros y cosas de ellos que nos interesan a nosotros. Vivir esclavizados por una sola moneda, como estamos ahora, es una tragedia, y nos alegramos de que le surja con el euro un rival al campeón olímpico, al que tiene la medalla de oro. [Risas.] Fortalecer las Naciones Unidas es otra necesidad impostergable. Hay que democratizar las Naciones Unidas, darle a la Asamblea General, donde están representados absolutamente todos los países que la integran, la máxima autoridad, las funciones 370

y el papel que le corresponde; hay que poner fin a la dictadura del Consejo de Seguridad y a la dictadura dentro del Consejo de Seguridad que en él ejerce Estados Unidos. [Aplausos.] Si no se puede suprimir el veto, porque los que tienen la última palabra para una reforma de ese tipo son precisamente los que ostentan el derecho a vetarla, exijamos fuertemente que al menos el privilegio se comparta, y que en vez de cinco se incremente adecuadamente el número de miembros permanentes, en correspondencia con la forma en que se ha elevado la cantidad actual de miembros y los grandes cambios que han ocurrido en 50 años, de modo que el Tercer Mundo, donde gran número de países surgieron como Estados independientes después de la Segunda Guerra Mundial, pueda participar con igualdad de prerrogativas, en ese importante órgano de Naciones Unidas. Hemos defendido la idea de exigir dos para América Latina y la cuenca del Caribe, dos para África y dos para el área subdesarrollada de Asia, como mínimo. Si dos no bastasen, podría elevarse el número hasta tres, en una o más regiones de las mencionadas. Somos la inmensa mayoría en la Asamblea General de Naciones Unidas. No podemos permitir que se nos siga ignorando. No nos opondríamos a que ingresaran otros países industrializados; pero le damos prioridad absoluta a la presencia, en el Consejo de Seguridad, de representantes permanentes de América Latina y el Caribe y las demás regiones señaladas, con las mismas prerrogativas que tengan todos los demás miembros permanentes de ese Consejo. [Aplausos.] 371


Si no, vamos a tener tres categorías de miembros: permanentes con derecho a veto, permanentes sin derecho a veto, y otros no permanentes. A esto se ha añadido una locura, más bien un invento de Estados Unidos para dividir y con ello preservar los privilegios de su status actual, a la vez que reducir las prerrogativas de los posibles nuevos miembros permanentes: la idea de rotar dicha condición entre dos o más países por región. En fin, reducir a cero, a nada, a simple sal y agua, la vital reforma. Regúlese de otra forma, si se quiere, la irritante prerrogativa del veto, exíjase un mayor número de miembros para poder aplicarlo, bríndesele a la Asamblea General la posibilidad de participar en las decisiones fundamentales. ¿No sería esto lo más democrático y justo? Allí hay que dar una batalla. Hace falta la unión de todos los países del Tercer Mundo, eso les decimos a los africanos cuando nos reunimos con ellos, a los asiáticos, a los caribeños, a todos, en todos los organismos internacionales: en Naciones Unidas, en las reuniones del Movimiento de Países No Alineados, en las reuniones de Lomé, en el Grupo de los 77, en todas partes. Somos un montón de países con intereses comunes, ansias de progreso y desarrollo; somos inmensa mayoría en casi todas las instituciones internacionales, y tengan la seguridad de que se avanza en la toma de conciencia sobre el destino que nos están reservando. Hay que trabajar, persuadir, luchar y perseverar. Jamás desalentarse.

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Los del Norte intrigan constantemente para dividirnos. Voy a citar cuatro ejemplos relacionados con América Latina. A ellos no les gusta el Mercosur, que ha estado alcanzando ya éxitos económicos, aunque no sea más que un embrión de la gran integración regional a que aspiramos, la cual no desean en absoluto. ¿Qué inventan? Bueno, muchas cosas: primero inventan esas reuniones hemisféricas donde Cuba está excluida, una especie de respuesta a la primera reunión Cumbre Iberoamericana de Guadalajara. Inventan la idea de que no haya más que un posible miembro permanente en el Consejo de Seguridad para América Latina, a fin de enfrentar a varios miembros importantes de nuestra región. De inmediato, añaden la conveniencia de rotar el puesto entre Brasil, Argentina y México, sin derecho por supuesto a veto. Inventan de inmediato la categoría especial de aliado estratégico para Argentina, que despierta suspicacias e inquietudes entre importantes vecinos hermanos, llamados a unirse y cooperar estrechamente, justo cuando el Mercosur avanza. Inventan la maquiavélica decisión de liberar las ventas de armas sofisticadas a los países de la región, que pueden desatar una carrera armamentista entre ellos costosa, ruinosa y divisionista. ¿Para qué esas armas si ya no existe la Guerra Fría, ni el fantasma de la URSS, ni otra amenaza exterior a la seguridad que no provenga de los propios Estados Unidos? ¿Acaso esas armas pueden 373


contribuir a la unidad, la cooperación, la integración, el progreso y la paz entre nosotros? ¿Qué necesitamos para abrir los ojos y acabar de comprender cuáles son los fines geoestratégicos de esa política? A nuestro pequeño país no han podido seguir excluyéndolo de todas partes. Ya participamos en las Cumbres Iberoamericanas; somos miembros de la Asociación de Estados del Caribe; pertenecemos al SELA; hemos sido incluidos en la ALADI; tenemos excelentes relaciones con el Caricom; estaremos presentes en la gran Cumbre Unión EuropeaAmérica Latina y el Caribe, que tendrá lugar en Río de Janeiro; hemos sido admitidos como observadores entre los países de la Convención de Lomé; somos miembros activos del Grupo de los 77 y ocupamos un lugar destacado como miembro que participó desde su fundación en el Movimiento de Países No Alineados; pertenecemos a la OMC y estamos muy presentes en las Naciones Unidas, que es una gran tribuna y una institución que, democratizada, pudiera ser pilar fundamental de una globalización justa y humana. ¿Estamos allí haciendo qué? Hablando, explicando, planteando problemas que sabemos que afectan muy de cerca a gran parte de la humanidad y con la libertad de poder hacerlo, porque hay países hermanos en África, en Asia, en América Latina y en otros lugares que quisieran plantear con toda energía muchas cosas, pero no tienen las mismas posibilidades de Cuba, ya excluida de todas las instituciones financieras internacionales, bloqueada y 374

sometida a una guerra económica, invulnerable a cualquier represalia de ese carácter, fortalecida por una dura lucha de 40 años, que nos da absoluta libertad para hacerlo. Ellos pueden estar vitalmente necesitados de un crédito del Banco Mundial, o del Banco Interamericano, u otro banco regional, o de una negociación con el Fondo Monetario, o un crédito para las exportaciones que es uno de los tantos mecanismos usados por Estados Unidos, que limita sus posibilidades de acción. Ha sido una tarea muchas veces asumida por Cuba. A pesar de todo, hay gente tan valiente en nuestro mundo pobre, que, por ejemplo, en Naciones Unidas la proposición cubana contra el bloqueo este año recibió el apoyo de 157 votos contra 2. [Aplausos.] Siete años llevábamos en ese ejercicio. La primera vez fueron alrededor de 55 votos a favor, cuatro o cinco en contra; todos los demás, abstenciones o ausencias. ¿Quién se buscaba el problema con los yanquis?, porque allí hay que votar a mano alzada. [Risas.] Pero el miedo se pierde, y se fue perdiendo; la dignidad puede crecer, y crece. Ya al año siguiente eran sesenta y tantos, después setenta y tantos, más tarde pasó de cien, y ya ahora, después del apoyo de casi 160 países, frente a 2 no puede crecer más, porque al final no quedará ninguno respaldando la inhumana, cruel e interminable medida, excepto Estados Unidos, a no ser que un día Estados Unidos vote por nosotros y apoye la moción cubana. [Risas y aplausos.]

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Se avanza, se gana terreno. Los pueblos conocen que muchas veces se hacen imputaciones calumniosas, por intuición o instinto, ¡los pueblos tienen gran instinto! Además, los conocen a ellos, porque están por todas partes haciendo de todo, maltratando a la gente y sembrando egoísmos y odios. Los conocen. Es difícil disimular el desprecio, y es mucho lo que los países del Tercer Mundo sufren ante la arrogancia y el desprecio. Los gobiernos de Estados Unidos nos han dado una posibilidad de luchar a plenitud al bloquearnos, hostigarnos constantemente y excluirnos de todo, felices incluso de estar excluidos a cambio de la libertad de poder hablar sin compromisos en cualquier tribuna del mundo donde hay tantas causas justas que defender. [Aplausos.] Podremos tener consideraciones en general, por las razones que ya expliqué, con otros países; pero a ellos, que constituyen el baluarte fundamental de la reacción y la injusticia en nuestra época, podemos decirles la verdad y siempre la verdad, con relaciones y sin relaciones, con bloqueo y sin bloqueo. ¡Que no se hagan ni la más remota ilusión de que, si un día suspenden el bloqueo, Cuba dejará de hablar con la misma franqueza y la misma honestidad con que ha estado hablando durante estos cuarenta años! [Aplausos y exclamaciones.] Es un deber histórico. En un rato más termino, si ustedes me lo permiten. [Exclamaciones de: “¡No!”] Recuerden que estoy aquí de visita, [risas] y estoy aquí ante ustedes, 376

ante los estudiantes universitarios; estoy en este país que, sinceramente, admiro y quiero mucho. [Aplausos y exclamaciones.] No son palabras de un adulador. Yo fui siempre muy aficionado a la historia. Lo primero que estudié precisamente fue historia, porque cuando me pusieron en primer grado inmediatamente me entregaron un libro de historia sagrada —allí aprendí yo unas cuantas cosas que todavía recuerdo— [risas] y, desde luego, la historia del arca, el éxodo, las batallas y el cruce del Mar Rojo. A veces converso con algunos rabinos amigos y les digo: “Cuéntenme por dónde dieron la vuelta”. [Risas.] En broma, yo realmente respeto las religiones, porque he considerado un deber elemental respetar las creencias de cada cual. A veces discuto hasta de cuestiones relativamente teológicas sobre el mundo, el universo. Con motivo de la visita del Papa, tuve la satisfacción y la oportunidad de conocer a algunos teólogos realmente muy inteligentes, a los que bombardeé con preguntas de todo tipo. [Risas y aplausos.] No me iba a atrever a hacer preguntas a ninguno sobre dogmas o cuestiones de fe, pero sí de otro tipo: el espacio, el universo, las teorías sobre su origen, las posibilidades de que exista o no vida en otros planetas y cosas que se pueden conversar con mucha seriedad. Con seriedad y respeto se puede conversar cualquier tema, y a partir de ese respeto preguntamos, e incluso a veces bromeamos. Bien, entonces, estaba aquí, y les iba a decir que algo debo hablar sobre Venezuela, ¿verdad?, si 377


ustedes me lo permiten. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Sí!”.] Van a decir: “Vino a Venezuela y no dijo nada de nosotros”. Les advierto a todos que eso no es fácil, por las razones que ya expliqué. Les comenzaba a decir que era un país al que quería mucho, por ahí salió la historia de mi afición por la historia, por la historia universal, la historia de las revoluciones y las guerras, la historia de Cuba, la historia de América Latina y la de Venezuela en especial. Por ello llegué a identificarme mucho con la vida y las ideas de Bolívar. La fortuna quiso que Venezuela fuera el país que más luchara por la independencia de este hemisferio. [Aplausos.] Comenzó por aquí, y contaron con un legendario precursor como Miranda, que llegó a dirigir hasta un ejército francés en campaña, librando batallas famosas que en determinado momento evitaron a la Revolución Francesa una invasión de su territorio. Antes estuvo en Estados Unidos combatiendo por la independencia de aquel país. Tengo una colección amplia de libros sobre la fabulosa vida de Miranda, aunque no haya podido leerlos todos. Tuvieron por tanto los venezolanos a Miranda, el precursor de la independencia de América Latina, y después a Bolívar, el Libertador, que fue siempre para mí el más grande entre los grandes hombres de la historia. [Del público le dicen: “¡También Fidel!”] Ubíquenme, por favor, en el lugar cuarenta mil. Yo recuerdo siempre una frase de Martí que fue la que más quedó grabada en mi conciencia: 378

“Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Muchos de los grandes hombres de la historia se preocuparon por la gloria, y no es razón para criticarlos. El concepto del tiempo, el sentido de la historia, del futuro, de la importancia y supervivencia de los hechos de su vida que pueda tener el hombre, y quizás sea eso lo que entendían por gloria. Es natural y explicable. A Bolívar le gustaba hablar de la gloria y hablaba muy fuertemente de la gloria, y no puede criticársele, porque una gran aureola acompañará siempre su nombre. El concepto martiano de la gloria, que enteramente comparto, es aquel que pueda asociarse a una vanidad personal y a la autoexaltación de sí mismo. El papel del individuo en importantes acontecimientos históricos ha sido muy debatido e incluso admitido. Lo que me agrada especialmente de la frase de Martí es la idea de la insignificancia del hombre en sí, ante la enorme trascendencia e importancia de la humanidad y la magnitud inabarcable del universo, la realidad de que somos realmente como un minúsculo fragmento de polvo que flota en el espacio. Mas esa realidad no disminuye un ápice la grandeza del hombre; por el contrario, la eleva cuando, como en el caso de Bolívar, llevaba en su mente todo un universo repleto de ideas justas y sentimientos nobles. Por eso admiro tanto a Bolívar. Por eso considero tan enorme su obra. No pertenece a la estirpe de los conquistadores de territorios y naciones, ni a la de fundadores de imperios que dio fama a otros; él creó naciones, liberó territorios y deshizo imperios. 379


Fue, además, brillante soldado, insigne pensador y profeta. Hoy tratamos de hacer lo que él quiso hacer y no se ha hecho todavía; unir a nuestros pueblos para que mañana, siguiendo el mismo hilo de aquel pensamiento unitario, el único que se corresponde con nuestra especie y nuestra época, los seres humanos puedan conocer y vivir en un mundo unido, hermanado, justo y libre, lo que él quiso hacer con los pueblos integrados por los blancos, negros, indios y mestizos de nuestra América. Aquí estamos en esta tierra por la que sentimos especial admiración, respeto y cariño. Cuando vine hace 40 años, lo expresé así con profunda gratitud, porque en ningún lugar me recibieron mejor, con tanto afecto y entusiasmo. Lo único que me puede avergonzar es que yo estaba realmente en kindergarten cuando el primer encuentro en esta prestigiosa universidad. [Risas y aplausos.] Habiendo dicho esto, paso a exponer lo más sintéticamente posible la reflexión que deseaba hacer con relación a Venezuela. Seguramente, no todos van a estar de acuerdo con ella. Lo principal es que cada cual la analice con honestidad, serenidad y objetividad. Cifras y datos que este visitante ha tratado de analizar, lo llevan a la conclusión de que el pueblo de Venezuela tendrá que enfrentarse valiente e inteligentemente, en este nuevo amanecer, a serias dificultades que emanan de la actual situación económica.

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Exportaciones de mercancías, de acuerdo al informe del Banco Central: En 1997: 23.400 millones de dólares (aquí no se incluyen los servicios, que más o menos se equiparan en gastos e ingresos). En 1998: 17.320 millones. Es decir, el valor de las exportaciones en solo un año bajó 6.080 millones de dólares. Petróleo (renglón principal de exportación). Precios: 1996: alrededor de 20 dólares/barril; 1997: 16,50 dólares; 1998: alrededor de 9 dólares. Los minerales fundamentales: hierro, aluminio, oro y productos derivados como el acero, todos en mayor o menor grado han bajado sensiblemente de precio. Ambos renglones constituyen el 77% de las exportaciones. Es decir, petróleo y minerales. Balanza comercial favorable: • 1996 – 13.600 millones de dólares • 1998 – 3.400 millones • Diferencia: 10.200 millones en sólo 2 años Balanza de pagos: • 1996 – 7.000 millones favorable a Venezuela • 1998 – 3.418 millones desfavorable al país • Diferencia: más de 10.000 millones Reservas internacionales disponibles: • En 1997: 17.818 millones • En 1998: 14.385 millones de dólares • Pérdidas netas: 3.500 millones aproximadamente en un año 381


Deuda externa: • En 1998: 31.600 millones, que no incluyen la deuda financiera privada a corto plazo. Casi el 40% del presupuesto del país se gasta en el servicio de la deuda externa. Situación social de acuerdo con diversas fuentes nacionales e internacionales ratificadas ayer textualmente por el presidente Chávez: [aplausos] • Desempleo —dijo él—: cifras oficiales hablan del 11% al 12%. Hay otras cifras que apuntan al 20%. • El subempleo (que es de suponer incluya el desempleo) —la observación entre paréntesis la añadí yo— ronda el 50%. • Casi un millón de niños en estado de sobrevivencia —fue la palabra que él empleó. • Mortalidad infantil de casi 28 por 1.000 nacidos vivos. El 15% de los que mueren se debe a la desnutrición. • Déficit de viviendas: 1.500.000 • Solo uno de cada cinco niños termina la escuela básica; 45% de los adolescentes no están en la escuela secundaria. Si me permiten, a título de ejemplo, en Cuba alrededor del 95% de los correspondientes a esa edad están en la escuela secundaria. Es casi el máximo al que se puede llegar. Lo digo porque la cifra de 45% de ausentes de la escuela es realmente impresionante. A estos datos, señalados por el Presidente en su apretada síntesis, podrían añadirse otros tomados de variadas y fidedignas fuentes. 382

Más de un millón de niños están incorporados al mercado laboral; más de 2,3 millones, excluidos del sistema escolar, no tienen oficio alguno. En los últimos diez años, más de un millón de venezolanos que conformaban la clase media, categoría “c” —como ustedes ven, en la clase media estamos categorizados también—, pasaron a la categoría de pobres e indigentes, que hoy alcanza el 77% de la población por disminución de ingresos, desempleo y los efectos de la inflación. Quiere decir que “c”, “d”, “e” son las categorías que hoy incluyen desde pobres hasta indigentes. Esto ocurría, según expresó el presidente Chávez con profundas y amargas palabras, en la patria original de Bolívar, la nación más rica en recursos naturales de América, con casi un millón de kilómetros cuadrados y no más de 22 millones de habitantes. Trato de meditar. Debo decir, en primer lugar y ante todo, que soy amigo de Chávez. [Aplausos.] Pero nadie me pidió ni insinuó que abordara tema alguno. Ningún dirigente de su equipo, ningún político o amigo venezolano conocía absolutamente nada de lo que hablaría esta tarde aquí, en un punto tan neurálgico y estratégico como la Universidad Central de Venezuela. Hago estas reflexiones bajo mi total y absoluta responsabilidad en la esperanza de que sean útiles.

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¿Qué cosas nos preocupan? Me parece ver en este momento una situación excepcional en la historia de Venezuela. He visto dos momentos singulares: primeramente aquel de enero de 1959, y he visto 40 años después la extraordinaria efervescencia popular del 2 de febrero de 1999. He visto un pueblo que renace. Un pueblo como el que vi en la Plaza del Silencio, donde fui un poco más silencioso que aquí; [risas] que hasta una réplica tuve que hacerle a un magnífico caraqueño, porque yo, por elemental deber de visitante, mencioné a unas cuantas personalidades que estaban en el gobierno, comenzando por el almirante Larrazábal, y cuando menciono a otra importante personalidad política del momento, hubo bulla allí, protestas, que me obligaron, a la vez, a protestar. Me quejé, porque me dio una pena tremenda, creo que hasta rojo me puse. Y les dije: “No menciono ningún nombre aquí para que le den una rechifla”. Expresé mi queja a la enorme masa que estaba en la Plaza del Silencio. Aquellas masas eran incuestionablemente revolucionarias. Encontré de nuevo una imagen impresionante al ver al pueblo en un estado anímico extraordinario, pero en distintas circunstancias. Entonces las esperanzas habían quedado atrás. No deseo explicar por qué; dejo eso a los historiadores. Esta vez las esperanzas están por delante, veo en ellas un verdadero renacer de Venezuela, o al menos una excepcional gran oportunidad para Venezuela. Lo veo no sólo en interés de los venezolanos; lo veo en interés de los latinoamericanos, y lo veo en interés 384

de los demás pueblos del mundo, a medida que este mundo avance, porque no va a quedar otro remedio, hacia una globalización universal. No tiene escapatoria, ni tiene alternativas. Así que con esto no puedo estar pretendiendo halagarlos a ustedes, sino más bien recordándoles el deber de ustedes, de la nación, del pueblo, de todos los que nacieron después de aquella visita, de los más jóvenes, de los más maduros, que realmente tienen ante sí una enorme responsabilidad. Creo que oportunidades se han perdido algunas veces; pero ustedes no tendrían perdón si esta la pierden. [Aplausos.] Les habla una persona que ha tenido el privilegio y la oportunidad de haber adquirido alguna experiencia política, de haber vivido todo un proceso revolucionario, incluso en un país donde, como les conté, la gente no quería oír hablar ni de socialismo. Cuando digo la gente, es la gran mayoría. Esa misma mayoría apoyaba a la Revolución, apoyaba a los dirigentes, apoyaba al Ejército Rebelde, pero había fantasmas que la atemorizaban. Lo que hizo Pavlov con los famosos perros, eso fue lo que hizo Estados Unidos con muchos de nosotros y quién sabe con cuántos millones de latinoamericanos: crearnos reflejos condicionados. Hemos tenido que luchar mucho contra las escaseces y la pobreza; hemos tenido que aprender a hacer mucho con poco. Tuvimos momentos mejores y peores, sobre todo, cuando logramos establecer acuerdos comerciales con el campo socialista y la Unión Soviética y demandamos precios más justos para nuestros productos de exportación; 385


porque veíamos que lo que ellos exportaban subía de precio y los nuestros, si hacíamos un convenio por cinco años, se quedaban con ese precio durante ese período, entonces, al final del quinquenio teníamos menos capacidad de compra. Propusimos la cláusula resbalante: cuando aumentaban los precios de los productos que ellos nos exportaban, aumentaban automáticamente los de los productos que nosotros les enviábamos. Acudimos a la diplomacia, a la doctrina y a la elocuencia que ha de suponerse en los revolucionarios de un país que tenía que vencer tantos obstáculos. Realmente, los soviéticos tenían simpatía por Cuba y gran admiración por nuestra Revolución; porque a ellos, después de tantos años, ver que un paisito, allí, al lado de Estados Unidos, se sublevara contra la poderosa superpotencia les causaba asombro, lo que menos se imaginaban y lo que menos le habrían aconsejado a nadie, suerte que no le pedimos consejo a nadie, [risas] aunque ya habíamos leído casi la biblioteca entera de los libros de Marx, Engels, Lenin y otros teóricos; éramos convencidos marxistas y socialistas. Con esa fiebre y ese sarampión que solemos tener los jóvenes, e incluso muchas veces los viejos, [aplausos] yo asumí los principios básicos que aprendí en aquella literatura y me ayudaron a comprender la sociedad en que vivía que hasta entonces era para mí una maraña intrincada que no tenía explicación convincente de ninguna índole. Y debo decir que el famoso Manifiesto comunista,

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que tantos meses tardaron en redactar Marx y Engels —se ve que su autor principal trabajaba concienzudamente, frase que solía usar, y debe haberlo revisado más veces de lo que Balzac revisaba una hoja de cualquiera de sus novelas—, me hizo una gran impresión, porque por primera vez en mi vida vi unas cuantas verdades que no había visto nunca. Antes de eso, yo era una especie de comunista utópico. Estudiando un libraco enorme, impreso en hojas de mimeógrafo, como 900 páginas, el primer curso de la economía política que nos enseñaban en la Escuela de Derecho, una economía política inspirada en las ideas del capitalismo, pero que mencionaba y analizaba escuetamente las distintas escuelas y criterios, y luego en el segundo curso, prestándole mucho interés al tema y meditando a partir de puntos de vista racionales, fui sacando mis propias conclusiones y terminé siendo un comunista utópico. Lo califico así porque no se apoyaba en base científica e histórica alguna, sino en los buenos deseos de aquel recién graduado alumno de la escuela de los jesuitas, a los cuales les estoy muy agradecido porque me enseñaron algunas cosas que me ayudaron en la vida, sobre todo, a tener cierta fortaleza, un cierto sentido del honor y determinados principios éticos, que ellos, jesuitas españoles —aunque muy distantes de las ideas políticas y sociales que pueda tener yo ahora—, les inculcaban a sus alumnos. Pero de allí salí deportista, explorador, escalador de montañas y entré políticamente analfabeto 387


a la Universidad de La Habana, sin la suerte de un preceptor revolucionario, que tan útil habría sido para mí en aquella etapa de mi vida.

cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin”.

Por esos caminos llegué a mis ideas, que conservo y mantengo con lealtad y fervor creciente, quizás por tener un poco más de experiencia y conocimientos, y quizás también por haber tenido oportunidad de meditar sobre problemas nuevos que no existían siquiera en la época de Marx.

Fui discreto, no todo lo que debía, porque con cuanta gente me encontraba le empezaba a explicar las ideas de Marx y la sociedad de clases, de manera que en el movimiento de carácter popular, cuya consigna en su lucha contra la corrupción era “Vergüenza contra dinero”, al que me había incorporado recién llegado a la universidad, me estaban asignando fama de comunista. Pero era ya en los años finales de mi carrera no un comunista utópico, sino esta vez un comunista atípico, que actuaba libremente. Partía de un análisis realista de la situación de nuestro país. Era la época del macartismo, del aislamiento casi total del Partido Socialista Popular, nombre que ostentaba el partido marxista en Cuba, y había, en cambio, en el movimiento donde me había incorporado, convertido ya en Partido del Pueblo Cubano, una gran masa que, a mi juicio, tenía instinto de clase, pero no conciencia de clase, campesinos, trabajadores, profesionales, personas de capas medias, gente buena, honesta, potencialmente revolucionaria. Su fundador y líder, hombre de gran carisma, se había privado de la vida dramáticamente meses antes del golpe de Estado de 1952. De las jóvenes filas de aquel partido se nutrió después nuestro movimiento.

Por ejemplo, la palabra medio ambiente no debe haberla pronunciado nadie en toda la vida de Carlos Marx, excepto Malthus que dijo que la población crecía geométricamente; que la alimentación no alcanzaría para tantos, convirtiéndose así en una especie de precursor de los ecologistas, aunque sostenía ideas en materia económica y de salarios con las que no se puede estar de acuerdo. [Risas.] Así que uso la misma camisa con que vine a esta universidad hace 40 años, [aplausos] con que atacamos el Cuartel Moncada, con que desembarcamos en el Granma. [Aplausos.] Me atrevería a decir, a pesar de las tantas páginas de aventuras que cualquiera puede encontrar en mi vida revolucionaria, que siempre traté de ser sabio pero prudente; aunque tal vez he sido más sabio que prudente. En la concepción y desarrollo de la Revolución Cubana, actuamos como dijo Martí al hablar del gran objetivo antiimperialista de sus luchas, próximo ya a morir en combate, que “en silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay 388

Militaba en aquella organización política, que ya realmente estaba cayendo, como ocurría con todas, en manos de gente rica, y me sabía de 389


memoria todo lo que iba a pasar después del ya inevitable triunfo electoral; pero había elaborado algunas ideas, por mi cuenta también —imagínense que a un utopista se le puede ocurrir cualquier cosa—, sobre lo que había que hacer en Cuba y cómo hacerlo, a pesar de Estados Unidos. Había que llevar aquellas masas por un camino revolucionario. Quizás fue el mérito de la táctica que nosotros seguimos. Claro, andábamos con los libros de Marx, de Engels y de Lenin. Cuando el ataque al cuartel Moncada se nos quedó extraviado un libro de Lenin, y en el juicio lo primero que decía la propaganda del régimen batistiano era que se trataba de una conspiración de “priístas” corrompidos, del gobierno recién derrocado, con el dinero de aquella gente, y además comunista. No se sabe cómo se podían conciliar las dos categorías. En el juicio, lo que hice fue asumir mi propia defensa. No es que me considerara buen abogado, pero creía que el mejor que podía defenderme en aquel momento era yo mismo; me puse una toga y ocupé mi puesto donde estaban los abogados. El juicio era político, más que penal. No pretendía salir absuelto, sino divulgar ideas. Comienzo a interrogar a todos los criminales aquellos que habían asesinado a decenas y decenas de compañeros y actuaban como testigos; el juicio fue contra ellos. [Aplausos.] De tal manera que al siguiente día me sacaron de allí, me separaron, me declararon enfermo. [Risas.] Fue lo último que hicieron, porque tenían bastantes deseos de acabar conmigo de una 390

sola vez; pero, bueno, conocía bien por qué se midieron. Conocía y conozco cuál era la psicología de toda aquella gente, el estado anímico, la situación popular, el rechazo y la enorme indignación que produjeron sus asesinatos, y también tuve un poco de suerte; pero el hecho es que en las horas iniciales, mientras me interrogaban, aparece el libro de Lenin, alguien lo saca: “Ustedes tenían un libro de Lenin”. Nosotros explicando lo que éramos: martianos, era la verdad, que no teníamos nada que ver con aquel gobierno corrompido que habían desalojado del poder, que nos proponíamos tales y más cuales objetivos. Eso sí, de marxismo-leninismo no les hablamos ni una palabra, ni teníamos por qué decirles nada. Dijimos lo que les teníamos que decir, pero como en el juicio salió a relucir el libro, yo sentí verdadera irritación en ese instante, y dije: “Sí, ese libro de Lenin es nuestro; nosotros leemos los libros de Lenin y otros socialistas, y el que no los lea es un ignorante”, así lo afirmé a jueces y a los demás en aquel mismo lugar. [Aplausos.] Era insoportable aquello. No íbamos a decir: “Mire, ese librito, alguien lo puso ahí”. No, no. [Risas.] Después estaba nuestro programa expuesto cuando me defendí en el juicio. Quien no supo cómo pensábamos fue porque no quiso saber cómo pensábamos. Tal vez se quiso ignorar aquel discurso conocido como “La historia me absolverá”, con el que me defendí solo allá, porque, como expliqué, 391


me expulsaron, me declararon enfermo, juzgaron a todos los demás, y a mí me enviaron a un hospital para juzgarme, en una salita; no me ingresaron en el hospital propiamente, sino en una celda aislada de la prisión. En el hospital estaba la salita chiquitica convertida en audiencia, con el tribunal y unas pocas personas apretadas, casi todas militares, donde me juzgaron, y tuve el placer de poder decir allí todo lo que pensaba, completo, bastante desafiante. Me pregunto, les decía, por qué no dedujeron cuál era nuestro pensamiento, porque ahí estaba todo. Contenía —se puede decir— los cimientos de un programa socialista de gobierno, aunque, convencido, desde luego, de que ese no era el momento de hacerlo, que eso iba a tener sus etapas y su tiempo. Es cuando hablamos ya de la reforma agraria, y hablamos, incluso, entre otras muchas cosas de carácter social y económico, de que toda la plusvalía —sin mencionar esa palabra, por supuesto— [risas] las ganancias que obtenían todos aquellos señores que tenían tanto dinero, había que dedicarlas al desarrollo del país, y di a entender que el Gobierno tenía que responsabilizarse con ese desarrollo y aquellos excedentes de dinero.

Después he meditado que es probable que muchos de los que podían ser afectados por una verdadera revolución no nos creyeran en absoluto, porque en 57 años de neocolonia yanqui, se había proclamado más de un programa progresista o revolucionario; las clases dominantes no creyeron nunca en el nuestro como algo posible o permisible por Estados Unidos ni le prestaron mayor atención, lo aceptaron, hasta les hacía gracia; al final todos los programas se abandonaban, la gente se corrompía, y posiblemente dijeron: “Está muy bonito, muy simpático; sí, las ilusiones de estos románticos muchachos, ¿para qué le vamos a hacer caso a eso?”. Sentían antipatía por Batista, admiraban el combate frontal contra su régimen abusivo y corrupto, y posiblemente subestimaron el pensamiento contenido en aquel alegato, donde estaban las bases de lo que después hicimos y lo que hoy pensamos, con la diferencia de que muchos años de experiencia han enriquecido más nuestros conocimientos y percepciones en torno a todos aquellos temas. De modo que ése es mi pensamiento, ya lo dije desde entonces.

Hablé hasta del becerro de oro. Volví a recordar la Biblia y señalé: “A los que adoraban el becerro de oro”, en clara referencia a quienes todo lo esperaban del capitalismo. Un número suficiente de cosas para deducir cómo pensábamos.

Hemos vivido la dura experiencia de un largo período revolucionario, especialmente los últimos diez años, enfrentados en circunstancias muy difíciles a fuerzas sumamente poderosas. Bueno, voy a decir la verdad: logramos lo que parecía imposible lograr. Yo diría que casi casi se hicieron milagros. Desde luego, las leyes fueron tal y como se habían prometido, surgió furiosa la oposición siempre soberbia y arrogante de Estados Unidos, que tenía

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mucha influencia en nuestro país, y el proceso se fue radicalizando ante cada golpe y agresión que recibíamos; así comenzó la larga lucha que ha durado hasta hoy. Se polarizaron las fuerzas en nuestro país, con la suerte de que la inmensa mayoría estaba con la Revolución, y una minoría, que sería el 10% o menos, estaba contra ella, de modo que hubo siempre un gran consenso y un gran apoyo en todo aquel proceso hasta hoy. Uno sabe de qué cosas se puede preocupar, porque nosotros hicimos un gran esfuerzo por superar aquellos prejuicios que existían, por trasmitir ideas, por crear conciencia en la gente, y fue difícil. Recuerdo la primera vez que hablé sobre la discriminación racial. Tuve que ir como tres veces a la televisión. Me sorprendió hasta qué punto habían calado prejuicios que nos trajeron, más de lo que suponíamos, los vecinos del Norte: que tales clubes eran para blancos y los otros no podían ir allí, y tales playas, casi todas las playas, sobre todo en la capital, eran para blancos; hasta existían parques y paseos públicos segregados, donde unos iban en una dirección y otros en otra, de acuerdo al color de la piel. Lo que hicimos fue que abrimos todas las playas a todo el pueblo y desde los primeros días proscribimos la discriminación en todos los lugares de recreación, parques y paseos. Aquella humillante injusticia era absolutamente incompatible con la Revolución. Un día hablé y expliqué estas cosas, ¡qué tremenda reacción, qué de rumores, qué de mentiras! 394

Dijeron que íbamos a obligar a casarse a los blancos y las negras, y a las blancas y los negros. Bueno, como aquella barbaridad que inventaron un día de que le íbamos a quitar la patria potestad a la familia. Tuve que ir otra vez a la televisión sobre el tema de la discriminación para responder todos aquellos rumores e intrigas y volver a explicar. Aquel fenómeno, que no era más que una cultura racista impuesta, un humillante y cruel prejuicio, trabajo costó superarlo. Es decir, dedicamos en aquellos años una gran parte del tiempo a formar conciencias y a defendernos de expediciones, amenazas de agresión exterior, guerra sucia, planes de atentados, sabotajes, etcétera. En nuestro país llegó a haber bandas mercenarias armadas en todas las provincias, promovidas y suministradas por el gobierno de Estados Unidos, pero les salimos al paso, no les dimos tiempo, no tuvieron el menor chance de prosperar, porque estaba muy reciente nuestra propia experiencia en la lucha irregular y prácticamente fuimos uno de los poquísimos países revolucionarios que derrotó totalmente las bandas a pesar de la ayuda logística que recibían desde el exterior. A eso dedicamos mucho el tiempo. Un problema, una preocupación concreta que tengo, es que se ve, y es natural, que se han levantado muchas expectativas en Venezuela con motivo del extraordinario resultado de las elecciones. ¿A qué me refiero? A la tendencia, natural, lógica, en la población de soñar, desear que un gran número de problemas acumulados se resuelvan en cuestión de 395


meses. Como amigo honesto de ustedes, y por mi propia cuenta, pienso que hay problemas que no se van a resolver ni en meses, ni en años. [Aplausos.] Leí por eso los datos, porque datos similares los estamos viendo y analizando todos los días en nuestro país, cómo está el precio del níquel o del azúcar, cuánto rindió la hectárea de caña, si hubo sequía, si no hubo, cuánto se ingresa, cuánto se debe, qué hay que comprar con urgencia, cuánto cuesta la leche en polvo, los cereales, los medicamentos indispensables, los insumos productivos, todas las demás cosas y lo que había que hacer. En un determinado momento logramos impulsar las producciones azucareras, prácticamente las duplicamos, buenos precios, adquirimos maquinarias y comenzamos a construir obras de infraestructura, se incrementaron las inversiones en la industria, la agricultura, limitados sólo por los recursos tecnológicos soviéticos, que en algunas cosas estaban más adelantados y en otras estaban más atrasados, gastaban por lo general mucho combustible. Pero cuanto acero necesitábamos por encima de la producción nacional lo comprábamos. Medio millón de metros cúbicos de madera de la Siberia llegaban a Cuba cada año, adquirida con azúcar, níquel y otros productos que, en virtud del precio resbalante, el acuerdo alcanzado antes de la explosión del precio del petróleo, subió el del azúcar y otras exportaciones en la misma medida que subió el precio del petróleo. [Aplausos.] ¿Y saben cuánto 396

llegamos a consumir? Trece millones de toneladas anuales de combustible, no sólo por todos los servicios de transporte, la mecanización de la agricultura, de las construcciones, de instalaciones portuarias, decenas de miles de kilómetros de carreteras, cientos de presas y micropresas, principalmente para la agricultura, viviendas, vaquerías equipadas todas con ordeño mecánico, escuelas a montones, miles de escuelas y otras instalaciones sociales, sino por el consumo energético de las industrias y en las viviendas. La electrificación del país llegó a beneficiar el 95% de la población. Había recursos, y lo que podría decir es que ni siquiera éramos capaces de administrarlos con el máximo de eficiencia. Ahora sí hemos aprendido. En época de vacas gordas no se aprende mucho, en época de vacas flacas, y bien flacas, entonces se aprende bastante; pero hicimos muchas cosas que nos permitieron esos resultados en lo económico, lo social y en muchas otras cosas de las que les he hablado. Nuestro país también ocupa el primer lugar en educación, en maestros per cápita. Recientemente, se elaboró un informe de la Unesco que nos satisfizo mucho. Realizaron una encuesta entre 54.000 niños de tercero y cuarto grados, sobre sus conocimientos en matemáticas y lenguaje, en 14 países de América Latina, entre ellos los más adelantados, y obtuvieron con ello un promedio: unos estaban por encima del promedio y otros por debajo; pero la posición que le correspondió a Cuba fue por amplio margen el primer lugar, casi el doble del promedio del resto de América Latina. [Aplausos.] 397


En todos los índices, como edad de los alumnos por grado, retención escolar, no repitientes y otros factores que miden la calidad de la enseñanza básica, ocupamos, sin excepción, el lugar de honor, situando a nuestro país solitariamente en la categoría 1. Hay una gran masa de nuevos profesores y cada año que pasa acumulan más conocimiento y experiencia, igual que existe una gran masa de médicos y cada año que transcurre tienen más conocimientos. También con los profesionales en general y en unos cuantos campos ocurre igual. El porcentaje del ingreso bruto que invertimos en la ciencia es incomparablemente más alto que el de los países más avanzados de América Latina, con decenas de miles de trabajadores científicos, muchos de ellos con títulos de postgrado y conocimientos crecientes. Hemos hecho muchas cosas e invertido, sobre todo, en capital humano. ¿Cuál puede ser un temor? Eso, que lo digo aquí con toda franqueza y estoy dispuesto a decirlo en cualquier parte. Ustedes vivieron época de vacas gordas… [Le dicen que hace tiempo…] Hace tiempo, de acuerdo. En 1972 el precio del barril de petróleo estaba a 1,90 dólares. Cuba, por ejemplo, al triunfo de la Revolución, con unos pocos cientos de miles de toneladas de azúcar, compraba los 4 millones de toneladas de combustible que consumía, al precio mundial normal del azúcar en aquel momento. Nos salvó el precio resbalante mencionado, a raíz de la súbita elevación del costo del combustible; pero cuando vino la crisis, se acabó la URSS,

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y con ella nuestro principal mercado y todo tipo de precio convenido, tuvimos que reducir a la mitad los 13 millones de toneladas de combustible que ya estábamos consumiendo; una gran parte de lo que exportábamos teníamos que invertirlo en combustible, y aprendimos a ahorrar. Ya les hablé de peloteros, pero les puedo añadir que allí en cada batey y en cada caserío había peloteros, y estaba el tractor trasladando en carretas peloteros, aficionados y todo el mundo para el juego, y había, incluso, muchos operadores que iban a visitar a la novia en el tractor. [Risas.] Habíamos pasado de 5.000 tractores a 80.000. El pueblo era dueño de todo y nosotros habíamos cambiado de sistema, pero no habíamos aprendido mucho cómo se controla y se administra todo eso, y caímos, además, en algunos errores de idealismo. Pero teníamos más cosas que repartir que las que hoy tenemos. Más de uno dijo que Cuba había “socializado la pobreza”. Les respondíamos: “Sí, es mejor socializar la pobreza que distribuir las escasas riquezas entre una pequeña minoría que se lo lleva todo y el resto del pueblo que no recibe nada”. Ahora más que nunca nos vemos obligados a distribuir con la máxima equidad posible lo que tenemos. Sin embargo, se han producido privilegios en nuestro país, por causas que para nosotros fueron inevitables: remesas familiares, turismo, apertura en determinadas ramas a la inversión extranjera, cosas que nos hicieron más difícil la tarea en 399


el terreno político e ideológico, porque la fuerza del dinero es grande. No se puede subestimar. Hemos tenido que luchar mucho con todo eso, pero sacamos la conclusión de que en una urna de cristal se podía ser muy puro, y quien viviera así, en asepsia total, el día que saliera de ella un mosquito, un insecto, una bacteria acababa con él, igual que muchas bacterias, parásitos y virus que trajeron los españoles mataron a gran número de nativos en este hemisferio. Carecían de inmunidad contra ellas. Dijimos: “Vamos a aprender a trabajar en condiciones difíciles, porque, al fin y al cabo, la virtud se desarrolla en la lucha contra el vicio”. Y así hemos tenido que enfrentarnos a muchos problemas, en las actuales circunstancias. Ustedes tuvieron una etapa de enormes ingresos cuando creció el precio de 1,90 dólares por barril en 1972, a 10,41 en 1974, a 13,03 en 1978, a 29,75 en 1979, hasta llegar al fabuloso precio de 35,69 en 1980. Durante los cinco años subsiguientes, entre 1981 y 1985, el precio promedio por barril fue de 30,10 dólares, un verdadero río de ingresos en divisas convertibles, por este concepto. Conozco la historia de lo que ocurrió después, porque tengo muchos amigos, profesionales, cada vez que los veía les preguntaba cómo estaba la situación, cuál era su salario entonces y cuál era su ingreso real diez años más tarde. He sido testigo de cómo fueron bajando año por año hasta hoy. No me corresponde hacer análisis de otro carácter. Siempre les hacía a los venezolanos aquellas 400

preguntas pensando en la situación del país. No son hoy tiempos de vacas gordas ni para Venezuela, ni para el mundo. Cumplo un deber honesto, un deber de amigo, un deber de hermano, al sugerirles a ustedes, que constituyen una poderosa vanguardia intelectual, meditar a fondo sobre estos temas, y expresarles a la vez nuestra preocupación de que esa lógica, natural y humana esperanza, nacida de una especie de milagro político que se ha producido en Venezuela, pueda traducirse a corto plazo en decepciones y en un debilitamiento de tan extraordinario proceso. [Aplausos.] Me pregunto, debo hacerlo y lo hago: ¿Qué proezas, qué milagros económicos se pueden esperar de inmediato con los precios de los productos básicos de exportación venezolanos profundamente deprimidos y el petróleo a 9 dólares el barril, es decir, el precio más bajo en los últimos 25 años, un dólar que tiene mucho menos poder adquisitivo que entonces, una población mucho mayor, una enorme acumulación de problemas sociales, una crisis económica internacional y un mundo neoliberalmente globalizado? No puedo ni debo decir una palabra de lo que haríamos nosotros en circunstancias como éstas. No puedo, estoy aquí de visitante, no estoy de consejero, ni de opinante, ni cosa parecida. Medito simplemente. Permítanme decirles que no quiero mencionar países, pero hay unos cuantos de ellos muy im-

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portantes, con una situación más difícil que la de ustedes, que ojalá puedan vencer las dificultades. La situación de ustedes es difícil, pero no catastrófica. Así lo veríamos si estuviéramos en el lugar de ustedes. Les voy a decir algo más —con la misma franqueza—, ustedes no pueden hacer lo que hicimos nosotros en 1959. Ustedes tendrán que tener mucha más paciencia que nosotros, y me estoy refiriendo a aquella parte de la población que esté deseosa de cambios sociales y económicos radicales inmediatos en el país. Si la Revolución Cubana hubiese triunfado en un momento como éste, no habría podido sostenerse. La misma Revolución Cubana que ha hecho lo que ha hecho. Surgió, y no por cálculos, sino por una rara coincidencia histórica, catorce años después de la Segunda Guerra Mundial, en un mundo bipolar. Nosotros no conocíamos ni a un soviético, ni recibimos nunca una sola bala de un soviético para llevar a cabo nuestra lucha y nuestra Revolución, ni tampoco nos dejamos llevar por asesoramiento político alguno después del triunfo, ni lo intentó nadie nunca, porque éramos muy reacios a eso. A los latinoamericanos, en especial, no nos gusta que nos digan ni nos sugieran ideas o cosas.

otros suministros vitales y redujo, hasta llevarlas a cero, las importaciones de azúcar cubana, privándonos en un minuto de un mercado que se formó durante más de cien años. Aquellos en cambio nos vendieron petróleo a precio mundial, sí; a pagar en azúcar, sí; al precio mundial del azúcar, sí. Pero se exportó el azúcar a la URSS y llegó el petróleo, materias primas, alimentos y muchas cosas más. Nos dio tiempo para formar una conciencia; nos dio tiempo para sembrar ideas; nos dio tiempo para crear una nueva cultura política, [aplausos] ¡nos dio tiempo!, suficiente tiempo para crear la fortaleza que nos permitió resistir después los tiempos más increíblemente difíciles. Todo el internacionalismo que practicamos, ya mencionado, nos dio también fuerza. Pienso que ningún país ha vivido circunstancias más difíciles. No hay ni sombra de vanagloria si les digo, tratando de ser objetivo, que ningún otro país en el planeta habría resistido. Puede haber alguno, si me pongo a pensar en los vietnamitas, creo que los vietnamitas eran capaces de cualquier resistencia; [aplausos] me pongo a pensar en los chinos y los chinos eran igualmente capaces de cualquier proeza.

En aquel momento, desde luego, había otro polo poderoso; tiramos un ancla en aquel polo nacido precisamente de una gran revolución social, ancla que nos sirvió de mucho frente al monstruo que teníamos delante, que apenas hicimos una reforma agraria nos cortó de inmediato el petróleo y

Hay pueblos que tienen características y condiciones peculiares; realmente, culturas muy arraigadas y muy propias, heredadas de sus milenarios antecesores, lo que crea una enorme capacidad de resistencia. En Cuba se trataba de una cultura en gran parte heredada de un mundo que se volvió

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adversario, quedamos rodeados por todas partes de regímenes hostiles, campañas hostiles, bloqueo y presiones económicas de todo tipo que complicaban extraordinariamente nuestra tarea revolucionaria: seis años de lucha contra las bandas, con las que el vecino poderoso instrumentaba sus tácticas de guerra sucia; montones de años luchando contra terroristas, planes de atentado, para qué contarles; únicamente, decirles que me siento muy privilegiado, al cabo de 40 años, por haber podido volver a este para mí ya inolvidable y querido sitio, [aplausos] como testimonio de la ineficiencia y el fracaso de los que tantas veces quisieron adelantar en mí el proceso natural e inevitable de la muerte. Ahora, podemos decir, como me dijo un teniente que me hizo prisionero en un bosque, al amanecer, en las inmediaciones de Santiago de Cuba, varios días después del asalto a la fortaleza del Moncada. Habíamos cometido el error —siempre hay un error—, cansados de tener que reposar sobre piedras y raíces, de dormir en un pequeño varaentierra cubierto de hojas de palma que estaba por allí, y nos despertaron con los fusiles sobre el pecho, un teniente casualmente negro, por suerte, y unos soldados que tenían las arterias hinchadas, sedientos de sangre, y sin saber ni quiénes éramos. No habíamos sido identificados. En el primer momento no nos identificaron, nos preguntaron los nombres, yo di uno cualquiera: ¡prudencia, eh!, [risas] astucia, ¿no?, [aplausos] quizás intuición, instinto. Puedo asegurarles que temor no tuve, porque hay momentos de la vida en que es así, cuando uno 404

se da ya por muerto, y entonces más bien reacciona el honor, el orgullo, la dignidad. Si les doy mi nombre, aquello habría sido: ¡rá, rá, rá!, acaban de inmediato con el pequeño grupo. Unos minutos después encontraron en las proximidades varias armas dejadas allí por unos compañeros que no estaban en condiciones físicas de seguir la lucha, algunos de ellos heridos, que por acuerdo de todos estaban regresando a la ciudad para presentarse directamente a las autoridades judiciales. Quedamos tres, ¡sólo tres compañeros armados!, que fuimos capturados de la forma que expliqué. Pero aquel teniente, ¡qué cosa increíble! —esto nunca lo había contado en detalle públicamente—, está calmando a los soldados, y ya casi no podía. En el momento en que buscando por los alrededores encuentran las armas de los demás compañeros, se pusieron superfuriosos. Nos tenían amarrados y apuntándonos con los fusiles cargados; pero no, aquel teniente se movía de un lado a otro, calmándolos y repitiendo en voz baja: “Las ideas no se matan, las ideas no se matan”. ¿Qué le dio a aquel hombre por decir aquello? Era un hombre ya maduro, había estado estudiando algo en la universidad, algunos cursos; pero tenía aquella idea en la cabeza, y le dio por expresarla en voz baja, como hablando consigo mismo: “Las ideas no se matan”. Bueno, cuando observo a aquel hombre y lo veo con aquella actitud, y en un momento crítico, cuando a duras penas pudo impedir que aquellos soldados furiosos dispararan, me 405


levanto y le digo: “Teniente —a él solo, por supuesto—, yo soy fulano de tal, responsable principal de la acción; al ver su comportamiento caballeroso no puedo engañarlo, quiero que sepa a quién tiene prisionero”. Y el hombre me dice: “¡No se lo diga a nadie!”. “¡No se lo diga a nadie!”. [Aplausos.] Aplaudo a aquel hombre porque me salvó tres veces la vida en unas horas. Unos minutos después ya nos llevaban, y muy irritados todavía los soldados, unos tiros que suenan no lejos de allí, los ponen en zafarrancho de combate, y nos dicen: “¡Tírense al suelo, tírense al suelo!”. Yo me quedo de pie y digo: “¡No me tiro al suelo!”. Me pareció como una estratagema para eliminarnos, y digo: “No”. Se lo digo también al teniente, que insistía en que nos protegiéramos: “No me tiro al suelo. Si quieren disparar, que disparen”. Entonces él me dice —fíjense lo que me dice—: “Ustedes son muy valientes, muchachos”. ¡Qué increíble reacción! No quiero decir que en ese momento me salvó la vida, en ese momento tuvo ese gesto. Después que llegamos a una carretera, nos monta en un camión y había un comandante cerca de allí que era muy sanguinario, había asesinado a numerosos compañeros y quería que les entregaran a los prisioneros; el teniente se niega, dice que son prisioneros de él y que no los entrega. Me monta delante en la cabina. El comandante quería que nos llevara para el Moncada, y él ni nos entrega al comandante —ahí nos salvó por segunda vez—, ni nos lleva para el Moncada; nos lleva para la prisión, en medio de 406

la ciudad, por tercera vez me salvó la vida. Ya ven, y era un oficial de aquel ejército contra el cual estábamos combatiendo. Después, cuando la Revolución triunfa, lo ascendimos y fue capitán, ayudante del primer Presidente del país después del triunfo. Como dijo aquel teniente, las ideas no se matan [aplausos] nuestras ideas no murieron, nadie pudo matarlas; y las ideas que sembramos y desarrollamos a lo largo de esos treinta y tantos años, hasta 1991, más o menos, cuando se inicia el período especial, fueron las que nos dieron la fuerza para resistir. Sin esos años que dispusimos para educar, sembrar ideas, conciencia, sentimientos de profunda solidaridad en el seno del pueblo y un generoso espíritu internacionalista, nuestro pueblo no habría tenido fuerzas para resistir. Hablo de cosas que se relacionan un poco con cuestiones de estrategia política, muy complicadas, porque pueden ser interpretadas de una forma o de otra, y yo sé muy bien lo que quiero expresar. He planteado que ni siquiera una revolución como la nuestra, que triunfó con el apoyo de más del 90% de la población, respaldo unánime, entusiasta, gran unidad nacional, una fuerza política tremenda, habría podido resistir, no habríamos podido preservar la Revolución en las actuales circunstancias de este mundo globalizado. Yo no le aconsejo a nadie que deje de luchar, por una vía o por otra, hay muchas, y entre ellas la acción de las masas, cuyo papel y creciente fuerza es siempre decisivo. 407


Hoy mismo nosotros estamos envueltos en una gran lucha de ideas, de transmisión de ideas a todas partes; es nuestro trabajo. Hoy no se nos ocurriría decirle a alguien: haz una revolución como la nuestra, porque no podríamos, en las circunstancias que conocemos, a nuestro juicio, bastante bien, sugerir: hagan lo que nosotros hicimos. A lo mejor si estuviéramos en aquella época decíamos: hagan lo que nosotros hicimos; pero en aquella época el mundo era otro y otras eran las experiencias. Nosotros tenemos mucho más conocimiento, mucha más conciencia de los problemas, y, desde luego, por encima de todo está el respeto y la preocupación por los demás. Cuando los movimientos revolucionarios en Centroamérica, donde se les hizo muy difícil la situación porque ya existía el mundo unipolar y ni siquiera pudo mantener el poder la revolución en Nicaragua, y ellos estaban debatiendo sobre negociaciones de paz, nos visitaban mucho; con Cuba tenían una larga amistad, nos pedían opiniones, y les decíamos: “No nos pidan opiniones sobre eso. Si nosotros estuviéramos en el lugar de ustedes, sabríamos qué hacer, o podíamos pensar qué debíamos hacer; pero no se debe dar opiniones a otro, cuando otro es el que tiene que aplicar opiniones o criterios sobre cuestiones tan vitales como luchar hasta la muerte o negociar. Eso sólo lo pueden decidir los propios revolucionarios en cualquier país. Nosotros apoyaremos la decisión que tomen”. Fue una experiencia singular, la cuento también por primera vez públicamente. Cada uno tiene sus opciones, pero nadie 408

tiene derecho a trasmitir a otros su propia filosofía ante la vida o la muerte. Por eso digo que es tan delicado dar opiniones. Otro es el caso de los criterios, puntos de vista y opiniones sobre cuestiones globales, que afectan al planeta, tácticas y estrategias de lucha recomendables. Como ciudadanos del mundo e integrantes de la especie humana, tenemos derecho a expresar con entera claridad nuestro pensamiento a todo el que quiera escucharnos, sea o no revolucionario. Hace mucho tiempo que aprendimos cómo deben ser las relaciones con las fuerzas progresistas y revolucionarias. Aquí, ante ustedes, me limito a trasmitir ideas, reflexiones, conceptos que son compatibles con nuestra condición común de patriotas latinoamericanos, porque, repito, veo una hora nueva en Venezuela, pilar inconmovible e inseparable de la historia y el destino de nuestra América. Uno tiene derecho a confiar en la experiencia o en su punto de vista; no porque seamos infalibles ni mucho menos o porque no hayamos cometido errores, sino porque hemos tenido la oportunidad de estudiar en el largo curso de una academia de cuarenta años de Revolución. Por eso les expresé que ustedes no tienen una situación catastrófica ni mucho menos, aunque sí una situación económica difícil que entraña riesgos para esa oportunidad que a nosotros nos parece estar viendo. Se han dado algunas casualidades que impresionan. Ha venido a producirse esta situación de 409


Venezuela en el momento crítico de la integración de América Latina; un momento especial en que los que están más al sur, en su esfuerzo unitario, necesitan la ayuda de los del norte de Suramérica [aplausos], es decir, necesitan la ayuda de ustedes. Ha llegado en el momento en que el Caribe necesita de ustedes. Ha llegado en el momento en que ustedes pueden ser el enlace, el puente, la bisagra —como quieran llamarlo—, o un puente de acero entre el Caribe, Centroamérica y Suramérica. Nadie está en las condiciones de ustedes para luchar por algo tan importante y prioritario en este instante difícil, por la unión, la integración, digamos, por la supervivencia si quieren, no solo de Venezuela, sino de todos los países de nuestra cultura, de nuestra lengua y de nuestra raza. [Aplausos.] Hoy más que nunca hay que ser bolivariano; hoy más que nunca hay que levantar esa bandera de que patria es humanidad, conscientes de que sólo podemos salvarnos si la humanidad se salva; [aplausos] de que sólo podemos ser libres si logramos que la humanidad sea libre, y estamos muy lejos de serlo; si logramos realmente que haya un mundo justo, y un mundo justo es posible y es probable, aunque a fuerza de ver, meditar y leer, he llegado a la conclusión de que no es mucho el tiempo que a esta humanidad le queda para hacerlo.

ponencias; 55 ponencias programadas se discutieron, se debatieron, sobre estos problemas de la globalización neoliberal, la crisis económica internacional, lo que está sucediendo. Porque debí haber añadido que, desgraciadamente, no tengo muchas esperanzas de que los precios de los productos básicos de ustedes aumenten en el próximo año, en los próximos dos o tres años. Nosotros también tenemos el níquel a la mitad del precio; fíjense, estaba a 8.000 dólares la tonelada no hace mucho, y ahora está a 4.000. El azúcar estaba hace dos días a seis centavos y medio, que no cubre los gastos siquiera del costo de producción, los gastos en el combustible, piezas, fuerza de trabajo, insumos productivos, etcétera. Ese es un problema social, no sólo económico, cientos de miles de trabajadores viven en esos lugares con gran amor y arraigadas tradiciones de producción azucarera, trasmitidas de generación en generación, y nosotros no les vamos a cerrar las fábricas; pero la producción azucarera más bien en estos momentos deja pérdidas.

No sólo les doy mi criterio, sino el criterio de muchos que he recogido. Hemos tenido en días recientes un congreso de 1.000 economistas, 600 de ellos procedentes de más de 40 países, mucha gente eminente, y estábamos discutiendo con ellos las

Tenemos algunos recursos. El turismo, desarrollado con nuestros propios recursos, en lo fundamental, ha cobrado gran impulso en estos años, y hemos adoptado una serie de decisiones que han sido efectivas. No les voy a explicar cómo nos las hemos arreglado para lograr aquello que les expliqué sin políticas de choque, las famosas terapias que con tanta insensibilidad se aplicaron en otras partes, y con medidas de austeridad que fueron consultadas con todo el pueblo. Antes de ir

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al Parlamento fueron al pueblo y se discutió con todos los sindicatos, con todos los trabajadores, con todos los campesinos, qué hacer con este precio, cuál aumentar y por qué, y cuál no aumentar y por qué, y con todos los estudiantes, en cientos de miles de asambleas. Fueron entonces a la Asamblea Nacional y después volvieron otra vez a la base. Fue discutiéndose cada decisión a tomar, porque lo que se aplica se logra por consenso. Eso no lo logra nadie por la fuerza. Los sabios del Norte creen o simulan creer que es por la fuerza que existe una Revolución Cubana. No les ha dado el seso lo suficiente para darse cuenta de que en nuestro país, educado en elevados conceptos revolucionarios y humanos, tal cosa sería imposible, absolutamente imposible. [Risas y aplausos.] Eso sólo se logra mediante el consenso, y nada más; no lo puede lograr nadie en el mundo, sino mediante el máximo apoyo y cooperación del pueblo. Pero el consenso tiene sus requisitos. Aprendimos a crearlo, a mantenerlo, a defenderlo. Entonces, hay que ver lo que es la fuerza de un pueblo unido decidido a luchar y vencer. Una vez se produjo un pequeño disturbio, que no era político en lo esencial; se trataba de un momento en que Estados Unidos estimulaba por todos los medios las salidas ilegales hacia su territorio, y allí a los cubanos les dan residencia automática —lo que no conceden a ningún ciudadano de otro país del mundo—, lo cual estimula que cualquiera, ayudado por la corriente del golfo, haga hasta una

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balsa más segura que la Kon-Tiki para viajar al rico país o utilice embarcaciones de motor, hay mucha gente que tiene naves deportivas. Los recibían con todos los honores, robaban barcos y eran acogidos allá como héroes. En un incidente asociado a un plan de robar una nave de pasaje en el puerto de La Habana para el desorden migratorio, se produjo una cierta perturbación por lo de los barcos, y algunos empezaron a tirar piedras contra algunas vidrieras. Entonces, ¿cuál fue el método nuestro? Nunca hemos usado un soldado ni un policía contra civiles. Nunca ha habido un carro de bomberos lanzando poderosos chorros contra personas, como esas imágenes que aparecen en la propia Europa casi todos los días, o gente con escafandra que parece que van a salir de viaje al espacio. [Risas y aplausos.] No, es el consenso lo que mantiene a la Revolución, lo que le da fuerza. Ese día, recuerdo, estaba yo llegando a mi oficina, era por el mediodía, y me llega la noticia. Llamo a la escolta y los reúno, ellos tenían armas, y les digo: “Vamos al lugar de los desórdenes. ¡Prohibido terminantemente usar un arma!”. Realmente, prefería que dispararan contra mí a usar las armas en situaciones de ese tipo, por ello les di instrucciones categóricas, y disciplinados fueron conmigo para allá. ¿Cuánto duraron los disturbios al llegar allí? Un minuto, tal vez segundos. Ahí estaba el pueblo en los balcones de las casas, la mayoría —pero estaban un poco como anonadados, sorprendidos—; 413


unos cuantos lumpen allí tirando piedras, y, de repente, creo que hasta los que tiraban piedras empezaron a aplaudir, la masa entera se movió, y hay que ver lo que fue aquello de impresionante, ¡cómo reacciona el pueblo cuando se percata de algo contra la Revolución! Bueno, yo pensaba llegar al Museo de la Ciudad de La Habana donde estaba el historiador de la ciudad: “¿Cómo estará Leal?”. Decían que estaba sitiado en el Museo de la capital. Pero a las pocas cuadras, ya cerca del malecón, una gran multitud acompañándonos, no se vio signo alguno de violencia. Había dicho: “No se mueva una unidad, ni un arma, ni un soldado”. Si hay confianza en el pueblo, si hay moral ante el pueblo, no hay que usar jamás las armas; en nuestro país nunca las hemos usado. [Aplausos.] Así que hace falta unidad, cultura política y apoyo consciente y militante del pueblo. Nosotros pudimos crear eso en mucho tiempo de trabajo. Ustedes, los venezolanos, no podrán crearlo en unos días, ni en unos meses. Si aquí en vez de ser un viejo amigo, alguien a quien ustedes le han hecho el honor tan grande de recibirlo con afecto y confianza; si en lugar de un viejo y modesto amigo —lo digo con toda franqueza—, estoy completamente convencido, estuviese alguno de los padres de la patria venezolana, me atrevo a decir más, si aquel hombre de tanta grandeza y tanto talento que soñó con la unidad de América Latina

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estuviera aquí hablando con ustedes en este instante, les estaría diciendo: “¡Salven este proceso! ¡Salven esta oportunidad!”. [Aplausos prolongados.] Creo que ustedes pueden ser felices y se van a sentir felices con muchas de las cosas que pueden hacer, muchas que están al alcance de la mano, que dependen de factores subjetivos y de muy pocos recursos. Eso hemos hecho nosotros; pero no podría pensarse, realmente, en abundantes recursos: con un poco de sumas, de restas, es suficiente para comprender. Ustedes pueden encontrar recursos, y los pueden encontrar en muchas cosas para atender cuestiones prioritarias, fundamentales, esenciales; pero no se puede ni soñar que por ahora pueda volver la sociedad venezolana a disponer de los recursos que en un momento tuvo y que llegaron en unas circunstancias muy diferentes. Hay un mundo en crisis, unos precios bajísimos para productos básicos, y eso el enemigo trataría de utilizarlo. Tengan la seguridad de que nuestros vecinitos del Norte no se sienten nada felices con este proceso que está teniendo lugar en Venezuela, [aplausos] ni le desean éxito. No vengo aquí a sembrar cizaña, ni mucho menos; al contrario, estaría planteando sabiduría con prudencia, con toda la prudencia necesaria, la necesaria y no más de la necesaria, pero tienen que ser ustedes hábiles políticos; tienen que ser, incluso, hábiles diplomáticos; no pueden asustar a mucha gente. Más por viejo que por diablo les sugiero que resten lo menos posible. [Risas y aplausos.] 415


Una transformación, un cambio, una revolución en el sentido que hoy tiene esa palabra, cuando se mira mucho más allá del pedazo de tierra que nos vio nacer, cuando se piensa en el mundo, cuando se piensa en la humanidad, entonces hay que sumar. Sumen y no resten. Vean, aquel teniente que mandaba el pelotón que me hizo prisionero se sumó, no se restó. [Aplausos.] Yo fui capaz de comprender a aquel hombre cómo era. Y así he conocido a unos cuantos en mi vida, podría decir que a muchos. Es verdad que la condición social, la situación social es lo que contribuye más a la formación de la conciencia de la gente; pero al fin y al cabo yo fui hijo de un terrateniente, que tenía bastante tierra para el tamaño de Cuba —en Venezuela tal vez no—; pero mi padre llegó a disponer de alrededor de 1.000 hectáreas de tierras propias y 10.000 hectáreas de tierras arrendadas que él explotaba. Nacido en España, joven y pobre campesino, lo llevaron a luchar contra los cubanos.

y en un momento de su furiosa embestida añade: “El gobernante cubano, hijo de un soldado español que peleó en el lado equivocado en la guerra de independencia, no critica la reconquista”. Me pongo a pensar en mi padre, que deben haberlo traído a los 16 ó 17 años, reclutado allá, enviado para Cuba como se hacían las cosas en aquellos tiempos, y ubicado en una línea fortificada española. ¿Realmente se le puede acusar a mi padre de haber luchado del lado equivocado? No. Luchó en todo caso del lado correcto, luchó del lado de los españoles. ¿Qué querían, que fuera docto en marxismo, internacionalismo y veinte millones de cosas más, cuando mi padre apenas sabía leer ni escribir? [Aplausos.] Lo enrolaron, sí, medité y en todo caso luchó del lado correcto, los equivocados son los de la revista yanqui: si hubiese luchado del lado de los cubanos, habría estado en el lado equivocado, porque no era su país, ni sabía nada de eso, ni podía entender por qué estaban luchando los cubanos. Era un sencillo recluta, es decir, lo trajeron para acá como a otros cientos de miles. Finalizada la guerra, lo repatrian a España. Volvió a Cuba poco tiempo después a trabajar como peón.

Alguien en días recientes, en una importante revista norteamericana, tratando de ofender a los españoles, irritado porque los españoles han incrementado sus inversiones en América Latina, publicó un artículo durísimo contra España. Se veía que estaban rabiosos, lo ambicionan todo para ellos, no quieren ni una peseta española invertida en estos lares, menos aún en Cuba, y decía entre otras cosas: “A pesar de sus ataques contra el imperialismo, Fidel Castro es un admirador de la reconquista”. Pintaba la cosa como una reconquista de los españoles. Se titulaba: “En busca del nuevo El Dorado”,

Más tarde mi padre fue terrateniente, nací y viví en un latifundio y no me hizo daño, me permitió hacer contacto con mis primeros amigos, que eran los muchachos pobres del lugar, hijos de obreros asalariados y de modestos campesinos víctimas todos del sistema capitalista. Pasé más tarde por escuelas ya más de élite, digamos, pero salí bien, por suerte. Digo realmente por suerte. Tuve la suerte de

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ser hijo y no nieto de terrateniente, porque si llego a serlo, posiblemente habría nacido, vivido y crecido en alguna ciudad, entre niños ricos, de un barrio muy distinguido, y más nunca adquiero mis ideas de comunista utópico o de comunista marxista ni nada parecido; en la vida nadie nace revolucionario, ni poeta, ni guerrero, ni mucho menos; son las circunstancias las que hacen al hombre o le dan la oportunidad de ser una cosa u otra. Si Colón nace un siglo antes, nadie habría oído hablar de Colón. España todavía estaba ocupada en parte por los árabes. Si no llega a estar equivocado, y de verdad hubiese existido un camino por mar directo a China, sin tropezar con un imprevisto continente, habría durado unos quince minutos en las costas de China; porque si a Cuba la conquistaron con doce caballos, ya los mongoles en aquella época tenían ejércitos de caballería de cientos de miles de soldados. [Aplausos.] Fíjense bien lo que son las cosas. De Bolívar no digo nada, porque Bolívar nació donde tenía que nacer, el día que tenía que nacer y de la forma en que tenía que nacer, ¡se acabó! [Aplausos.] Dejo a un lado la hipótesis de lo que habría pasado si naciera 100 años antes o 100 después, porque eso era imposible. [Risas.] [Del público le dicen: “Che”.] ¿Che? ¡Che ha estado cada segundo de mis palabras aquí presente y hablando desde aquí! [Aplausos prolongados.]

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Ahora sí concluyo. Hay unos industriales esperándome. [Risas.] ¿Cómo cambio yo de discurso? Pues, miren, les voy a decir lo mismo, con toda honestidad por encima de todo. [Risas.] Creo que hay un lugar para todas las personas honradas en este país, para todas las personas con sensibilidad, para todas las personas capaces de escuchar el mensaje de la patria y de la hora, yo diría que el mensaje de la humanidad, que es el que ustedes deben trasmitir a sus compatriotas. Les hablé ya de una reunión en la que participaron 600 economistas procedentes de numerosos países, mucha gente muy inteligente y de las más diversas escuelas, analizamos todos estos problemas a fondo. No queríamos una reunión sectaria, o de izquierda, o de derecha; hasta a Friedman lo invitamos, pero, claro, ya con 82 años, él se excusó y dijo que no podía. Hasta al señor Soros lo invitamos para que defendiera allí sus puntos de vista, a los Chicago boys, a los monetaristas, a los neoliberales, porque lo que queríamos era discutir, y se discutió cinco días, comenzó un lunes y terminó un viernes. Esa reunión surgió de una sugerencia que hice en una anterior reunión latinoamericana de economistas. Se hablaba de muchas cosas y les digo: pero con los problemas que tenemos delante ahora, ¿por qué no nos concentramos en la crisis económica y en los problemas de la globalización neoliberal? Y así se hizo. Fueron enviadas cientos de ponencias, se escogieron 55, se debatieron todas; las otras se

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van a imprimir, las que no se debatieron. Fueron muy interesantes, muy educativas, muy instructivas. Pensamos hacerlo todos los años. Ya que hay un foro allá por Davos, donde se reúnen no sé cuántos representantes de transnacionales y todos los ricos de este mundo, nuestra pequeña islita puede ser un modesto punto donde nos reunamos los que no somos dueños de transnacionales ni cosas parecidas. Pero vamos ya a realizar el evento todos los años, a partir de la experiencia que tuvimos.

en gran parte será un diálogo conmigo mismo.

Yo debía clausurar aquella reunión. Habíamos dicho: Fíjense, no habrá ni una guitarra cuando comience la reunión, porque siempre se inician los actos, como ustedes saben, con una guitarra, un coro...

Reducción máxima posible de gastos para todos.

¡Ah!, bueno, aquí estuvo el coro, muy bien, y muy bueno. [Risas.] Pero les dije: desde que comience la reunión en el minuto exacto, a discutir la primera ponencia, y así estuvimos cinco días, mañana, tarde y noche. Me dieron la tarea de clausurar aquel encuentro, y les hablé, para finalizar el acto, eran ya las 12:00 de la noche. Si ustedes me permiten, y son unos minutos, porque fue muy breve, [risas] quería repetir hoy aquí lo que expresé, porque en cierta forma muy sintética recoge la esencia de muchas de las cosas que les he dicho: Estimados delegados, observadores e invitados: Ya que ustedes me hacen este honor, no voy a pronunciar un discurso; me limitaré a exponer una ponencia. Lo haré en lenguaje cablegráfico y

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Mes de julio. Encuentro de Economistas Latinoamericanos y del Caribe. Temario: grave crisis económica mundial a la vista. Necesidad de convocar una reunión internacional. Punto central: la crisis económica y la globalización neoliberal. Debate amplio. Todas las escuelas. Confrontar argumentos. Se trabajó en esa dirección.

Trabajar mañana, tarde y noche. Excepcional seriedad y disciplina ha reinado en estos cinco días. Todos hablamos con absoluta libertad. Lo hemos logrado. Estamos agradecidos. Hemos aprendido mucho escuchándolos a ustedes. Gran variedad y diversidad de ideas. Extraordinaria exhibición de espíritu de estudio, talento, claridad y belleza de expresión. Todos tenemos convicciones. Todos podemos influirnos unos a otros. Todos sacaremos a la larga conclusiones similares. Mis convicciones más profundas: la increíble e inédita globalización que nos ocupa es un producto del desarrollo histórico; un fruto de la civilización humana; se alcanzó en un brevísimo período de no más de tres mil años en la larga vida de nuestros antecesores sobre el planeta. Eran ya una especie completamente evolucionada. El hombre actual no es más inteligente que Pericles, Platón o Aristóteles, aunque no sabemos todavía

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si suficientemente inteligente para resolver los complejísimos problemas de hoy. Estamos apostando a que puede lograrlo. Sobre eso ha tratado nuestra reunión. Una pregunta: ¿Se trata de un proceso reversible? Mi respuesta, la que me doy a mí mismo, es: No. ¿Qué tipo de globalización tenemos hoy? Una globalización neoliberal; así la llamamos muchos de nosotros. ¿Es sostenible? No. ¿Podrá subsistir mucho tiempo? Absolutamente no. ¿Cuestión de siglos? Categóricamente no. ¿Durará sólo décadas? Sí, sólo décadas. Pero más temprano que tarde tendrá que dejar de existir. ¿Me creo acaso una especie de profeta o adivino? No. ¿Conozco mucho de economía? No. Casi absolutamente nada. Para afirmar lo que dije basta saber sumar, restar, multiplicar y dividir. [Aplausos.] Eso lo aprenden los niños en la primaria. “¿Cómo se va a producir la transición? No lo sabemos. ¿Mediante amplias revoluciones violentas o grandes guerras? Parece improbable, irracional y suicida. ¿Mediante profundas y catastróficas crisis? Desgraciadamente es lo más probable, casi casi inevitable, y transcurrirá por muy diversas vías y formas de lucha. ¿Qué tipo de globalización será? No podría ser otra que solidaria, socialista, comunista, o como ustedes quieran llamarla. [Aplausos.] ¿Dispone de mucho tiempo la naturaleza, y con ella la especie humana, para sobrevivir la ausencia de un cambio semejante? De muy poco. ¿Quiénes serán los creadores de ese nuevo mundo? Los hombres y mujeres que pueblan nuestro planeta. ¿Cuáles serán las armas esenciales? Las ideas;

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las conciencias. ¿Quiénes las sembrarán, cultivarán y harán invencibles? Ustedes. ¿Se trata de una utopía, un sueño más entre tantos otros? No, porque es objetivamente inevitable y no existe alternativa. Ya fue soñado no hace tanto tiempo, sólo que tal vez prematuramente. Como dijo el más iluminado de los hijos de esta isla, José Martí: “Los sueños de hoy serán las realidades de mañana”. He concluido mi ponencia. Muchas gracias.

[Aplausos prolongados.] Perdonen el abuso que he cometido con ustedes, y les prometo que dentro de 40 años cuando me vuelvan a invitar, seré más breve. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Fidel, Fidel, Fidel!”.] Suerte para ustedes que no incluí el famoso folleto. ¿Saben lo que era? El documento del Sínodo de Roma, publicado en México. [Del público le dicen algo.] No lo voy a leer; pero gran parte de lo que subrayé leyendo esta exhortación apostólica era coincidente con muchas de las ideas que aquí expresé. Lo pensaba utilizar como prueba de que mucho de lo que se piensa hoy en el mundo sobre el desastroso sistema imperante no viene sólo de fuentes de izquierda, no viene sólo de fuentes políticas. Argumentos, expresiones o afirmaciones condenando la pobreza, las injusticias, las desigualdades, el neoliberalismo, los despilfarros de las sociedades de consumo y otras muchas calamidades sociales y humanas engendradas por el actual orden económico impuesto al mundo, surgen también de

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instituciones nada sospechosas de marxismo, como la Iglesia CatĂłlica Romana. Igualmente, piensan otras muchas iglesias cristianas. Tal vez lo mejor de todo habrĂ­a sido que yo hubiera llegado con este documento, leyera lo que tenĂ­a subrayado, y ustedes hubieran podido marcharse cuatro horas y media antes. [Risas.] Muchas gracias.

Los barbudos revolucionarios siempre presentes en Cuba y en la juventud rebelde latinoamericana.

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Discurso pronunciado en la sesión solemne de la Asamblea Nacional de Venezuela Palacio Federal Legislativo, Caracas 27 de octubre de 2000

Excelentísimo señor Hugo Chávez Frías, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela; excelentísimo señor presidente de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela; excelentísimo señor presidente del Tribunal Supremo de Justicia; excelentísimo señor presidente y demás miembros del Consejo Moral Republicano; excelentísimo señor presidente del Consejo Nacional Electoral; excelentísimos señores embajadores; honorables encargados de negocios y representantes de organismos internacionales acreditados en el país; honorables diputados y diputadas a la Asamblea Nacional; altas autoridades eclesiásticas y militares; señoras y señores; venezolanos: No vengo aquí a cumplir un deber protocolar, o porque la tradición establezca la norma de que un invitado oficial visite el Parlamento; no pertenezco a esa estirpe de hombres que busque


honores, solicite privilegios o se deje arrastrar por vanidades. Cuando visito un país, y en especial si se trata de un pueblo hermano tan querido como el de Venezuela, cumplo los deseos de aquellos a quienes considero que con gran dignidad y valentía lo representan. Lamento mucho que la mera idea de mi presencia en el Parlamento de Venezuela, incluida en el programa por los anfitriones, fuese motivo de disgusto para algunos de sus ilustres miembros. Les pido excusas. Debo ser cortés, pero no usaré un lenguaje excesivamente refinado, diplomático y lleno de melindres. Hablaré con palabras abiertamente francas y sinceramente honestas. No es la primera vez que visito el Parlamento venezolano; lo hice hace más de 41 años. Pero sería incorrecto decir que vuelvo a una misma institución, o que el que vuelve es el mismo invitado de entonces. Lo más parecido a lo real es que vuelve un hombre distinto a un Parlamento diferente. De mí no tengo ningún mérito que acreditar, ni perdones que pedir. Sólo que entonces tenía 32 años y venía cargado de toda la inexperiencia de quien con la ayuda del azar había sobrevivido a muchos riesgos. Tener suerte no es tener méritos. Albergar sueños e ideales es muy común entre los seres humanos; pocos son, sin embargo, los que tienen el raro privilegio de ver algunos de estos realizados, mas no por ello alcanzan derecho a jactancia alguna.

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Aquel Parlamento con que tuve el honor de reunirme hace tanto tiempo, albergaba también ilusiones y esperanzas. Meses antes, se había producido un levantamiento victorioso del pueblo. Todo ha cambiado desde entonces. Aquellas ilusiones y esperanzas se convirtieron en cenizas. Sobre aquellas cenizas surgieron las nuevas esperanzas y se erigió este nuevo Parlamento. Como en todas las épocas de la historia, los hombres sueñan y tendrán siempre derecho a soñar. El gran milagro consiste en que alguna vez las esperanzas y los sueños de este pueblo noble y heroico se conviertan en realidades. Yo, como muchos de ustedes, albergo esos sueños; parto de la idea de que en Venezuela, al final de las últimas cuatro décadas, han ocurrido hechos extraordinarios: venezolanos que otrora luchaban entre sí convertidos en aliados revolucionarios; guerrilleros, en políticos destacados; soldados, en audaces estadistas que enarbolan las banderas que un día llenaron de gloria a este país. No me corresponde juzgar a aquellos que de la izquierda pasaron a la derecha, ni a muchos de los que, tal vez partiendo de un honesto conservadurismo, terminaron saqueando y engañando al pueblo. No es mi propósito ni puedo atribuirme el derecho de convertirme en juez de los personajes del drama vivido por ustedes. Todos los hombres somos efímeros y casi siempre erráticos, incluidos los que actúan de buena fe. Deseo sólo acogerme al derecho que Martí legó a los cubanos: experimentar una enorme admiración por Venezuela y por quien fuera el más grande soñador y estadista de 429


nuestro hemisferio: Simón Bolívar. El fue capaz de imaginar y luchar por una América latinoamericana, independiente y unida. Nunca fue procolonialista ni monárquico, ni siquiera en los tiempos en que las Juntas Patrióticas se crearon como acto de rebeldía contra la imposición de un rey extraño en el trono español, como lo demostró el Juramento del Monte Sacro. Casi desde la adolescencia era un decidido partidario de la independencia, en fecha tan temprana como la de 1805. Libertó con su espada la mitad de Sudamérica, y garantizó, en la histórica batalla de Ayacucho, con sus tropas de llaneros invictos y soldados valientes de la Gran Colombia creada por él, bajo el mando directo del inmortal Sucre, la independencia del resto del sur y del centro de América. Entonces Estados Unidos era, como todos conocemos, un grupo de colonias inglesas recién liberadas, en plena expansión, en las que el genial jefe venezolano supo adivinar, en tan temprana época, “...que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. Comprendo perfectamente la diversidad de intereses y criterios que inevitablemente existen hoy en Venezuela. Se cuenta que en su campaña en Egipto, Napoleón Bonaparte, al arengar a sus tropas antes de la batalla de las Pirámides, dijo: “Soldados, desde lo alto de estas pirámides cuarenta siglos os contemplan”. 430

Como visitante que ha recibido el inmenso honor de ser invitado a dirigirles la palabra, me atrevería a decirles con la mayor modestia: hermanos venezolanos, desde esta tribuna, 41 años y 10 meses de experiencia en la lucha sin descanso frente a la hostilidad y las agresiones de la potencia más poderosa que haya existido jamás sobre la Tierra, contemplan, admiran y comparten la dura y difícil batalla que ustedes, inspirados en Bolívar, están librando hoy. Sobre las relaciones entre Cuba y Venezuela, mucho se ha esgrimido el porfiado argumento de que en Venezuela se pretende introducir el modelo revolucionario de Cuba. Tanto se dijo y se habló sobre esto en vísperas del plebiscito que aprobaría o no el proyecto de la nueva Constitución venezolana, que me vi en la necesidad de invitar a un grupo de destacados periodistas venezolanos que, en representación de importantes órganos de prensa televisiva, radial y escrita, nos hicieran el honor de visitarnos. Quienes involucraban cínicamente a Cuba como un diabólico fantasma, tal cual la han diseñado las groseras mentiras del imperialismo, nos daban el derecho a realizar ese encuentro. En una noche insomne como no lo hice ni en los tiempos febriles de mi época de estudiante finalista, leí y subrayé los conceptos esenciales de aquel proyecto y los comparé con los de nuestra propia Carta Magna. Con la Constitución de Cuba en una mano y en la otra el proyecto de Venezuela, mostré las profundas diferencias entre una y otra concepción revolucionaria. Digo revolucionaria porque 431


ambas lo son: ambas pretenden una vida nueva para sus pueblos; desean cambios radicales; ansían justicia; aspiran a la unión estrecha de los pueblos de la América que definió Martí cuando dijo: “¡Qué más pudiera decirse, ni es necesario decir! que del Bravo a la Patagonia no hay más que un solo pueblo”. Ambas luchan con firmeza para preservar la soberanía, la independencia y la identidad cultural de cada uno de nuestros pueblos. Nuestra Constitución se apoya esencialmente en la propiedad social de los medios de producción, la programación del desarrollo; la participación activa, organizada y masiva de todos los ciudadanos en la acción política y la construcción de una nueva sociedad; la unidad estrecha de todo el pueblo bajo la dirección de un Partido que garantiza normas y principios, pero que no postula ni elige a los representantes del pueblo en los órganos del poder del Estado, tarea que corresponde por entero a los ciudadanos a través de sus organizaciones de masas y mecanismos legales establecidos. La Constitución venezolana se apoya en el esquema de una economía de mercado y la propiedad privada recibe las más amplias garantías. Los famosos tres poderes de Montesquieu, que se proclaman como pilares fundamentales de la tradicional democracia burguesa, eran complementados con nuevas instituciones y fuerzas para garantizar el equilibrio en la dirección política de la sociedad. El sistema pluripartidista queda establecido como un elemento básico. Había que ser ignorante para encontrar alguna semejanza entre ambas Constituciones. 432

En aquella reunión con los periodistas venezolanos denuncié los primeros movimientos de la mafia terrorista cubano-americana de Miami para asesinar al Presidente de Venezuela. Aquellos gángsters creían, a su modo, que Venezuela sería una nueva Cuba. A finales de julio del presente año, a pocos días de las últimas elecciones, otra mentira colosal comenzó a circular desde Venezuela a través de medios de prensa nacionales e internacionales. Las conexiones venezolanas de la Fundación Nacional Cubano-Americana habían contribuido a fraguar la conjura: “Desertor cubano denuncia la presencia en Venezuela de 1.500 miembros de los Servicios de Inteligencia de Cuba, filtrados en calles y cuarteles…”. Se añadían un montón de supuestos detalles. De tal modo se planeó la infame campaña en vísperas de las elecciones presidenciales, que altos funcionarios del gobierno hablaban de las mentiras “del desertor cubano”. Es decir, daban como un hecho la supuesta deserción de un oficial de la Inteligencia cubana. Tal desertor ni siquiera existía. Era un simple holgazán salido de Cuba en tiempos pasados, que vivía del cuento. Pedía asilo y protección. Ya los conspiradores tenían cinco o seis más listos para repetir la historia y el escándalo día por día, mediante el mismo mecanismo, hasta la fecha de los comicios. De nuevo Cuba envuelta en la campaña electoral de Venezuela, de nuevo la necesidad de hablarle a la prensa de ese hermano país. La denuncia

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y el rápido desmantelamiento de la truculenta historia hicieron trizas la calumnia. En esa ocasión, informé sobre los abundantes fondos provenientes de Miami para sufragar los gastos de la campaña contra la elección del presidente Chávez. Ofrecí datos exactos y algunos nombres que resultaban imprescindibles divulgar. Todos negaron, por supuesto. Alguno de ellos, con cierto renombre de ilustrado y capaz funcionario de pasados tiempos, juró que era absolutamente falso el papel que se le atribuía. No quise reiterar lo afirmado, aunque tenía y tengo en mi poder los datos precisos del lugar donde se reunieron, donde le entregaron medio millón de dólares, quiénes lo trasladaron a Venezuela y quiénes hicieron llegar el dinero a los destinatarios. No deseaba realmente revolver aquel turbio y repugnante asunto. No era siquiera necesario. Los confabulados habían sido aplastados por la votación popular del 30 de julio. La información quedaba como reserva, por si fuese necesario utilizarla en alguna ocasión posterior. Cuba no cesa de ser utilizada con fines de política interna en Venezuela, ni cesan de usarla para atacar a Chávez, incuestionable y eminente líder bolivariano, cuya actividad y prestigio rebasan ya ampliamente las fronteras de su patria. Soy su amigo, y me enorgullezco de ello. Admiro su valentía, su honestidad y su visión clara de los problemas del mundo actual, y el papel extraordinario que Venezuela está llamada a desempeñar en la unidad latinoamericana y en la lucha de los 434

países del Tercer Mundo. No lo digo ahora que es Presidente de Venezuela. Adiviné quién era cuando aún estaba en la prisión. Apenas unos meses después de ser liberado, lo invité a Cuba con todos los honores, aun a riesgo de que los que eran entonces dueños del poder rompieran relaciones con Cuba. Lo presenté ante los estudiantes universitarios, habló en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, conquistó allí grandes simpatías. Con su fulminante victoria popular cuatro años después —sin un centavo, sin los abundantes recursos de las viejas camarillas políticas cuyas campañas eran sufragadas con las sumas fabulosas robadas al pueblo—, contando sólo con la fuerza de sus ideas, su capacidad de transmitirlas al pueblo y el apoyo de pequeñas organizaciones de las fuerzas más progresistas de Venezuela, aplastó a sus adversarios. Surgió así una extraordinaria oportunidad no sólo para su país, sino también para nuestro hemisferio. Nunca le he pedido nada. Jamás le solicité que mi patria, criminalmente bloqueada desde hace más de 40 años, fuese incluida en el Acuerdo de San José; por el contrario, le ofrecí siempre la modesta cooperación de Cuba en cualquier área en que pudiese ser útil a Venezuela. La iniciativa fue totalmente suya. La conocí por primera vez cuando habló públicamente sobre el tema en una Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe que tuvo lugar en República Dominicana en abril de 1999. Expresó también su deseo de que fuesen incluidos varios países del Caribe que no eran beneficiados 435


por aquel acuerdo. Él ha sido puente de unión entre Latinoamérica y los dignos pueblos caribeños, a partir de su profunda identificación con el pensamiento de Bolívar. Estoy consciente de que mi visita a Venezuela ha sido objeto de venenosas campañas de todo tipo. Se le imputa al presidente Chávez querer regalarnos petróleo; que el Acuerdo de Caracas es un simple pretexto para ayudar a Cuba. Si así fuese, merecería un monumento del alto del Everest porque Cuba fue aislada, traicionada y bloqueada, con excepción de México, por todos los gobiernos de este hemisferio sometidos a Estados Unidos, incluido el de Venezuela, dirigida en aquel entonces por el primer presidente constitucional después de la sublevación popular del 23 de enero de1958 y de la creación de la Junta Patriótica que presidió las elecciones celebradas en ese mismo año. Nuestro pueblo, con bloqueos, guerra sucia, invasiones mercenarias y amenazas de ataques directos, defendió con honor su patria, la primera trinchera de América, como la vio Martí cuando, en vísperas de su muerte en combate, confesó que todo lo que ha-

por hambre y enfermedad al pueblo cubano. Olvidan que cuando los precios del petróleo estaban excesivamente bajos y la situación económica de Venezuela era crítica, Chávez revitalizó y dinamizó la OPEP, cuyas medidas, en menos de dos años, triplicaron los precios. Es cierto que el precio actual, perfectamente soportable por los países industrializados y ricos, golpea con dureza, en mayor o menor grado, a más de cien países del Tercer Mundo, mientras los ingresos de Venezuela y demás países petroleros se han elevado considerablemente. Esto es algo que Chávez, por su parte, trató de compensar con el Acuerdo de Caracas que, como ustedes conocen, brinda facilidades a un grupo de países del Caribe y Centroamérica para pagar a crédito una parte del precio, con mínimo de interés y plazo prolongado. Un buen ejemplo que deben tomar en cuenta otros exportadores de petróleo.

Ninguno de los que en Venezuela le imputan a Chávez aquellas intenciones ha librado jamás batalla alguna contra el intento genocida de matar

Los que lo acusan por esa acción inteligente y justa, que compromete sólo una pequeña parte de los ingresos que recibe Venezuela con los actuales precios, reaccionan de forma extremadamente egoísta y miope. No toman para nada en cuenta que la OPEP, sin el apoyo del Tercer Mundo, no estaría en condiciones de resistir mucho tiempo las enormes presiones de los países industrializados y ricos, atormentados fundamentalmente por el incremento de los precios de la gasolina para sus miles de millones de automóviles y vehículos motorizados.

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bía hecho a lo largo de su fecunda vida era para “... impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.


El medio ambiente y las dificultades económicas de los países más pobres no les quitan el sueño. Por otra parte, se pretende también ignorar que nuestro país ha resistido, con singular estoicismo y férrea voluntad de lucha, diez años terribles de período especial. Al perder sus mercados y fuentes de suministros de todo tipo, nuestra patria realizó la hazaña no sólo de sobrevivir, sino de contar hoy con más médicos, maestros, profesores, técnicos de educación física y deportes per cápita que ningún otro país del mundo, y de tener otros índices de carácter social y humano que son superiores a los de muchos países industrializados y ricos. Su desarrollo social es ejemplo para muchos, motivo de odio y rabia de la superpotencia hegemónica y prueba inequívoca de lo que puede alcanzar un pueblo unido y revolucionario con ínfimos recursos. También los enemigos y calumniadores parecen ignorar que Cuba eleva aceleradamente su producción petrolera y, en un período de tiempo relativamente breve, se autoabastecerá de petróleo y gas. La cooperación que recibirá de Venezuela en el campo energético, al suministrarle tecnologías avanzadas para una mayor extracción y uso de nuestro petróleo, será de por sí ya una inestimable ayuda, y el combustible que suministre en las condiciones que se establezcan en los compromisos que firmemos a partir de los principios del Acuerdo de Caracas, será rigurosamente saldado en moneda libremente convertible y en bienes y servicios 438

que serán sin duda de extraordinario valor para el pueblo venezolano. Nuestra cooperación con Venezuela se inspira en ideales que van mucho más allá del simple intercambio comercial entre dos países. Son comunes nuestras conciencias de la necesidad de unión de los pueblos latinoamericanos y caribeños y la lucha por un orden económico mundial más justo para todos los pueblos. No se trata de un convenio escrito, sino de objetivos que emanan de nuestra actuación en las Naciones Unidas, en el Grupo de los 77, en el Movimiento de Países No Alineados y otros importantes foros internacionales. En la política internacional de cada uno de los dos países, la comunidad de propósitos se expresa de manera elocuente en el rechazo a las políticas neoliberales y en la posición de luchar por el desarrollo económico y la justicia social. Los que tanto se afanan en mentir, calumniar y conspirar contra las ejemplares relaciones entre ambos países, obstaculizar la visita oficial de la delegación cubana y distorsionar el sentido de la cooperación económica entre Cuba y Venezuela, debían explicar al pueblo venezolano por qué en un país con tan enormes recursos y un pueblo laborioso e inteligente, la pobreza alcanza el fabuloso índice de casi 80% de la población. Citaré solo algunos desastrosos ejemplos. Según fuentes de la Cepal y la Comunidad Andina, los sectores pobres, que hace una década 439


concentraban ya el 70% de la población, ocho años después se elevaban a más del 77%; entre ellos, la indigencia pasó del 30 al 38%. El desempleo se incrementó al 15,4% y el empleo precario del sector informal abarca el 52% de la fuerza de trabajo. Anteriores cifras oficiales señalaban índices de analfabetismo por debajo del 10%. Fuentes oficiales del Ministerio de Educación venezolano estiman que el analfabetismo real hoy alcanza al 20% de la población. El 50% de los jóvenes interrumpen sus estudios por razones económicas; un 11% debido al rendimiento escolar; un 9% por carecer de oportunidades. Estos datos suman un 70% de jóvenes estudiantes afectados. Sólo en los últimos 21 años se fugaron de Venezuela 100.000 millones de dólares, una verdadera sangría de recursos financieros venezolanos indispensables para el desarrollo económico y social del país. Abruman las cifras procedentes de variadas fuentes y no siempre coincidentes. Es imposible incluir todas las calamidades que ha heredado la Revolución Bolivariana. Existe, sin embargo, una de ineludible mención, que puede evidenciarlas de forma casi matemática: la relacionada con la mortalidad infantil, tema altamente sensible, de carácter humano y social. Los datos de la Unicef señalan que en 1998 la mortalidad infantil en menores de un año alcanzaba 440

en Venezuela el índice de 21,4 por cada 1.000 nacidos vivos; la cifra se eleva a 25 si se incluyen también los que fallecen antes de cumplir los cinco años de edad. ¿Cuántos niños venezolanos habrían sobrevivido si a partir del proceso político iniciado en 1959, casi simultáneamente con la Revolución Cubana, en Venezuela se hubiese reducido la mortalidad infantil al ritmo y los niveles alcanzados por Cuba, que pudo reducirla, de un estimado de 60, a 6,4 en el primer año de vida, y de 70 a 8,3 en niños de cero a cinco años? Los datos arrojan que en ese período de 40 años entre 1959 y 1999 murieron en Venezuela 365.510 niños que habrían podido salvarse. En Cuba, con una población que en 1959 no alcanzaba los 7 millones de habitantes, la Revolución ha salvado la vida de cientos de miles de niños gracias a la reducción de los índices de mortalidad infantil, que hoy se encuentran por debajo de los de Estados Unidos, el país más rico y desarrollado del mundo. Ninguno de esos niños salvados es analfabeto al cumplir los siete años y decenas de miles son ya graduados universitarios o técnicos calificados. Sólo en el año 1998, año en que concluye la nefasta etapa que precedió a la Revolución Bolivariana, murieron en Venezuela 7.951 niños menores de un año que habrían podido salvarse. Esa cifra se eleva a 8.833 si se consideran las edades comprendidas de cero a cinco años. He mencionado en todos los casos cifras exactas a partir de datos oficiales publicados por entidades de Naciones Unidas. Tal número de niños venezolanos muertos en un año es superior al de los soldados de ambos 441


contendientes caídos en las batallas de Boyacá, Carabobo, Pichincha, Junín y Ayacucho juntas, cinco de las más importantes y decisivas de las guerras de independencia libradas por Bolívar, de acuerdo con los datos históricos conocidos, aun cuando los vencedores en sus partes de guerra hayan elevado las cifras de las bajas enemigas y reducido u ocultado las suyas propias por razones tácticas. ¿Quiénes mataron a esos niños? ¿Cuál de los culpables fue a la cárcel? ¿Quién fue acusado de genocidio? Las decenas de miles de millones de dólares malversados por políticos corruptos constituyen un genocidio, porque los fondos que roban al Estado matan a un incalculable número de niños, adolescentes y adultos, que mueren por enfermedades prevenibles y curables. Tal tipo de orden político y social verdaderamente genocida con el pueblo, y donde las protestas populares son reprimidas a fuerza de balazos y matanzas, es presentado a la opinión mundial como modelo de libertad y democracia. La fuga de capitales es también genocidio. Cuando los recursos financieros de un país del Tercer Mundo son trasladados a un país industrializado, las reservas se agotan, la economía se estanca, el desempleo y la pobreza crecen, la salud y la educación populares soportan el mayor peso del golpe, y eso se traduce en dolor y muerte. Más vale no hacer cálculos: es más costoso en pérdidas materiales

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y humanas que una guerra. ¿Es eso justo? ¿Es democrático? ¿Es humano? La cara de ese modelo de orden social se puede apreciar a la entrada de las grandes ciudades de nuestro hemisferio repletas de barrios marginales, donde decenas de millones de familias viven en condiciones infrahumanas. Nada de eso ocurre en la bloqueada y difamada Cuba. Si se me permitiera reflexionar un poco o decir en voz alta lo que pasa por mi mente y nadie lo tomase como una injerencia, les diría: siempre he creído que con una administración eficiente y honesta Venezuela habría alcanzado en los últimos 40 años un desarrollo económico similar al de Suecia. No pueden justificarse la pobreza y las calamidades sociales que documentos y boletines oficiales de Venezuela o revistas serias de organismos internacionales expresan. Quienes la gobernaron, desde aquellos días en que por vez primera visité este Parlamento, crearon las condiciones para el surgimiento inevitable del actual proceso revolucionario. Los que añoran el regreso a los años perdidos no volverán jamás a ganar la confianza del pueblo si la nueva generación de líderes que hoy dirige el país logra aunar fuerzas, estrechar filas y hacer todo lo que esté en sus manos. ¿Es posible hacerlo dentro del modelo constitucional y político recién elaborado y aprobado? Mi respuesta es sí. La enorme autoridad política y moral que emana de lo que la Revolución Bolivariana puede hacer por el pueblo aplastaría políticamente a las 443


fuerzas reaccionarias. La cultura y los valores revolucionarios y patrióticos que ello engendraría en el pueblo venezolano harían imposible el regreso al pasado. Cabría otra pregunta perfectamente lógica y mucho más compleja: ¿Puede, bajo el esquema de una economía de mercado, alcanzarse un nivel de justicia social superior al que existe actualmente? Soy marxista convencido y socialista. Pienso que la economía de mercado engendra desigualdad, egoísmo, consumismo, despilfarro y caos. Un mínimo de planificación del desarrollo económico y de prioridades es indispensable. Pero pienso que en un país con los enormes recursos con que cuenta Venezuela, la Revolución Bolivariana puede alcanzar, en la mitad del tiempo, el 75% de lo que Cuba, país bloqueado y con infinitamente menos recursos que Venezuela, ha podido lograr desde el triunfo de la Revolución. Ello significa que estaría al alcance de ese gobierno erradicar totalmente el analfabetismo en pocos años, lograr una enseñanza de alta calidad para todos los niños, adolescentes y jóvenes; una cultura general elevada para la mayoría de la población; garantizar asistencia médica óptima a todos los ciudadanos, facilitar empleo a todos los jóvenes, eliminar la malversación, reducir al mínimo el delito y proporcionar viviendas decorosas a todos los venezolanos. Una distribución racional de las riquezas mediante sistemas fiscales adecuados es posible dentro de una economía de mercado. Ello requiere una total consagración al trabajo de todos los militantes 444

y fuerzas revolucionarias. Se dice fácil, pero en la práctica constituye un trabajo sumamente difícil. A mi juicio, en lo inmediato, Venezuela no tendría otras alternativas. Por otro lado, no menos del 70% de sus riquezas fundamentales es propiedad de la nación. No hubo tiempo suficiente para que el neoliberalismo las entregara todas al capital extranjero; no necesita nacionalizar nada. El período que hoy atravesamos y estamos superando en Cuba nos ha enseñado cuántas variantes son posibles en el desarrollo de la economía y en la solución de los problemas. Basta con que el Estado desempeñe su papel y haga prevalecer los intereses de la nación y del pueblo. Hemos acumulado en abundancia la experiencia práctica de hacer mucho con muy poco y lograr un elevado impacto político y social. No hay obstáculo que no pueda vencerse, ni problema sin solución posible. Para ser objetivo, me falta añadir mi criterio de que hoy en Venezuela sólo un hombre podría dirigir un proceso tan complejo: Hugo Chávez. Su muerte intencional o accidental daría al traste con esa posibilidad; traería el caos. Y él, por cierto —lo he ido conociendo poco a poco—, no contribuye en nada a su propia seguridad; es absolutamente renuente al mínimo de medidas adecuadas en ese sentido. Ayúdenlo ustedes, persuádanlo sus amigos y su pueblo. No les quepa la menor duda de que sus adversarios internos y externos tratarán de eliminarlo. Se lo dice alguien que ha vivido la 445


singular experiencia de haber sido objeto de más de seiscientas conspiraciones, con mayor o menor grado de desarrollo, para eliminarme físicamente. ¡Un verdadero récord olímpico! Los conozco demasiado bien, sé cómo piensan y cómo actúan. Este viaje a Venezuela no es la excepción. Sé que una vez más han acariciado la idea de encontrar alguna posibilidad de llevar a cabo sus frustrados designios. Esto carece realmente de importancia. A la inversa de lo que ocurre en este momento con el proceso venezolano, en Cuba siempre hubo y habrá siempre alguien, incluso muchos, que pudieran realizar mi tarea. He vivido, además, muchos años felices de lucha; he visto convertidos en realidades gran parte de mis sueños. No soy como Chávez, un líder joven lleno de vida, a quien le quedan por delante grandes tareas que realizar. Él es quien debe cuidarse. Cumplí mi palabra: les hablé con entera franqueza, sin melindres ni excesiva diplomacia, como amigo, como hermano, como cubano, como venezolano. Les agradezco profundamente la generosa atención prestada. ¡Hasta la victoria siempre!

El fenómeno de la revolución cubana ha tenido extensa cobertura en publicaciones y material audiovisual, a pesar de una fuerte censura impuesta por los medios burgueses internacionales.

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Discurso pronunciado al recibir la Orden Congreso de Angostura

Plaza Bolívar, Ciudad Bolívar, Venezuela 11 de agosto de 2001

Honorable señor Presidente de la República Bolivariana de Venezuela; autoridades y ciudadanos del Estado Bolívar; querido pueblo venezolano:

Casa del Congreso de Angostura (Ciudad Bolívar); el ideario bolivariano también inspiró a Fidel y a su revolución.

Trato de imaginarme aquel hombre que un 15 de febrero de 1819, a pocos metros de este sitio, hace 182 años, se esforzaba por desentrañar los misterios de la historia para llevar a cabo la tarea más difícil que jamás ha enfrentado el hombre en su breve y convulsionada historia: edificar bases estables, eficientes y duraderas para su propio gobierno. Lo imagino, acudiendo al arsenal de sus conocimientos históricos, hablar de Atenas y Esparta, de Solón y de Licurgo; meditar sobre las instituciones de la antigua Roma; admirar su grandeza y sus méritos, sin tardar en añadir casi de inmediato: “Un gobierno cuya única inclinación era la conquista no parecía destinado a cimentar la


felicidad de su nación”; analizar las características políticas de las grandes potencias coloniales como Inglaterra y Francia; recomendar que se tome lo mejor de cada experiencia histórica; admirar las virtudes del pueblo de las trece colonias recién liberadas del colonialismo británico, para añadir después con genial premonición que “...sea lo que fuere de este gobierno con respecto a la nación norteamericana, debo decir que ni remotamente ha entrado en mi idea asimilar la situación y naturaleza de los Estados tan distintos como el inglés americano y el americano español”; que “...sería muy difícil aplicar a España el Código de libertad política, civil y religiosa de Inglaterra”; que “... aún es más difícil adaptar en Venezuela las leyes de Norteamérica”; que “sería una gran casualidad que las [leyes] de una nación puedan convenir a otra”; que aquellas “deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos... a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales. ¡He aquí —exclama— el Código que debíamos consultar, y no el de Washington!”. [Aplausos.] Si bien el Congreso de Angostura tenía por objetivo concreto crear y proclamar una nueva Constitución para la Tercera República de Venezuela, Bolívar en aquellos instantes no podía sustraerse a la idea de que surgía una nueva y decisiva etapa en la historia del mundo, en la que nuestro hemisferio estaba llamado a jugar un gran papel. Vertió con 450

crudeza muchos de sus más íntimos pensamientos políticos y sus inquietudes de eminente y previsor estadista. Habló allí como lo que siempre fue: un patriota latinoamericano. Comprendió como nadie la posibilidad y la necesidad de esa unión. Ya lo había dicho antes en la proclama de Pamplona, el 12 de noviembre de 1814: “Para nosotros la patria es la América”. [Aplausos.] Meses más tarde, el 6 de septiembre de 1815, en su famosa Carta de Jamaica escribió: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria. [...] Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión...”. La grandeza del Libertador puede medirse por el valor, la tenacidad y la audacia con que intentó esa unión cuando un mensaje de Caracas a Lima podía tardar tres meses en llegar; él comprendía las enormes dificultades. En su discurso de Angostura expresó con toda franqueza: Al desprenderse América de la monarquía española, se ha encontrado semejante al Imperio romano, cuando aquella enorme masa cayó dispersa en medio del antiguo mundo. Cada desmembración formó entonces una nación independiente conforme a su situación o a sus intereses; pero con la diferencia de que aquellos miembros volvían a restablecer sus primeras asociaciones. Nosotros ni aun conservamos los vestigios de lo que fue en otro tiempo; no somos europeos, no somos indios, sino una

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especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así, nuestro caso es el más extraordinario y complicado.

En otro momento de su discurso, expresó con crudo realismo: Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio no hemos podido adquirir ni saber, ni poder, ni virtudes. Discípulos de tan perniciosos maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado son los más destructores. Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; [aplausos] la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones [...] Observaréis muchos sistemas de manejar hombres, mas todos para oprimirlos.

Pero nada podía desalentar a quien más de una vez hizo posible lo imposible. Ofreció la renuncia de todos sus cargos y ofreció su espada para emprender la tarea. Marchó al Apure, cruzó los Andes y destruyó en Boyacá el dominio español sobre Nueva Granada. De inmediato, propuso al 452

Congreso de Angostura la Ley Fundamental de la República de Colombia, en diciembre de ese mismo año, que incluía a Ecuador, aún no liberado. Tenía el raro privilegio de adelantarse a las páginas de la historia. Habían transcurrido sólo diez meses desde que pronunció su mensaje al Congreso, el 15 de febrero de 1819. Nadie debe olvidar que desde que Bolívar habló en Angostura han transcurrido casi dos siglos. Acontecimientos no previsibles en nuestro hemisferio tuvieron lugar, que con seguridad no habrían ocurrido si los sueños bolivarianos de unidad entre las antiguas colonias iberoamericanas se hubiesen realizado. [Aplausos y exclamaciones de: “¡Viva Fidel!”] En 1829, un año antes de su muerte, Bolívar había advertido premonitoriamente: “Los Estados Unidos [...] parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. La federación constituida por las trece antiguas colonias comenzaba ya un curso expansionista que resultó fatídico para el resto de los pueblos de nuestro hemisferio. Aunque despojó de sus tierras y dio muerte a millones y millones de indios norteamericanos, avanzó hacia el oeste aplastando derechos y arrebatando inmensos territorios que pertenecían a la América de habla hispana, y la esclavitud prosiguió como institución legal, casi cien

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años después de la declaración de 1776 que a todos los hombres consideraba libres e iguales, Estados Unidos no se había convertido todavía en imperio y estaba lejos de constituir la superpotencia mundial hegemónica y dominante que es hoy. A lo largo de su gestación, durante más de 180 años después del Congreso de Angostura, incontables veces intervino directa o indirectamente en el destino de nuestras débiles y divididas naciones en este hemisferio y en otras partes del mundo. Ninguna potencia había sido nunca dueña absoluta de los organismos financieros internacionales, ni disfrutaba el privilegio de emitir la moneda de reserva internacional sin respaldo metálico alguno, ni era poseedora de tan gigantescas empresas transnacionales que succionan como pulpos los recursos naturales y la mano de obra barata de nuestros pueblos, ni ostentaba el monopolio de la tecnología, las finanzas y las armas más destructoras y sofisticadas. Nadie imaginaba el dólar a punto de convertirse en la moneda nacional de numerosos países de nuestra área, no existía una colosal deuda externa que supera considerablemente el valor de las exportaciones de casi todos los países latinoamericanos, ni una propuesta hemisférica de ALCA que concluiría en la anexión de los países de América Latina y el Caribe a Estados Unidos. La naturaleza y los recursos naturales esenciales para la vida de nuestra especie no estaban amenazados. Lejos, muy lejos de los años del Congreso de Angostura, estaban los tiempos de la globalización neoliberal. La población mundial, de varios cientos 454

de millones de habitantes, no contaba con los 6.200 millones de seres humanos que hoy habitan la Tierra, cuya inmensa mayoría viven en el Tercer Mundo, donde hoy crecen los desiertos, desaparecen los bosques, se degradan los suelos, cambia el clima y son cada vez más espantosas la pobreza y las enfermedades que hoy azotan el planeta. En nuestra época, la humanidad se enfrenta a problemas que van más allá de los temas decisivos planteados por Bolívar para la vida de los pueblos de nuestro hemisferio, no resueltos desafortunadamente a tiempo como él deseaba. Hoy todos estamos obligados a enfrascarnos en la búsqueda de soluciones para los dramáticos problemas del mundo actual, que ponen en riesgo hasta la propia supervivencia humana. A pesar de los enormes cambios que han tenido lugar en ese largo e intenso período histórico, hay verdades y principios expuestos por Bolívar en Angostura, de permanente vigencia. No podemos olvidar sus profundas palabras cuando afirmó que: Los hombres nacen todos con derechos iguales a los bienes de la sociedad. [...] La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una república; moral y luces son nuestras primeras necesidades. [...] [Aplausos.] Demos a nuestra República una cuarta potestad [...] Constituyamos este areópago para que vele sobre la educación de los niños, sobre la

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instrucción nacional; para que purifique lo que se haya corrompido en la República; que acuse la ingratitud, el egoísmo, la frialdad del amor a la patria, el ocio, la negligencia de los ciudadanos; que juzgue de los principios de corrupción, de los ejemplos perniciosos; debiendo corregir las costumbres con penas morales. [...]

de las luces a la suma de las riquezas que le ha prodigado la naturaleza. Ya la veo sentada sobre el trono de la libertad, empuñando el cetro de la justicia, coronada por la gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno.

La atroz e impía esclavitud cubría con su negro manto la tierra de Venezuela, y nuestro cielo se hallaba recargado de tempestuosas nubes, que amenazaban un diluvio de fuego. [...]

Compartimos con él sus sueños y profecías.

Vosotros sabéis que no se puede ser libre y esclavo a la vez, sino violando a la vez las leyes naturales, las leyes políticas y las leyes civiles. [...] Yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República. [...] Unidad, unidad, unidad, debe ser nuestra divisa. [Aplausos.]

Nada tan conmovedor e impresionante como las palabras finales de aquel discurso, que retratan de cuerpo entero los ideales y los sentimientos de Bolívar: Volando por entre las próximas edades, mi imaginación se fija en los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración y pasmo, la prosperidad, el esplendor, la vida que ha recibido esta vasta región, me siento arrebatado y me parece que ya la veo en el corazón del universo, extendiéndose sobre sus dilatadas costas, entre esos océanos que la naturaleza había separado, y que nuestra patria reúne con prolongados y anchurosos canales. [...] Ya la veo comunicando sus preciosos secretos a los sabios que ignoran cuán superior es la suma

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¿Un soñador? ¿Un profeta?

Los cubanos tuvimos también un soñador y un profeta, nacido 24 años después de Angostura, y cuando ya, a fines de ese siglo, el imperio revuelto y brutal era tangible y terrible realidad. El más grande admirador del Padre de la Patria venezolana escribió sobre él palabras que no podrán borrarse jamás: En calma no se puede hablar de aquel que no vivió jamás en ella: de Bolívar se puede hablar con una montaña por tribuna, o entre relámpagos y rayos, o con un manojo de pueblos libres en el puño, y la tiranía descabezada a los pies [...] ¡...así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América todavía! [...] [Aplausos.] Quien tenga patria, que la honre; y quien no tenga patria, que la conquiste: ésos son los únicos homenajes dignos de Bolívar. [Aplausos.]

Yo no merezco el inmenso honor de la Orden que ustedes me han otorgado en la tarde de hoy. Sólo en nombre de un pueblo que con su lucha heroica

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frente al poderoso imperio está demostrando que los sueños de Bolívar y Martí son posibles, la recibo. [Aplausos.] No hay nada comparable al privilegio de haberme permitido dirigirles la palabra en este lugar sagrado de la historia de América. Deseo expresarles a ustedes y a todo el pueblo venezolano, en nombre de Cuba, nuestra eterna gratitud. [Ovación.]

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Índice Presentación

9

La historia me absolverá

11

Discurso pronunciado ante el pueblo de Caracas

115

Discurso pronunciado ante el Parlamento venezolano

159

Discurso pronunciado en la Magna Asamblea Popular celebrada por el pueblo de Cuba

185

Discurso pronunciado en la Segunda Asamblea Nacional del Pueblo de Cuba

239

Una revolución sólo puede ser hija de la cultura y las ideas

285

Discurso pronunciado en la sesión solemne de la Asamblea Nacional de Venezuela

427

Discurso pronunciado al recibir la Orden Congreso de Angostura

449


Impreso en mayo de 2009, en los talleres grรกficos de la Imprenta Nacional y Gaceta Oficial. Caracas, Venezuela.



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